domingo, 14 de noviembre de 2010

La columna más bestia de la historia

Imaginen que van por la calle. Acaban de salir del banco. Llevan, pongamos, cuatro cientos cincuenta euros encima. Con ese dinero van a pagar el alquiler o la hipoteca. Están felices. Brilla el sol. Las palomas del parque están contentas. Por desgracia, la raza humana no es buena siempre. Se dan la vuelta y un despiadado ser se está colando a hurtadillas junto a su cartera. Les pega un tirón y se lleva todos esos ahorros. El grito es ensordecedor y espanta a las palomas del parque. Puede que hasta el sol deje de brillar con tanta fuerza.

Es bastante comprensible, y pido perdón a mi editor por esto que voy a hacer ahora, que sintamos ganas de cagarnos en la madre del ladrón que nos ha quitado una suma semejante de dinero. Si queda poco coeducativo, me da igual cagarme en su padre, también. O en cualquier miembro o miembra de su entorno o familia. El caso es cagarse en alguien, lo reconozco. Reitero: más de cuatrocientos euros, ¿y me van a privar también del privilegio de decir alguna barbaridad? Primero llega la rabia. Después la cara de tonto. Todo eso se va, pero el dinero no vuelve.

Aterrizo: asumo ahora que alguien, una especie de Grinch, un hombre malvado, pretende robarme el espíritu de la Navidad. A mí y a mis colegas. Siento parecer materialista, puede que lo sea, pero es que generalmente trabajo por dinero, no sé ustedes. Los profesores tenemos sueldos normales, pero somos un colectivo raro porque trabajamos por dinero. En época de bonanza económica nadie repartió sus beneficios entre nosotros. En esos días de vino y rosas, no tuvimos subida de sueldo. Por el contrario, cuando las cosas comenzaron a ponerse feas, fue a nosotros a los que se llamó insolidarios y a los que se nos quitó más de cien euros cada mes. Pero no. No es suficiente. Ahora alguien se acerca a nuestras carteras con disimulo para robarnos, reitero, más de cuatrocientos euros.

Entiendo que no está bonito cagarte en la familia de ningún político, máxime si tiene poder para conseguir que amanezcas muerto. Es algo que está feo. Pido perdón a los lectores, por tanto. No quiero escandalizar a nadie. Seguro que todos piensan “eh, se le ha ido la olla al Profesor Cuyami”, pero es que estoy un poco cabreado, no sé si se me nota, porque me van a dejar la paga extraordinaria a la mitad y parece ser que ya no tiene arreglo. Si te da coraje que un desalmado te robe más de cuatrocientos euros de la cartera, en plena vía pública, todavía fastidia más que unos cuantos meses antes ese mismo chorizo te haya dicho que le sobra el dinero (si alguno no capta la analogía que piense en la última campaña electoral y en los famosos cuatrocientos euros que ahora estoy pagando a no sé qué interés).

Si a un profesional, con contrato indefinido, se le baja el sueldo... eso es ilegal. Sin embargo, a los funcionarios, que se supone que somos el súmmum de la gente privilegiada, nos han cambiado las condiciones laborales y no podemos ni quejarnos. Es como si el jefe les llega mañana y les dice que va a pagarles la mitad. Porque a él le apetece. Porque no supo gestionar bien la empresa. Porque está triste o porque se ha gastado el superávit en putas. Demandaríamos al jefe y probablemente los tribunales nos darían la razón. Los funcionarios no lloran. Los funcionarios hemos de dar gracias, sospecho, por existir, por el aire que respiramos, porque se nos concede el derecho a seguir vivos.

Si mañana, a la salida del banco, un ladrón me quita cuatrocientos euros, les aseguro que haría todo lo posible para que esa persona termine en la cárcel. (Y para que me devuelva el dinero, claro). Lo denunciaría. Le pondría al cobrador del frac, o a un torero, o a un nota vestido de pollito, en la puerta de su casa. No queda bonito, para los turistas japoneses, que haya varios miles de pollitos de dos metros en la puerta de Moncloa. Pero sería lo suyo.

Me he quedado bastante a gusto. Esta columna no sirve para nada. Mañana envolverá pescado en el mercado (si es que alguien tiene dinero para ir al mercado a comprar un artículo de lujo como es el pescado). Eso sí... ¡cómo desahoga! Al fin y al cabo, si nos quitan el derecho al pataleo, a un pataleo vigoroso y terco, si nos prohíben escribir columnas tan bestias como esta, ¿a qué seguir viviendo?