Se busca licenciado que estudiara COU
Si Fernando de Rojas lo hubiera sabido, en ningún caso se hubiera autodenominado “bachiller”. Ha habido siempre demasiados suscritos al elenco profético de lo que ha de ser el mayor grado previo a la universidad, como para que se confirme lo que todos intuimos: las cosas siempre pueden empeorar. Recientemente, los medios de comunicación han preconizado la inminente reforma del Bachillerato. Se dice (y es verdad) que hay un salto atroz y precoz entre lo que los alumnos han de saber al concluir la ESO y lo que realmente saben. No es un salto, es un tirabuzón mortal, lo que media entre la enseñanza obligatoria y las posteriores. La solución parece tan obvia que no sé bien ni por qué me extraña: de nuevo será necesario bajar el listón del más listo, hacer que nuestros bachilleres lo aprendan todo con más calma, en tres años en vez de en dos. No sorprende que los profesores de la universidad se quejen tan encarnizadamente de que les llegan pupilos medio alelados que a duras penas son capaces de comportarse en las clases. Dicho sea de paso, es normal que yo los tenga que reprender, para eso me pagan, pero también está claro que los señores investigadores públicos no nacieron para educar y mucho menos para enseñarle a nadie a sumar con decimales. Parece claro que cada vez los alumnos superan una Selectividad más sencilla y que son cada vez menos los que lo merecen realmente. Se habla de la existencia de “quintos de ESO”, de grupos de Bachillerato repletos de escoria académica, que siguen sus estudios por pura obligación (fáctica) de sus padres, pero que no desean estar y que no saben lo suficiente como para estar; que no aprenden nada y que llegan a la universidad por pura inercia.
¿Recuerdan ustedes sus años de COU? ¿Dónde quedaron esos comentarios de texto sobre obras clásicas? ¿Cuándo dejamos de pretender que nuestros chicos leyeran el Quijote? ¿Dónde murieron la Geometría y la Trigonometría? ¿Qué fue del Latín o de la Física de verdad? Nada de nada. Y asusta que en tan pocos años el descenso haya sido tan parecido al que realiza el Dragón Kahn en su primera curva, porque nada hace presagiar que este haya finalizado aún su feroz recorrido. Me centro en un caso concreto, del que he sabido hace poco: primer día de carrera, carrera de ciencias. El profesor de Matemáticas se dirige a sus alumnos y trata de descubrir qué saben. Para su sorpresa, la hipotética programación de los cursos previos es una crónica de humor negro. Muchos no saben sumar fracciones. No han dedicado a las integrales más de una semana, en ningún caso. En general, no conocen lo que es una matriz y mucho menos qué se operaciones implican vectores. Apunto más: sumar sin calculadora es ciencia-ficción para ellos y la tabla de multiplicar se la dejaron olvidada, apuntada en la mesa de clase o en un chuletón a la parrilla. A día de hoy, se puede llegar a una carrera de ciencias sin haber estudiado Matemáticas en Bachillerato. Tres casos, por tanto, igual de tristes: lo que no saben se estudia, pero no lo dominan; no lo estudiaron jamás; lo estudiaron, pero no lo recuerdan. En cualquiera de los tres, sus llegadas a la universidad carecen de solvencia. Pero no se asusten, pues no todo está perdido (aún). Afortunadamente, llega el “eurocrédito” y con él el aprobado masivo. Nos azota (el trasero) la Era de los Grados y parece ser que los que darán en septiembre sus primeros pasos por el campus, organizarán unas fiestas colosales, tendrán un botellódromo de campeonato, pero saldrán con un título bajo el brazo que les dará el discutible título de ser los peores licenciados de nuestra historia reciente. Serán los peores médicos, los peores matemáticos, los peores economistas, los peores filólogos y los peores abogados. Se los comerán vivos los profesionales venidos de afuera y nuestra sociedad con ellos “se irá al garete” (arabismo que simplemente significa ‘navegar a la deriva’). Se los comerán vivos las generaciones anteriores y lamentarán no ser fontaneros o electricistas, pues al menos esos otros sí tendrán trabajo. Salen del Instituto sin disciplina, sin ortografía, sin memoria y sin talento. Estamos fabricando borregos, una universidad que no pensará, que botará (y votará) en masa cuando le pongan buena música, que está cada vez más lejos del Mayo Francés y más cerca de una eterna primavera, de muchas fiestas de la Primavera en la que las tardes de césped y litronas olerán a aprobado general. Por decreto.
Voy a crear un producto y a sacarlo al mercado. Es una especie de placa que se fija con ventosas a la luna trasera del coche. Pondrá lo siguiente: “si tengo un accidente, deseo que me opere un médico que haya estudiado COU”. ¿Me permitirán los beneficios dejar el Instituto? Si quieren adquirir un ejemplar, pónganse en contacto conmigo.
Prof. Cuyami