Tomo EL MUNDO [página cuarta, carta al Director firmada por Don Agustín Pérez Morán, profesor de Lengua y Delegado de la Asociación de Profesores de Instituto. Viernes 30 de noviembre de 2007]. Le pido disculpas, Don Agustín. No puedo abordar este tema mejor de lo que usted lo ha hecho. Sin embargo, y como no podía ser de otro modo, sí puedo aportarle una dosis cruel y mayor de mala uva a sus argumentos. Marca de la casa.
Si han estado listos los señores lectores supondrán a estas alturas que quien les escribe es profesor de Lengua y Literatura (eso sí, dentro de dos o tres semanas lo negaré todo, en otra columna). Hace cosa de un mes entró la directora de mi centro en el despacho departamental y nos contó que “iban a” realizarse por segundo año las pruebas de diagnóstico. Id est: un examen que se aplica a todos los alumnos de tercero de ESO para medir las destrezas (en Lengua y Matemáticas) que estos tienen tras finalizar el primer ciclo de ESO. Estas pruebas son una patraña, a pesar de que se revisten de cierta sofisticación malsana: supuestamente son anónimas, pero nos entregan a los correctores la equivalencia de códigos y de nombres de los estudiantes; se pide a todos los centros de Andalucía que se comience a la vez, aunque no hay nadie “externo” que presencie esto, y se les entregan toneladas de papel timbrado a los chicos, para que se asusten y piensen que no están perdiendo su tiempo. El objetivo, a toda costa, es demostrar que nuestros alumnos tienen un nivel académico general genial. Por lo tanto, se les presentan unas preguntas lastimosas, a su altura: el año pasado la prueba estrella estaba basada en una canción de Andy y Lucas (en lugar de textos clásicos, pues estos están pasados de moda) y este año les pidieron a los alumnos que definieran: “pringao”, “tío” y “tron”, para medir con ello sus competencias lingüísticas. ¡Canela fina! Es solo un ejemplo.
Todos los datos que salen en los medios de comunicación (de izquierda) sobre la calidad de nuestra enseñanza, toda la propaganda, todos los proyectos, todo está basado en las 1770 notas que cada profesor de Lengua ha de poner por cada grupo de alumnos (sí, sé que parece una locura ponerle tantas notas a tan solo 30 exámenes, pero loco te vuelves tú cuando terminas de corregir todo eso). Son miles de códigos que, tras tres o cuatro horas, te parecen todos iguales de absurdos. Para colmo, no nos pagan un plus por corregir esas pruebas, a pesar de que se pierde una semana entera en dicho trabajo y a pesar de que los demás profesores, de otras áreas, no tienen que corregirlas (es un agravio comparativo que quedó segundo en el campeonato mundial de agravios comparativos).
Paso a glosar un ejemplo. Se plantea un texto a los alumnos sobre las personas con minusvalías físicas. Se les pide que opinen al respecto. Nosotros, los profesores, hemos de poner siete notas sobre lo que cada alumno ha respondido. Evaluamos por separado: la coherencia, la cohesión, la riqueza semántica, la corrección normativa, la caligrafía, la presentación, la fluidez en las ideas… ¡así hasta siete notas para una sola redacción! Llega el momento de leer lo que el alumno ha escrito: “Po a mí me parece bien.” Remarco el punto final porque es sobrecogedor: ahí queda eso. Y al “eso” hay que ponerle siete notas (más notas que palabras ha escrito el alumno). Y no hablo de un caso aislado. Casi ninguno redacta con fluidez más de diez o doce líneas… y nosotros tenemos que exprimirnos la sesera para calibrar eso en términos psicopedagógicos, de tal manera que nuestro centro salga bien parado, de tal manera que mejoremos las calificaciones del año precedente para no ser castigados por la Junta.
Lean la carta al director publicada por Agustín. No sé y no puedo mejorarla. Las pruebas de diagnóstico son una patraña. No es pesimismo, ni melancolía, sino espíritu crítico: el sistema no funciona. Lo único que demuestran esas pruebas, lo único que se vuelve a poner de manifiesto, es que la única solución que tiene el sistema educativo es retroceder diez años y comenzar de nuevo. ¿Por qué no volvemos al BUP? ¿Por qué no llevamos el primer ciclo de la ESO a los Colegios para que los maestros hagan con ellos lo que muchos licenciados no hemos sido capaces de hacer (me incluyo)? Hay que volver atrás, tirarlo todo. Regresar al sistema antiguo, olvidarnos de todo esto. El día que entró en vigor la LOGSE fue el comienzo del fin. No todo está perdido… se puede rectificar volviendo atrás, si reconocemos que hemos estado perdiendo el tiempo. Mi consejo: no se crean las estadísticas. Jamás se las crean. En dos años no he leído ni una sola estadística oficial sobre la educación secundaria que refleje lo que está pasando realmente. Estamos generando analfabetos funcionales. Es culpa de todos (y ahí me incluyo: le pongo entusiasmo, pero no sé hacerlo mejor). ¿Cómo de mal han de hacer las pruebas de diagnóstico los chavales para que se den cuenta los que mandan, de una vez por todas, de que llevamos diez años metiendo la pata?
Prof. Cuyami