Nekane nació en Donosti. Recuerdo que un día y en su presencia le llamé a su ciudad “San Sebastián” y se enfadó muchísimo conmigo. Las malas personas no reprimen aquellos detalles que incomodan a los otros. En su presencia, y desde entonces, llamo a la ciudad de la Playa de la Concha, Donosti. ¡Qué menos que emplear aquí la denominación de origen que ella prefiere, si voy a hablar de ella en esta columna! No sé bien por qué marcharon. Nada siniestro se esconde; ni rastro de terrorismo. Su padre trabaja en una multinacional y le ofrecían más dinero por mudarse al otro extremo peninsular. A Nekane no le quedaba otra alternativa que hacer su petate y proseguir con su vida, lejos de su primer novio, de su mejor amiga y de sus peces, a los que visita cada vez que regresa a su tierra y que están al cuidado de su abuela. Por desgracia, cada vez que vuelve, quedan menos. La última visita se saldó con la desaparición de su pez favorito, uno que era de la misma especie que Nemo. Había fallecido dos semanas antes del regreso de Nekane. Sospecha que su abuela no le echa a los peces la comida adecuada, pero no tenemos pruebas que confirmen este hecho, ni que lo desmienta.
El padre de Nekane suele prestarle mucha atención al hermano de Nekane, que se llama Aitor. Aitor estudia en la Escuela Superior de Ingeniería y tiene muchas dudas que a él le apasiona responder. Nekane, por el contrario, tiene dificultades con el Inglés de tercero de la ESO y eso no supone un reto interesante para su padre. Y la madre de Nekane tampoco presta mucha atención a la chica porque pasa muchas temporadas fuera, cuidando de la abuela. Quizá esto explique que, de un día para otro, Nekane comenzara a venir al Instituto vestida totalmente de negro. Es guapa, tiene unos ojos hermosos. De ser una chica modosita, con cierta tendencia a los tonos pastel, trocó totalmente sus querencias hasta llegar a parecer un alter ego de sí misma, pero en escala de grises. Supongo que nada mejoró en casa. El siguiente paso fueron los piercing. Agujereó por tres o cuatro sitios su hermoso rostro. De su torso, ni hablo. ¿Un tatuaje? No lo descarto, pues apareció en clase durante una buena temporada con un esparadrapo enorme en su brazo. Después, se decantó por las mangas largas. En mayo o junio saldremos de dudas.
Un buen día leyó un relato en Internet sobre una chica que empleaba una cucharilla de postre para provocarse el vómito. Según parece, si te introduces los dedos, las uñas van desgastándose por los jugos gástricos y se ponen de un asqueroso color amarillo. Además, es muy fácil que te descubran por ese rastro y hay que tener cuidado porque a veces los profesores se meten más de la cuenta en la vida de sus alumnos. Encima, sus atuendos negros no casarían bien con las uñas amarillas, con esos restos de uña amarillos. ¿Cómo se las pintaría de negro si las perdía? El vómito, a veces, hace que pierdas las uñas, de tanto deterioro. No pasa nada. Robó una cucharilla de postre del cajón de la cocina y desde entonces la emplea después de cada comida, con bastante regularidad. De hecho, se siente muy orgullosa porque la treta está teniendo resultados evidentes. Ya le han desaparecido los signos evidentes del ciclo menstrual y, por ello, se ahorra tener que llevar tampones en el bolso. Además, cada vez se ve más delgada, y eso es algo bueno. ¡Ya es casi una modelo! Y ha conseguido algo mejor aún: su padre, el otro día, durante unos segundos, la miró fijamente y le preguntó: “Nekane, ¿estás bien? Te veo más delgada…”
Si todo va bien y si su plan surte efecto, será mucho más feliz dentro de unos meses. Tal vez entonces no le presten tanta atención a Aitor. “¡Aitor siempre piensa que lo sabe todo! Con su melenita y sus apuntes… ¡siempre haciéndole la pelota a Papá! ¿No se da cuenta de que le presta atención, simplemente, porque ganará pronto mucho dinero? Y está tan gordo… ¡los kilos de más ya no se llevan!”. A veces, me doy cuenta de que Nekane está mareada, durante mis clases, porque tiene la mirada perdida. Cuando le pregunto si se encuentra bien, me responde siempre que no ha desayunado todavía, pero que lo hará en el recreo.
Le pido a Pepi un café para mí y un colacao para ella. La tengo a mi lado, durante mi hora de guardia, pero me siento completamente incapaz de sacarle el tema porque no poseo respuestas para sus preguntas. Me siento en el borde de la silla. Ella me mira. Le brillan los ojos y me abruma su presencia. Trato de sonreír, pero en su sonrisa descubro cierta nostalgia que deja helado mi café. Quizá su abuela no lo haga mal. Se acuerda de sus peces. Tal vez ellos hayan dejado de comer porque perdieron la memoria, porque se sienten solos.
Prof. Cuyami