viernes, 26 de junio de 2009

Fin de curso

Pido disculpas a mis cuatro o cinco lectores por haber pasado algún tiempo desconectado de este blog (de golpe he colgado varios textos). He seguido publicando columnas en EL MUNDO-Andalucía, aunque la crisis financiera ha hecho que la periodicidad haya decrecido un poco. Pese a todo, me han comunicado que el próximo curso volverán a contar con mis servicios y, por tanto, también seguiré colgando columnas a través de este medio. ¡No me han despedido, ni nada parecido! Simplemente he estado bastante liado y no he podido dedicarle a esto los minutillos que requiere.

Muchas gracias a todos por seguirme... ¡y feliz verano! Nunca es tarde para cambiar el mundo.

Estoy cansado

Estoy cansado de escucharle decir a mis compañeros “Fulanito a mí me trabaja”, pero jamás me canso de pelear para que Fulanito trabaje, realmente. Estoy cansado de escucharle a todo el mundo decir que tenemos demasiadas vacaciones, y que luego ellos se desprendan de sus hijos, y no los soporten. Eso sí, no me canso de hablar con los padres para conseguir que estemos juntos en esto, que busquemos acuerdos comunes, que probemos fórmulas nuevas para motivarlos. Estoy cansado de los reproches de la Administración, de las extorsiones, de que nos manipulen, corrompiendo a nuestros sindicatos… No me canso de pedir a los políticos que inviertan más dinero en futuro, porque hace falta, que bajen la ratio para así poder atender mejor a los gitanos que no saben inglés, a los inmigrantes que no saben español, a todos los chicos que se pierden en grupos de treinta y pico, confundidos por la mezcla de ruido y de droga.

Estoy cansado de sentir miedo, de las agresiones a docentes, de que graben con el móvil sus actos de indisciplina y de que no exista una forma eficaz de contrarrestar tanto daño. Estoy cansado de la Ley del Menor, del vacío legal que produce que tengan las espaldas tan cubiertas… pero no me canso de luchar por los derechos de los chicos a quienes sus padres maltratan cuando tratan de evitar que sus madres derramen más sangre. No me cansa mi trabajo, me cansa no poder trabajar. No me cansa llevar a los chicos de excursión, me cansan los reproches de los padres si alguno se rompe una uña. No me cansa cuidarlos, me cansan los cuidados excesivos, el exceso de celo: ser el malo me cansa, pues trato de ser lo mejor de mí mismo y el mejor para ellos. Estoy cansado de las críticas por estar cansado. “Si estás cansado, déjalo”, me dicen. Si estoy cansado, algo falla. Estoy cansado de que nadie comprenda que si nos cansamos es porque necesitamos ayuda… y no un cese. Necesitamos que alguien nos cuide un poco, tener a nuestro alcance los medios que hacen falta para seguir sacando adelante nuevas generaciones, paz y vida.

Estoy cansado de extemporáneas comisiones de servicio y, en cambio, de ver a gente que se juega la vida, por no tener a mano a los especialistas que sus enfermedades requieran, que haya tanto enchufe para algunos, tanto trato desigual. La puerta de entrada no es democrática. Estoy cansado de los padres ricos, pero no de los niños pobres. Estoy cansado del desprecio generalizado que siente la gente por nuestro trabajo, de que se sientan con derecho a todo, legitimados para insultarte, reprenderte, explicarte cómo se da una clase... No me cansan los reproches, me cansa tener que escuchar a todos aquellos que me reprochan cosas que son imposibles de solucionar. No me cansa luchar, estoy cansado de luchar contra los que no saben por qué luchan. No estoy cansado de educar, pero sí de ser el único que educa. No me cansa dar clases, me cansa que la gente se vaya llorando de clase y que eso se considere un problema de ellos, del que llora, del que pierde la paciencia, su vocación, su garganta y su vida.

Estoy cansado de gritar, pero no de explicar. Me cansan los chicos que no oyen, ni escuchan, no aquellos que no comprenden. No estoy cansado de realizar mi trabajo, estoy cansado de hacer todo lo que no debería ser mi trabajo: cursos inservibles, labores de policía y política, fontanería en los ordenadores obsoletos y, si se tercia, cuarto y medio de psiquiatra, comerciante y relojero. No me cansa sacar adelante el temario, pero sí ponerlo por escrito tantas veces. Estoy cansado de las programaciones, de los informes, de tanta burocracia. Me cansa la palmada que no llega, que me recuerden que “en África se está peor”. Por el contrario, amo mi trabajo. Sí, amo mi trabajo. Pero me desespera que las cosas no sean más fáciles, porque si fueran más fáciles, podríamos hacerlo todo mejor. Me cansa que todas las semanas haya noticias malas y que, por desgracia, jamás abramos los telediarios por algo bueno. No me cansa construir un mundo mejor. Pero los funcionarios lloramos porque es mejor sentir dolor que no sentir nada. No pierdo la fe. Pero también pierdo la fe.

