De camino al despacho, con las manos repletas de papeles, con un mechero que requisé en el bolsillo, con catorce cosas que hacer y mientras el móvil comienza a vibrarme en la chaqueta, me planteo seriamente qué hacer si “Verónica decide morir”. Ella es alta y tiene cierta propensión a llevar ropa ajustada. Matizo que su vestuario parece configurado en escala de grises, a pesar de lo cual sus labios siempre tienden a aportarle un colorido extraordinario a mis clases. Viene maquillada. Su cuello permanece atado a la tierra mediante un escapulario de la Virgen del Carmen y en sus muñecas lleva correas de cuero con pequeños pinchos. Sus ojos son azules y su cuerpo se ha desarrollado por completo: hecho, no me avergüenza reconocerlo, que aprovecha siempre para salirse con la suya. Siempre la mirada la tiene ausente, aunque ella sí esté presente. Una vez le descubrí en un cuaderno un dibujo de una geisha bosquejado a lápiz y en un control, buscando una chuleta, constate que era cierto. Tiene una cicatriz en la muñeca. No se ve, es casi imperceptible, pero estar está. Cuando yo era más joven trabajé en un correccional. Allí me explicaron que aquellas personas que desean suicidarse desangrándose han de rajar la vena con la cuchilla, pero de arriba a abajo y no en horizontal, para que no cicatrice. Ella lo hizo mal y gracias a eso ahora está en el instituto. La descubrieron en la bañera todavía con sangre en el cuerpo… porque no tuvo la precaución de buscar en google “instrucciones para cortarse las venas”.
Su madre vino a vernos. La matricularon tarde y mal. Su psiquiatra dice que no está preparada para contemplar conductas violentas. Si está expuesta a estos incidentes, su carácter puede darnos problemas. A mí me preocupa este dato porque en un instituto esos lances sí están asegurados. Según parece, su padre abusó de ella: la violó y desde la cárcel, amenaza con volver a buscarla. No tiene la culpa: si estás drogado, no eres responsable de tus actos. Otra excusa: no es de acá. Son inmigrantes y la madre de Verónica dio a luz cuando aún era una adolescente. No sabe leer y rellenó los papeles de acceso al centro con mi ayuda. Me pidió por favor que la cuidara, que escogiera para ella buenos chicos, que evitara que se metiera en líos. Verónica ya decidió morir en una ocasión y todos tememos que vuelva a intentarlo. Según parece, el tipo de líos en el que su madre teme que se meta es precisamente ese: la muerte. A veces, se retrasa en su llegada al aula. ¿La reprendes? ¿La felicitas? A mí me asusta ser duro con ella, pero soy consciente de que necesita disciplina. Los demás alumnos saben que la trato de otro modo. De hecho, uno me acusó de dejarla ir al servicio (a ella sí, a los demás no) porque “está buena”, pero yo prefiero que se crea que ese es el motivo antes de que conozcan la verdadera explicación.
Un compañero me contó el otro día que a él un alumno sí se le suicidó. Pasa todos los años, en todas las autonomías. El acoso escolar, las vejaciones a las que sus familiares los someten, el sentirse incomprendidos, algún desconocido al que conocieron por Internet… Después, somos nosotros los que salimos en el telediario. El titular de la prensa dirá: “una adolescente se suicida tras ser expulsada del instituto por salir al servicio sin permiso”. Yo sé que estoy a tiempo y me pregunto seriamente qué puedo hacer para evitarlo. Tal vez si hubiera menos peleas, si consiguiera que su padre se quedara en la cárcel unos cuantos años más, ¿si qué? Por desgracia, tengo muchos problemas y muchas cosas que hacer esta tarde. Además de eso, supongo que su padre será un tipo peligroso. Las cosas claras y el chocolate espeso: soy funcionario, y no un héroe. En ocasiones sufres un ataque de testosterona y te metes entre dos alumnos que se pegan. Eso tiene un pase, pero hablar con un exconvicto es muy diferente: no me pagan por jugarme la vida. En general, estos casos se dejan a un lado. El orientador del centro está de baja cada dos por tres, pero cuando hablo con él me dice que estos asuntos es mejor dejarlos en manos de la justicia. También suele decirme que llamará a Asuntos Sociales, que no es mala chica, aunque está un poco confundida por la edad. La edad. Estoy seguro de que esa es la verdadera causa: la edad. Si tuviera diez años más, no sería un problema para los demás alumnos del instituto. Solo tenemos que esperar a que crezca y el problema se habrá resuelto…
Una vez la llevé a mi despacho para hablar con ella y logré que me contara que cuando lo hizo, le dolía la cabeza. Tenía encima un enfado inconmensurable. El móvil de su mejor amiga comunicaba y perdió los nervios por culpa de la música que esta había puesto para “amenizar la espera” de aquellos que la llaman. En aquel momento, su madre estaba limpiando una casa y su padre acaba de hacer algo terrible con ella. Se sentía sucia y una última gota proverbial de llanto colmó su paciencia. ¡Vale ya de llenar el vaso de agua! ¡Probemos mejor a llenar la bañera de sangre!
Prof. Cuyami
jueves, 16 de noviembre de 2006
Juego de perspectivas (inédita)
[Lo que Verónica ve] El dobladillo del pantalón está lleno de barro y la mochila la lleva colgada de un solo hombro. Afuera cae la lluvia sobre el pueblo y la melancolía lo embarga todo. El joven, de tan solo trece años, de mirada perdida y ausente, que trae aparejada una cuarta de agua en los zapatos, que ha caminado durante más de media hora para llegar a casa, esbozando una tierna sonrisa, se echa a llorar. “Mamá, me han echado del instituto… Un maestro, muy malo, dice que yo le pegué a un niño. ¡Pero no fue culpa mía! No quiero ir nunca más al instituto. Estoy cansado de que me tengan manía y de que me hagan llorar”.
[Lo que Ángel ve] Son las doce de la mañana y están en clase. El profesor habla de algo, pero a nadie le interesa de qué. Ángel recibe una nota que le llega desde el fondo de la clase. En dicho papel aparecen escritas no más de tres líneas y sin embargo sí es espacio suficiente como para dar cobijo a catorce faltas de ortografía. Ángel se enfada: lo escrito es un atentado contra su hombría y contra su reputación y por tanto decide actuar en consecuencia. Sintiéndose un héroe clásico, porque va a enfrentarse a su propio destino, porque se está forjando una personalidad con entereza, se levanta y pone en su sitio a Abel, el autor de la injuria. Lamentablemente, el profesor lo descubre cuando está llevando a cabo su gesta. ¿Bajar la cabeza?, ¿retroceder? ¡Non serviam! No baja la mirada porque si alguien te insulta, tienes que defenderte. ¡Así funcionan las cosas en el Instituto! ¡Esto ya no es el colegio!
[Lo que Abel ve] El profesor está desvariando. ¿A quién le interesa qué son las estaciones? ¿Primavera? ¿Verano? En el pueblo solo hay una estación y es la de autobuses. ¡Qué manera de perder el tiempo! Abel toma un papel y se acuerda de su amigo Ángel. Decide escribirle una nota para meterse con él, para matar el tiempo. La redacta y pide a una compañera que se la haga llegar a su amigo. Acto seguido, comienza a reírse pensando en lo que ha puesto. No obstante, y para su sorpresa, a Ángel parece no haberle hecho tanta gracia como a él porque se levanta de su mesa, se le acerca y le propina un puñetazo enorme en la barriga. De inmediato Abel suelta un grito motivado por el extremo dolor que siente a cuenta del golpe. El profesor acude.
[Lo que Miguel ve] El profesor se esfuerza, como cada mañana, por lograr que sus alumnos aprendan algo. Pone ejemplos muy originales y hasta se ha permitido el lujo de traer tizas de colores. Piensa que está inspirado, creativo, que esta clase “no se perderá como lágrimas en la lluvia”. De repente, y para su sorpresa, descubre que uno de sus alumnos, Ángel Cel, se levanta de su sitio. Él presupone que es para pedirle un bolígrafo a otro niño y por tanto no se alarma: “No querrá perderse ni un detalle de mi explicación, por eso va a pedir algo para seguir tomando nota”. Por el contrario, Ángel se acerca a Abel y comienza a pegarle. Lo ataca con saña, en mitad de la clase, agrediéndolo en reiteradas ocasiones. Miguel es la autoridad y por eso reprende al alumno. Inexplicablemente, el agresor se encara con él y no parece dispuesto a acatar su culpa. En vista de que se trata de una agresión grave y de que la televisión cada vez denuncia con más fuerza este tipo de casos, Miguel decide poner un parte grave al alumno y condenarlo con ello a una merecida expulsión.
[Hasta aquí llega la comedia, aquí comienza el drama] La madre de Ángel jamás aceptará que su bondadoso hijo ha atacado a un compañero. Miguel no reforzará su autoridad porque a su regreso, el alumno no solo no mejorará su conducta en sus clases, sino que además se esforzará por localizar su coche para propinarle un arañón a su carrocería: al fin y al cabo, vale la pena encararse con los profesores porque ha descubierto que en caso de expulsión, su madre siempre se pondrá de su parte (y las chicas los prefieren golfos). Ángel no hará los deberes mandados para su exilio porque se siente muy feliz por haber ganado cuatro días de vacaciones. Abel será acosado por el resto de compañeros porque por su culpa Ángel, que es un alumno muy querido, ha sido expulsado cuatro días. Mientras tanto, la directora del centro acusará a Miguel de no saber mantener la disciplina en sus clases. Al fin y al cabo, las expulsiones no benefician a nadie: los inspectores están más pendientes de aquellos centros que expulsan a muchos alumnos y eso se convierte en un problema serio si tenemos en cuenta que si al inspector le da por venir descubrirá que la directora no es licenciada, que no cumple el número obligatorio de horas de permanencia en el centro y que ni ella ni el jefe de estudios están presentes cada mañana cuando se inicia la jornada.
Prof. Cuyami
[Lo que Ángel ve] Son las doce de la mañana y están en clase. El profesor habla de algo, pero a nadie le interesa de qué. Ángel recibe una nota que le llega desde el fondo de la clase. En dicho papel aparecen escritas no más de tres líneas y sin embargo sí es espacio suficiente como para dar cobijo a catorce faltas de ortografía. Ángel se enfada: lo escrito es un atentado contra su hombría y contra su reputación y por tanto decide actuar en consecuencia. Sintiéndose un héroe clásico, porque va a enfrentarse a su propio destino, porque se está forjando una personalidad con entereza, se levanta y pone en su sitio a Abel, el autor de la injuria. Lamentablemente, el profesor lo descubre cuando está llevando a cabo su gesta. ¿Bajar la cabeza?, ¿retroceder? ¡Non serviam! No baja la mirada porque si alguien te insulta, tienes que defenderte. ¡Así funcionan las cosas en el Instituto! ¡Esto ya no es el colegio!
[Lo que Abel ve] El profesor está desvariando. ¿A quién le interesa qué son las estaciones? ¿Primavera? ¿Verano? En el pueblo solo hay una estación y es la de autobuses. ¡Qué manera de perder el tiempo! Abel toma un papel y se acuerda de su amigo Ángel. Decide escribirle una nota para meterse con él, para matar el tiempo. La redacta y pide a una compañera que se la haga llegar a su amigo. Acto seguido, comienza a reírse pensando en lo que ha puesto. No obstante, y para su sorpresa, a Ángel parece no haberle hecho tanta gracia como a él porque se levanta de su mesa, se le acerca y le propina un puñetazo enorme en la barriga. De inmediato Abel suelta un grito motivado por el extremo dolor que siente a cuenta del golpe. El profesor acude.
[Lo que Miguel ve] El profesor se esfuerza, como cada mañana, por lograr que sus alumnos aprendan algo. Pone ejemplos muy originales y hasta se ha permitido el lujo de traer tizas de colores. Piensa que está inspirado, creativo, que esta clase “no se perderá como lágrimas en la lluvia”. De repente, y para su sorpresa, descubre que uno de sus alumnos, Ángel Cel, se levanta de su sitio. Él presupone que es para pedirle un bolígrafo a otro niño y por tanto no se alarma: “No querrá perderse ni un detalle de mi explicación, por eso va a pedir algo para seguir tomando nota”. Por el contrario, Ángel se acerca a Abel y comienza a pegarle. Lo ataca con saña, en mitad de la clase, agrediéndolo en reiteradas ocasiones. Miguel es la autoridad y por eso reprende al alumno. Inexplicablemente, el agresor se encara con él y no parece dispuesto a acatar su culpa. En vista de que se trata de una agresión grave y de que la televisión cada vez denuncia con más fuerza este tipo de casos, Miguel decide poner un parte grave al alumno y condenarlo con ello a una merecida expulsión.
[Hasta aquí llega la comedia, aquí comienza el drama] La madre de Ángel jamás aceptará que su bondadoso hijo ha atacado a un compañero. Miguel no reforzará su autoridad porque a su regreso, el alumno no solo no mejorará su conducta en sus clases, sino que además se esforzará por localizar su coche para propinarle un arañón a su carrocería: al fin y al cabo, vale la pena encararse con los profesores porque ha descubierto que en caso de expulsión, su madre siempre se pondrá de su parte (y las chicas los prefieren golfos). Ángel no hará los deberes mandados para su exilio porque se siente muy feliz por haber ganado cuatro días de vacaciones. Abel será acosado por el resto de compañeros porque por su culpa Ángel, que es un alumno muy querido, ha sido expulsado cuatro días. Mientras tanto, la directora del centro acusará a Miguel de no saber mantener la disciplina en sus clases. Al fin y al cabo, las expulsiones no benefician a nadie: los inspectores están más pendientes de aquellos centros que expulsan a muchos alumnos y eso se convierte en un problema serio si tenemos en cuenta que si al inspector le da por venir descubrirá que la directora no es licenciada, que no cumple el número obligatorio de horas de permanencia en el centro y que ni ella ni el jefe de estudios están presentes cada mañana cuando se inicia la jornada.
