domingo, 6 de marzo de 2011

Orientación

He pasado el puente con un grupo de segundo de bachillerato. Hemos vivido unos días fantásticos, pero ahora me encuentro en la cama por culpa de la fiebre, por haberme abrigado poco. Me vienen, por ese motivo, y a la mente, un montón de recuerdos y de vivencias con ellos. Son sus últimos meses antes de entrar en la universidad y están repletos de dudas y de miedos. Muchos vienen a ti buscando una pista sobre la profesión que más les conviene. Te piden apoyo, pues no se atreven a escoger la carrera que desean. Y son capaces de meterse en Económicas con tal de no afrontar el desafío de llegar a ser lo que verdaderamente desean llegar a ser.

En un brindis sosegado, alguien entonó la palabra “futuro”. Y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Su futuro es un páramo sombrío. El propio de una generación que, por vez primera en demasiado tiempo, tiene peores expectativas que la de sus padres. A ellos les aguarda el vicio de acumular años cotizados, sin ninguna promesa. Y les hablan de carreras que llevan al paro, y que han de evitar, como si alguna pudiera librarles de la certeza de más de cuatro millones de desprecios. ¿Acaso hay alguna orientación válida para salvarse? ¿Pueden hacer algo para escapar del futuro que les aguarda? ¿Hay para ellos, en tal caso, un porvenir habitable? ¿Qué carrera tiene salidas para este laberinto en que hemos convertido el panorama laboral? Muy irónico eso de “tener o no tener salida”. Esa es la cuestión.

La universidad se llenará pronto con los sueños de siempre, pero entran tristes, con las esperanzas mermadas y sobrias, pues todo el mundo les dice que les auguran tiempos difíciles, que habrán de venir para ellos días sin vino ni rosas. Vienen al mundo (laboral) con la desoladora aspiración de cambiar las cosas, pero nadie apuesta un duro por ellos. Como si los anteriores lo hubiéramos hecho mucho mejor. Son una generación condenada a priori, pues se dice de ellos que tienen una cultura estrepitosa, que no saben hacer oficio alguno, que no sirven, ni cuentan, que no pintarán nada.

Estos jóvenes tienen miedo, porque les recibe una sociedad con la mirada sucia, que les vaticina fracaso. Nadie les habla de victoria, ni de pasión. Nadie les enseña a ambicionar, a ganar, a darlo todo para conseguir lo que sueñan. Nadie les enseña a competir. Nadie les pide que luchen por sus sueños, que peleen, que le pinten a cara a los gilipollas conformistas que hemos construido esta sociedad moribunda. En tal caso, si volviera a ser joven, me bañaría de luz para pedirle a todos los viejunos, que habitamos el planeta, que nos dejen un hueco, que nos dejen crecer, sin tantos prejuicios, diciéndole “no” a los jóvenes, sin escuchar antes, ni siquiera, la pregunta.

Los jóvenes, los que este año mandaremos a la universidad, tienen miedo. Porque les hemos enseñado a tener miedo. Nadie les pide que confíen y jamás escuchan un “confío en ti” de entrada, tampoco. La empresa no da trabajo. Hay demasiados abogados. Ya no se necesitan periodistas. Sobran enfermeros y se ha cubierto el cupo de fontaneros y de electricistas. Hay paro en la construcción y los ingenieros y arquitectos han de emigrar. ¿Acaso las humanidades sirven para algo, si no dan de comer? Ni el arte, o la música, tampoco el teatro, o la política, repleta de dinosaurios con el culo pesado. ¿Qué lugar queda para ellos, por tanto? ¿Qué orientación se le da a alguien que te pide un consejo laboral?