viernes, 14 de marzo de 2008

Dólmenes en NY

Párense a imaginar un mundo nuevo. El ser humano, cuando crece, se topa de bruces con una finitud desoladora. Solo hay un sol. Las estrellas no se besan entre sí. Los ríos no recorren el mundo entero y solo hay cinco continentes. La educación capa la imaginación, nos adultera, trunca nuestras aspiraciones de plenitud. Cuando recorres una carretera hasta su final descubres que no hay castillos encantados en el lugar de destino. Cuando recorres un edificio antiguo, por vez primera, puedes creer en pasadizos y sortilegios. Si vives en él, te acomodas, te acostumbras, te aprendes su código postal y pones un felpudo en su puerta. Conocer el medio mata la imaginación, aniquila el mito, nos encasilla en una cultura decadente, decrépita, sin redención posible. El desconocimiento es una virtud insoslayable: el analfabeto se imagina lo que no conoce y, por lo general, las explicaciones de quienes nada saben de la realidad suelen ser mucho más estimulantes que la verdad en sí misma.

Dar clases de Ciencias Sociales te lleva a ampliar tu universo. Él es alto y tiene un aspecto adusto, pertenece a la vieja escuela. Pedro López lo sabe todo, es un hombre bueno y sabio. Entre tantas batallitas, en todos sus años en esto, ha visto cómo se venía abajo un sistema educativo que funcionaba medio-bien, para llegar al actual. Primero trabajó en un colegio, más tarde en el instituto. Hace poco, en una de sus clases, un alumno se pegó un coscorrón. No sé cómo, pero se hizo un pequeño arañazo en el brazo. Ni sangre salía y, sin embargo, aquel percance fue la sensación en el recreo. En unos días, casi todos los alumnos llevaban una línea roja pintada en el brazo. Se extendió con ello una moda que duró varias semanas. -“Este es un universo complicado. Un instituto tiene sus propias normas, su propia lógica interna. Las relaciones causa-efecto nada tienen que ver con lo que fuera se espera de ellas. Aquí es posible que un estudiante se ponga a bailar break-dance en el aula, mientras yo explico por qué es necesario suprimir las barreras arquitectónicas (irónico, ¿verdad?). Cuando un alumno levanta la mano, todo se detiene y se reinventa. Hace poco un alumno me preguntó si es lo mismo “lluvia y precipicio”. Eso también da que pensar. Algo habrá en común entre los precipicios y las precipitaciones, pero yo no lo tengo demasiado claro.

Cualquiera que da clases de Sociales sabe que los dromedarios guardan el agua en las jorobas para beber cuando tienen sed. La primera vez que lo ves dibujado en un cuaderno te sorprende. Pronto te acostumbras y, en cierto modo, llegas a creértelo. Es lo más normal del mundo que haya dólmenes en Nueva York. Es frecuente que “la luna nueva desaparezca del cielo porque la tapan para limpiarla, una vez al mes”. Madrid es un país. Francia, una ciudad. Creo, honestamente, que Cristóbal Colón tenía mucha más idea de lo que se encontraría, antes de su gran viaje, de lo que conocen nuestros alumnos de América. Ni memoria historia, ni memoria, ni historia. Ellos no recuerdan nada que haya sucedido hace más de una semana. Nada saben de nuestro pasado o patrimonio. Muchos no han salido jamás del pueblo. A punto están de entrar en estado de shock cuando, en alguna excursión, los llevamos a Madrid o a Barcelona. No se portan mal, sienten miedo. “¿No se caerá alguno de esos edificios encima de nosotros?”, mascullan atemorizados.

La LOGSE decía que es absurdo que los alumnos aprendan de memoria cosas sobre lugares en los que nunca estarán. La LOGSE postulaba que la historia es válida en la medida en la que es útil. De nada sirve la Prehistoria porque eso no le aporta ni le resta votos a nadie. ¿No es más bello un universo donde Córdoba sea famosa por su muralla de centenares de kilómetros y Moscú por sus vistas al mar? Si el fin justifica los medios, un buen fin justifica el desconocimiento del medio. O eso creo. Aunque ya no sé ni qué creo. Me duele la cabeza y todavía me quedan cuatro horas de clase hoy. El martes es mi día malo”.