Prof. Cuyami
Yeray tiene los ojos rojos
Los ojos los tiene rojos y tu cabeza no se sostiene sin tus manos. Un momento, recapacitemos. Siendo la hora que es, lo más normal sería que estuviera más espabilado, que levantaras la mano con más fuerza, que no me dejaras en paz. Una de dos: o estás drogado o tienes sueño. Bueno, también puede ser que tengas sueño porque estás drogado. No. Tiene catorce años. ¿Porros? ¡Pero si está en primero! ¿Ya has empezado? ¿Tan joven? Estás mal sentado, tienes la mirada perdida y acabamos de volver del recreo. Tal vez te hagan daño las lentillas y el sueño se deba a que te quedaste hasta tarde viendo la tele. Pero dudo. Es cierto que muchos de vosotros no os acostáis antes de la una, pero me extraña que eso sea lo que te pasa: a primera hora, tal vez, pero no tras el recreo. ¿Sabes qué voy a hacer para salir de dudas? Creo que ahora te pediré que hables, que sigas leyendo en voz alta para comprobar así si reaccionas de forma violenta, si coordinas bien. ¿Sabes?, el otro día una madre de un compañero tuyo me dijo que había visto desde la calle a un alumno fumando un porro dentro del Instituto. ¿Y si tú estuvieras también en ese grupo? ¿Y si tú también los fumaras aquí? Se cumplirán mis pronósticos si me respondes violentamente, si no logras articular de forma normal, si te brillan los ojos más de la cuenta. ¡Ojalá que no! Ojalá me equivoque contigo, Yeray. ¡Ojalá sea un comienzo de gripe, aunque lo dudo! Conozco a tus padres y en el pueblo se rumorea que pasan droga. En la ficha de comienzo de curso tachaste la casilla de “trabajo del padre”, no respondiste, y varias veces te he visto en los recreos muy cerca de la valla. ¿Sabes?, por todo eso me temo lo peor.
Ahora que lo pienso, Yeray, siempre que la policía merodea el instituto, tú sales corriendo y te escondes lejos del patio. En todos los recreos gente ajena al centro se coloca al otro lado de la tapia y habla con vosotros. Son chicos de vuestra edad, que aparcan sus motos, que os mandan llamar por vuestros nombres. Ellos no estudian y se dice que es allí donde os la venden. En una ocasión, haciendo un mural de tutoría, os pedí que hicierais alguno en contra de las drogas y tú ofreciste de tu propio bolsillo papel de liar para pegarlo sobre la cartulina. Para ponerte a prueba, Yeray, te pedí que montaras un porro de pega para que el mural quedara bonito y tú no solo lo hiciste, sino que además lo rellenaste con virutas de lápiz. Sacaste de la chaqueta una bolsita con “boquillas” y con ese mismo papel tuyo lo liaste con destreza. Te liaste un porro, aunque sin marihuana, en veinte segundos y además delante mía. A decir verdad, jamás te creí tan mañoso. Si se te dieran tan bien las matemáticas como liarte porros de pega en clase, podrías ganar mucho dinero cuando seas mayor…
Yeray, ahora te pediré que sigas leyendo y aunque está mal confesarlo, no sabes bien cuánto miedo tengo. El jefe de estudios el otro día descubrió en los servicios a una alumna consumiendo hachís y sé de sobra que la mayoría de tus compañeros beben alcohol los fines de semana y que los porros lo habéis probado casi todos. Pero no. Yo no puedo estar en los servicios para vigilarte en los recreos y tu profesor de química tampoco analizará las pastillas de éxtasis que te tragas cada fin de semana. Eres libre. ¿Qué puedo hacer yo?
¿Cuánto tiempo tardarás en meterte una raya? Cuando dejo por error una tiza sobre vuestras mesas, Cristina la trocea y la dispone en forma de raya. Ella tiene trece años y no creo que se haya metido ninguna todavía, pero me asusta que ya haga esa broma. ¿Cuánto tiempo tardará ella en esnifarla? Y cuando lo haga, ¿sabes que tú irás detrás? Ella te gusta y harías cualquier cosa que te pidiera. Una tarde, a la salida del instituto, fumaréis un par de porros con lo que Manuel traiga de la plantación privada de su padre y después la raya será vuestro postre. ¿Y después qué? ¿Cogerás la moto para volver a casa? ¿Cogerás la costumbre de hacerlo con ella cada viernes? ¿Aprovecharás los recreos para metértela? Créeme, hablaría con tu camello o con tu padre, para poder ayudarte, pero voy a cruzarme de brazos porque temo que ambas personas sean la misma. ¿Imaginas que la droga que tu padre vende sea la misma que tú fumas, previo paso por otras manos?
En estos precisos instantes mis labios dicen “Yeray, sigue leyendo”, pero en realidad las palabras salen trabadas, pues creo contemplar gotas de sangre sobre los lavabos de la discoteca del pueblo. Y sobre ti. Veo tu cráneo partido contra un mojón de carretera y mientras te pido que leas las líneas del texto, estas se convierten en sierpes que entran por tu nariz, en chorros escarlata que brotan de tus ojos. Tú no lo sabes, pero en realidad la bronca que voy a echarte ahora mismo no te caerá por no estar haciéndome ni pulcro caso y tampoco por el grito con el que me has dicho que no sabes qué tienes que leer. Esta bronca te la dedico a ti, al hombre que podrías haber sido. Ahora voy a decirte que eres un “niñato” porque ya has tirado por la borda tu vida, porque no eres capaz aún de darte cuenta de dónde te has metido y porque verdaderamente yo sí te quiero.
Prof. Cuyami
Ahora que lo pienso, Yeray, siempre que la policía merodea el instituto, tú sales corriendo y te escondes lejos del patio. En todos los recreos gente ajena al centro se coloca al otro lado de la tapia y habla con vosotros. Son chicos de vuestra edad, que aparcan sus motos, que os mandan llamar por vuestros nombres. Ellos no estudian y se dice que es allí donde os la venden. En una ocasión, haciendo un mural de tutoría, os pedí que hicierais alguno en contra de las drogas y tú ofreciste de tu propio bolsillo papel de liar para pegarlo sobre la cartulina. Para ponerte a prueba, Yeray, te pedí que montaras un porro de pega para que el mural quedara bonito y tú no solo lo hiciste, sino que además lo rellenaste con virutas de lápiz. Sacaste de la chaqueta una bolsita con “boquillas” y con ese mismo papel tuyo lo liaste con destreza. Te liaste un porro, aunque sin marihuana, en veinte segundos y además delante mía. A decir verdad, jamás te creí tan mañoso. Si se te dieran tan bien las matemáticas como liarte porros de pega en clase, podrías ganar mucho dinero cuando seas mayor…
Yeray, ahora te pediré que sigas leyendo y aunque está mal confesarlo, no sabes bien cuánto miedo tengo. El jefe de estudios el otro día descubrió en los servicios a una alumna consumiendo hachís y sé de sobra que la mayoría de tus compañeros beben alcohol los fines de semana y que los porros lo habéis probado casi todos. Pero no. Yo no puedo estar en los servicios para vigilarte en los recreos y tu profesor de química tampoco analizará las pastillas de éxtasis que te tragas cada fin de semana. Eres libre. ¿Qué puedo hacer yo?
¿Cuánto tiempo tardarás en meterte una raya? Cuando dejo por error una tiza sobre vuestras mesas, Cristina la trocea y la dispone en forma de raya. Ella tiene trece años y no creo que se haya metido ninguna todavía, pero me asusta que ya haga esa broma. ¿Cuánto tiempo tardará ella en esnifarla? Y cuando lo haga, ¿sabes que tú irás detrás? Ella te gusta y harías cualquier cosa que te pidiera. Una tarde, a la salida del instituto, fumaréis un par de porros con lo que Manuel traiga de la plantación privada de su padre y después la raya será vuestro postre. ¿Y después qué? ¿Cogerás la moto para volver a casa? ¿Cogerás la costumbre de hacerlo con ella cada viernes? ¿Aprovecharás los recreos para metértela? Créeme, hablaría con tu camello o con tu padre, para poder ayudarte, pero voy a cruzarme de brazos porque temo que ambas personas sean la misma. ¿Imaginas que la droga que tu padre vende sea la misma que tú fumas, previo paso por otras manos?
En estos precisos instantes mis labios dicen “Yeray, sigue leyendo”, pero en realidad las palabras salen trabadas, pues creo contemplar gotas de sangre sobre los lavabos de la discoteca del pueblo. Y sobre ti. Veo tu cráneo partido contra un mojón de carretera y mientras te pido que leas las líneas del texto, estas se convierten en sierpes que entran por tu nariz, en chorros escarlata que brotan de tus ojos. Tú no lo sabes, pero en realidad la bronca que voy a echarte ahora mismo no te caerá por no estar haciéndome ni pulcro caso y tampoco por el grito con el que me has dicho que no sabes qué tienes que leer. Esta bronca te la dedico a ti, al hombre que podrías haber sido. Ahora voy a decirte que eres un “niñato” porque ya has tirado por la borda tu vida, porque no eres capaz aún de darte cuenta de dónde te has metido y porque verdaderamente yo sí te quiero.
Prof. Cuyami
Bajada de pantalones (inédita)
Varias personas me han comentado que vieron en la televisión un reportaje sobre “violencia en las aulas” en el que se recogían unas imágenes captadas con un móvil en las que un alumno le bajaba los pantalones a un profesor mientras este se daba la vuelta para escribir en la pizarra. Sé que es cierto que esto pasó porque mucha gente distinta me lo ha contado, pero admito que yo no he podido ver las imágenes porque mi psicoanalista me ha prohibido ver en la televisión programas en los que se hable de la ESO. Eso sí, la idea me ha impactado tanto, a pesar de no haber visto el video, que ando desde entonces dándole vueltas a qué haría yo si me pasara algo semejante. Al final la única determinación en firme que he adoptado es llevar todos los días a clase calzoncillos en los que aparezcan consignas educativas (“un parte disciplinario a todo el que lea esto”, “H2 0=agua” o “Cervantes escribió el Quijote”)… por si acaso. No obstante, y teniendo en cuenta la indefensión en que me hallo sumido de un tiempo a esta parte, me sorprende que la Junta no opte ya por suministrarnos lencería reglamentaria con el logotipo ese de los dos arcos y el triangulito en verde. Al fin y al cabo, y como están las cosas, no descarto que algún día nuestra ropa interior llegue a ser material de trabajo al igual que las tizas, los folios o las pastillas de prozac.
Hablando de bajadas de pantalones de la Junta, ¿alguien ha leído algo sobre la “seudo-selectividad” que han organizado para tercero de ESO hace poco? Si lo han sufrido o vivido, atestiguarán lo que voy a contarles ahora. Si no han leído nada aún al respecto, les prometo que me encuentro en perfectas condiciones (los que consumen drogas son mis alumnos, pero no yo) y que nada de esto me lo he inventado. Según parece, como en el informe PISA los alumnos españoles y en especial los andaluces lo hicieron tan bien, se nos ha obligado a repartirles una especie de reválida que no se parece en nada a la europea, que es más fácil y que por tanto está encaminada a limpiar el buen nombre de nuestra tierra. Lo más interesante es que en ella todo estaba dispuesto siniestramente a la andaluza. En lugar de analizar textos literarios, ¡la Junta ha incluido una canción de Andy y Lucas como pregunta estrella! En el bloque de Lengua, según me han contado los miembros de ese departamento, había que responder a diecinueve preguntas de las cuales muchas eran tipo test. Lo realmente llamativo es que en esos casos más de la mitad de las opciones eran válidas. Un ejemplo de pauta de corrección sería el siguiente: si el alumno opta por “a”, es un auténtico fenómeno (máxima nota). Si el alumno opta por “b”, ha demostrado mucha intuición (buena nota). Si el alumno opta por “c” demuestra no tener mucha idea, pero al menos ha demostrado gran capacidad para la improvisación (aprobado). Si el alumno opta por “d” ha fallado… pero seguro que eso se debe a que ya estaba cansado de acertar preguntas (no sea duro con su calificación cuando lo evalúe).
Hasta ahora he hablado del bloque de Lengua, pero del otro, del de matemáticas, mejor no decir nada. Al fin y al cabo, estos exámenes son una patraña. Los exámenes llegaban en un sobre lacrado y se corregían anónimamente, con un código, como en selectividad (teóricamente). En la práctica, los profesores que corrigen los exámenes son los mismos que les dan clases a esos mismos chicos y en cada momento sabían quién era quién. Además de eso, se prohibía expresamente que los folios salieran de los respectivos centros, pero esto no se ha cumplido ni de lejos. Minucias: teniendo en cuenta que era necesario endosarle diecinueve notas a cada alumnos en un tiempo récord y que no pagan ni un duro por semejante misión de micos correctivas, ¿se cree alguien que mis compañeros de Lengua y Literatura (o de Lengua y Andy y Lucas) se han esforzado mucho en la evaluación? Pero no se preocupen: si nuestros alumnos lo hacen bien, sacarán pecho los mandamases plenamente, pero si les da por hacerlo mal, ¿acaso no sacarán pecho también? ¿Qué cambia? ¿Qué diferencia hay? ¿Acaso no van a vendernos pronto que todos nuestros estudiantes son fantásticos y que la ESO funciona aquí mejor que en ninguna otra parte, corrijan los de Lengua lo que corrijan?
