Los ojos los tiene rojos y tu cabeza no se sostiene sin tus manos. Un momento, recapacitemos. Siendo la hora que es, lo más normal sería que estuviera más espabilado, que levantaras la mano con más fuerza, que no me dejaras en paz. Una de dos: o estás drogado o tienes sueño. Bueno, también puede ser que tengas sueño porque estás drogado. No. Tiene catorce años. ¿Porros? ¡Pero si está en primero! ¿Ya has empezado? ¿Tan joven? Estás mal sentado, tienes la mirada perdida y acabamos de volver del recreo. Tal vez te hagan daño las lentillas y el sueño se deba a que te quedaste hasta tarde viendo la tele. Pero dudo. Es cierto que muchos de vosotros no os acostáis antes de la una, pero me extraña que eso sea lo que te pasa: a primera hora, tal vez, pero no tras el recreo. ¿Sabes qué voy a hacer para salir de dudas? Creo que ahora te pediré que hables, que sigas leyendo en voz alta para comprobar así si reaccionas de forma violenta, si coordinas bien. ¿Sabes?, el otro día una madre de un compañero tuyo me dijo que había visto desde la calle a un alumno fumando un porro dentro del Instituto. ¿Y si tú estuvieras también en ese grupo? ¿Y si tú también los fumaras aquí? Se cumplirán mis pronósticos si me respondes violentamente, si no logras articular de forma normal, si te brillan los ojos más de la cuenta. ¡Ojalá que no! Ojalá me equivoque contigo, Yeray. ¡Ojalá sea un comienzo de gripe, aunque lo dudo! Conozco a tus padres y en el pueblo se rumorea que pasan droga. En la ficha de comienzo de curso tachaste la casilla de “trabajo del padre”, no respondiste, y varias veces te he visto en los recreos muy cerca de la valla. ¿Sabes?, por todo eso me temo lo peor.
Ahora que lo pienso, Yeray, siempre que la policía merodea el instituto, tú sales corriendo y te escondes lejos del patio. En todos los recreos gente ajena al centro se coloca al otro lado de la tapia y habla con vosotros. Son chicos de vuestra edad, que aparcan sus motos, que os mandan llamar por vuestros nombres. Ellos no estudian y se dice que es allí donde os la venden. En una ocasión, haciendo un mural de tutoría, os pedí que hicierais alguno en contra de las drogas y tú ofreciste de tu propio bolsillo papel de liar para pegarlo sobre la cartulina. Para ponerte a prueba, Yeray, te pedí que montaras un porro de pega para que el mural quedara bonito y tú no solo lo hiciste, sino que además lo rellenaste con virutas de lápiz. Sacaste de la chaqueta una bolsita con “boquillas” y con ese mismo papel tuyo lo liaste con destreza. Te liaste un porro, aunque sin marihuana, en veinte segundos y además delante mía. A decir verdad, jamás te creí tan mañoso. Si se te dieran tan bien las matemáticas como liarte porros de pega en clase, podrías ganar mucho dinero cuando seas mayor…
Yeray, ahora te pediré que sigas leyendo y aunque está mal confesarlo, no sabes bien cuánto miedo tengo. El jefe de estudios el otro día descubrió en los servicios a una alumna consumiendo hachís y sé de sobra que la mayoría de tus compañeros beben alcohol los fines de semana y que los porros lo habéis probado casi todos. Pero no. Yo no puedo estar en los servicios para vigilarte en los recreos y tu profesor de química tampoco analizará las pastillas de éxtasis que te tragas cada fin de semana. Eres libre. ¿Qué puedo hacer yo?
¿Cuánto tiempo tardarás en meterte una raya? Cuando dejo por error una tiza sobre vuestras mesas, Cristina la trocea y la dispone en forma de raya. Ella tiene trece años y no creo que se haya metido ninguna todavía, pero me asusta que ya haga esa broma. ¿Cuánto tiempo tardará ella en esnifarla? Y cuando lo haga, ¿sabes que tú irás detrás? Ella te gusta y harías cualquier cosa que te pidiera. Una tarde, a la salida del instituto, fumaréis un par de porros con lo que Manuel traiga de la plantación privada de su padre y después la raya será vuestro postre. ¿Y después qué? ¿Cogerás la moto para volver a casa? ¿Cogerás la costumbre de hacerlo con ella cada viernes? ¿Aprovecharás los recreos para metértela? Créeme, hablaría con tu camello o con tu padre, para poder ayudarte, pero voy a cruzarme de brazos porque temo que ambas personas sean la misma. ¿Imaginas que la droga que tu padre vende sea la misma que tú fumas, previo paso por otras manos?
En estos precisos instantes mis labios dicen “Yeray, sigue leyendo”, pero en realidad las palabras salen trabadas, pues creo contemplar gotas de sangre sobre los lavabos de la discoteca del pueblo. Y sobre ti. Veo tu cráneo partido contra un mojón de carretera y mientras te pido que leas las líneas del texto, estas se convierten en sierpes que entran por tu nariz, en chorros escarlata que brotan de tus ojos. Tú no lo sabes, pero en realidad la bronca que voy a echarte ahora mismo no te caerá por no estar haciéndome ni pulcro caso y tampoco por el grito con el que me has dicho que no sabes qué tienes que leer. Esta bronca te la dedico a ti, al hombre que podrías haber sido. Ahora voy a decirte que eres un “niñato” porque ya has tirado por la borda tu vida, porque no eres capaz aún de darte cuenta de dónde te has metido y porque verdaderamente yo sí te quiero.
Prof. Cuyami