domingo, 19 de diciembre de 2010

PISA

Me prometí a mí mismo no escribir esta columna, pero me han vencido. El informe PISA ha dejado de tener interés comunicativo, pero la gente es muy pesada. Me aburre que el Madrid y el Barcelona siempre ganen (en gran parte por eso soy del Betis) y ya jamás me fijo en los datos sobre siniestralidad de las carreteras. En verano hace calor y en invierno frío. Inundaciones, cotas de nieve… Hay noticias que no son noticia. Como el estado de la cuestión de nuestra educación, por ejemplo. No tengo nada nuevo que decir, nadie se sorprende ya. (Aunque, tal vez, sí convenga hacer memoria, como todos los años). Los indicadores no indican nada. Más aún cuando algunos medios de comunicación destacan, encima, que hemos mejorado algo en comprensión lectora. Seguimos yendo como el culo (de los países de la OCDE) y debería estar prohibido por ley hacer una valoración positiva de lo que es evidente: nuestros resultados son un mojón. Un mojón en nuestro camino, que evidencia que vamos mal, que hemos de darnos la vuelta, pues estamos cada vez más lejos del destino, no más cerca.

Los primero alumnos de la ESO están llegando al mundo laboral. Se demuestra en los pequeños detalles, en cuestiones de forma: ortografía, falta de ingenio y mediocridad productiva. La cultura no está de moda. El esfuerzo no se valora. La competitividad está mal vista y nuestros objetivos son que los nenes sepan leer y hacer cuentas. Y echando cuentas, con calculadoras o sin ellas, echo en cara al modelo que hay que apostar a lo máximo para conseguir el mínimo. Los fracasados de hace un par de décadas, ahora serían estudiantes decentes, los que marcan el listón y el punto medio. Ahora bien, los humanos somos un poco anormalitos: vamos por camadas. Ahora pintan bastos, nótese el juego de palabras, y en otro tiempo éramos más finos. No corren buenos tiempos para la lírica, ni para la narrativa, aunque nuestros jóvenes sean unos artistas echándole teatro y cuento. Son rachas. Son rachas y modas. Y esta racha no es buena, por eso toca volver atrás y rescatar del modelo precedente los elementos que sí eran válidos, cambiando de ese modo la generación (perdida). Y todo el mundo sabe las causas de esta pérdida: la aplicación, a destiempo, de leyes que no eran necesarias. La falta de una alternativa eficaz para los alumnos que no superan ESO. La escasez de estabilidad en las plantillas. La ratio. El despilfarro que se hace de los medios y la paradójica carestía de otros. Profesores sin vocación por las vacaciones, o fritos a rellenar papeleo, en centros donde no se les permite hacer lo que deben. La pérdida del respeto. La desazón que produce en los progres la existencia de una ley universal del báculo: el docente manda, el alumno obedece. La pérdida de la tarima. Los padres y su permisividad. Los prejuicios hacia nuestro colectivo de una sociedad profundamente estúpida, que no sabe que las reivindicaciones del profesorado siempre repercuten en el bien común.

El diagnóstico está claro. Todo el mundo conoce el problema. Todo el mundo conoce las soluciones. (Los sindicatos viven de exponerlas, de hecho). Y las mesas sectoriales, y los anteproyectos de LEY, y todas esas cosas feas, me hacen temer que el único problema aquí es de pasta. Si todos sabemos lo que pasa y estamos hartos de aparecer entre los últimos puestos del Informe, año a año, solo veo dos opciones: o las personas que tomas las decisiones son incompetentes o no se invierte suficiente dinero para revertir las tendencias, para implementar las ideas que todos tenemos y que siempre promulgamos con juicioso orden en las charlas del café. Descarto que los mandatarios sean ineptos, pues es un sacrilegio asumir que la democracia eleva a gente poco cualificada hasta ciertos cargos, y solo se me ocurre ver que los países más productivos se dejan mucho más dinero que nosotros en todo lo referente a educación.

No sé si quiero ser padre. El otro día me di cuenta de que me da una pereza atroz transmitir una cierta cultura a mis hijos. Pienso en el modelo educativo en el que trabajo… y sospecho que los padres que consiguen que sus hijos entiendan algo del mundo, duermen poco, y se esfuerzan demasiado. Sin ellos estaríamos aún más abajo en PISA.