Tercero de ESO: primero de BUP. Ambicioso proyecto: los alumnos han de comprender lo que pone en un texto y saber escribir unas líneas. ¿Se pueden creer que muchos ni siquiera eran capaces de hacer eso? Pero no, nuestros alumnos son los mejores. Por tanto, no me preocupa que los chicos de nuestro no sepan leer ningún texto más complicado que las canciones de Andy y Lucas porque, al paso que vamos, habremos de conformarnos con salir favorecidos en los vídeos que nos graben con los pantalones bajados. Todo esto me hace evocar a un viejo profesor al que llamaban “el bikini” porque ‘enseñaba todo menos lo que tenía que enseñar’. A este paso, nuestro sistema se adscribirá bien pronto al “modelo bikini” porque eso de aprender cosas de las antiguas es una estupidez y una pérdida de tiempo. Eso sí, recomiendo encarecidamente que los bikinis promocionales de dicho modelo posean el emblema ese de la Junta para que nuestras profesoras salgan bien guapas en los videos que les graben. Por descontado, en eso de hacer logotipos nadie nos gana. La prueba era una patraña, pero he de reconocer que al menos el diseño de los folios, muchos se quedaron en blanco, era precioso. Estoy seguro de que nuestros bikinis y calzoncillos arrasarán este verano.
Prof. Cuyami
Hablando de bajadas de pantalones de la Junta, ¿alguien ha leído algo sobre la “seudo-selectividad” que han organizado para tercero de ESO hace poco? Si lo han sufrido o vivido, atestiguarán lo que voy a contarles ahora. Si no han leído nada aún al respecto, les prometo que me encuentro en perfectas condiciones (los que consumen drogas son mis alumnos, pero no yo) y que nada de esto me lo he inventado. Según parece, como en el informe PISA los alumnos españoles y en especial los andaluces lo hicieron tan bien, se nos ha obligado a repartirles una especie de reválida que no se parece en nada a la europea, que es más fácil y que por tanto está encaminada a limpiar el buen nombre de nuestra tierra. Lo más interesante es que en ella todo estaba dispuesto siniestramente a la andaluza. En lugar de analizar textos literarios, ¡la Junta ha incluido una canción de Andy y Lucas como pregunta estrella! En el bloque de Lengua, según me han contado los miembros de ese departamento, había que responder a diecinueve preguntas de las cuales muchas eran tipo test. Lo realmente llamativo es que en esos casos más de la mitad de las opciones eran válidas. Un ejemplo de pauta de corrección sería el siguiente: si el alumno opta por “a”, es un auténtico fenómeno (máxima nota). Si el alumno opta por “b”, ha demostrado mucha intuición (buena nota). Si el alumno opta por “c” demuestra no tener mucha idea, pero al menos ha demostrado gran capacidad para la improvisación (aprobado). Si el alumno opta por “d” ha fallado… pero seguro que eso se debe a que ya estaba cansado de acertar preguntas (no sea duro con su calificación cuando lo evalúe).
Hasta ahora he hablado del bloque de Lengua, pero del otro, del de matemáticas, mejor no decir nada. Al fin y al cabo, estos exámenes son una patraña. Los exámenes llegaban en un sobre lacrado y se corregían anónimamente, con un código, como en selectividad (teóricamente). En la práctica, los profesores que corrigen los exámenes son los mismos que les dan clases a esos mismos chicos y en cada momento sabían quién era quién. Además de eso, se prohibía expresamente que los folios salieran de los respectivos centros, pero esto no se ha cumplido ni de lejos. Minucias: teniendo en cuenta que era necesario endosarle diecinueve notas a cada alumnos en un tiempo récord y que no pagan ni un duro por semejante misión de micos correctivas, ¿se cree alguien que mis compañeros de Lengua y Literatura (o de Lengua y Andy y Lucas) se han esforzado mucho en la evaluación? Pero no se preocupen: si nuestros alumnos lo hacen bien, sacarán pecho los mandamases plenamente, pero si les da por hacerlo mal, ¿acaso no sacarán pecho también? ¿Qué cambia? ¿Qué diferencia hay? ¿Acaso no van a vendernos pronto que todos nuestros estudiantes son fantásticos y que la ESO funciona aquí mejor que en ninguna otra parte, corrijan los de Lengua lo que corrijan?
Tercero de ESO: primero de BUP. Ambicioso proyecto: los alumnos han de comprender lo que pone en un texto y saber escribir unas líneas. ¿Se pueden creer que muchos ni siquiera eran capaces de hacer eso? Pero no, nuestros alumnos son los mejores. Por tanto, no me preocupa que los chicos de nuestro no sepan leer ningún texto más complicado que las canciones de Andy y Lucas porque, al paso que vamos, habremos de conformarnos con salir favorecidos en los vídeos que nos graben con los pantalones bajados. Todo esto me hace evocar a un viejo profesor al que llamaban “el bikini” porque ‘enseñaba todo menos lo que tenía que enseñar’. A este paso, nuestro sistema se adscribirá bien pronto al “modelo bikini” porque eso de aprender cosas de las antiguas es una estupidez y una pérdida de tiempo. Eso sí, recomiendo encarecidamente que los bikinis promocionales de dicho modelo posean el emblema ese de la Junta para que nuestras profesoras salgan bien guapas en los videos que les graben. Por descontado, en eso de hacer logotipos nadie nos gana. La prueba era una patraña, pero he de reconocer que al menos el diseño de los folios, muchos se quedaron en blanco, era precioso. Estoy seguro de que nuestros bikinis y calzoncillos arrasarán este verano.
Prof. Cuyami
Otro tipo de amor
Tengo muchas ganas de llorar. Se supone que los profesores no lloran, pero a mí la congoja se me ha metido demasiado dentro esta noche. Tengo muchas ganas de llorar porque nadie me defiende, porque trato de hacer mi trabajo lo mejor que puedo y mi equipo directivo no me apoya en absoluto. Dicen que hay grupos peores, que no es positivo expulsar a tantos alumnos y que es nuestro deber aguantarlos, hagan lo que nos hagan. Es un gueto y como tutor yo he de soportarlos. Es mi misión y por tanto ellos se lavan las manos con una pulcritud más propia de un quirófano que de un instituto: me lo ha dicho así y como en cualquier otro trabajo del mundo he de callarme porque ellos son mis jefes y no mis compañeros.
En momentos así se me cae el alma a los pies y detesto mi trabajo. Se me viene a la cabeza lo que en otro tiempo fue ser profesor, lo que significaba, y caigo en la cuenta de que hemos consentido que este oficio se degrade. En momentos así, cuando todo se me derrumba, me da por levantar la cabeza y por pensar en lo bueno, porque no todo es malo. En esta columna de hoy quiero hacer una acción de gracias, quiero pensar en las cosas que me hacen regresar cada mañana porque como me dé ahora por agachar aún más el cuello, me quedaré derribado en mi sitio y terminaré por pedir una baja por depresión antes de que lleguen los Reyes. Verdaderamente hay muchos profesores que lo pasan mal: les tiemblan las piernas, la voz y los folios. Hay muchos profesores a los que miras antes de entrar en el aula y tienen cara de yugo. Hay demasiados a los que insultan a diario, a los que este sistema ha despojado de autoridad y de identidad. Por todos ellos, por los que lo estáis pasando tan mal como yo, van estas letras.
A veces un niño manda a callar a otros y parece que el universo entero se parara. Son instantes, estoy de acuerdo, pero en ocasiones los grupos malos también descubren el silencio, aunque este sea simplemente un pretexto para tomar aire con el objeto de chillar después a pleno pulmón de nuevo. En esos momentos, cuando callan, ellos te miran, se extrañan al sentir el silencio y tú sientes el paso de un ángel. Porque es cierto que sucede que ocasiones los encuentras fuera del aula y te dirigen una sonrisa esos mismos chicos que dentro que se rebelaban contra ti. Al fin y al cabo, son niños: su juego es enfrentarse contigo, pero la mayoría saben que no es más que un juego. Después en la calle te miran y sonríen con esa ternura capaz de transmitirte que algún día confesarán "Cuyami fue mi maestro, fue el mejor maestro que he tenido" y hablarán con cariño de su instituto, aunque ahora lo detesten tanto. Tú no lo sabes, pero en realidad sí que aprenden. Jamás aprenden lo que nosotros queremos enseñarles, pero siempre aprenden lo que realmente necesitan aprender. Algunos terminan los deberes y sonríen por la promesa de un positivo. Les asignas una nota buena, y se sienten felices porque tú has confiado en ellos. Aprenden, aunque de otro modo, también los que nunca son capaces de terminar a tiempo las lecciones. Esos mismos niños que tantos gritos me arrancan cada mañana necesitan cariño, necesitan nuestro apoyo y la mayor enseñanza posible es que alguien también cree en ellos. Se portan mal porque nadie les hace caso y cuando finalmente los miras a los ojos y les dices que han hecho bien algo, sonríen y descubren que eres uno de los suyos. En ocasiones, incluso, siento que son conscientes de lo que trato de hacer por ellos. Me miran con la complicidad entre las cejas y aunque de ninguna manera me reconocerían que me tienen cariño, yo siento que es así. Somos su referente, su horizonte de expectativas. Por más que nos detesten, en realidad nos quieren. A veces los regañamos y se echan a llorar de pura decepción. A veces los decepcionamos nosotros a ellos y si eso sucede es precisamente porque confiaron en nosotros, aunque parezca imposible, aunque siempre parezcan hostiles no lo son tanto… y eso ya de por sí vale la pena.
A veces un niño manda a callar a otros y parece que el universo entero se parara. Son instantes, estoy de acuerdo, pero en ocasiones los grupos malos también descubren el silencio, aunque este sea simplemente un pretexto para tomar aire con el objeto de chillar después a pleno pulmón de nuevo. En esos momentos, cuando callan, ellos te miran, se extrañan al sentir el silencio y tú sientes el paso de un ángel. Porque es cierto que sucede que ocasiones los encuentras fuera del aula y te dirigen una sonrisa esos mismos chicos que dentro que se rebelaban contra ti. Al fin y al cabo, son niños: su juego es enfrentarse contigo, pero la mayoría saben que no es más que un juego. Después en la calle te miran y sonríen con esa ternura capaz de transmitirte que algún día confesarán "Cuyami fue mi maestro, fue el mejor maestro que he tenido" y hablarán con cariño de su instituto, aunque ahora lo detesten tanto. Tú no lo sabes, pero en realidad sí que aprenden. Jamás aprenden lo que nosotros queremos enseñarles, pero siempre aprenden lo que realmente necesitan aprender. Algunos terminan los deberes y sonríen por la promesa de un positivo. Les asignas una nota buena, y se sienten felices porque tú has confiado en ellos. Aprenden, aunque de otro modo, también los que nunca son capaces de terminar a tiempo las lecciones. Esos mismos niños que tantos gritos me arrancan cada mañana necesitan cariño, necesitan nuestro apoyo y la mayor enseñanza posible es que alguien también cree en ellos. Se portan mal porque nadie les hace caso y cuando finalmente los miras a los ojos y les dices que han hecho bien algo, sonríen y descubren que eres uno de los suyos. En ocasiones, incluso, siento que son conscientes de lo que trato de hacer por ellos. Me miran con la complicidad entre las cejas y aunque de ninguna manera me reconocerían que me tienen cariño, yo siento que es así. Somos su referente, su horizonte de expectativas. Por más que nos detesten, en realidad nos quieren. A veces los regañamos y se echan a llorar de pura decepción. A veces los decepcionamos nosotros a ellos y si eso sucede es precisamente porque confiaron en nosotros, aunque parezca imposible, aunque siempre parezcan hostiles no lo son tanto… y eso ya de por sí vale la pena.
De camino al Instituto por las calles colindantes van corriendo. Es temprano y están tan dormidos que no hablan, que no gritan, a pesar de estar cerca los unos de los otros. Se les ve llegando por calles diversas, separados los unos de los otros por unos miserables metros. Cada mañana paso a su lado y los observo de arriba a abajo: los zapatos de deporte, una mochila muy grande y varias toneladas de complejos. Ni son niños ni son adultos. Sus cuerpos están cambiando y ni siquiera ellos entienden por qué hacen las cosas. Se apasionan y se desesperan. Aprenden con rapidez y se mueren de ganas de que alguien los ilusione, de que alguien los enseñe a ser mayores. Aunque escondidos, también tienen proyectos y sueños. El Instituto es su mundo y por eso le ponen tanta pasión a cada lance, a cada pelea, a cada grito. Para muchos enfrentarse contigo es un recuerdo lindo que algún día contarán en la barra de algún bar. Hablarán de su infancia, de cuando sus padres todavía no se habían separado… y tal vez de refilón se refieran entonces a cualquiera de nuestras palabras, a cualquiera de nosotros y a cientos de clases que pensamos que están llamadas a caer en el olvido. "¿Te acuerdas del profesor Cuyami? Era un pedazo de… [Y en ese momento, cuanto más grande llegue a ser el insulto, más grande será la fuerza con que llegué a importarles]".
