Ya me la imagino. Estaremos en la puerta del mercado y la señora tendrá un bolsón enorme. Enfurruñada, me dirigirá la palabra: “pensé que eras un buen chico, educado, que solo tratabas temas relacionados con la educación y que jamás te metías en política. Me has decepcionado, Cuyami. Yo te leía cada semana, pero ya voy a dejar de hacerlo porque tu columna de la semana pasada se pasó de la raya”. Confuso, amodorrado por el madrugón, y un tanto perplejo, la miraré y le pediré disculpas: “señora, creí que debía hacerlo. La política está presente en todo y también en la educación. Aquella columna la escribí porque lo consideraba importante, pero quiero que le quede claro que nada ni nadie me pidió que la escribiera. De hecho, yo siempre he pensado que las ideologías están denostadas, que en esta España de hoy se debe votar a alguien que nos ofrezca credibilidad, sean cuales sean las siglas de su partido. Se vota contra una gestión, pero no a una ideología… Eso creía yo, hasta que entré a dar clases en el instituto”.
Si se porta bien, si no me pega con el bolso, si acepta seguir comprando EL MUNDO y leyendo mis columnas, le explicaré el por qué de mi cambio de actitud. Le escuché una vez decir a un profesor que cuando comienzas a dar clases tu posicionamiento político necesariamente se recrudece hacia la derecha. Si eres anarquista, pasas al socialismo. Si eres socialista, te revistes de centro. Si previamente eras ya de centro acabas en planteamientos de derechas y si eras de derechas, acabas apuntándote a alguna banda de cabezas rapadas (no planteo el caso de qué pasaría si alguien de extrema derecha saca las oposiciones, porque ningún tribunal andaluz permitiría eso). Se echa tanto de menos la disciplina en el aula, es tan evidente el fracaso de los postulados de izquierdas, que es imposible no plantearse la verdadera raíz de la LOGSE, que es la madre del cordero y también la madre de la actual legislación. Se supone que el postulado base de su concepción es que cualquier persona debe tener derecho a la misma educación, que era necesario abrir el sistema a todo el mundo para posibilitar con ello la plena integración social. Por el contrario, la “estandarización” del alumnado ha repercutido en nuestros alumnos de forma negativa: se nos pide que los tratemos a todos por igual y esta paulatina igualación se realiza a costa del nivel académico. Como todos los alumnos han de entrar en el mismo saco y en la misma aula, se destruyen las capacidades de los alumnos más dotados. Dado que el sistema ha de ponerse al nivel del más tonto, los más listos no consiguen aprender lo que necesitan. Dicho de otro modo: la demagógica democratización del sistema socialista provoca un sistema en el que los alumnos de clases desfavorecidas no reciben la formación necesaria para “salir de pobres”. Los alumnos brillantes, se aburren en el sistema público porque el listón lo ponen los torpes, porque todos han de estar integrados.
Junto a mi instituto existe una parada donde toman su autobús escolar los niños de padres influyentes. Al no existir un centro privado en el pueblo, esos chicos van a la capital a realizar sus estudios. Allí veo cada mañana al hijo del alcalde (socialista, por supuesto), al hijo del concejal de urbanismo (socialista, cómo no) y cuando no los lleva el chofer, también a los vástagos del terrateniente autóctono (de raigambre socialista, por descontado). Estadística a vuelapluma: los hijos de socialistas adinerados van a centros privados, generalmente colegios católicos, y los hijos del pueblo van a un instituto público donde ni de lejos podemos conseguir que su nivel académico se aproxime al de los ricos. La conclusión es un poco fuerte, pero si no la aplico, reviento: darle a todos las mismas oportunidades tiene como resultado que las elites del pueblo seguirán ostentando ese rango unas cuantas generaciones más. No hay revolución social ni cambio posible: antes los hijos del campo si tenían fuerzas y ambición podían llegar lejos. Ahora, no. Las aulas públicas recogen a toda la morralla social, a todos los desechos y derechos del sistema y por este motivo los niveles se quedan más abajo del suelo, más próximos a los surcos que trazan la hoz y el martillo sobre los campos de papas y de papás. No podemos competir con los centros privados gracias a esta paulatina democratización y por tanto, “en los campos de mi Andalucía”, como dijera el villancico, los pastores seguirán siendo siempre los mismos y los caciques, también.
Prof. Cuyami