martes, 5 de junio de 2007

Póster de Bisbal, camisas de premamá

Siempre he pensado que es un desafío innecesario. Si escoges como nombre “Cintia” para una hija, luego no te sorprendas si se queda embarazada. Si la llamas “Olvido”, se dejará las llaves en casa. Si la llamas “Nieves”, le gustará el frío y usará cadenas. Pero si la llamas Cintia, en estos tiempos que corren, lo más normal será que a su nombre haga honor y que a ti te haga abuelo o abuela. No pasará nada. ¿Qué hay más normal en esta vida que una nueva vida? Los niños que crecen acomplejados son aquellos que poseen un padre y una madre en un único techo familiar: un bebé siempre es una bendición, haga su aparición donde la haga y con las perspectivas familiares que entrañen sus entrañas. No se lleva, no está de moda la familia. Madres solteras, padres que murieron en accidentes de tráfico, abuelas que adquieren el rol de madres porque las madres son hermanas. Y entre tanto, Cintia que dejó de venir al Instituto para convertirse bien pronto en un rumor, en una leyenda urbana en pleno pueblo. No creo que regrese al Instituto. De entre todas las opciones, optó por la valiente. Lo va a tener y se acabó su futuro. Por ende, ahora vive encerrada en la casa por temor a lo que el barrio diga. Ahora, su torre de marfil está repleta de pósters de Bisbal y de camisetas de premamá. Ahora el joven ya no puede subir a verla. “Le han hecho una barriga”, dirán en el mercado. Y poco importará quién, porque el chico dejó de existir cuando se supo la noticia. Si al menos Cintia le arrojara la melena, tal vez pudiera él ascender trepando por la fachada, pero la chafada madre de ella no deja otra alternativa. Una copa de alcohol y el resto es estrenarse. Nadie es lo suficientemente hombre si sigue virgen en cuarto de ESO.

Cada año vienen al Centro unos fantásticos conferenciantes que explican las bondades y desventajas de cada método anticonceptivo. Reparten entre las chicas compresas y sacan preservativos para hacer demostraciones. En esas charlas nadie cuenta jamás cómo se educa a un hijo. No se explica tampoco si es factible o no ser madre a los quince y seguir estudiando. En esas charlas se habla de lo de siempre: se genera estado de opinión, se les acompaña a la cama. ¿De qué esperan que se hable en un recreo posterior a esas charlas? ¿Qué se pensará, entonces, de aquellos que jamás lo han hecho? De Marco y de Cintia se rieron sus amigos. Ya eran novios desde segundo. El día de su debut, venían de una fiesta y en la tele no había nada interesante. Sus casas, vacías. Lo bueno de tener padres jóvenes es que ellos siempre regresan a casa al amanecer y además suelen hacerlo demasiado borrachos. Marco la miró con ternura. Ella, le tomó la mano. Se sonrieron y el centrifugado de la lavadora se supo pequeño, débil y tímido, lejano y aturdido.

¿Cuántas alumnas se quedan embarazadas cada año? Salgo en el recreo a la calle, para comprar EL MUNDO, y recorro las calles del pueblo. Las veo en los bares, tomando café, con un retoño en un carro. No hablan ni dicen nada, están como muertas. A veces el padre parece el padre de ellas. Sin consuelo, sin defensa: un albañil que las espera cada noche repleto de ansias por apagar sus fueros. Ellas son frágiles, jóvenes que han pasado de jugar con muñecas de plástico a jugar con los frutos de sus vientres. Nadie les avisó, jamás nadie les contó que todo acabaría así. ¡A fregar, a cambiar pañales! Algunas serán traidoras de su sangre de por vida (sí, en pleno 2007), pero otras correrán peor suerte: se casarán jóvenes, arruinarán también los porvenires de sus novios, azorando con ello sus venganzas (“tú me arruinaste la vida”). Estos, les serán infieles y agarrarán botellas para matar su propia frustración. A nadie le gusta ser albañil y padre con veinte años. A los treinta, serán viejos. Entonces, o se marchan del pueblo o se vuelven locos. Si se vuelven locos, las golpearán. Si las golpean, sus niños llegarán al Instituto horrorizados y se refugiarán en los brazos de otras niñas de su edad, también horrorizadas. También entonces las casas estarán vacías, porque estoy seguro de que entonces la televisión tampoco pondrá nada interesante. Ley de vida: nada hay tan natural como la vida, como traer al mundo nuevas vidas. Esas serán los nietos de Cintia, los bisnietos de su madre, los padres de nuevos bebés sin un referente claro, que no terminarán la ESO, que rellenarán los cafés del pueblo, delante y detrás de la barra, sin hablar jamás de nada interesante.

Prof. Cuyami