De camino al Instituto por las calles colindantes van corriendo. Es temprano y están tan dormidos que no hablan, que no gritan, a pesar de estar cerca los unos de los otros. Se les ve llegando por calles diversas, separados los unos de los otros por unos miserables metros. Cada mañana paso a su lado y los observo de arriba a abajo: los zapatos de deporte, una mochila muy grande y varias toneladas de complejos. Ni son niños ni son adultos. Sus cuerpos están cambiando y ni siquiera ellos entienden por qué hacen las cosas. Se apasionan y se desesperan. Aprenden con rapidez y se mueren de ganas de que alguien los ilusione, de que alguien los enseñe a ser mayores. Aunque escondidos, también tienen proyectos y sueños. El Instituto es su mundo y por eso le ponen tanta pasión a cada lance, a cada pelea, a cada grito. Para muchos enfrentarse contigo es un recuerdo lindo que algún día contarán en la barra de algún bar. Hablarán de su infancia, de cuando sus padres todavía no se habían separado… y tal vez de refilón se refieran entonces a cualquiera de nuestras palabras, a cualquiera de nosotros y a cientos de clases que pensamos que están llamadas a caer en el olvido. "¿Te acuerdas del profesor Cuyami? Era un pedazo de… [Y en ese momento, cuanto más grande llegue a ser el insulto, más grande será la fuerza con que llegué a importarles]".
En momentos así se me cae el alma a los pies y detesto mi trabajo. Se me viene a la cabeza lo que en otro tiempo fue ser profesor, lo que significaba, y caigo en la cuenta de que hemos consentido que este oficio se degrade. En momentos así, cuando todo se me derrumba, me da por levantar la cabeza y por pensar en lo bueno, porque no todo es malo. En esta columna de hoy quiero hacer una acción de gracias, quiero pensar en las cosas que me hacen regresar cada mañana porque como me dé ahora por agachar aún más el cuello, me quedaré derribado en mi sitio y terminaré por pedir una baja por depresión antes de que lleguen los Reyes. Verdaderamente hay muchos profesores que lo pasan mal: les tiemblan las piernas, la voz y los folios. Hay muchos profesores a los que miras antes de entrar en el aula y tienen cara de yugo. Hay demasiados a los que insultan a diario, a los que este sistema ha despojado de autoridad y de identidad. Por todos ellos, por los que lo estáis pasando tan mal como yo, van estas letras.
A veces un niño manda a callar a otros y parece que el universo entero se parara. Son instantes, estoy de acuerdo, pero en ocasiones los grupos malos también descubren el silencio, aunque este sea simplemente un pretexto para tomar aire con el objeto de chillar después a pleno pulmón de nuevo. En esos momentos, cuando callan, ellos te miran, se extrañan al sentir el silencio y tú sientes el paso de un ángel. Porque es cierto que sucede que ocasiones los encuentras fuera del aula y te dirigen una sonrisa esos mismos chicos que dentro que se rebelaban contra ti. Al fin y al cabo, son niños: su juego es enfrentarse contigo, pero la mayoría saben que no es más que un juego. Después en la calle te miran y sonríen con esa ternura capaz de transmitirte que algún día confesarán "Cuyami fue mi maestro, fue el mejor maestro que he tenido" y hablarán con cariño de su instituto, aunque ahora lo detesten tanto. Tú no lo sabes, pero en realidad sí que aprenden. Jamás aprenden lo que nosotros queremos enseñarles, pero siempre aprenden lo que realmente necesitan aprender. Algunos terminan los deberes y sonríen por la promesa de un positivo. Les asignas una nota buena, y se sienten felices porque tú has confiado en ellos. Aprenden, aunque de otro modo, también los que nunca son capaces de terminar a tiempo las lecciones. Esos mismos niños que tantos gritos me arrancan cada mañana necesitan cariño, necesitan nuestro apoyo y la mayor enseñanza posible es que alguien también cree en ellos. Se portan mal porque nadie les hace caso y cuando finalmente los miras a los ojos y les dices que han hecho bien algo, sonríen y descubren que eres uno de los suyos. En ocasiones, incluso, siento que son conscientes de lo que trato de hacer por ellos. Me miran con la complicidad entre las cejas y aunque de ninguna manera me reconocerían que me tienen cariño, yo siento que es así. Somos su referente, su horizonte de expectativas. Por más que nos detesten, en realidad nos quieren. A veces los regañamos y se echan a llorar de pura decepción. A veces los decepcionamos nosotros a ellos y si eso sucede es precisamente porque confiaron en nosotros, aunque parezca imposible, aunque siempre parezcan hostiles no lo son tanto… y eso ya de por sí vale la pena.
A veces un niño manda a callar a otros y parece que el universo entero se parara. Son instantes, estoy de acuerdo, pero en ocasiones los grupos malos también descubren el silencio, aunque este sea simplemente un pretexto para tomar aire con el objeto de chillar después a pleno pulmón de nuevo. En esos momentos, cuando callan, ellos te miran, se extrañan al sentir el silencio y tú sientes el paso de un ángel. Porque es cierto que sucede que ocasiones los encuentras fuera del aula y te dirigen una sonrisa esos mismos chicos que dentro que se rebelaban contra ti. Al fin y al cabo, son niños: su juego es enfrentarse contigo, pero la mayoría saben que no es más que un juego. Después en la calle te miran y sonríen con esa ternura capaz de transmitirte que algún día confesarán "Cuyami fue mi maestro, fue el mejor maestro que he tenido" y hablarán con cariño de su instituto, aunque ahora lo detesten tanto. Tú no lo sabes, pero en realidad sí que aprenden. Jamás aprenden lo que nosotros queremos enseñarles, pero siempre aprenden lo que realmente necesitan aprender. Algunos terminan los deberes y sonríen por la promesa de un positivo. Les asignas una nota buena, y se sienten felices porque tú has confiado en ellos. Aprenden, aunque de otro modo, también los que nunca son capaces de terminar a tiempo las lecciones. Esos mismos niños que tantos gritos me arrancan cada mañana necesitan cariño, necesitan nuestro apoyo y la mayor enseñanza posible es que alguien también cree en ellos. Se portan mal porque nadie les hace caso y cuando finalmente los miras a los ojos y les dices que han hecho bien algo, sonríen y descubren que eres uno de los suyos. En ocasiones, incluso, siento que son conscientes de lo que trato de hacer por ellos. Me miran con la complicidad entre las cejas y aunque de ninguna manera me reconocerían que me tienen cariño, yo siento que es así. Somos su referente, su horizonte de expectativas. Por más que nos detesten, en realidad nos quieren. A veces los regañamos y se echan a llorar de pura decepción. A veces los decepcionamos nosotros a ellos y si eso sucede es precisamente porque confiaron en nosotros, aunque parezca imposible, aunque siempre parezcan hostiles no lo son tanto… y eso ya de por sí vale la pena.
De camino al Instituto por las calles colindantes van corriendo. Es temprano y están tan dormidos que no hablan, que no gritan, a pesar de estar cerca los unos de los otros. Se les ve llegando por calles diversas, separados los unos de los otros por unos miserables metros. Cada mañana paso a su lado y los observo de arriba a abajo: los zapatos de deporte, una mochila muy grande y varias toneladas de complejos. Ni son niños ni son adultos. Sus cuerpos están cambiando y ni siquiera ellos entienden por qué hacen las cosas. Se apasionan y se desesperan. Aprenden con rapidez y se mueren de ganas de que alguien los ilusione, de que alguien los enseñe a ser mayores. Aunque escondidos, también tienen proyectos y sueños. El Instituto es su mundo y por eso le ponen tanta pasión a cada lance, a cada pelea, a cada grito. Para muchos enfrentarse contigo es un recuerdo lindo que algún día contarán en la barra de algún bar. Hablarán de su infancia, de cuando sus padres todavía no se habían separado… y tal vez de refilón se refieran entonces a cualquiera de nuestras palabras, a cualquiera de nosotros y a cientos de clases que pensamos que están llamadas a caer en el olvido. "¿Te acuerdas del profesor Cuyami? Era un pedazo de… [Y en ese momento, cuanto más grande llegue a ser el insulto, más grande será la fuerza con que llegué a importarles]".
De camino al Instituto por las calles colindantes van corriendo. Es temprano y están tan dormidos que no hablan, que no gritan, a pesar de estar cerca los unos de los otros. Se les ve llegando por calles diversas, separados los unos de los otros por unos miserables metros. Cada mañana paso a su lado y los observo de arriba a abajo: los zapatos de deporte, una mochila muy grande y varias toneladas de complejos. Ni son niños ni son adultos. Sus cuerpos están cambiando y ni siquiera ellos entienden por qué hacen las cosas. Se apasionan y se desesperan. Aprenden con rapidez y se mueren de ganas de que alguien los ilusione, de que alguien los enseñe a ser mayores. Aunque escondidos, también tienen proyectos y sueños. El Instituto es su mundo y por eso le ponen tanta pasión a cada lance, a cada pelea, a cada grito. Para muchos enfrentarse contigo es un recuerdo lindo que algún día contarán en la barra de algún bar. Hablarán de su infancia, de cuando sus padres todavía no se habían separado… y tal vez de refilón se refieran entonces a cualquiera de nuestras palabras, a cualquiera de nosotros y a cientos de clases que pensamos que están llamadas a caer en el olvido. "¿Te acuerdas del profesor Cuyami? Era un pedazo de… [Y en ese momento, cuanto más grande llegue a ser el insulto, más grande será la fuerza con que llegué a importarles]".
Palizas al piojoso
Supongamos que se llama Miguel. ¿El apestoso? ¿El piojoso? ¿El chabolista? Por el momento, será Miguel a secas, aunque al mío lo llaman realmente "el piojoso", pero ya digo: ¿acaso importa eso? Hay muchos como él, varios en cada instituto, a pesar de lo cual la lista de apodos es corta y todos se refieren a lo mismo. Son el típico alumno por el que todos sentimos pena, pero por los que nadie sabe qué hacer: reciben palos, pero es más práctico mirar a otro lado. Al fin y al cabo, a los profesores nos han despojado de toda autoridad así que nadie tiene derecho a pedirnos responsabilidades en temas de disciplina.
Diagnosticar estos casos es casi imposible; es necesario haber estudiado muchísimo. De hecho, yo me he dado cuenta de que a Miguel le pegan en los recreos… porque él me lo ha dicho. No trae los libros ni los cuadernos. Miguel no tiene amigos. Dice que habla con las gaviotas y que estas le contestan siempre que hace calor. Hace el avión como si hubiera marcado un gol cuando está contento y recorre el patio mientras todos los demás lo miran, pero sin hablar con nadie. Prácticamente no sabe escribir, pero está en secundaria. Sus compañeros lo señalan constantemente y hacen gestos que dan a entender que tiene piojos. Admito que no siempre huele bien, pero no me queda muy claro que eso justifique las palizas que le propinan. Además de eso, se da la casualidad de que es una víctima perfecta: no sabe diferenciar a sus amigos de sus enemigos. Delata a los que tratan de protegerlo y ofrece piedras como regalo a sus enemigos. Me ha contado que le escupen, que lo golpean, que no pasa un solo día sin que lo insulten. Honestamente, no sé qué hacer con él, es un auténtico incordio: el día menos pensado las bromas se pasarán de la raya y perderé un alumno. De todas formas, supongo que eso no importará mucho. Ha nacido para ser un miserable: no tiene amigos, ni familia que lo defienda, nadie jamás escribirá sobre Miguel una columna en un periódico porque no se lo merece.
Sí merece estar en un centro de acogida, pero en el pueblo no hay ninguno y sus padres no están en disposición de proporcionarle otro lugar. Prácticamente no sabe leer y tampoco escribe, pero sus problemas son mayores: pasa los recreos junto a los profesores, buscando la compañía que los demás alumnos le niegan. El día que lo conocí me pidió que lo acompañara a la salida para que no le pegaran: bajando la escalera, me dio la mano. Es muy pequeño, levanta no más de unas cuartas del suelo y es débil en todos los sentidos. Me pensé seriamente convertirme en su guardaespaldas permanente y de hecho lo hago siempre que puedo… pero no siempre me es posible estar con él porque tengo otras ocupaciones y otros ochenta alumnos más a los que atender, así que ha de aprender a sobrevivir él solo.
Es cierto, estos asuntos me sobrepasan. Se lo comenté por ello a mi Jefe de Estudios, que es el encargado de controlar la disciplina. He conseguido con ello que expulsen a un par de alumnos por agredir a Miguel… pero no se puede expulsar a todo el centro y por ello es mucho más fácil quitárnoslo de encima a él. Mi Jefe de Estudios no me dio ninguna solución y me dijo que no podemos hacer nada: entonces miró mi horóscopo en el periódico y me vaticinó prosperidad económica para toda la semana. En realidad, no esperaba una respuesta más profesional de su parte: estaba liberado por Comisiones Obreras por ser un afiliado ejemplar (Belmonte, este soplo te lo dedico) y ahora le han concedido el cargo de Jefe de Estudios a cambio de sus servicios sindicales. Una persona que obtiene el segundo puesto de responsabilidad de un centro por su afiliación política, ¿cómo va a solucionar un problema realmente grave si ya renunció una vez a las aulas y se fue al despacho por no ser capaz de lidiar con casos como este?
Sí merece estar en un centro de acogida, pero en el pueblo no hay ninguno y sus padres no están en disposición de proporcionarle otro lugar. Prácticamente no sabe leer y tampoco escribe, pero sus problemas son mayores: pasa los recreos junto a los profesores, buscando la compañía que los demás alumnos le niegan. El día que lo conocí me pidió que lo acompañara a la salida para que no le pegaran: bajando la escalera, me dio la mano. Es muy pequeño, levanta no más de unas cuartas del suelo y es débil en todos los sentidos. Me pensé seriamente convertirme en su guardaespaldas permanente y de hecho lo hago siempre que puedo… pero no siempre me es posible estar con él porque tengo otras ocupaciones y otros ochenta alumnos más a los que atender, así que ha de aprender a sobrevivir él solo.
