La veo llegar con una minifalda. Parece una alumna más. No, miento. He sido demasiado impreciso: cuando la ves entrar en la sala de profesores, a punto estás de gritarle, de pedirle que se marche, de ponerle un parte disciplinario o de llamar a su casa. Pero no, no es una alumna: tiene mucha más luz. No es muy alta, no se diferencia demasiado del resto de estudiantes, pero no es una alumna. Lleva una mochila como la de ellos y en su juventud tripitió tercero de BUP. Algún que otro porro se ha fumado y habla también el lenguaje de la calle, aunque sabe más que yo de programaciones y de unidades didácticas. La jalean cuando entra de guardia en algún grupo y las leyendas sobre ella recorren todos los pasillos. Los alumnos cuentan de ella que una vez le enseñaron un video porno grabado con un móvil y que ella dio un consejo sobre lo que en él se veía. Hemos de creernos la mitad. De los alumnos, siempre te crees la mitad… pero la mitad de algo es algo. La parte cierta, la moraleja, es que le quita hierro a todo. Si algún alumno la insultara, ella le llamaría algo más fuerte. Cuando alguien le falta el respeto, ella sabe entender que quien le insulta es, ni más ni menos, que uno más de los suyos. Ella fue así. Ella es así. La única diferencia es que ronda ya la treintena y que ahora es funcionaria.
-Cuyami, no es que no te respete: tú lo haces todo muy bien, pero… creo que te pasas un poco con tus columnas. Las cosas no están tan mal como tú las cuentas. No han empeorado, porque llevan veinte años estando igual. Siempre ha habido alumnos buenos y alumnos malos, profesores odiados y motes. Siempre han recibido insultos los profesores… ¿o tú no lo hacías? En otro tiempo, bien podría haberle rajado yo misma las ruedas del coche a la directora, como pasó el otro día. Tú y yo sabemos que… ¡se lo merecía! ¿Acaso a ti no te entran ganas de hacerlo? Seguro que a ti también. La diferencia es que los adolescentes son aún más auténticos que nosotros.
Los problemas surgen cuando algunos profesores tratan de ponerse por encima, cuando tratan a los alumnos como si fueran marcianos o caniches. ¿Tan difícil es preguntarles un poco por sus vidas y reírles cuatro gracias? Si lo haces, ellos responden. ¡Siempre responden! Una vez estaba yo en clase charlando con un grupo de tercero sobre algo que había pasado aquella semana (no recuerdo qué: maté toda mi memoria para sacar las oposiciones). Total, que me llamaron a la puerta y ellos vieron que se trataba de un hombre mayor. Era, en realidad, el encargado de traernos unos libros que habíamos pedido, pero los alumnos pensaron que se trataba de un inspector. Pasé cinco minutos en el pasillo hablando con aquel hombre. Cuando entré, habían puesto en la pizarra una lista de ejercicios (¡ficticios!) y se habían puesto ellos solos a hacerlos. “Profesora, es que no queríamos que el inspector se enfadara contigo por estar hablando con nosotros, en lugar de darnos clases”.
Aquí más de uno se cree que estamos en la Sorbona. ¡Ese es el problema! Son chicos del campo. Ninguno llegará a la Universidad y dan la lata porque… necesitan llamar la atención, porque nadie les hace caso en sus casas. No necesitan diez partes disciplinarios. Necesitan alguien que, de vez en cuando, los escuche. El problema es que los profesores, poco a poco, con los años, olvidamos lo que es estar sentados seis horas en una silla, recibiendo órdenes. ¿Sabes? El otro día fui a uno de los “fantásticos” cursos que organiza el CEP. Eran tres horas… ¡y no lo aguanté! Pasada la primera media hora, me puse a charlar con el chico que estaba a mi lado. Cuando llevábamos hora y media, firmé y me largué con él a tomar un café. Se supone que yo soy adulta, pero no resisto tres horas seguidas de sermón. Ellos, que están en plena revolución hormonal, ¿tienen que estar seis horas al día tolerando rollos que son para ellos mucho peores que los cursos del CEP para nosotros? ¡Qué hipocresía! Si nosotros no podemos, ¿cómo van a poder ellos?
De veras: me gustan tus columnas. Escribes muy bien y creo que estás ayudando mucho a los profesores que lo pasan mal, porque se sienten un poco más comprendidos y respaldados. Eso sí: ¡creo que te pasas un poco de talibán! Colega, relájate un poco. ¡No es para tanto! ¡Peor se está en África!