La historia la escriben los no presentes en las letras. ¿Qué sería de nuestros cómics de la infancia sin el peluquero de Tintín? ¿Por qué nadie dedicó unas líneas a ensalzar el magnífico trabajo que hacía con su flequillo? Digo más: ¿qué fue del padre de Caperucita y por qué el narrador solo se centra en las figuras femeninas? Nieta, madre, abuela… ¿discriminación positiva? ¿Y a dónde van a parar los clones blanquitos que parecen morir en cada escena de La Guerra de las Galaxias? De entre todos, me quedo con el que me parece el más sangrante caso de entre todos los mártires de la anonimia: la santa esposa de Jonás. Tras varios años sin saber de él, pensando que se fue a comprar tabaco, su marido regresa a casa y pronuncia una de las frases menos creíbles de toda la historia: “cariño, me ha tragado una ballena y he estado viajando en su vientre por medio mundo”. Y ella se lo tragó como la ballena a su marido.
Todos los docentes tenemos un destino asignado. Generalmente, los hados nos exigen hacernos unos añitos de turismo rural por lugares recónditos. Sin embargo, algunos tienen más suerte. Por “comisión de servicio” se entiende ese estado próximo al limbo según el cual a ciertos profesores se les conceden a dedo ciertos centros capitalinos, coincidentes con sus preferencias. A saber: si eres concejal de cualquier municipio, se te conmuta el exilio a cambio de tus servicios políticos. Si fuiste liberado sindical, estás libre de toda culpa y puedes quedarte casi donde quieras (como jefe de estudios, secretario o director). Más allá: algunos profesores de la universidad, tampoco tienen que ejercer en sus respectivos destinos, sino próximos a sus universidades. Llama la atención que a los funcionarios se nos prohíba compatibilizar dos trabajos y que, por el contrario, algunos no solo puedan hacerlo, sino que además se les exima de peregrinaciones que bien podrían pagar con sus dos sueldos. Pero no acaba ahí la ruleta de la suerte: se conceden algunas “comisiones de servicio” por cuidar a familiares de edad avanzada (¿quién no los tiene?), a veces se conceden “destinos preferentes” por enfermedades tales como las migrañas (¿duelen menos cerca de una capital que en un pueblo?), por impartir cursos, que son asignados a dedo, opción a la que no todos podemos acceder, que se reparten entre los amigos de los amiguitos del gran amigo supremo.
Caso práctico de marrullería comparativa: a mí me pagan lo mismo que a alguien a quien, con la misma oposición que yo, han concedido Córdoba capital siendo su destino efectivo Algodonales. A él le pagan lo mismo que a mí, pero no gastará trescientos euros de alquiler ni la gasolina, porque su mamá lo concibió en la ciudad de la Mezquita y porque hizo allí buenos amigos. Tenemos los mismos puntos, hemos trabajado los mismos años y ambos somos especialistas en la misma materia. Sin embargo, él dispone de más dinero que yo a fin de mes y la única diferencia la troquela en mí que los inspectores con su otitis crónica adoptaron la comprensiva credulidad de la esposa de Jonás mientras que, sin embargo, para mi necesaria rehabilitación de rodilla, herencia de un mítico partido de fútbol, enviaron al doctor House para que me oscultara. ¿Por qué a unos sí y a otros no?
Si no fuera porque de pensar así, sería yo muy malpensado, llegaría a creer que esto es en parte lo de siempre. ¿Por qué desde dentro da la sensación de que todos los funcionarios no somos iguales? ¿Por qué resulta factible que los colores políticos y sindicales te lleven a un lado o te dejen en otro? ¿Por qué nadie conoce con exactitud qué criterios garantizan una “comisión de servicio” mientras que los que las reciben guardan el secreto como tumbas? ¿Por qué no podré ser yo como la mujer de Jonás, que daría sus clases, sin importarle las mentiras de otros, sin miedo a tener que irse lejos? Al fin y al cabo, a los trabajadores honrados no debería molestarnos que otros tomen atajos y no hatillos. ¿Cobran comisiones los que conceden las comisiones? ¿Por qué las llaman así, si no?
Prof. Cuyami