jueves, 6 de marzo de 2008

Dificultades del francés oral

—La causa de todos los problemas recae en el hecho de que los profesores fuimos en nuestra adolescencia unos auténticos empollones. Tú, serías de los mejores en Matemáticas; Matías era de los mejores en Sociales y yo en francés… ¡Somos una manta intolerable de empollones! ¿Conoces a algún alumno empollón que proteste por algo? No, siempre protestan los desarrapados. Los empollones se aguantan con todo. Como nosotros tenemos espíritu de empollones, nos comemos todos los marrones y jamás nos metemos en charcos. ¿Por qué no vamos a la Huelga? ¿Por qué no solicitamos una serie de cosas y hasta que no nos las den cerramos todos los institutos? De acuerdo, perderíamos unas cuantas semanas de sueldo, pero ganaríamos en calidad de vida. Cuando todos los padres de Andalucía se tuvieran que comer a sus vástagos indefinidamente, imagínate la que se liaría. Los profesores somos muchísimos, el cuerpo más abundante de la Administración. Si nos plantamos, ganamos. Podríamos pedir más seguridad, más autoridad, más sueldo. ¿Por qué no cobramos como los demás funcionarios tipo A si nuestras oposiciones son administrativamente iguales que las de un médico o las de un notario? Si nos plantamos, nos dan cualquier cosa. No habrá más agresiones. No habrá más insultos. Habrá más sueldo e incluso más vacaciones. Pero… ¡no luchamos! No luchamos porque no sabemos o porque supimos demasiado, en otro tiempo. En suma, no sabemos luchar porque fuimos empollones.

Si yo fuera cruel, diría que Augusto se queja de vicio. Al fin y al cabo, los alumnos que estudian francés son los mejores. Los grupos con francés son los mejores. No tiene grandes conflictos ni les imparte clase a los terroristas del Centro (que tienen Refuerzo de Matemáticas o de Lengua). Sin embargo, lo mira con displicencia todo y suspende a un sinnúmero de alumnos. Nuestros estudiantes no saben inglés, porque no saben español. Explicarles francés también es una utopía. Además, no lo aprenden ni por las canciones (algo de inglés sí aprenden así), ni por los videojuegos (todos saben qué significa “game over”, pero no “c’est fini”), no conozco a ningún alumno de este Instituto que haya salido hablando francés. Aprenden los números, a leer con acento de Moguer y poco más. No contentos, desde la Junta, se nos dice que pronto vamos a impartir también alemán, para ser más europeos. ¿Qué les parece? Piensen en el pasado sábado. Si fueron a un centro comercial, seguro que a su lado pasó una bandada de gorriones vestidos en chándal y con seis o siete pendientes por cabeza; gorriones cuya vehemencia y lucidez los hacía gritar seis o siete veces por encima de la media mundial. ¿Se fijaron en esos adolescentes que, en cola para el cine, se pegaban entre sí sin pinta de tramar algo bueno? ¿Se acuerdan? Pues sí: ¡esos son nuestros alumnos! ¡Esos mismos!

—Yo estudié en la Sorbona. Tenía una carrera prometedora allí, pero me enamoré de una chica de Baena. Voy a París siempre que tengo vacaciones. Y mírame, en este pueblo, rodeado de analfabetos. ¡La culpa es de los profesores de Lengua! (Os lo prometo, no sé si lo dice con sorna o en serio). ¿Qué hacen en sus clases? Si ellos no enseñan qué es un sujeto, ¿cómo pretenden que yo los haga hablar en otra lengua? ¡Es inadmisible! ¡No soy un domador de Circo! ¡Y no tengo por qué enseñar español, pues mi asignatura es Francés! En consecuencia, hago lo que puedo. Leen pronunciando algunas palabras como en ingles, otras en español y el resto en andaluz. ¡Qué estrés! ¡Qué desesperación! ¡Con lo bien que me iría a mí siendo traductor de Sarkozy! O, incluso, de Carla Bruni, que está más de moda y que es más mona. En el hipotético caso de que estos alumnos vayan algún día a Francia, se comunicarán por gestos, como todo hijo de vecino. Como tengan que sobrevivir en tierras galas con lo que aprenden en los institutos, van de culo. Afortunadamente, las hamburguesas de los restaurantes de comida rápida a los que ellos van, se llaman del mismo modo en todas partes.