Es cierto, estos asuntos me sobrepasan. Se lo comenté por ello a mi Jefe de Estudios, que es el encargado de controlar la disciplina. He conseguido con ello que expulsen a un par de alumnos por agredir a Miguel… pero no se puede expulsar a todo el centro y por ello es mucho más fácil quitárnoslo de encima a él. Mi Jefe de Estudios no me dio ninguna solución y me dijo que no podemos hacer nada: entonces miró mi horóscopo en el periódico y me vaticinó prosperidad económica para toda la semana. En realidad, no esperaba una respuesta más profesional de su parte: estaba liberado por Comisiones Obreras por ser un afiliado ejemplar (Belmonte, este soplo te lo dedico) y ahora le han concedido el cargo de Jefe de Estudios a cambio de sus servicios sindicales. Una persona que obtiene el segundo puesto de responsabilidad de un centro por su afiliación política, ¿cómo va a solucionar un problema realmente grave si ya renunció una vez a las aulas y se fue al despacho por no ser capaz de lidiar con casos como este?
Lo que no te mata te hace más fuerte. Algún día Miguel aprenderá a usar una navaja y quizá entonces los valientes que ahora le escupen, se lo piensen dos veces. Más adelante se hará más letal y la gente cambiará de acera cuando lo vea. La víctima pasará a ser el agresor. Se cobrará con creces los insultos de estos años y podrá descansar. Si llega a suceder, cuando a Miguel le dé por atracarme a punta de navaja, me sentiré feliz: le daré todo mi dinero con una enorme sonrisa. Él se merecerá ese dinero más que yo: al fin y al cabo, si logra empuñar un arma, significará que ha aprendido a defenderse y que ha vencido todos sus problemas de la única forma que podemos brindarle. ¡Ánimo Miguel! ¡Dales caña!
Diagnosticar estos casos es casi imposible; es necesario haber estudiado muchísimo. De hecho, yo me he dado cuenta de que a Miguel le pegan en los recreos… porque él me lo ha dicho. No trae los libros ni los cuadernos. Miguel no tiene amigos. Dice que habla con las gaviotas y que estas le contestan siempre que hace calor. Hace el avión como si hubiera marcado un gol cuando está contento y recorre el patio mientras todos los demás lo miran, pero sin hablar con nadie. Prácticamente no sabe escribir, pero está en secundaria. Sus compañeros lo señalan constantemente y hacen gestos que dan a entender que tiene piojos. Admito que no siempre huele bien, pero no me queda muy claro que eso justifique las palizas que le propinan. Además de eso, se da la casualidad de que es una víctima perfecta: no sabe diferenciar a sus amigos de sus enemigos. Delata a los que tratan de protegerlo y ofrece piedras como regalo a sus enemigos. Me ha contado que le escupen, que lo golpean, que no pasa un solo día sin que lo insulten. Honestamente, no sé qué hacer con él, es un auténtico incordio: el día menos pensado las bromas se pasarán de la raya y perderé un alumno. De todas formas, supongo que eso no importará mucho. Ha nacido para ser un miserable: no tiene amigos, ni familia que lo defienda, nadie jamás escribirá sobre Miguel una columna en un periódico porque no se lo merece.
Sí merece estar en un centro de acogida, pero en el pueblo no hay ninguno y sus padres no están en disposición de proporcionarle otro lugar. Prácticamente no sabe leer y tampoco escribe, pero sus problemas son mayores: pasa los recreos junto a los profesores, buscando la compañía que los demás alumnos le niegan. El día que lo conocí me pidió que lo acompañara a la salida para que no le pegaran: bajando la escalera, me dio la mano. Es muy pequeño, levanta no más de unas cuartas del suelo y es débil en todos los sentidos. Me pensé seriamente convertirme en su guardaespaldas permanente y de hecho lo hago siempre que puedo… pero no siempre me es posible estar con él porque tengo otras ocupaciones y otros ochenta alumnos más a los que atender, así que ha de aprender a sobrevivir él solo.
Es cierto, estos asuntos me sobrepasan. Se lo comenté por ello a mi Jefe de Estudios, que es el encargado de controlar la disciplina. He conseguido con ello que expulsen a un par de alumnos por agredir a Miguel… pero no se puede expulsar a todo el centro y por ello es mucho más fácil quitárnoslo de encima a él. Mi Jefe de Estudios no me dio ninguna solución y me dijo que no podemos hacer nada: entonces miró mi horóscopo en el periódico y me vaticinó prosperidad económica para toda la semana. En realidad, no esperaba una respuesta más profesional de su parte: estaba liberado por Comisiones Obreras por ser un afiliado ejemplar (Belmonte, este soplo te lo dedico) y ahora le han concedido el cargo de Jefe de Estudios a cambio de sus servicios sindicales. Una persona que obtiene el segundo puesto de responsabilidad de un centro por su afiliación política, ¿cómo va a solucionar un problema realmente grave si ya renunció una vez a las aulas y se fue al despacho por no ser capaz de lidiar con casos como este?
Sí merece estar en un centro de acogida, pero en el pueblo no hay ninguno y sus padres no están en disposición de proporcionarle otro lugar. Prácticamente no sabe leer y tampoco escribe, pero sus problemas son mayores: pasa los recreos junto a los profesores, buscando la compañía que los demás alumnos le niegan. El día que lo conocí me pidió que lo acompañara a la salida para que no le pegaran: bajando la escalera, me dio la mano. Es muy pequeño, levanta no más de unas cuartas del suelo y es débil en todos los sentidos. Me pensé seriamente convertirme en su guardaespaldas permanente y de hecho lo hago siempre que puedo… pero no siempre me es posible estar con él porque tengo otras ocupaciones y otros ochenta alumnos más a los que atender, así que ha de aprender a sobrevivir él solo.
Es cierto, estos asuntos me sobrepasan. Se lo comenté por ello a mi Jefe de Estudios, que es el encargado de controlar la disciplina. He conseguido con ello que expulsen a un par de alumnos por agredir a Miguel… pero no se puede expulsar a todo el centro y por ello es mucho más fácil quitárnoslo de encima a él. Mi Jefe de Estudios no me dio ninguna solución y me dijo que no podemos hacer nada: entonces miró mi horóscopo en el periódico y me vaticinó prosperidad económica para toda la semana. En realidad, no esperaba una respuesta más profesional de su parte: estaba liberado por Comisiones Obreras por ser un afiliado ejemplar (Belmonte, este soplo te lo dedico) y ahora le han concedido el cargo de Jefe de Estudios a cambio de sus servicios sindicales. Una persona que obtiene el segundo puesto de responsabilidad de un centro por su afiliación política, ¿cómo va a solucionar un problema realmente grave si ya renunció una vez a las aulas y se fue al despacho por no ser capaz de lidiar con casos como este?
Lo que no te mata te hace más fuerte. Algún día Miguel aprenderá a usar una navaja y quizá entonces los valientes que ahora le escupen, se lo piensen dos veces. Más adelante se hará más letal y la gente cambiará de acera cuando lo vea. La víctima pasará a ser el agresor. Se cobrará con creces los insultos de estos años y podrá descansar. Si llega a suceder, cuando a Miguel le dé por atracarme a punta de navaja, me sentiré feliz: le daré todo mi dinero con una enorme sonrisa. Él se merecerá ese dinero más que yo: al fin y al cabo, si logra empuñar un arma, significará que ha aprendido a defenderse y que ha vencido todos sus problemas de la única forma que podemos brindarle. ¡Ánimo Miguel! ¡Dales caña!
El derecho a no asistir
Alguien me contó hace tiempo un cuento precioso que no tengo tiempo de resumir aquí. Me quedo, eso sí, con su conclusión y que cada cual se imagine el relato como realmente le apetezca. Venía a decir su moraleja que si nos regalan algo, no lo valoramos. Venía a decirnos que aquello que nos viene regalado se desperdicia, se deja olvidado en cualquier banco del parque porque no nos sentimos obligados a cuidarlo. Por el contrario, aquello que nos ha costado trabajo conseguir es lo que cultivamos con más constancia. Aplicando esa máxima, y como la educación es gratuita, no es de extrañar que un buen número de padres no valoren lo más mínimo lo que tratamos de ofrecerles a sus hijos (si los libros los pagara el gobierno, me apuesto un café a que la mitad de los ejemplares repartidos en mi clase acabarían en la papelera antes del primer mes).
El grupo del que hablo cada semana es indómito. Por ello, cuando me quejé por vez primera de su conducta, alguien del equipo directivo me dijo que no me preocupara demasiado porque muchos dejarán de venir pronto. Ahora alguien, llevándose las manos a la cabeza, me preguntará qué fue de eso de que “la educación es obligatoria para todos, que todo el mundo tiene el deber de completar su instrucción”. Ante eso solo puedo responder que en la práctica real e inmisericorde, la situación no es así. Me han comentado que otros años en algunos grupos del Instituto más de la mitad de los alumnos dejaron de venir a las clases y que no terminaron el curso (esos son los llamados absentistas). Eso sí, se supone que todos los padres tienen la obligación de velar por la asistencia de sus hijos a los centros educativos hasta que cumplan los dieciséis años… pero eso solo se supone, pero no se cumple. De hecho, como la inmensa mayoría de los alumnos con cierta propensión al absentismo presentan una mala conducta, algunos centros hacen a los padres la siguiente oferta: “si no traes a tu hijo más al centro, no llamaremos a Asuntos Sociales y no tendréis problemas”. Estoy convencido de que esto no sucede en todos los centros, pero en el mío no he tardado ni dos semanas en toparme con esta situación. Al final los padres optan por aceptar la oferta y los alumnos se dedican a labrar el campo. Gracias a ello la Junta no se entera de nada, y no se ensucia la estadística con casos de esos que salen en los periódicos: “un padre es multado por no llevar a su hijo al Instituto”, ¿de verdad eso es noticia? Casi nadie puede imaginarse con cuánta frecuencia se da realmente esta.
Hoy una alumna de primero de ESO (a la que teóricamente le quedan cuatro cursos por delante) me ha dicho que si no la expulsan antes de diciembre su padre la dejará hacerse un tatuaje, pero que a partir de enero, en cualquier caso, no volverá nunca más al Instituto, porque ya lo ha hablado con sus padres y ellos están de acuerdo en que no le servirá para nada. A decir verdad, no hubiera pensado jamás que Leticia dice la verdad si no fuera porque ayer los padres de otro chico me dijeron que se habían enterado de cuánto cuesta la multa por no llevar a su hijo al Instituto, ¡y que les compensaba pagarla! Me contaron que ahorraban dinero pagándole a Asuntos Sociales porque el chico podría trabajar así recogiendo aceitunas con su padre y además ellos no tendrían que firmar más partes disciplinarios. ¿De verdad esto funciona así? Admito que yo, en su momento, me creí eso de que “la educación para todos” supone que todos tienen las mismas oportunidades para estudiar. Antes bien, he descubierto que ¡el verdadero privilegio para algunos consiste en dejar de estudiar! Otro padre me confesó que ellos no podían permitirse el lujo de pagar la multa y que, por tanto, si no se les ofrecía El Trato (“si te lo llevas, no hablaremos con Asuntos Sociales”), tendrían que mantenerlo en el Instituto aunque eso supusiera que todas las semanas terminara expulsado por sus continuas muestras de indisciplina.
Si pagas, no tienes por qué estudiar. Si no pagas, estás obligado. ¿A que desde fuera no suena creíble? Pues en algunos lugares es así… Todos tenemos derecho a la educación, pero no todos quieren aprender. ¿Debe exigírsele a los alumnos que no quieren estar en el aula que se queden hasta los dieciséis años? ¿Y qué pasa cuando por retenerlos más años de la cuenta perjudicamos gravemente a los compañeros que sí desean estudiar? A mí, honestamente, me apasiona mi profesión y me esfuerzo con todas mis energías por aquellos que sí desean estudiar. Pero no es nada fácil porque muchos alumnos no me dejan realizar mi trabajo. Tal vez la solución pase por acondicionar más ciclos formativos, alternativas dignas para los que no quieren estudiar. No obstante, me temo que eso no se está haciendo porque sigue sonando mucho más atractivo que “la inmensa mayoría de los alumnos cursan con solvencia los estudios obligatorios”, como se empeñan en decir los informes. También es posible que la clave esté en lograr que los padres valoren lo que se les ofrece, o que solo accedan a la enseñanza secundaria aquellos que realmente no perjudican al resto. ¿No sería más lógico que se pagara más por la educación y que se pagara menos por el derecho a prescindir de ella? Con frecuencia se nos acusa a los profesores de elitistas, pero yo creo que no es elitismo lo que nos mueve: yo creo más bien que se trata de supervivencia, de nuestra propia dignidad profesional.
