Si la Virgen María hubiera sido andaluza, de haber estado acudiendo a algún instituto de los nuestros, cuando quedó en cinta, estoy seguro de que la hubieran obligado a abortar. Hubiera pasado un par de semanas sin acudir al centro y después su tutor encontraría en su casillero una hoja de su madre (santa Ana), acreditando que la adolescente estuvo realmente en el hospital aquejada de apendicitis. Corolario: si la Virgen María hubiera abortado, jamás sería Navidad y en todas partes del mundo sería Zaragoza. Sí, ya saben, allí la han prohibido porque los fastos religiosos pueden herir la sensibilidad de todos los que no profesan la fe católica. No solo allí, también en nuestra tierra devienen estas pesquisas: escuché el otro día en la COPE que a un profesor de un pueblo de Málaga le han tirado a la basura sus figuras del Belén porque estos tinglados no son aptos para todos los públicos. Una confesión desde mis entrañas: he repudiado tanto esas películas en las que un duende malo secuestra el espíritu de la Navidad que al final me voy a tener que comer mis propias palabras cuando terminen por llegar a ser proféticas. Entre todos, vamos a lograr que el año menos pensado la Virgen aborte.
Una leyenda urbana reza que la bondad de los cursos es inversamente proporcional al número de tarjetas navideñas que sus alumnos son obligados a confeccionar en estas fechas. Si son malos, todos los profesores los atosigamos a todas horas con más y más dibujitos que colorear. Seamos francos: a estas alturas ya nada puede hacerse para motivar a estos chicos porque todos están más pendientes de la carta a Sus Majestades que de nuestras lecciones. Nuestros alumnos son prosaicos hasta el tuétano, pero cuando se trata de conquistar regalos, sí hacen acopio de fe, sí son capaces de pedir perdón y hasta de incoarnos permisos para acudir al baño. Las buenas notas implican regalos y eso los lleva a creer en los Reyes y a pedirnos un último milagro (navideño) en referencia a las notas que se les echan encima. Ese es el espíritu de la Navidad: el de la urgencia por mejorar las calificaciones a cualquier precio para conquistar regalos de precio alto. A continuación detallo a cuánto está el cambio de nota en mi pueblo: la ausencia de cates se paga con una moto. Creo que por un vehículo de esos de cuatro ruedas (los quads) se les está exigiendo un notable, así que espero que ninguno de nuestros alumnos saque sobresaliente en todas las materias porque, de ser así, no habrá espacio en toda la calle para aparcar las limusinas. La ambición de los padres merma con los años y al final a eso se reduce todo: la Navidad demuestra la descomposición de las familias, el materialismo que lo embarga todo. Dista un huevo (de Pascua) el conocimiento que nuestros alumnos poseen de nuestras tradiciones: ni nacimientos, ni árboles, ni historias. Solo regalos. ¿Saben cuántos ponen un Belén en su casa? ¿Y un árbol de Navidad? Empecemos más abajo: ¿se imaginan cuántas familias pasarán desunidas estas fiestas? ¿Se imaginan cuántas familias no son familias? Me consta que hay varios chicos de mi tutoría se comerán las uvas en casas diferentes de las de sus hermanos. Algo se muere; algo va mal.
Cuando la Directora me lo dijo, yo le noté cuarto y mitad de nostalgia en su mirada rubia. Ahí va la frase: “muchos solo aquí tendrán la oportunidad de vivir las fiestas. Muchos no saben lo que es un regalo, lo que es un Belén. Lo montamos aquí porque quizá esto sea lo más parecido en toda su vida que tengan a vivir en familia estos ritos”. Padres narcotraficantes, madres maltratadas, familias de inmigrantes que tendrán que trabajar, que no conocen nuestras costumbres, para los que el gorro de Papá Noel supone una marca de opresión y jamás un consuelo, ni un regalo, ni una caricia. Muchas familias están rotas y en estos días más que nunca se nota dicha descomposición social. Se ríen muchos alumnos cuando les preguntamos por sus abuelos, porque no los sienten una parte de sus vidas. ¿Familia? Duele saber que tal vez la única palmada que reciban muchos será nuestra, que la nuestra será la única felicitación sentida que alguno se lleve consigo a la discoteca de turno. Y no. Yo me resisto, aunque sé que es complicado. No me dejo vencer sin intentarlo. Me muero de ganas de decirle a todos que les deseo una Feliz Navidad, que confío en que tengan un buen año nuevo. No obstante, mis propias palabras tras ser dichas me recuerdan demasiado a un anuncio de cava, a palabras repletas de oquedad, que no sacian ni ensucian la sed, que no dicen nada. En sus miradas, en los rostros ausentes de sus padres al recoger las notas, descubriré tal vez que mis palabras resuenan huecas, romas, oxidadas de tanto opio y de tanto tópico, porque ya nadie cree en todo esto, porque ya casi nadie se alegra realmente de tener una familia si esta no es capaz de comprar regalos caros.
Prof. Cuyami