De camino al despacho, con las manos repletas de papeles, con un mechero que requisé en el bolsillo, con catorce cosas que hacer y mientras el móvil comienza a vibrarme en la chaqueta, me planteo seriamente qué hacer si “Verónica decide morir”. Ella es alta y tiene cierta propensión a llevar ropa ajustada. Matizo que su vestuario parece configurado en escala de grises, a pesar de lo cual sus labios siempre tienden a aportarle un colorido extraordinario a mis clases. Viene maquillada. Su cuello permanece atado a la tierra mediante un escapulario de la Virgen del Carmen y en sus muñecas lleva correas de cuero con pequeños pinchos. Sus ojos son azules y su cuerpo se ha desarrollado por completo: hecho, no me avergüenza reconocerlo, que aprovecha siempre para salirse con la suya. Siempre la mirada la tiene ausente, aunque ella sí esté presente. Una vez le descubrí en un cuaderno un dibujo de una geisha bosquejado a lápiz y en un control, buscando una chuleta, constate que era cierto. Tiene una cicatriz en la muñeca. No se ve, es casi imperceptible, pero estar está. Cuando yo era más joven trabajé en un correccional. Allí me explicaron que aquellas personas que desean suicidarse desangrándose han de rajar la vena con la cuchilla, pero de arriba a abajo y no en horizontal, para que no cicatrice. Ella lo hizo mal y gracias a eso ahora está en el instituto. La descubrieron en la bañera todavía con sangre en el cuerpo… porque no tuvo la precaución de buscar en google “instrucciones para cortarse las venas”.
Su madre vino a vernos. La matricularon tarde y mal. Su psiquiatra dice que no está preparada para contemplar conductas violentas. Si está expuesta a estos incidentes, su carácter puede darnos problemas. A mí me preocupa este dato porque en un instituto esos lances sí están asegurados. Según parece, su padre abusó de ella: la violó y desde la cárcel, amenaza con volver a buscarla. No tiene la culpa: si estás drogado, no eres responsable de tus actos. Otra excusa: no es de acá. Son inmigrantes y la madre de Verónica dio a luz cuando aún era una adolescente. No sabe leer y rellenó los papeles de acceso al centro con mi ayuda. Me pidió por favor que la cuidara, que escogiera para ella buenos chicos, que evitara que se metiera en líos. Verónica ya decidió morir en una ocasión y todos tememos que vuelva a intentarlo. Según parece, el tipo de líos en el que su madre teme que se meta es precisamente ese: la muerte. A veces, se retrasa en su llegada al aula. ¿La reprendes? ¿La felicitas? A mí me asusta ser duro con ella, pero soy consciente de que necesita disciplina. Los demás alumnos saben que la trato de otro modo. De hecho, uno me acusó de dejarla ir al servicio (a ella sí, a los demás no) porque “está buena”, pero yo prefiero que se crea que ese es el motivo antes de que conozcan la verdadera explicación.
Un compañero me contó el otro día que a él un alumno sí se le suicidó. Pasa todos los años, en todas las autonomías. El acoso escolar, las vejaciones a las que sus familiares los someten, el sentirse incomprendidos, algún desconocido al que conocieron por Internet… Después, somos nosotros los que salimos en el telediario. El titular de la prensa dirá: “una adolescente se suicida tras ser expulsada del instituto por salir al servicio sin permiso”. Yo sé que estoy a tiempo y me pregunto seriamente qué puedo hacer para evitarlo. Tal vez si hubiera menos peleas, si consiguiera que su padre se quedara en la cárcel unos cuantos años más, ¿si qué? Por desgracia, tengo muchos problemas y muchas cosas que hacer esta tarde. Además de eso, supongo que su padre será un tipo peligroso. Las cosas claras y el chocolate espeso: soy funcionario, y no un héroe. En ocasiones sufres un ataque de testosterona y te metes entre dos alumnos que se pegan. Eso tiene un pase, pero hablar con un exconvicto es muy diferente: no me pagan por jugarme la vida. En general, estos casos se dejan a un lado. El orientador del centro está de baja cada dos por tres, pero cuando hablo con él me dice que estos asuntos es mejor dejarlos en manos de la justicia. También suele decirme que llamará a Asuntos Sociales, que no es mala chica, aunque está un poco confundida por la edad. La edad. Estoy seguro de que esa es la verdadera causa: la edad. Si tuviera diez años más, no sería un problema para los demás alumnos del instituto. Solo tenemos que esperar a que crezca y el problema se habrá resuelto…
Una vez la llevé a mi despacho para hablar con ella y logré que me contara que cuando lo hizo, le dolía la cabeza. Tenía encima un enfado inconmensurable. El móvil de su mejor amiga comunicaba y perdió los nervios por culpa de la música que esta había puesto para “amenizar la espera” de aquellos que la llaman. En aquel momento, su madre estaba limpiando una casa y su padre acaba de hacer algo terrible con ella. Se sentía sucia y una última gota proverbial de llanto colmó su paciencia. ¡Vale ya de llenar el vaso de agua! ¡Probemos mejor a llenar la bañera de sangre!
Prof. Cuyami