Párense a imaginar un mundo nuevo. El ser humano, cuando crece, se topa de bruces con una finitud desoladora. Solo hay un sol. Las estrellas no se besan entre sí. Los ríos no recorren el mundo entero y solo hay cinco continentes. La educación capa la imaginación, nos adultera, trunca nuestras aspiraciones de plenitud. Cuando recorres una carretera hasta su final descubres que no hay castillos encantados en el lugar de destino. Cuando recorres un edificio antiguo, por vez primera, puedes creer en pasadizos y sortilegios. Si vives en él, te acomodas, te acostumbras, te aprendes su código postal y pones un felpudo en su puerta. Conocer el medio mata la imaginación, aniquila el mito, nos encasilla en una cultura decadente, decrépita, sin redención posible. El desconocimiento es una virtud insoslayable: el analfabeto se imagina lo que no conoce y, por lo general, las explicaciones de quienes nada saben de la realidad suelen ser mucho más estimulantes que la verdad en sí misma.
Dar clases de Ciencias Sociales te lleva a ampliar tu universo. Él es alto y tiene un aspecto adusto, pertenece a la vieja escuela. Pedro López lo sabe todo, es un hombre bueno y sabio. Entre tantas batallitas, en todos sus años en esto, ha visto cómo se venía abajo un sistema educativo que funcionaba medio-bien, para llegar al actual. Primero trabajó en un colegio, más tarde en el instituto. Hace poco, en una de sus clases, un alumno se pegó un coscorrón. No sé cómo, pero se hizo un pequeño arañazo en el brazo. Ni sangre salía y, sin embargo, aquel percance fue la sensación en el recreo. En unos días, casi todos los alumnos llevaban una línea roja pintada en el brazo. Se extendió con ello una moda que duró varias semanas. -“Este es un universo complicado. Un instituto tiene sus propias normas, su propia lógica interna. Las relaciones causa-efecto nada tienen que ver con lo que fuera se espera de ellas. Aquí es posible que un estudiante se ponga a bailar break-dance en el aula, mientras yo explico por qué es necesario suprimir las barreras arquitectónicas (irónico, ¿verdad?). Cuando un alumno levanta la mano, todo se detiene y se reinventa. Hace poco un alumno me preguntó si es lo mismo “lluvia y precipicio”. Eso también da que pensar. Algo habrá en común entre los precipicios y las precipitaciones, pero yo no lo tengo demasiado claro.
Cualquiera que da clases de Sociales sabe que los dromedarios guardan el agua en las jorobas para beber cuando tienen sed. La primera vez que lo ves dibujado en un cuaderno te sorprende. Pronto te acostumbras y, en cierto modo, llegas a creértelo. Es lo más normal del mundo que haya dólmenes en Nueva York. Es frecuente que “la luna nueva desaparezca del cielo porque la tapan para limpiarla, una vez al mes”. Madrid es un país. Francia, una ciudad. Creo, honestamente, que Cristóbal Colón tenía mucha más idea de lo que se encontraría, antes de su gran viaje, de lo que conocen nuestros alumnos de América. Ni memoria historia, ni memoria, ni historia. Ellos no recuerdan nada que haya sucedido hace más de una semana. Nada saben de nuestro pasado o patrimonio. Muchos no han salido jamás del pueblo. A punto están de entrar en estado de shock cuando, en alguna excursión, los llevamos a Madrid o a Barcelona. No se portan mal, sienten miedo. “¿No se caerá alguno de esos edificios encima de nosotros?”, mascullan atemorizados.
La LOGSE decía que es absurdo que los alumnos aprendan de memoria cosas sobre lugares en los que nunca estarán. La LOGSE postulaba que la historia es válida en la medida en la que es útil. De nada sirve la Prehistoria porque eso no le aporta ni le resta votos a nadie. ¿No es más bello un universo donde Córdoba sea famosa por su muralla de centenares de kilómetros y Moscú por sus vistas al mar? Si el fin justifica los medios, un buen fin justifica el desconocimiento del medio. O eso creo. Aunque ya no sé ni qué creo. Me duele la cabeza y todavía me quedan cuatro horas de clase hoy. El martes es mi día malo”.