No, no. No te estoy vacilando. Estudié medicina. Terminé aquí porque… ¿Tú sabes lo estresante que es un hospital? ¿Tú sabes lo bien que se vive con cuatro meses de vacaciones al año? De veras: no tiene color, la vida es otra cosa. Preparé las oposiciones de Educación Física y… ¡pum! ¡Aquí estoy! Sí, lo admito: a mí la enseñanza no me llama la atención en absoluto, pero no deja de ser un trabajo. Es un trabajo más. Yo lo hago y me pagan por hacerlo. ¿Se plantea un frutero si tiene vocación de frutero? ¡Ni de casualidad! Él, simplemente, realiza su trabajo. Y le pagan por ello, sin que nadie le pregunte si eso tiene algo que ver con lo que estudió para llegar hasta allí. Además, a mí el deporte me interesa. Yo hago muchísimo deporte. Yo siempre estoy haciendo deporte y… si se lesiona algún niño, ¿quién mejor que un médico para atenderlo?
Marta mira mi grabadora con recelo. Es la segunda profesora a la que siento en mi despacho. Me impone. Tiene una mirada penetrante y todos sus músculos están desarrollados. Soy consciente de que podría matarme. De hecho, si no escribo lo que ella quiere que escriba, me matará con sus propias manos. Y después… escapará corriendo del lugar del crimen y nadie la atrapará porque es profesora de Educación Física y los profesores de Educación Física tienen súper poderes que la policía no es capaz de neutralizar.
Si te digo la verdad, de mi asignatura lo mejor es que a los chicos les encanta. No hay que convencerlos para que se porten bien. Su premio es… la asignatura en sí. Si dan la lata, los subo a la clase y les doy una clase normal, les explico cualquier cosa y ya no vuelven a darme problemas. Venderían a sus respectivos padres por dos horas a la semana en el patio. ¿Tú sabes lo poco que les gusta estar sentados? Bueno, claro que lo sabes… ¡tú los tienes sentados! Además, admito que en mi asignatura lo tengo francamente fácil. Si un día me duele la cabeza o he tenido un mal día en casa, les doy un balón y asunto arreglado. Lo hago con frecuencia. En estos tiempos que corren, es imposible pretender que todas las sesiones sean “controladas”. Alterno una libre y otra vigilada. Es un trato justo. Ellos están contentos y me adoran por darles tantas horas de “deporte libre”. Es fácil y es sencillo. No hablo demasiado. No explico demasiado y mi garganta no se resiente. Les saco más partido a los cursos buenos y a los malos les doy el balón, sin más explicaciones… ¿por qué tengo que aguantarlos? ¡Para eso ya estás tú, Cuyami, que no te queda otra! ¿Yo? ¿Te crees que estoy loca?
Lo peor… que muchas veces no hay horas suficientes para todos los profesores del Departamento y terminamos por dar Plástica, Refuerzo de Lengua o de Matemáticas. ¿Tengo yo pinta de profesora de Matemáticas? ¡Eso mejor se lo dejamos a Juan! ¿Me ves tú a mí dando Refuerzo de Lengua? ¡Para eso ya está Lola! Lo otro peor de la asignatura es que a todos, en algún momento de nuestra carrera docente, nos sucede. Sí, ya sabes: algún accidente. Un niño que se cae de una colchoneta, una portería mal sujeta que le cae a un niño en la cabeza… ¿sabes que casi todos los años muere en Andalucía algún chico en una clase de Educación Física? Eso no sucede en Educación para la Ciudadanía. Es a nosotros a los que nos pasa… Y además, si los tenemos en el patio, ¿tú sabes cuántos porros se fuman en nuestras horas, en las esquinas del patio? Escena típica: chica monísima de quince años, enseñando todo lo enseñable en una clase de mayo. Se niega a hacer ejercicio físico porque dice que tiene la regla. ¿Qué haces con ella? Terminará por escapársete a una esquina con su amiguita. Un rollo. Eso pasa con frecuencia. Tratas de controlarlo, pero… vivimos al filo. Aunque hagas todo lo posible, siempre puede pasar algo (y siempre pasa).
Existe cierta leyenda negra sobre la mayoría de los profesores (varones) de mi asignatura. Las alumnas siempre los acusan de propasarse con ellas. Suele decirse de ellos que se arriman demasiado, que las ayudan con demasiado mimo a saltar el potro. Si te soy sincero, jamás he conocido a ningún profesor que realmente responda a este perfil. Si algún día me encuentro con alguno, le pegaré una paliza, te lo prometo. Dicen que, cuando el río suena, agua lleva, pero yo prefiero pensar que lo de esos cerdos se trata de una leyenda urbana.
Prof. Cuyami