Prof. CUYAMI
El grupo del que hablo cada semana es indómito. Por ello, cuando me quejé por vez primera de su conducta, alguien del equipo directivo me dijo que no me preocupara demasiado porque muchos dejarán de venir pronto. Ahora alguien, llevándose las manos a la cabeza, me preguntará qué fue de eso de que “la educación es obligatoria para todos, que todo el mundo tiene el deber de completar su instrucción”. Ante eso solo puedo responder que en la práctica real e inmisericorde, la situación no es así. Me han comentado que otros años en algunos grupos del Instituto más de la mitad de los alumnos dejaron de venir a las clases y que no terminaron el curso (esos son los llamados absentistas). Eso sí, se supone que todos los padres tienen la obligación de velar por la asistencia de sus hijos a los centros educativos hasta que cumplan los dieciséis años… pero eso solo se supone, pero no se cumple. De hecho, como la inmensa mayoría de los alumnos con cierta propensión al absentismo presentan una mala conducta, algunos centros hacen a los padres la siguiente oferta: “si no traes a tu hijo más al centro, no llamaremos a Asuntos Sociales y no tendréis problemas”. Estoy convencido de que esto no sucede en todos los centros, pero en el mío no he tardado ni dos semanas en toparme con esta situación. Al final los padres optan por aceptar la oferta y los alumnos se dedican a labrar el campo. Gracias a ello la Junta no se entera de nada, y no se ensucia la estadística con casos de esos que salen en los periódicos: “un padre es multado por no llevar a su hijo al Instituto”, ¿de verdad eso es noticia? Casi nadie puede imaginarse con cuánta frecuencia se da realmente esta.
Hoy una alumna de primero de ESO (a la que teóricamente le quedan cuatro cursos por delante) me ha dicho que si no la expulsan antes de diciembre su padre la dejará hacerse un tatuaje, pero que a partir de enero, en cualquier caso, no volverá nunca más al Instituto, porque ya lo ha hablado con sus padres y ellos están de acuerdo en que no le servirá para nada. A decir verdad, no hubiera pensado jamás que Leticia dice la verdad si no fuera porque ayer los padres de otro chico me dijeron que se habían enterado de cuánto cuesta la multa por no llevar a su hijo al Instituto, ¡y que les compensaba pagarla! Me contaron que ahorraban dinero pagándole a Asuntos Sociales porque el chico podría trabajar así recogiendo aceitunas con su padre y además ellos no tendrían que firmar más partes disciplinarios. ¿De verdad esto funciona así? Admito que yo, en su momento, me creí eso de que “la educación para todos” supone que todos tienen las mismas oportunidades para estudiar. Antes bien, he descubierto que ¡el verdadero privilegio para algunos consiste en dejar de estudiar! Otro padre me confesó que ellos no podían permitirse el lujo de pagar la multa y que, por tanto, si no se les ofrecía El Trato (“si te lo llevas, no hablaremos con Asuntos Sociales”), tendrían que mantenerlo en el Instituto aunque eso supusiera que todas las semanas terminara expulsado por sus continuas muestras de indisciplina.
Si pagas, no tienes por qué estudiar. Si no pagas, estás obligado. ¿A que desde fuera no suena creíble? Pues en algunos lugares es así… Todos tenemos derecho a la educación, pero no todos quieren aprender. ¿Debe exigírsele a los alumnos que no quieren estar en el aula que se queden hasta los dieciséis años? ¿Y qué pasa cuando por retenerlos más años de la cuenta perjudicamos gravemente a los compañeros que sí desean estudiar? A mí, honestamente, me apasiona mi profesión y me esfuerzo con todas mis energías por aquellos que sí desean estudiar. Pero no es nada fácil porque muchos alumnos no me dejan realizar mi trabajo. Tal vez la solución pase por acondicionar más ciclos formativos, alternativas dignas para los que no quieren estudiar. No obstante, me temo que eso no se está haciendo porque sigue sonando mucho más atractivo que “la inmensa mayoría de los alumnos cursan con solvencia los estudios obligatorios”, como se empeñan en decir los informes. También es posible que la clave esté en lograr que los padres valoren lo que se les ofrece, o que solo accedan a la enseñanza secundaria aquellos que realmente no perjudican al resto. ¿No sería más lógico que se pagara más por la educación y que se pagara menos por el derecho a prescindir de ella? Con frecuencia se nos acusa a los profesores de elitistas, pero yo creo que no es elitismo lo que nos mueve: yo creo más bien que se trata de supervivencia, de nuestra propia dignidad profesional.
Prof. CUYAMI
¿Quién nos forma? ¿Quién nos informa?
Era la primera clase. Decidí entrar en el aula varios minutos antes y colocar los nombres de mis alumnos en pequeños papeles, dejando después estos sobre sus mesas para que su entrada fuera lo más ordenada posible. ¡Error! Primera decisión, primer error. Yo pretendía que se sentaran por orden de lista y esa idea no era mala, pero no fue un gran acierto utilizar para tal efecto pequeños trozos de papel porque eso en ESO es incitar a la violencia. En efecto, en pocos minutos, formaron bolas de celulosa con las que me apuntaron. En pocos minutos mi idea se había vuelto contra mí y esos papeles amenazaban con convertir a la clase en un pelotón de fusilamiento y a mí en Aureliano Buendía.
La proximidad de la muerte aguza los recuerdos. Al verme allí, frente a treinta adolescentes a los que no era capaz de dominar, vinieron a mi mente un millón de recuerdos. Me acordé de las miles de horas que pasé estudiando: recordé mi formación como licenciado en Historia, las horas en la facultad, los meses que pasé memorizando los setenta temas y ¿qué tenía que ver la formación que yo había recibido con enfrentarme a un grupo embravecido de alumnos? De golpe, mientras temía que las bolas de papel comenzaran a volar, me pregunté si sirve de algo que un historiador dé clases a alumnos que con un poco de suerte llegarán, en todo caso, a conocer la lista de los puntos cardinales y poco más. Tanto tema teórico y al final lo que más en falta se echa es que alguien te explique cómo se hace eso de dar clases. ¿No sería más coherente y lógico que fuera un maestro el que impartiera clase en los primeros niveles? ¿Tengo yo formación suficiente como para dar clases en los grupos 'malos' de primero de ESO? Vayamos por partes: ¿qué formación he recibido yo para merecer esto? ¿Qué sabe realmente un licenciado de didáctica cuando entra en el aula por vez primera?
Los profesores que nos enfrentamos cada día a los alumnos de secundaria demostramos en las oposiciones que somos grandes especialistas en lo nuestro, pero nadie acredita en ningún instante de ese proceso que sabemos dar clases. Es cierto que existe una prueba oral en las oposiciones, pero se trata de una exposición teórica sobre cómo ha de ser una unidad didáctica, pero no de una demostración real de cómo se impartiría. \n\n \nAl salir de la carrera descubrí que para competir con garantías en las oposiciones era conveniente hacer trescientas horas (o seiscientas, según la convocatoria) de cursos sobre didáctica. Más adelante también las prisas me llevaron a desentrañar que esas son horas que los sindicatos intercambian por dinero. \nLa Junta concede como financiación a los sindicatos la posibilidad de impartir cursos homologados que cuentan para las oposiciones, que son puntos extra en la baremación final. También con ello consiguen afiliados: generalmente, si te afilias te sale más barato matricularte en esos cursos y con ello prácticamente te garantizan el aprobado y ellos obtienen también un buen número de nuevos afiliados. Sin embargo, la formación que nosotros acreditamos ante el tribunal con esos títulos se basa a la postre meramente en una demostración de capacidad económica. Cuestan de media un euro por hora: si puedes pagar trescientos euros, tendrás trescientas horas y por tanto también más oportunidades de ser funcionario. Cuanto más dinero gastes, más horas de cursos obtendrás. Estos se superan con trabajos que nadie te corrige y que suelen hacerse entre varios opositores. Es habitual que en una tarde pueda despacharse un trabajo que da derecho a setenta u ochenta horas (¡qué tarde tan bien aprovechada!). Que nadie se engañe: las oposiciones son un negocio y hay quien saca un gran rendimiento de todo esto. ¿Y qué me dicen de Infornet? Más de cien horas de cursos obtuve yo en una sola tarde de trabajo. No hice prácticamente nada y cubrí con eso un tercio de mi formación. No está mal, ¿verdad? Como esta organización hay muchas otras…
Los profesores que nos enfrentamos cada día a los alumnos de secundaria demostramos en las oposiciones que somos grandes especialistas en lo nuestro, pero nadie acredita en ningún instante de ese proceso que sabemos dar clases. Es cierto que existe una prueba oral en las oposiciones, pero se trata de una exposición teórica sobre cómo ha de ser una unidad didáctica, pero no de una demostración real de cómo se impartiría.
Al salir de la carrera descubrí que para competir con garantías en las oposiciones era conveniente hacer trescientas horas (o seiscientas, según la convocatoria) de cursos sobre didáctica. Más adelante también las prisas me llevaron a desentrañar que esas son horas que los sindicatos intercambian por dinero. La Junta concede como financiación a los sindicatos la posibilidad de impartir cursos homologados que cuentan para las oposiciones, que son puntos extra en la baremación final. También con ello consiguen afiliados: generalmente, si te afilias te sale más barato matricularte en esos cursos y con ello prácticamente te garantizan el aprobado y ellos obtienen también un buen número de nuevos afiliados. Sin embargo, la formación que nosotros acreditamos ante el tribunal con esos títulos se basa a la postre meramente en una demostración de capacidad económica. Cuestan de media un euro por hora: si puedes pagar trescientos euros, tendrás trescientas horas y por tanto también más oportunidades de ser funcionario. Cuanto más dinero gastes, más horas de cursos obtendrás. Estos se superan con trabajos que nadie te corrige y que suelen hacerse entre varios opositores. Es habitual que en una tarde pueda despacharse un trabajo que da derecho a setenta u ochenta horas (¡qué tarde tan bien aprovechada!). Que nadie se engañe: las oposiciones son un negocio y hay quien saca un gran rendimiento de todo esto. ¿Y qué me dicen de Infornet? Más de cien horas de cursos obtuve yo en una sola tarde de trabajo. No hice prácticamente nada y cubrí con eso un tercio de mi formación. No está mal, ¿verdad? Como esta organización hay muchas otras…
¿Y qué pasa con el CAP? El CAP es el certificado que todo licenciado necesita para dar clases en secundaria. La Complutense lo ofrece a distancia y no es necesario hacer prácticas si te matriculas allí. Vas un solo día, haces un examen tipo TEST, que es muy difícil de suspender, por cierto, ¡y ya sabes enseñar! ¡Ya tienes tu título! Previo pago, por supuesto, porque todo se consigue en el mundo del CAP a cambio de dinero. En Andalucía, la cosa es ligeramente más complicada, pero tampoco te exigen mucho esfuerzo más. Suele ser necesaria la asistencia a un número elevado de clases teóricas y has de presentar algunos trabajos teóricos que no sirven de mucho. En esas horas presenciales recibimos información, pero raramente recibimos formación. Además de eso, de media impartimos cuatro o cinco clases en institutos reales. ¡Impartes cuatro clases y ya sabes enseñar! Las prácticas son pocas y habitualmente están tan tuteladas por el profesor al cargo que se parecen poco o nada a lo que te encuentras después al enfrentarte con un grupo real. En líneas generales "el CAP sale caro, es aburrido, pero todo el mundo lo aprueba sin mucho esfuerzo y sin aprender nada". Quizá sea que solo me relaciono con incompetentes, pero lo cierto es que tampoco conozco a nadie que afirme haber aprendido a dar clases gracias al CAP. Por el contrario, casi todos los que he conocido en ese caso lo consideran un trámite sin mucha valía. Por su escasa vigencia, en realidad, llegas al instituto sin haber dado clases antes, sin saber cómo conseguir que los alumnos se callen, se sienten y te escuchen. Somos científicos, ¡pero no profesores! Y los alumnos de primer ciclo de secundaria necesitan todavía con más premura la presencia de maestros, de gente que sepa cómo imponerse, mucho más que de especialistas en las distintas áreas. Al fin y al cabo, leer una lista de capitales puede hacerlo casi cualquiera y no es necesario para ello que un historiador supervise las recitaciones.
¿Y qué pasa con el CAP? El CAP es el certificado que todo licenciado necesita para dar clases en secundaria. La Complutense lo ofrece a distancia y no es necesario hacer prácticas si te matriculas allí. Vas un solo día, haces un examen tipo TEST, que es muy difícil de suspender, por cierto, ¡y ya sabes enseñar! ¡Ya tienes tu título! Previo pago, por supuesto, porque todo se consigue en el mundo del CAP a cambio de dinero. En Andalucía, la cosa es ligeramente más complicada, pero tampoco te exigen mucho esfuerzo más. Suele ser necesaria la asistencia a un número elevado de clases teóricas y has de presentar algunos trabajos teóricos que no sirven de mucho. En esas horas presenciales recibimos información, pero raramente recibimos formación. Además de eso, de media impartimos cuatro o cinco clases en institutos reales. ¡Impartes cuatro clases y ya sabes enseñar! Las prácticas son pocas y habitualmente están tan tuteladas por el profesor al cargo que se parecen poco o nada a lo que te encuentras después al enfrentarte con un grupo real. En líneas generales "el CAP sale caro, es aburrido, pero todo el mundo lo aprueba sin mucho esfuerzo y sin aprender nada".
Quizá sea que solo me relaciono con incompetentes, pero lo cierto es que tampoco conozco a nadie que afirme haber aprendido a dar clases gracias al CAP. Por el contrario, casi todos los que he conocido en ese caso lo consideran un trámite sin mucha valía. Por su escasa vigencia, en realidad, llegas al instituto sin haber dado clases antes, sin saber cómo conseguir que los alumnos se callen, se sienten y te escuchen. Somos científicos, ¡pero no profesores! Y los alumnos de primer ciclo de secundaria necesitan todavía con más premura la presencia de maestros, de gente que sepa cómo imponerse, mucho más que de especialistas en las distintas áreas. Al fin y al cabo, leer una lista de capitales puede hacerlo casi cualquiera y no es necesario para ello que un historiador supervise las recitaciones.
