lunes, 1 de noviembre de 2010

Caderas

He llamado a esta columna “caderas” porque quiero hablar de las “cátedras” y me parece muy obvio llamarla “cátedras” porque no deja nada a la imaginación ese título. Y lo llamo “caderas” y no “cátedras” porque ambas palabras proceden de la misma raíz latina y quiero dármelas de listo, esta vez. Son un doblete, que se llama, que es cuando un étimo perpetra dos evoluciones, una culta y otra popular. Ahora bien, ¿de qué me sirve saber todo esto? ¿Para qué me sirve ser tan listo? [Nótese la ironía, revestida de arrogancia]. No me sirve para nada... ¡porque nunca podré ser catedrático! Lamento que esto suene a rabieta de niño pequeño, pero es que me indigna que, ya que soy funcionario, me esté prohibido llegar más lejos en mi vida (laboral). He de asumir, y no quiero, que me irá mejor durmiendo más horas de siesta por las tardes. Dormir no gasta y últimamente me cuesta llegar al final de mes con algo de dinero en la cartera.

Hace muchos años, en una galaxia muy lejana, había una figura (ahora en extinción) que tenía una serie de privilegios sobre el resto de mortales: podían escoger grupos, ostentaban la jefatura de departamento y eran mirados con lupa y con una mezcla de envidia y de admiración por la sociedad. En la búsqueda de un mundo en el que todos hemos de ser más iguales, y donde los que tienen más capacidad deben arrodillarse y pasar por la puertecita del perro, se pensó que no era justo que unos cobraran más que otros por hacer el mismo trabajo. Se quitaron las cátedras y ahora, hoy en día, los únicos catedráticos que varan por ahí son los rescoldos de un antiguo emporio. Algo así como los últimos samuráis de lo suyo: ya no nace ninguno nuevo, pero no han asesinado a los que quedaban. Siguen por ahí, coleando, los que no se han jubilado, todavía. ¡Qué cosas!

Y digo yo: ¿por qué no? Yo quiero ambicionar. Quiero tener la oportunidad, que no el derecho, de intentar cobrar más, de levantarme por las mañanas un poco más motivado. No quiero sentir que con venticuatro años resolví mi vida. No es justo. No lo quiero. Cuando saqué las oposiciones todo el mundo me decía eso mismo y ahora, después de cinco años, me da muchísimo coraje que así sea: no quiero tener la vida resuelta, quiero poder promocionar, quiero poder ascender, como los hijos de mis vecinos. Produzco más si sé que puedo mejorar mis condiciones laborales. Seguiría formándome si eso puede llevarme a vivir mejor. Será que soy egoísta o que el altruismo siempre naufraga en el mismo punto: si hay otro mejor que yo, no me importa hincar la rodilla, pero no compito si no tengo nada que ganar.

No me molesta que haya catedráticos, claro, pero me molesta no poder serlo yo, algún día. Esa es la paradoja: aceptar los privilegios de otros se lleva peor si esa opción tú no la has tenido. Pero los admiro, de hecho, puesto que ellos pelearon por un cupo menor de plazas y demostraron ser los mejores de su especie. Y ser los mejores no es malo, como parecen inculcarnos los que son mediocres. No se debe pedir perdón por ser de los mejores, incluso. De hecho, deberían pagarte más por ser de los mejores.

Este tema lo tenía en mi libreta de pendientes desde hace mucho tiempo. Lo que me ha llevado a redactar por fin este texto reivindicativo es que me he enterado esta mañana de que hay comunidades autónomas donde han regresado a secundaria las cátedras. En las últimas convocatorias de oposiciones se han habilitado una serie de plazas para ello... y nadie ha muerto. No ha perecido nadie pisoteado, ni se han visto escenas similares a las de El Corte Inglés en rebajas. La gente, docentes que han llevado una carrera ejemplar, han concurrido para demostrar que son buenos profesionales, especialmente buenos. Visto así, creo yo, no está tan mal la cosa. Podría decirse que queda hasta bonito para la foto.

Si la sociedad admiraba a los catedráticos, si los profesores (no he escuchado a nadie opinar lo contrario, cada vez que sale el tema) deseamos que vuelvan, si los propios catedráticos reivindican su vigencia, si no hacen daño a nadie, salvo por el pago de un complemento que tampoco justifica su supresión, ¿por qué no abrimos el debate? ¿Por qué no aceptamos, sin más, que a veces los tiempos pasados fueron mejores, en algunos aspectos? Reconozco que cualquier tiempo pasado no fue mejor. Pero en educación... demasiadas veces lo parece.