El pacto del Yoni

Salgo a desayunar como cada mañana. En esta ocasión, Josico está de pie, tomándose su café, ojeando el Marca del día anterior. Por azares de la vida, tan lejos de nuestra tierra, hemos ido a coincidir un bético y un sevillista, en tierra extraña. Nos conocimos por casualidad, haciendo patria, con los lugareños, discutiendo de fútbol. Él me aparca todas las mañanas su Seat León bajo mi bloque y apunta hacia mí una bandera pirata, del equipo ese suyo al que tanta grima le tengo. Todavía recuerdo la mañana en que charlamos por vez primera. “Tío, ¡no me puedo creer que haya otro sevillano tan lejos de nuestra ciudad! ¡Somos una plaga! Pero… ¡tú encima te quedas definitivo! ¡Estás colgado! ¡Tú sí que tienes un problema!” El caso es que Josico se está convirtiendo en mi colega. El exilio es así: él conoce cosas de mí que nadie intuye y yo descubrí con solo mirarlo a los ojos que está liado con una de sus compañeras de curro. “Todo lo que yo sé es lo que tú sabes, y lo que yo sé, lo aprendiste tú también de niño: ligamos igual porque somos del mismo lugar”. Y no digo que no.

“Oye, Cuyami, ¡os vais a cagar! En serio, ¡os vais a cagar!” No me gusta que se metan en mis hábitos excretores, pero (con todo y con eso) le pregunto el motivo que legitima tal afirmación. “Os va a llegar un sexto que es terrible… ¡En serio, jamás vi un sexto tan malo!” Se me olvidó comentar antes que Josico es maestro de Educación Física e imparte clases en el colegio del pueblo. Sus actuales pupilos son mi porvenir. “No será para tanto, macho. He oído a cientos de maestros hablando de sus niños así… ¡y después nunca es para tanto! No trates de asustarme porque, a estas alturas de mi vida, ya me las sé todas. Me preocupa mucho más el descenso del Betis…”. Llega ahora el momento en el que Josico comienza a hablarme del Yoni. Es el maleante más prometedor que ha salido del Colegio en varias décadas. Haciendo caso de las palabras de Josico, vamos a morir todos. Según él, es el líder de una generación galáctica. En otro centro, recuerdo, estuvimos dos años escuchando hablar de un tal Chulín. Se le esperó tanto que, el día que pisó el Instituto al fin, a punto estuve de pedirle un autógrafo. A decir verdad, no andaba mal dotado de maldad. No levantaba más de cuarta y media del suelo, pero no necesitaba envergadura física para enseñarte el culo a las limpiadoras, para amenazar con armas a los padres, para acosar a las chicas.

“¿Y el tal Yoni ese tiene su edad?”, le pregunto, con la esperanza de que me diga que va a repetir. “Cuyami, ¡parece que te has caído de un guindo! ¡Cómo se nota que eres del equipo que eres! Vamos a ver: con los alumnos de estas características se establece un pacto secreto entre los maestros para que no repitan nunca. Yoni no sabe leer y va a pasar curso. Si repiten, nos los tenemos que quedar nosotros y tampoco eso hará que mejoren demasiado. Cuanto antes pasen a la ESO, antes nos dejarán en paz. Los que repiten son los más buenecitos, hombre, no los que tienen mal comportamiento. Cuando llegan a Primero pasan a ser vuestro problema y no queremos que se hagan poderosos en nuestras manos. El ser humano se vuelve letal con trece años… y nosotros no queremos tentar la suerte. Por lo tanto, solo me queda decirte una cosa… ¡ahí lo llevas! Si te digo la verdad, yo lo haría repetir, porque el año que viene no voy a estar en este pueblo y porque el crío se lo merece, pero mis compañeros sí estarán y ellos no quieren tener más raciones de Yoni. Pensando en ellos, el Yoni va a sacar una buena nota en Educación Física. Al fin y al cabo, en meterse en peleas sí es realmente bueno… y el boxeo es deporte olímpico, ¿no?”.