"Copiad cincuenta veces en clase no se habla", "ponte de pie en esa esquina", "tienes un parte disciplinario" o cómo contar hasta cinco y gritar "silencio" logrando con ello que la clase enmudezca. ¿A que parecen técnicas sacadas de otro tiempo? Pues no. Hay cosas que nunca pierden vigencia. Sin embargo, la pedagogía es una ciencia en continuo movimiento. Eso sí, el fracaso escolar aumenta cada vez más y sin embargo los sindicatos y la Junta destinan cada vez más dinero a los CEP y a los cursos impartidos por los sindicatos. ¿Se imaginan que la investigación farmacéutica provocara cada vez más muertos? ¿Se imaginan que la medicina cada vez acabara con la vida de más personas? Pues lo cierto es que en educación pasa eso. Cada vez se destina más dinero y sin embargo el nivel baja cada año mientras que el fracaso escolar sí continúa en aumento.Tras estudiar setenta temas, tras hacer un examen de cuatro horas sobre contenidos teóricos, al final resulta que nada de eso me sirve para mandar a callar. ¿Cómo gritar cinco horas seguidas sin quedarte ronco? No es un falso mito, es cierto que realmente muchos profesores salen llorando de su primera clase. El motivo real es la impotencia, la rabia que produce saber que pasaste muchos años estudiando algo que no se parece en nada a lo que vas a hacer el resto de tu vida. En realidad, tan solo un par de los setenta temas que preparé tienen cierta utilidad en las aulas de los grupos conflictivos. ¿Para cuándo aparecerá en el temario de las oposiciones una pregunta específica sobre cómo defenderte cuando te apuntan con bolas de papel?"
"Copiad cincuenta veces en clase no se habla ", "ponte de pie en esa esquina", "tienes un parte disciplinario" o cómo contar hasta cinco y gritar "silencio" logrando con ello que la clase enmudezca. ¿A que parecen técnicas sacadas de otro tiempo? Pues no. Hay cosas que nunca pierden vigencia. Sin embargo, la pedagogía es una ciencia en continuo movimiento. Eso sí, el fracaso escolar aumenta cada vez más y sin embargo los sindicatos y la Junta destinan cada vez más dinero a los CEP y a los cursos impartidos por los sindicatos. ¿Se imaginan que la investigación farmacéutica provocara cada vez más muertos? ¿Se imaginan que la medicina cada vez acabara con la vida de más personas? Pues lo cierto es que en educación pasa eso. Cada vez se destina más dinero y sin embargo el nivel baja cada año mientras que el fracaso escolar sí continúa en aumento.
Tras estudiar setenta temas, tras hacer un examen de cuatro horas sobre contenidos teóricos, al final resulta que nada de eso me sirve para mandar a callar. ¿Cómo gritar cinco horas seguidas sin quedarte ronco? No es un falso mito, es cierto que realmente muchos profesores salen llorando de su primera clase. El motivo real es la impotencia, la rabia que produce saber que pasaste muchos años estudiando algo que no se parece en nada a lo que vas a hacer el resto de tu vida. En realidad, tan solo un par de los setenta temas que preparé tienen cierta utilidad en las aulas de los grupos conflictivos. ¿Para cuándo aparecerá en el temario de las oposiciones una pregunta específica sobre cómo defenderte cuando te apuntan con bolas de papel?"
Prof. Cuyami
La proximidad de la muerte aguza los recuerdos. Al verme allí, frente a treinta adolescentes a los que no era capaz de dominar, vinieron a mi mente un millón de recuerdos. Me acordé de las miles de horas que pasé estudiando: recordé mi formación como licenciado en Historia, las horas en la facultad, los meses que pasé memorizando los setenta temas y ¿qué tenía que ver la formación que yo había recibido con enfrentarme a un grupo embravecido de alumnos? De golpe, mientras temía que las bolas de papel comenzaran a volar, me pregunté si sirve de algo que un historiador dé clases a alumnos que con un poco de suerte llegarán, en todo caso, a conocer la lista de los puntos cardinales y poco más. Tanto tema teórico y al final lo que más en falta se echa es que alguien te explique cómo se hace eso de dar clases. ¿No sería más coherente y lógico que fuera un maestro el que impartiera clase en los primeros niveles? ¿Tengo yo formación suficiente como para dar clases en los grupos 'malos' de primero de ESO? Vayamos por partes: ¿qué formación he recibido yo para merecer esto? ¿Qué sabe realmente un licenciado de didáctica cuando entra en el aula por vez primera?
Los profesores que nos enfrentamos cada día a los alumnos de secundaria demostramos en las oposiciones que somos grandes especialistas en lo nuestro, pero nadie acredita en ningún instante de ese proceso que sabemos dar clases. Es cierto que existe una prueba oral en las oposiciones, pero se trata de una exposición teórica sobre cómo ha de ser una unidad didáctica, pero no de una demostración real de cómo se impartiría. \n\n \nAl salir de la carrera descubrí que para competir con garantías en las oposiciones era conveniente hacer trescientas horas (o seiscientas, según la convocatoria) de cursos sobre didáctica. Más adelante también las prisas me llevaron a desentrañar que esas son horas que los sindicatos intercambian por dinero. \nLa Junta concede como financiación a los sindicatos la posibilidad de impartir cursos homologados que cuentan para las oposiciones, que son puntos extra en la baremación final. También con ello consiguen afiliados: generalmente, si te afilias te sale más barato matricularte en esos cursos y con ello prácticamente te garantizan el aprobado y ellos obtienen también un buen número de nuevos afiliados. Sin embargo, la formación que nosotros acreditamos ante el tribunal con esos títulos se basa a la postre meramente en una demostración de capacidad económica. Cuestan de media un euro por hora: si puedes pagar trescientos euros, tendrás trescientas horas y por tanto también más oportunidades de ser funcionario. Cuanto más dinero gastes, más horas de cursos obtendrás. Estos se superan con trabajos que nadie te corrige y que suelen hacerse entre varios opositores. Es habitual que en una tarde pueda despacharse un trabajo que da derecho a setenta u ochenta horas (¡qué tarde tan bien aprovechada!). Que nadie se engañe: las oposiciones son un negocio y hay quien saca un gran rendimiento de todo esto. ¿Y qué me dicen de Infornet? Más de cien horas de cursos obtuve yo en una sola tarde de trabajo. No hice prácticamente nada y cubrí con eso un tercio de mi formación. No está mal, ¿verdad? Como esta organización hay muchas otras…
Los profesores que nos enfrentamos cada día a los alumnos de secundaria demostramos en las oposiciones que somos grandes especialistas en lo nuestro, pero nadie acredita en ningún instante de ese proceso que sabemos dar clases. Es cierto que existe una prueba oral en las oposiciones, pero se trata de una exposición teórica sobre cómo ha de ser una unidad didáctica, pero no de una demostración real de cómo se impartiría.
Al salir de la carrera descubrí que para competir con garantías en las oposiciones era conveniente hacer trescientas horas (o seiscientas, según la convocatoria) de cursos sobre didáctica. Más adelante también las prisas me llevaron a desentrañar que esas son horas que los sindicatos intercambian por dinero. La Junta concede como financiación a los sindicatos la posibilidad de impartir cursos homologados que cuentan para las oposiciones, que son puntos extra en la baremación final. También con ello consiguen afiliados: generalmente, si te afilias te sale más barato matricularte en esos cursos y con ello prácticamente te garantizan el aprobado y ellos obtienen también un buen número de nuevos afiliados. Sin embargo, la formación que nosotros acreditamos ante el tribunal con esos títulos se basa a la postre meramente en una demostración de capacidad económica. Cuestan de media un euro por hora: si puedes pagar trescientos euros, tendrás trescientas horas y por tanto también más oportunidades de ser funcionario. Cuanto más dinero gastes, más horas de cursos obtendrás. Estos se superan con trabajos que nadie te corrige y que suelen hacerse entre varios opositores. Es habitual que en una tarde pueda despacharse un trabajo que da derecho a setenta u ochenta horas (¡qué tarde tan bien aprovechada!). Que nadie se engañe: las oposiciones son un negocio y hay quien saca un gran rendimiento de todo esto. ¿Y qué me dicen de Infornet? Más de cien horas de cursos obtuve yo en una sola tarde de trabajo. No hice prácticamente nada y cubrí con eso un tercio de mi formación. No está mal, ¿verdad? Como esta organización hay muchas otras…
¿Y qué pasa con el CAP? El CAP es el certificado que todo licenciado necesita para dar clases en secundaria. La Complutense lo ofrece a distancia y no es necesario hacer prácticas si te matriculas allí. Vas un solo día, haces un examen tipo TEST, que es muy difícil de suspender, por cierto, ¡y ya sabes enseñar! ¡Ya tienes tu título! Previo pago, por supuesto, porque todo se consigue en el mundo del CAP a cambio de dinero. En Andalucía, la cosa es ligeramente más complicada, pero tampoco te exigen mucho esfuerzo más. Suele ser necesaria la asistencia a un número elevado de clases teóricas y has de presentar algunos trabajos teóricos que no sirven de mucho. En esas horas presenciales recibimos información, pero raramente recibimos formación. Además de eso, de media impartimos cuatro o cinco clases en institutos reales. ¡Impartes cuatro clases y ya sabes enseñar! Las prácticas son pocas y habitualmente están tan tuteladas por el profesor al cargo que se parecen poco o nada a lo que te encuentras después al enfrentarte con un grupo real. En líneas generales "el CAP sale caro, es aburrido, pero todo el mundo lo aprueba sin mucho esfuerzo y sin aprender nada". Quizá sea que solo me relaciono con incompetentes, pero lo cierto es que tampoco conozco a nadie que afirme haber aprendido a dar clases gracias al CAP. Por el contrario, casi todos los que he conocido en ese caso lo consideran un trámite sin mucha valía. Por su escasa vigencia, en realidad, llegas al instituto sin haber dado clases antes, sin saber cómo conseguir que los alumnos se callen, se sienten y te escuchen. Somos científicos, ¡pero no profesores! Y los alumnos de primer ciclo de secundaria necesitan todavía con más premura la presencia de maestros, de gente que sepa cómo imponerse, mucho más que de especialistas en las distintas áreas. Al fin y al cabo, leer una lista de capitales puede hacerlo casi cualquiera y no es necesario para ello que un historiador supervise las recitaciones.
¿Y qué pasa con el CAP? El CAP es el certificado que todo licenciado necesita para dar clases en secundaria. La Complutense lo ofrece a distancia y no es necesario hacer prácticas si te matriculas allí. Vas un solo día, haces un examen tipo TEST, que es muy difícil de suspender, por cierto, ¡y ya sabes enseñar! ¡Ya tienes tu título! Previo pago, por supuesto, porque todo se consigue en el mundo del CAP a cambio de dinero. En Andalucía, la cosa es ligeramente más complicada, pero tampoco te exigen mucho esfuerzo más. Suele ser necesaria la asistencia a un número elevado de clases teóricas y has de presentar algunos trabajos teóricos que no sirven de mucho. En esas horas presenciales recibimos información, pero raramente recibimos formación. Además de eso, de media impartimos cuatro o cinco clases en institutos reales. ¡Impartes cuatro clases y ya sabes enseñar! Las prácticas son pocas y habitualmente están tan tuteladas por el profesor al cargo que se parecen poco o nada a lo que te encuentras después al enfrentarte con un grupo real. En líneas generales "el CAP sale caro, es aburrido, pero todo el mundo lo aprueba sin mucho esfuerzo y sin aprender nada".
Quizá sea que solo me relaciono con incompetentes, pero lo cierto es que tampoco conozco a nadie que afirme haber aprendido a dar clases gracias al CAP. Por el contrario, casi todos los que he conocido en ese caso lo consideran un trámite sin mucha valía. Por su escasa vigencia, en realidad, llegas al instituto sin haber dado clases antes, sin saber cómo conseguir que los alumnos se callen, se sienten y te escuchen. Somos científicos, ¡pero no profesores! Y los alumnos de primer ciclo de secundaria necesitan todavía con más premura la presencia de maestros, de gente que sepa cómo imponerse, mucho más que de especialistas en las distintas áreas. Al fin y al cabo, leer una lista de capitales puede hacerlo casi cualquiera y no es necesario para ello que un historiador supervise las recitaciones.
"Copiad cincuenta veces en clase no se habla", "ponte de pie en esa esquina", "tienes un parte disciplinario" o cómo contar hasta cinco y gritar "silencio" logrando con ello que la clase enmudezca. ¿A que parecen técnicas sacadas de otro tiempo? Pues no. Hay cosas que nunca pierden vigencia. Sin embargo, la pedagogía es una ciencia en continuo movimiento. Eso sí, el fracaso escolar aumenta cada vez más y sin embargo los sindicatos y la Junta destinan cada vez más dinero a los CEP y a los cursos impartidos por los sindicatos. ¿Se imaginan que la investigación farmacéutica provocara cada vez más muertos? ¿Se imaginan que la medicina cada vez acabara con la vida de más personas? Pues lo cierto es que en educación pasa eso. Cada vez se destina más dinero y sin embargo el nivel baja cada año mientras que el fracaso escolar sí continúa en aumento.Tras estudiar setenta temas, tras hacer un examen de cuatro horas sobre contenidos teóricos, al final resulta que nada de eso me sirve para mandar a callar. ¿Cómo gritar cinco horas seguidas sin quedarte ronco? No es un falso mito, es cierto que realmente muchos profesores salen llorando de su primera clase. El motivo real es la impotencia, la rabia que produce saber que pasaste muchos años estudiando algo que no se parece en nada a lo que vas a hacer el resto de tu vida. En realidad, tan solo un par de los setenta temas que preparé tienen cierta utilidad en las aulas de los grupos conflictivos. ¿Para cuándo aparecerá en el temario de las oposiciones una pregunta específica sobre cómo defenderte cuando te apuntan con bolas de papel?"
