viernes, 18 de enero de 2008

EF

No, no. No te estoy vacilando. Estudié medicina. Terminé aquí porque… ¿Tú sabes lo estresante que es un hospital? ¿Tú sabes lo bien que se vive con cuatro meses de vacaciones al año? De veras: no tiene color, la vida es otra cosa. Preparé las oposiciones de Educación Física y… ¡pum! ¡Aquí estoy! Sí, lo admito: a mí la enseñanza no me llama la atención en absoluto, pero no deja de ser un trabajo. Es un trabajo más. Yo lo hago y me pagan por hacerlo. ¿Se plantea un frutero si tiene vocación de frutero? ¡Ni de casualidad! Él, simplemente, realiza su trabajo. Y le pagan por ello, sin que nadie le pregunte si eso tiene algo que ver con lo que estudió para llegar hasta allí. Además, a mí el deporte me interesa. Yo hago muchísimo deporte. Yo siempre estoy haciendo deporte y… si se lesiona algún niño, ¿quién mejor que un médico para atenderlo?

Marta mira mi grabadora con recelo. Es la segunda profesora a la que siento en mi despacho. Me impone. Tiene una mirada penetrante y todos sus músculos están desarrollados. Soy consciente de que podría matarme. De hecho, si no escribo lo que ella quiere que escriba, me matará con sus propias manos. Y después… escapará corriendo del lugar del crimen y nadie la atrapará porque es profesora de Educación Física y los profesores de Educación Física tienen súper poderes que la policía no es capaz de neutralizar.

Si te digo la verdad, de mi asignatura lo mejor es que a los chicos les encanta. No hay que convencerlos para que se porten bien. Su premio es… la asignatura en sí. Si dan la lata, los subo a la clase y les doy una clase normal, les explico cualquier cosa y ya no vuelven a darme problemas. Venderían a sus respectivos padres por dos horas a la semana en el patio. ¿Tú sabes lo poco que les gusta estar sentados? Bueno, claro que lo sabes… ¡tú los tienes sentados! Además, admito que en mi asignatura lo tengo francamente fácil. Si un día me duele la cabeza o he tenido un mal día en casa, les doy un balón y asunto arreglado. Lo hago con frecuencia. En estos tiempos que corren, es imposible pretender que todas las sesiones sean “controladas”. Alterno una libre y otra vigilada. Es un trato justo. Ellos están contentos y me adoran por darles tantas horas de “deporte libre”. Es fácil y es sencillo. No hablo demasiado. No explico demasiado y mi garganta no se resiente. Les saco más partido a los cursos buenos y a los malos les doy el balón, sin más explicaciones… ¿por qué tengo que aguantarlos? ¡Para eso ya estás tú, Cuyami, que no te queda otra! ¿Yo? ¿Te crees que estoy loca?

Lo peor… que muchas veces no hay horas suficientes para todos los profesores del Departamento y terminamos por dar Plástica, Refuerzo de Lengua o de Matemáticas. ¿Tengo yo pinta de profesora de Matemáticas? ¡Eso mejor se lo dejamos a Juan! ¿Me ves tú a mí dando Refuerzo de Lengua? ¡Para eso ya está Lola! Lo otro peor de la asignatura es que a todos, en algún momento de nuestra carrera docente, nos sucede. Sí, ya sabes: algún accidente. Un niño que se cae de una colchoneta, una portería mal sujeta que le cae a un niño en la cabeza… ¿sabes que casi todos los años muere en Andalucía algún chico en una clase de Educación Física? Eso no sucede en Educación para la Ciudadanía. Es a nosotros a los que nos pasa… Y además, si los tenemos en el patio, ¿tú sabes cuántos porros se fuman en nuestras horas, en las esquinas del patio? Escena típica: chica monísima de quince años, enseñando todo lo enseñable en una clase de mayo. Se niega a hacer ejercicio físico porque dice que tiene la regla. ¿Qué haces con ella? Terminará por escapársete a una esquina con su amiguita. Un rollo. Eso pasa con frecuencia. Tratas de controlarlo, pero… vivimos al filo. Aunque hagas todo lo posible, siempre puede pasar algo (y siempre pasa).

Existe cierta leyenda negra sobre la mayoría de los profesores (varones) de mi asignatura. Las alumnas siempre los acusan de propasarse con ellas. Suele decirse de ellos que se arriman demasiado, que las ayudan con demasiado mimo a saltar el potro. Si te soy sincero, jamás he conocido a ningún profesor que realmente responda a este perfil. Si algún día me encuentro con alguno, le pegaré una paliza, te lo prometo. Dicen que, cuando el río suena, agua lleva, pero yo prefiero pensar que lo de esos cerdos se trata de una leyenda urbana.