Me imagino ya a su madre. La tendré frente a mí y me mirará con ternura: “mi Yoni es muy inteligente, jamás repitió en el Colegio, y los maestros no tenían quejas de él”. Su pobre madre pensará que no lo motivamos de forma adecuada, que le tomamos manía. ¡Será todo un reto convencerla de lo contrario! En fin, lo único cierto es que las nuevas generaciones pisan fuerte, sea el Yoni para tanto o no. Sistemáticamente los alumnos mayores miran a sus predecesores con susto y pasmo: “nosotros no éramos tan malos”, te dicen. No obstante, la memoria de los peces y la de los seres humanos no difieren tanto.

¡Bienvenidos al Norte!

Pueblo pequeño. Montaña. Mil habitantes. Treinta profesores. Tres lugares para comer. Tomo la frase de una película francesa llamada “Bienvenidos al Norte”. Si les gusta esta columna, vean la película. “Un proverbio local dice que aquí se llora solo dos veces. Los forasteros lloran al llegar… y también el día de su partida”. Los profesores están condenados a encontrarse en el Súper, a tomar café juntos, a estremecerse bajo las mismas campanadas del reloj de la torre. El pueblo tiene cuatro calles. El clima etílico del lugar es más que considerable y, reza la leyenda, el pueblo ha roto matrimonios, construido hijos putativos, de allí han salido amistades indelebles y algún que otro labio roto en alguna reyerta tabernaria a cuenta de la profesora de Historia. El trabajo no acaba jamás, porque jamás dejan de estar de servicio. En el Restaurante o en el Mercado, todos conocen quién es docente y han de responder dudas a los padres o tomar cañas con los alumnos. Aquellos que somos de ciudad nos encontraríamos ante la difícil tesitura de tener el establecimiento franquiciado más próximo a tres cuartos de suerte, si la carretera permanece abierta. Otro mundo.

Esta columna es un pretexto para enumerar las fases que todo profesor vive al acometer el exilio. Si alguno de ustedes se encuentra en algún lugar semejante, no teman: todo acaba bien. Es posible que se den a la bebida. Por lo demás, no hay riesgos. Reitero, voy con las fases. Notarán que se parecen bastante al proceso de duelo que experimenta una persona que siente que va a morir. Me he inspirado ahí, lo admito, pero goza de especificidad plena. A saber. 1) Negación: el sujeto manifiesta un rechazo irracional. Llora. No atiende a razones. Está abrumado por la cantidad de curvas y se limita a señalar que aquello no puede estar ocurriendo. “No, ¡yo en este instituto no me quedo! ¡No puede ser! ¡Tiene que haber un error!”. 2) Negociación: pasado el enajenamiento inicial, busca alternativas que son bastante inviables. “Mi sindicato me concederá una comisión de servicios. Al fin y al cabo… ¡me duele muchísimo el dedo gordo del pie! Y si no… ¡puedo darme de baja! Soy funcionario y tengo un primo que lleva cafés en Torretriana. ¿Y si presto favores sexuales a…?”. 3) Parálisis: el docente queda a merced de su destino. Se deja ir y comienza a plantearse de veras lo que le espera. Es en este momento cuando mira los horarios de los autobuses, comprueba cuáles son las carreteras menos malas, busca alojamiento sin perder en ningún momento el rictus de muerto en vida. “Bueno, es lo que hay, ¿no? Voy a ir preparando las cosas. Aquí puedo aprovechar para estudiar, aprender yoga, hacer batuka, leerme al fin Fortunata y Jacinta…”. 4) Aceptación: se culmina el proceso con la madurez emocional propia de un superhéroe. Se pierde el miedo y se descubre que todo lugar tiene ventajas y desventajas. Los pueblos medio aislados tienen alumnado cálido y de calidad y el modo de vida enaltece el beatus ille. En esta fase, todo te ilusiona. “Ya que tengo que quedarme… ¡al menos me lo voy a pasar bien! Esto podré contárselo a mis nietos”. 5) Nirvana: olvidas que existe un “antes de”, entras en comunión con el medio y re-actualizas tu lectura de Heidi. Conoces gente, sales, le coges miedo a marcharte. “¡Guou! No sé si es porque estoy demasiado borracha… ¡pero os quiero tanto!”. 6) Plenitud: el bar es tu bar. Asumes que este lugar siempre va a pertenecerte. Comienzas a recitar los nombres de (todas) las calles. Ya no todo es perfecto, claro. Añoras momentos del comienzo y desearías volver atrás. Ha dejado de ser un sueño, pero… ¿dónde estarías mejor? “Estoy pensando en volver a pedirlo. Está lejos de todo, pero se vive bastante bien y terminas por acostumbrarte a las curvas de la carretera… y a todo lo demás”. 7) Despedida: aunque siempre has dicho que no sería así, lloras y con ello se cierra el círculo. Se hace realidad en ti el proverbio y descubres que has sido feliz. Ítaca aguarda. Penélope espera. A Calipso… ¿dónde la dejamos?

