La veo con una inmensa maleta que pretende introducir en el maletero (tiene lógica) de su coche. La ayudo. Pese a ser profesor, me sigo sintiendo un caballero. Toma el GPS. Lo saca y lo conecta en el encendedor. Lo sitúa sobre el asiento del copiloto. Atornilla la antena del vehículo (¿quién se atreve a dejarla puesta en una calle como esa?), el GPS le da la bienvenida al coche y le dice con precisión dónde nos encontramos: el nombre del pueblo y la calle. Lola ya no es mi compañera. Tras batirnos en duelo durante unas cuantas semanas, terminó su tiempo. Caducó su nombramiento como un yogur. Lola suele decir que el GPS debería ser un regalo obligatorio de la Junta a todos los interinos. Ella ya lleva cuatro sustituciones en lo que va de curso. Esta ha sido la más larga. En cinco meses, ha conquistado todos los confines de nuestra Comunidad: Jaén, Sevilla, Córdoba y ahora Málaga. Turismo rural. En realidad, no ahorró nada. Perdió casi más dinero del que ganó, cambiando de alquiler y por culpa de los torrentes de gasolina que ha necesitado. Para colmo, no ha podido estudiar nada para sus oposiciones, que serán este junio y para las que casi no tendrá puntos extra. Lo peor de todo, según cuenta, es que tuvo que dormir tres semanas en una casa habitada por fantasmas. La vivienda tenía una habitación sellada y el arrendatario le exigió que no la abriera. Era un pueblo perdido en la sierra. Ahora no recuerdo su nombre. Cada noche miraba la puerta y pensaba: ¿qué hace una chica como yo en un lugar como este? Para empezar, aguantar a los cafres. Además de eso, pensar en qué puerto será el siguiente, hacia dónde la mandarán en su próxima aventura. James Bond. 007. Lola tiene lealtad a la Junta (aunque no le hayan dado todavía licencia para matar), las misiones no se protestan, los destinos se acatan. Gira de nuevo. Una pequeña ruleta. Hoy aquí, mañana allá. Cuatrocientos kilómetros lo determinan todo. “A quinientos metros, gire a la derecha”. Marta, la voz del GPS, se ha convertido en su mayor confidente.
Si te digo la verdad, lo peor que he vivido en estas semanas ha sido comprobar que las maravillosas explicaciones que recibo en el Máster cada fin de semana, no tienen nada que ver con la realidad. Nadie sabe cómo funciona un instituto hasta que no entra y trata de dar clases en él. También me sorprendió muchísimo el estado mental de muchos profesores. Existen dos opciones: están los que aprenden a marcar las distancias con los alumnos, los que los tratan con indiferencia, con amargura o incluso con violencia (sí, como Augusto. ¿Has escrito ya sobre él?); y hay otros que… se siguen esforzando por tratarlos con cariño. Y se pasa muy mal, haciéndolo así. Los que lo intentamos, tenemos días fantásticos en los que ellos son tus cómplices, en los que comparten contigo cosas que son preciosas. Recibes un trato humano que no te aporta ningún otro trabajo. Sin embargo, cuanto más les entregas, más daño pueden hacerte. Si confías en ellos, si les das cosas que te importan, todos los lances son personales, te destrozan. Cuando saltas de la tarima y das la clase desde abajo, cuando te desmitificas y te pones a su altura (y pueden insultarte, porque les haces saber que eso jamás tiene importancia), todo se convierte en algo personal y tu autoestima corre muchísimo peligro. Todo lo que te dicen son ataques y alabanzas personales. Y hay que tener mucha confianza y mucho valor para hacer eso. Supongo que al final todos terminamos por inmunizarnos. Ningún médico puede pasar su vida pensando en los pacientes que ha matado. No viviría y no podría trabajar si no aprendiera a pasar por alto lo que me dicen los alumnos.
Encima, cuando eres sustituto, cuando llegas sólo para unas semanas, los alumnos se rebelan contra ti porque tenían aprecio a la persona a la que estás sustituyendo. No te quieren. Saben que tus notas no sirven para casi nada. Imagínate: vosotros tenéis para mantener el control el recurso de las notas. Nosotros, en las sustituciones cortas, no. Y, para colmo, cuando ni siquiera tienes deshecha la maleta, has de irte. Hoy estoy en Málaga. ¿Y mañana? ¿A dónde me enviarán? El destino siempre cambia. Se supone que el Destino está escrito, pero el nuestro cambia cada dos por tres. ¡Y de nuevo toca escuchar al GPS!
No quiero ponerme metafísica, pero ¿no te resulta contradictorio que digan de nosotros que tenemos “un destino provisional”? Siempre he pensado que se trata de una profanación. “Destino” es una palabra demasiado bella como para ser utilizada en un papel burocrático.