Prof. Cuyami

Uno más uno son siete

Te lo vuelvo a repetir: es sencillo y no tendrá ninguna contraindicación. Yo pongo en marcha la grabadora y cuando veas la luz roja encendida, me cuentas unas cuantas anécdotas sobre tu asignatura. Si te apetece criticar, critica. Si te apetece elogiar al sistema, elógialo. ¡A mí me da igual! Yo solo quiero que me expliques cómo vive en pleno siglo XXI un profesor de Matemáticas. Además, Juan, no revelaré tu nombre, te lo prometo. ¿Accedes? [No soy periodista y, por lo tanto, a mi grabadora le cuesta mucho arrancar. ¡Con el trabajo que me ha costado convencerlo, me falla ahora la grabadora y me da un siroco!].

“En estos tiempos que corren, los profesores de Matemáticas lo tenemos especialmente difícil. Los alumnos no están acostumbrados a esforzarse por nada, en ninguna asignatura… pero en Matemáticas, además, se nota especialmente esta desidia. Me explico: en Historia, por ejemplo, si un alumno malo tiene un día inspirado puede seguir a la perfección una clase sobre el Antiguo Egipto, sin saber nada de Prehistoria. En Matemáticas, como no saben lo que tienen que saber de cursos anteriores, muchos no pueden enterarse de nada… y, por tanto, se dedican a enredar. ¿Cómo van a aprender a multiplicar los que no saben sumar?

Jamás pensé que mi cometido en esta vida fuera enseñar a sumar y a restar: ¡yo soy doctor! ¡Hice mi tesis! ¡Y se supone que esto es un instituto serio! ¿Por qué esas cosas no las aprenden en Primaria? ¡Hay alumnos en Segundo y de Tercero de ESO que no saben multiplicar! ¡En el antiguo primero de BUP! ¿Y la tabla? ¡Estos chicos llevarán la tabla de multiplicar en una chuleta hasta que se jubilen! Están acostumbrados a los audiovisuales y para ellos un papel y una hoja no reportan ninguna motivación. Si te digo la verdad, en lo que va de curso, solo una vez los he visto concentrados. ¿Te puedes creer que en Segundo de ESO no sabían lo que era un número par? Uno me levantó la mano y me preguntó “si eso de los números pares tenía alguna relación con el juego pares-nones”. Me dijeron que para saber quién había ganado, ellos contaban de forma alterna: pares-nones. “¿Entonces eso de pares y nones significa algo? ¡Creía que era como el que dice mesa o silla!”. Cuando les conté cómo se sabía si el veintiocho era par o impar sin tener que repetir las palabras “none” y “pare” catorce veces cada una, se les iluminó el rostro y pasaron todo el recreo jugando a dicho juego. “Profe, así es mucho más fácil jugar…”. ¡Ninguno de la clase sabía qué era un número par! ¡Y tienen quince años!

No me extraña que ahora proyecten un número en la Puerta del Sol, durante las campanadas, diciendo cuántas uvas tienen que comerse. Si estos genios tienen que contar mentalmente hasta doce, se extingue la tradición. No me sorprende: ¿sabes que Marta, la profesora de Educación Física, imparte Refuerzo de Matemáticas? El mes pasado hicieron un cartel durante una clase suya. “Las Matemáticas son el analfabeto del mundo”. Sí, ponía “analfabeto”: se equivocaron [o fueron clarividentes]. El cartel estuvo colgado quince días en la clase. Muy revelador. ¡Es que aquí tampoco se sabe leer! ¿Puedes poner eso en tu columna? Escríbelo con todas las letras: no saben multiplicar y tampoco saben leer, ni los enunciados de los problemas. No sabes bien el bajón que han pegado este cotarro en los últimos años. ¡Es increíble!

El otro día mandé el ejercicio veinticinco del tema y todos se rieron. ¡Claro, tenía rima! Por supuesto, segundos más tarde, escuché a un alumno diciéndome que aquel ejercicio tenía premio. ¿Puedes creerte que cuando corregimos los ejercicios, días más tarde, un alumno me vino a preguntar qué había ganado, que qué premio había para los alumnos que habían hecho los ejercicios ese día? Porque habíamos dicho que el ejercicio tenía premio y, claro está, él quería su premio. ¡Ni siquiera saben entender sus propias bromas!

No lo sé. No sé cómo va a acabar todo esto. Es increíble cómo llegan a la Universidad, sin saber de nada. Pero… ¿qué quieres que haga yo? Llevo en la enseñanza más de veinticinco años y ya no tengo fuerzas ni ganas para cambiar el sistema. Además, por más que se intenten dinamizar, las Matemáticas siempre serán Matemáticas. ¿Para qué voy a ponerles una película o hincharlos a utilizar páginas web, si nada de eso sirve? Las Matemáticas son otra cosa… y yo, pese a todo, sigo creyendo en ellas”.


Prof. Cuyami