—La causa de todos los problemas recae en el hecho de que los profesores fuimos en nuestra adolescencia unos auténticos empollones. Tú, serías de los mejores en Matemáticas; Matías era de los mejores en Sociales y yo en francés… ¡Somos una manta intolerable de empollones! ¿Conoces a algún alumno empollón que proteste por algo? No, siempre protestan los desarrapados. Los empollones se aguantan con todo. Como nosotros tenemos espíritu de empollones, nos comemos todos los marrones y jamás nos metemos en charcos. ¿Por qué no vamos a la Huelga? ¿Por qué no solicitamos una serie de cosas y hasta que no nos las den cerramos todos los institutos? De acuerdo, perderíamos unas cuantas semanas de sueldo, pero ganaríamos en calidad de vida. Cuando todos los padres de Andalucía se tuvieran que comer a sus vástagos indefinidamente, imagínate la que se liaría. Los profesores somos muchísimos, el cuerpo más abundante de la Administración. Si nos plantamos, ganamos. Podríamos pedir más seguridad, más autoridad, más sueldo. ¿Por qué no cobramos como los demás funcionarios tipo A si nuestras oposiciones son administrativamente iguales que las de un médico o las de un notario? Si nos plantamos, nos dan cualquier cosa. No habrá más agresiones. No habrá más insultos. Habrá más sueldo e incluso más vacaciones. Pero… ¡no luchamos! No luchamos porque no sabemos o porque supimos demasiado, en otro tiempo. En suma, no sabemos luchar porque fuimos empollones.
Si yo fuera cruel, diría que Augusto se queja de vicio. Al fin y al cabo, los alumnos que estudian francés son los mejores. Los grupos con francés son los mejores. No tiene grandes conflictos ni les imparte clase a los terroristas del Centro (que tienen Refuerzo de Matemáticas o de Lengua). Sin embargo, lo mira con displicencia todo y suspende a un sinnúmero de alumnos. Nuestros estudiantes no saben inglés, porque no saben español. Explicarles francés también es una utopía. Además, no lo aprenden ni por las canciones (algo de inglés sí aprenden así), ni por los videojuegos (todos saben qué significa “game over”, pero no “c’est fini”), no conozco a ningún alumno de este Instituto que haya salido hablando francés. Aprenden los números, a leer con acento de Moguer y poco más. No contentos, desde la Junta, se nos dice que pronto vamos a impartir también alemán, para ser más europeos. ¿Qué les parece? Piensen en el pasado sábado. Si fueron a un centro comercial, seguro que a su lado pasó una bandada de gorriones vestidos en chándal y con seis o siete pendientes por cabeza; gorriones cuya vehemencia y lucidez los hacía gritar seis o siete veces por encima de la media mundial. ¿Se fijaron en esos adolescentes que, en cola para el cine, se pegaban entre sí sin pinta de tramar algo bueno? ¿Se acuerdan? Pues sí: ¡esos son nuestros alumnos! ¡Esos mismos!
—Yo estudié en la Sorbona. Tenía una carrera prometedora allí, pero me enamoré de una chica de Baena. Voy a París siempre que tengo vacaciones. Y mírame, en este pueblo, rodeado de analfabetos. ¡La culpa es de los profesores de Lengua! (Os lo prometo, no sé si lo dice con sorna o en serio). ¿Qué hacen en sus clases? Si ellos no enseñan qué es un sujeto, ¿cómo pretenden que yo los haga hablar en otra lengua? ¡Es inadmisible! ¡No soy un domador de Circo! ¡Y no tengo por qué enseñar español, pues mi asignatura es Francés! En consecuencia, hago lo que puedo. Leen pronunciando algunas palabras como en ingles, otras en español y el resto en andaluz. ¡Qué estrés! ¡Qué desesperación! ¡Con lo bien que me iría a mí siendo traductor de Sarkozy! O, incluso, de Carla Bruni, que está más de moda y que es más mona. En el hipotético caso de que estos alumnos vayan algún día a Francia, se comunicarán por gestos, como todo hijo de vecino. Como tengan que sobrevivir en tierras galas con lo que aprenden en los institutos, van de culo. Afortunadamente, las hamburguesas de los restaurantes de comida rápida a los que ellos van, se llaman del mismo modo en todas partes.