"Copiad cincuenta veces en clase no se habla ", "ponte de pie en esa esquina", "tienes un parte disciplinario" o cómo contar hasta cinco y gritar "silencio" logrando con ello que la clase enmudezca. ¿A que parecen técnicas sacadas de otro tiempo? Pues no. Hay cosas que nunca pierden vigencia. Sin embargo, la pedagogía es una ciencia en continuo movimiento. Eso sí, el fracaso escolar aumenta cada vez más y sin embargo los sindicatos y la Junta destinan cada vez más dinero a los CEP y a los cursos impartidos por los sindicatos. ¿Se imaginan que la investigación farmacéutica provocara cada vez más muertos? ¿Se imaginan que la medicina cada vez acabara con la vida de más personas? Pues lo cierto es que en educación pasa eso. Cada vez se destina más dinero y sin embargo el nivel baja cada año mientras que el fracaso escolar sí continúa en aumento.
Tras estudiar setenta temas, tras hacer un examen de cuatro horas sobre contenidos teóricos, al final resulta que nada de eso me sirve para mandar a callar. ¿Cómo gritar cinco horas seguidas sin quedarte ronco? No es un falso mito, es cierto que realmente muchos profesores salen llorando de su primera clase. El motivo real es la impotencia, la rabia que produce saber que pasaste muchos años estudiando algo que no se parece en nada a lo que vas a hacer el resto de tu vida. En realidad, tan solo un par de los setenta temas que preparé tienen cierta utilidad en las aulas de los grupos conflictivos. ¿Para cuándo aparecerá en el temario de las oposiciones una pregunta específica sobre cómo defenderte cuando te apuntan con bolas de papel?"
Prof. Cuyami
Buenos a un lado, malos a otro
Es un edificio moderno. Las paredes son altas y las escaleras asépticas. Semeja mucho más a un correccional o a una cárcel que a un instituto a la antigua usanza. Lo construyó la Junta de Andalucía hace pocos años y todavía no tiene ningún nombre inscrito en la fachada. De todas formas, yo soy aún más reciente que ese edificio. De hecho, para ser francos, he de reconocer que ésta ha sido mi primera semana en él.
La vida en el centro se inició con un animado claustro en el que nos asignaron los grupos. Cuando eres nuevo, nadie te explica demasiado bien cómo funciona el reparto y no es infrecuente descubrir movimientos anómalos por parte de ciertos compañeros. En muchos institutos de Andalucía se crean grupos heterogéneos: los A y B son buenos. Los C y D llegan a tener un porcentaje de repetidores superior al cincuenta por ciento en muchos casos. Así es el mío: la inmensa mayoría de los chicos de los que soy tutor han repetido y los que entran por vez primera en el centro llevan un informe previo desfavorable que los conduce junto a los repetidores.
Es un edificio moderno, con un ordenador por cada dos alumnos, pero los problemas son los mismos de siempre: los alumnos no guardan ni silencio ni respeto, y muchos profesores nos sentimos indefensos. Un compañero, treinta años mayor que yo, me dijo en la sala de profesores que «terminaré por acostumbrarme», pero yo eso aún no me lo creo. Me dijo que al principio te duele que no te hagan caso, pero que luego te inmunizas. Paradójicamente, mi instituto ha sido seleccionado por la Junta de Andalucía para un «proyecto bilingüe». Esto solo será posible implantarlo en un grupo de todos los del centro, pero ese dato no sale en las estadísticas ni en la publicidad de la Junta. Muchos chicos del centro no son capaces de hablar español con soltura… y se supone que la educación que van a recibir ha de ser bilingüe.
Desde luego, suena bastante peor decir que trabajas en algo parecido a un correccional de menores que señalar que «estamos inmersos en un proyecto bilingüe» (frase con la que se inició el primer claustro). Al fin y al cabo, muchas veces en Andalucía lo que importa no es cómo son las cosas sino cómo suenan cuando las contamos, y debo admitir que en eso el gobierno autonómico es especialista en materia de educación porque ha conseguido que todos sus proyectos al final terminen por sonar seductores, aunque en la práctica poco o nada se corresponda la etiqueta con lo que se hace en el aula. Nuestros institutos son escuelas de paz, ecoescuelas, marcos europeos, porque quedaría poco decoroso admitir que el objetivo de algunos grupos es simplemente que los alumnos aprendan a «leer y escribir». Otro ejemplo muy evidente de estas contradicciones es el plan elaborado para asignar un ordenador por cada dos alumnos, como en este instituto. Con ello las clases se convierten en salas de informática, sin posibilidad alguna para mover los asientos y con enormes dificultades para escribir en libretas o en los libros por la presencia de los teclados copando gran parte del espacio de las mesas. En la práctica, nadie enseña a los profesores a utilizar los equipos y los alumnos solo los quieren para buscar páginas inadecuadas en Internet. Conozco un barrio marginal donde esta dotación informática existía. En mi estancia allí «vi» robar varios monitores y, sin embargo, no vi que ningún otro profesor los usara para dar clases.
Para los afortunados a los que les toca una buena clase, enseñar es una delicia y el sistema educativo sí funciona a las mil maravillas (juzguen ustedes). En casi todos los centros, los agraciados se escudan siempre en que los alumnos de «francés» han de estar juntos y que no todos podemos darle clase a esos grupos. Al final parece ser que el hecho de que estudien «francés» juntos es una excusa que enmascara un criterio más antiguo, pero también más poderoso: los buenos van a un lado, y los malos a otros. En suma, sea porque soy novato o porque tengo mala suerte en eso de los sorteos, lo cierto es que me han condenado a levantarme todas las mañanas de este año con «miedo de ir al instituto» a pesar de que siempre pensé que nunca más volvería a decir eso.
Desde luego, suena bastante peor decir que trabajas en algo parecido a un correccional de menores que señalar que «estamos inmersos en un proyecto bilingüe» (frase con la que se inició el primer claustro). Al fin y al cabo, muchas veces en Andalucía lo que importa no es cómo son las cosas sino cómo suenan cuando las contamos, y debo admitir que en eso el gobierno autonómico es especialista en materia de educación porque ha conseguido que todos sus proyectos al final terminen por sonar seductores, aunque en la práctica poco o nada se corresponda la etiqueta con lo que se hace en el aula. Nuestros institutos son escuelas de paz, ecoescuelas, marcos europeos, porque quedaría poco decoroso admitir que el objetivo de algunos grupos es simplemente que los alumnos aprendan a «leer y escribir». Otro ejemplo muy evidente de estas contradicciones es el plan elaborado para asignar un ordenador por cada dos alumnos, como en este instituto. Con ello las clases se convierten en salas de informática, sin posibilidad alguna para mover los asientos y con enormes dificultades para escribir en libretas o en los libros por la presencia de los teclados copando gran parte del espacio de las mesas. En la práctica, nadie enseña a los profesores a utilizar los equipos y los alumnos solo los quieren para buscar páginas inadecuadas en Internet. Conozco un barrio marginal donde esta dotación informática existía. En mi estancia allí «vi» robar varios monitores y, sin embargo, no vi que ningún otro profesor los usara para dar clases.
Para los afortunados a los que les toca una buena clase, enseñar es una delicia y el sistema educativo sí funciona a las mil maravillas (juzguen ustedes). En casi todos los centros, los agraciados se escudan siempre en que los alumnos de «francés» han de estar juntos y que no todos podemos darle clase a esos grupos. Al final parece ser que el hecho de que estudien «francés» juntos es una excusa que enmascara un criterio más antiguo, pero también más poderoso: los buenos van a un lado, y los malos a otros. En suma, sea porque soy novato o porque tengo mala suerte en eso de los sorteos, lo cierto es que me han condenado a levantarme todas las mañanas de este año con «miedo de ir al instituto» a pesar de que siempre pensé que nunca más volvería a decir eso.
La vida en el centro se inició con un animado claustro en el que nos asignaron los grupos. Cuando eres nuevo, nadie te explica demasiado bien cómo funciona el reparto y no es infrecuente descubrir movimientos anómalos por parte de ciertos compañeros. En muchos institutos de Andalucía se crean grupos heterogéneos: los A y B son buenos. Los C y D llegan a tener un porcentaje de repetidores superior al cincuenta por ciento en muchos casos. Así es el mío: la inmensa mayoría de los chicos de los que soy tutor han repetido y los que entran por vez primera en el centro llevan un informe previo desfavorable que los conduce junto a los repetidores.
Es un edificio moderno, con un ordenador por cada dos alumnos, pero los problemas son los mismos de siempre: los alumnos no guardan ni silencio ni respeto, y muchos profesores nos sentimos indefensos. Un compañero, treinta años mayor que yo, me dijo en la sala de profesores que «terminaré por acostumbrarme», pero yo eso aún no me lo creo. Me dijo que al principio te duele que no te hagan caso, pero que luego te inmunizas. Paradójicamente, mi instituto ha sido seleccionado por la Junta de Andalucía para un «proyecto bilingüe». Esto solo será posible implantarlo en un grupo de todos los del centro, pero ese dato no sale en las estadísticas ni en la publicidad de la Junta. Muchos chicos del centro no son capaces de hablar español con soltura… y se supone que la educación que van a recibir ha de ser bilingüe.
Desde luego, suena bastante peor decir que trabajas en algo parecido a un correccional de menores que señalar que «estamos inmersos en un proyecto bilingüe» (frase con la que se inició el primer claustro). Al fin y al cabo, muchas veces en Andalucía lo que importa no es cómo son las cosas sino cómo suenan cuando las contamos, y debo admitir que en eso el gobierno autonómico es especialista en materia de educación porque ha conseguido que todos sus proyectos al final terminen por sonar seductores, aunque en la práctica poco o nada se corresponda la etiqueta con lo que se hace en el aula. Nuestros institutos son escuelas de paz, ecoescuelas, marcos europeos, porque quedaría poco decoroso admitir que el objetivo de algunos grupos es simplemente que los alumnos aprendan a «leer y escribir». Otro ejemplo muy evidente de estas contradicciones es el plan elaborado para asignar un ordenador por cada dos alumnos, como en este instituto. Con ello las clases se convierten en salas de informática, sin posibilidad alguna para mover los asientos y con enormes dificultades para escribir en libretas o en los libros por la presencia de los teclados copando gran parte del espacio de las mesas. En la práctica, nadie enseña a los profesores a utilizar los equipos y los alumnos solo los quieren para buscar páginas inadecuadas en Internet. Conozco un barrio marginal donde esta dotación informática existía. En mi estancia allí «vi» robar varios monitores y, sin embargo, no vi que ningún otro profesor los usara para dar clases.
Para los afortunados a los que les toca una buena clase, enseñar es una delicia y el sistema educativo sí funciona a las mil maravillas (juzguen ustedes). En casi todos los centros, los agraciados se escudan siempre en que los alumnos de «francés» han de estar juntos y que no todos podemos darle clase a esos grupos. Al final parece ser que el hecho de que estudien «francés» juntos es una excusa que enmascara un criterio más antiguo, pero también más poderoso: los buenos van a un lado, y los malos a otros. En suma, sea porque soy novato o porque tengo mala suerte en eso de los sorteos, lo cierto es que me han condenado a levantarme todas las mañanas de este año con «miedo de ir al instituto» a pesar de que siempre pensé que nunca más volvería a decir eso.
Desde luego, suena bastante peor decir que trabajas en algo parecido a un correccional de menores que señalar que «estamos inmersos en un proyecto bilingüe» (frase con la que se inició el primer claustro). Al fin y al cabo, muchas veces en Andalucía lo que importa no es cómo son las cosas sino cómo suenan cuando las contamos, y debo admitir que en eso el gobierno autonómico es especialista en materia de educación porque ha conseguido que todos sus proyectos al final terminen por sonar seductores, aunque en la práctica poco o nada se corresponda la etiqueta con lo que se hace en el aula. Nuestros institutos son escuelas de paz, ecoescuelas, marcos europeos, porque quedaría poco decoroso admitir que el objetivo de algunos grupos es simplemente que los alumnos aprendan a «leer y escribir». Otro ejemplo muy evidente de estas contradicciones es el plan elaborado para asignar un ordenador por cada dos alumnos, como en este instituto. Con ello las clases se convierten en salas de informática, sin posibilidad alguna para mover los asientos y con enormes dificultades para escribir en libretas o en los libros por la presencia de los teclados copando gran parte del espacio de las mesas. En la práctica, nadie enseña a los profesores a utilizar los equipos y los alumnos solo los quieren para buscar páginas inadecuadas en Internet. Conozco un barrio marginal donde esta dotación informática existía. En mi estancia allí «vi» robar varios monitores y, sin embargo, no vi que ningún otro profesor los usara para dar clases.
Para los afortunados a los que les toca una buena clase, enseñar es una delicia y el sistema educativo sí funciona a las mil maravillas (juzguen ustedes). En casi todos los centros, los agraciados se escudan siempre en que los alumnos de «francés» han de estar juntos y que no todos podemos darle clase a esos grupos. Al final parece ser que el hecho de que estudien «francés» juntos es una excusa que enmascara un criterio más antiguo, pero también más poderoso: los buenos van a un lado, y los malos a otros. En suma, sea porque soy novato o porque tengo mala suerte en eso de los sorteos, lo cierto es que me han condenado a levantarme todas las mañanas de este año con «miedo de ir al instituto» a pesar de que siempre pensé que nunca más volvería a decir eso.
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