miércoles, 4 de agosto de 2010

Pendientes

Me gustaría hablar en esta columna sobre piercings, que es un tema mucho más divertido que este que me traigo entre manos… De hecho, ¡lo haré en la próxima, lo prometo! Pero ahora no toca. Las pendientes que me traen por la calle de la amargura son otras. Aunque también se te claven dentro. Ustedes tendrán conocimiento de ese mito que dice que un repetidor promociona “automáticamente” al curso siguiente, por imperativo legal, saque las notas que saque. Dado que no es así del todo, la pregunta es obvia: ¿a dónde van a parar las asignaturas que no se aprobaron, otrora? ¿Desaparecen bajo ese mismo vacío? ¿Siguen suspensas? Lógicamente, esas son las pendientes de las que hoy me toca hablar. De las pendientes del imperativo legal.

Hay una especie de paraíso recóndito en el que moran todas las materias de cursos pasados que algún profesor, que se encontrará ahora a varios cientos de kilómetros de aquí, les cateó a sus hijos. Presuntamente, los profesores vigentes hemos de evaluar a los nenes de su asignatura en curso, pero también de todo su lastre. Ahora bien, la mayoría de las veces el seguimiento de pendientes se convierte en un pegote para cubrir el expediente. Nunca mejor dicho. Un alumno que difícilmente puede con la Lengua de cuarto, ¿habrá de examinarse también de la literatura de tercero? ¿Cuándo y cómo? Al final terminas por mandarle un trabajito y rezas al dios de la Junta para que lo haga bien, pues es un auténtico marrón aprobarle la superior y suspenderle la pasada.

Tengo un alumno llamado Alejandro que, en todos mis exámenes, dibuja a Bob Esponja sobre el folio. Solo eso. Desde septiembre ha ido perfeccionando su técnica y en el control del tema ocho me ha entregado un diseño tan espectacular que me he visto en la obligación moral de ponerle un dos, aunque todo lo demás estuviera en blanco. ¡Era espectacular! Ocupaba el DIN A4 entero y tenía muchos colores. La pega es que yo no dé plástica, sino Lengua, claro. ¡Por eso no puedo aprobarlo! Por desgracia, no fue capaz, nunca lo ha intentado, de responder a alguna de las preguntas del cuestionario. Alejandro tiene diecisiete años y sigue calentando el banco porque no tiene ganas de ponerse a trabajar. ¡Tan sencillo como eso! Cursa cuarto de la ESO.

El otro día le compré un peluche de Bob Esponja que encontré en un mercadillo. ¡Le hizo mucha ilusión! Me dijo que jamás un profesor le había regalado nada (contando con el dos que le puse en el examen del tema ocho, ese es mi segundo regalo en pocas semanas). Por fin, con la alegría del momento, me atreví a preguntarle por qué no se tomaba un poco más en serio el curso: “Maestro, tengo veintidós asignaturas pendientes. Soy el alumno de todo el instituto que tiene más pendientes”. Y puso cara de pena, de veras. Pero de persona que tiene un lugar y no se atreve a ir al dermatólogo. Algo como de cervatillo que se sabe rodeado. Le agobia el tema, realmente. Y, aunque se lo haya buscado él solito, no es para menos.

Me dio el punto y me acerqué hasta el archivador donde están las calificaciones. Según parece, he de evaluar a Alejandro de la Lengua de cuarto, tercero, segundo y primero de la ESO. ¡Las tiene todas suspensas! Asimismo, tiene también Refuerzo de Lengua, asignatura que ya no impartimos, de segundo. O sea, que soy su profesor en cinco asignaturas, aunque solo lo veo tres horas a la semana. Y me gustaría, lo prometo, tomármelo más a pecho. Pero no tengo ganas, ni tiempo, para pensar qué demonios hago con Alejandro. Me gustaría concebir un plan de recuperación global, ofrecerle a Alejandro una alternativa de seguimiento. ¿He de ponerle cinco exámenes para que me pinte cinco dibujos de Bob Esponja? No tiene adaptación, no es un tema de capacidad… Y, dado que no tengo hijos, y al paso que voy tardaré en tenerlos.... Si le pongo exámenes que pueda hacer, me quedaré sin dibujos para mi frigorífico. ¡No me compensa!

En momentos así me gustaría ser un gurú de la pedagogía, un transcendido de la vida. Mirar al auditorio y decir “Alejandro ha desarrollado una respuesta a los conflictos del tipo pierde-pierde”. Y creerme con algo de verdad. Por desgracia, ponerle nombres rimbombantes a las cosas no hace que los problemas se solucionen. No todo tiene solución, de hecho. Y Alejandro, el año que viene, dejará de estudiar y se irá al campo. Las cosas son tan duras y tan sencillas como eso. Con o sin pendientes.