Es buena persona y mejor profesional. Bermúdez, mi Jefe de Departamento, ha escogido la selección de Dinamarca. Yo, en honor a los expedicionarios del Comenius, Bélgica. ¡Maldita sea! ¡Ya me va ganando 1-0! En efecto, es un buen jefe: las cuestiones departamentales las dirimimos siempre de un modo pacífico. En este caso, a ambos nos gusta la misma optativa de Bachillerato y ninguna fuerza del cosmos nos disuadirá para cederla. Pocos alumnos, un temario hermoso y muy seleccionado: ¿qué tal si nos echamos una partida y ponemos en juego ese grupo? Será un partido de fútbol en la consola que hemos traído. En juego está quién la impartirá el próximo curso. ¡He empatado! ¡Qué golazo!
Los videojuegos están presentes en nuestro día a día de un modo descomunal. Cuando, hace unos años, comencé a dar clases particulares a un chico llamado Adrián, descubrí con sorpresa que él no conocía los nombres de las provincias vascas, pero sí la posición exacta de todos los estados existentes en América del Norte. Gracias a uno de sus juegos favoritos, que recreaba peleas asesinas entre bandas americanas, había hecho un acopio monumental de monumentos y de ciudades yanquis. ¡Fastídiate, Bermúdez! ¡Me he puesto por delante! ¡Gol de Mpenza! ¡2-1! ¿Para cuándo un videojuego llamado GAL, en el que a base de matar etarras nuestros adolescentes se aprendan las provincias de España? Lo tienen asumido, es natural: violencia y deportes, a eso dedican sus tardes. Alguno que otro pasa cinco o seis horas jugando. Continuas. Las mismas que en el Instituto, pero con la salvedad de que frente a la pantalla sí logran mantener la atención. Y hay casos aún más graves: cuando los padres se están separando, los niños no caen en las garras ni del alcohol ni de las drogas; caen en las de los videojuegos. Se refugian en esa virtualidad para no pensar en sus verdaderos problemas. Se esconden en un entramado gigantesco de fases, trucos y personajes de los que hablan como si fueran reales, con una precisión abrumadora y malsana. En esos pueblos en los que nada sucede en las calles, los libros han dejado de aportar una posible trascendencia a sus vidas: en los videojuegos sí pueden ser héroes, futbolistas, villanos o asesinos. La mediocridad de sus vidas la palian a base de palizas con el mando de los cuatro botones. La mayoría jamás vivirá nada que merezca ser contado, así que hacen propios los logros que sus personajes animados consiguen. Dan muerte a otros porque jamás encontrarán el valor necesario para descargar en alguien de la vida terrena su propia y alarmante frustración.
¡Maldito viejo! ¡Empate a dos! ¿Será Bermúdez verdaderamente invencible como dicen sus alumnos? Ya no está de moda jugar a la pelota: ahora hay juegos que simulan un juego de pelota. Ya no está de moda bailar: ahora están de moda los videojuegos que imitan los bailes. Esto es Matrix. La virtualidad matriz de Matrix: la incomunicación de nuestros adolescentes hecha pasatiempo. Una pantalla y alguna pieza de bollería industrial, con la tele puesta de fondo. En eso se van sus tardes, mientras los libros cogen polvo y los personajes clásicos se mueren (confirmado: Miguel Strogoff, ha pedido la eutanasia). Desgastan sus capacidades en eso, en lograr descubrir una combinación de teclas de entre cien mil posibles, pero no son capaces de multiplicar seis por cinco, salvo que esa sea la prueba decisiva para guillotinar al confidente del FBI. Si se trata de matar, todo lo pueden. Si se trata de estudiar, chungo. Demasiados kilos y bollos. Y, entre tanto, los parques vacíos, sus índices de conversación inmolados a lo Bonzo porque a sus padres no les asusta estar criando zombis. Llegamos al descuento y Bermúdez y yo seguimos en empate. Si marco, me quedo la asignatura.
Ahora haré algunas preguntas, pero reconozco que no tengo respuestas. ¿Me ayudan? A saber: ¿dónde quedó aquello de que los padres castigan sin videojuegos a los niños malos? ¿Por qué cesó la moda de vigilar si los contenidos son adecuados? ¿Tan difícil es promover entre ellos un tiempo de ocio más saludable? ¿Qué ha llevado a los chicos a devolver las pelotas al cajón? Ya digo, no tengo respuestas. Más que nada, porque tampoco estoy de humor: me ha marcado Bermúdez y he perdido el partido. Según parece, el año que viene, me tocará dar clases de nuevo en primero de ESO. ¡Y no soporto a los niños de primero de ESO porque solo saben jugar a los videojuegos!
Prof. Cuyami