Córdoba. Cuatro de la tarde. No sé si era un bar o una peña. Pasaba media hora de partido cuando Juanito enganchó un cabezazo que dio la victoria a España. En ese instante, uno de los camareros tomó una cacerola y un perol y comenzó a dar golpes festivos congratulándose por la importancia del tanto. Paralelamente, yo me comía las uñas y dejaba la comida a la mitad porque tenía demasiado miedo. Pocos minutos después, aún con el Mundial en la retina, me senté en una incómoda silla de un salón de actos: fue entonces cuando la vi. Ella parecía mayor, pero vestía de manera informal. Su manera de mirarnos expresaba dos mensajes. El primero: me gusta ser mujer. El segundo: a ti ni se te ocurra verme como tal. Un bolso grande, un portafolios y una frase que cambió mi vida y que ahora voy a citar rectamente porque es digna de ser bordada en un cojín: “quiero daros la bienvenida a todos y a todas vosotros y vosotras a este proceso selectivo. De esta sala saldrán grandes profesoras y profesores… ¡mucha suerte a todos y a todas!”. Veredicto: culpable. La tipa era feminista y además tenía talante.
Ideología subyacente: se supone que nuestras estructuras lingüísticas determinan nuestra forma de ver el mundo. Se supone que el morfema –o se refiere latentemente y letalmente a animalitos varones mientras que la –a es propia de las muchachitas. ¡Pobres muchachas si en la presentación ella solo hubiera empleado la vocal o! ¡Maldita discriminación que ha perpetrado el español al fundir el neutro latino y el masculino en una única forma! ¡Qué malvadas son las vocales /u/ por provocar tales muestras de machismo con su apertura! Pues eso. Eso pensaba yo, para calmar mis nervios, para no amargarme porque en mi examen oral iba a tener que decirlo todo dos veces para que no me miraran raro, para que no sonara machista mi forma de explicar mi asignatura.
No lo comprendo. Se supone que la redacción del Estatuto de Autonomía ha de sustituir a la RAE como el modelo del español que ha de enseñarse en las aulas, pero sigo sin entender por qué. Pero sí. Eso ha dicho la Junta y yo me he resignado ya a ser en todos los informes “profesorado” y no “profesor”; me he resignado a incluir en mi vocabulario medio millón de vocablos genéricos de difícil ingesta (“limpieza” por “limpiadoras”, “adjuntía” por “adjuntos”), a tener que usar “jóvenes” en lugar de “alumnos” porque la –e es mucho más discreta y no le hace daño a nadie. Voy por el buen camino: ya siempre uso “estudiantes” en lugar de “vosotros” para complementar a mi recientemente adquirida costumbre de duplicarlo todo. Al fin y al cabo, gastar muchos litros de saliva paliará la sangre de las mujeres a las que golpean sus maridos, a las que el Gobierno no es capaz de salvar de las manos de esos malvados hablantes de una lengua tan machista. No. Siempre igual. Siempre lo mismo. Intentan llamar a las cosas de otro modo porque piensan que así se solucionan los problemas, pero no funciona el mundo de ese modo. Y encima, si le hacemos caso a la Junta y a la presidenta de mi tribunal de las oposiciones (a la que engañé vilmente porque fui capaz de decir “alumnos y alumnas” con aparente seriedad), es mucho más urgente que se usen esas patochadas que corregir la ortografía SMS que están adoptando nuestros chicos como uso habitual. Seguro que si en un examen nos escriben “paz xa tods y tdas”, habrá que ponerles un diez porque la afirmación y la forma denotan feminismo y progreso. ¡Las marcas señeras de nuestra Autonomía!
Somos punteros en “aulas de género”, en el uso del “lenguaje no sexista”, ¿cómo se entiende entonces que la inmensa mayoría de las madres de mis alumnos sean amas de casa? La explicación, un caso real: una alumna de bachillerato me confesó en una ocasión que su novio le pegaba aquellos fines de semana que a ella no le apetecía acostarse con él. Obviamente, me tocó hacer el rol de adulto responsable. De manual mi respuesta, de juzgado de guardia la suya: “no puedes consentir que te trate así, él no tiene derecho a…”, pero no sirvió de nada. Ella sí lo creía. Ella sí creía que él tenía derecho a hacer eso. Y así, muchas. Nuestros alumnos siguen enrocados en postulados que hacen pensar que la mujer seguirá discriminada mucho tiempo más, que seguirá habiendo agresiones, víctimas, sangre. Pero evidentemente la culpa de eso la tiene la lengua y, por tanto, gracias a los lingüistas y a las lingüistas de la Junta el tema va camino de solucionarse en breve… o tal vez, no.
Prof. Cuyami