Cuando comuniqué a mi editor mi destino, me dijo: “profesor Cuyami, ¡le han descubierto!, ese lugar es lo más parecido a las Islas Canarias (para Unamuno) que tiene la Junta de Andalucía”. Honestamente, no creo que haya relación entre lo que escribo (y pienso) y mi emplazamiento actual. Eso sí, si algún inspector despechado tiene algo que ver en todo esto, quiero darle las gracias de forma sincera. Estoy en la fase de plenitud. Aunque mi emplazamiento no es idéntico al caso descrito, este sitio es lo mejor que me ha pasado laboralmente en toda mi vida. Los alumnos son buenos y el aire puro de la costa va a hacer que me vuelva místico perdido. Lloraré el día que me marche… porque soy feliz.

Redes sociales

Sucedió de forma inocente. Siempre he pensado que los grandes descubrimientos siempre poseen esa misma ingenuidad: una manzana que pega sobre la cabeza, una cueva que creíamos vacía no lo está, juntamos elementos que parecían peleados… ¡y ocurre algo! Estábamos de excursión en el campo. Una de las chicas del grupo dijo que las fotografías que estaban haciendo iban a colgarlas en el Tuenti y yo, que siempre he sido muy cotilla, me interesé por ello. En mi cabeza entraba lo siguiente “por fin una forma de conseguir material para la revista del IES, sin tener que solicitárselo a los autores quince o dieciséis veces”. Así me veis, introduciendo “tuenti” en Google, con la esperanza de que me saliera algo más accesible de lo que, en realidad, encontré. Se trata de una red social, semejante al Facebook, que cuenta con más usuarios en España que nadie, pero que exige una invitación para poder acceder. Rebusqué en mi memoria y en mi agenda hasta encontrar a alguien lo suficientemente adolescente como para invitarme. ¿Quién podría estar dado de alta en el tal Tuenti? Lo hallé y, en unos pocos minutos, pude acceder por fin a un nuevo mundo.

Se trata de un universo paralelo. El ochenta por ciento de mis alumnos tienen una cuenta. La mayoría de ellos, de hecho, entran a diario. A través del Tuenti quedan, se comunican, preguntan cosas del Instituto y, sobre todo, ligan. Es cómodo porque te permite recordar cumpleaños (o, mejor dicho, te evita tener que recordarlos). Además de eso, sin necesidad de rebuscar demasiado, te permite encontrar a personas que creíamos perdidas, que yacen a los pies de algún pedestal de la memoria. Le hago caso a Sabina y me creo eso de que “al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”, pero lo cierto es que Tuenti aporta rincones abiertos a la melancolía: te permite recuperar bienhechores, descubrir que siempre somos generosos cuando imaginamos dónde estarán nuestros ex, aquellas personas que nos han hecho tanto daño o todo lo demás.

Ah, se me olvidaba el tema de la columna: Tuenti es, ante todo, un descomunal álbum de fotografías. De hecho, su gracia principal estriba en el morbo de ver situaciones sin ser vistos, vivencias, novios, viajes… de otros. Existen miles de posados veraniegos, instantáneas de borrachera, vestidos imposibles de comunión. Tuenti nos permite rastrear y discernir si nos gustan los amigos de alguien, cuánto bebe cada cuál, las compañías, los enemigos… de nuestros hijos y amigos. Solo existe un pequeño problema: nadie controla qué fotografías tienen la anuencia de los interesados y tampoco si son adecuados los comentarios que el resto de mortales aporta sobre estas. Regreso a lo que nos ocupa, que hoy estoy un poco disperso: ¿se imaginan cuántas fotografías de docentes, tomadas en clase, y sin consentimiento, se encuentran en las redes sociales? ¿Cuántos profesores están, sin saber que están? Yo estoy, se lo aseguro. Usted puede que esté, también. ¿Se imaginan la índole de los comentarios de los estudiantes que las cuelgan? Probablemente fallan. Si les soy sincero, la línea general no es demasiado faltona. Hablan de nosotros, pero no hablan demasiado mal de nosotros. No obstante, el otro día me llegó un comunicado firmado por el claustro de un IES. Se trataba de un centro en el que los profesores protestaban porque estaban cansados de tener que aguantarse con esta práctica, hartos de ser difamados en Tuenti, asqueados de que se cuestione la identidad sexual de la gente, la profesionalidad, las conductas higiénicas o alcohólicas de todos los docentes. Sin defensa posible y mediante fotos que vulneran el derecho a la privacidad.

Con todo y con eso, quiero quedarme con la parte positiva. Os recomiendo Tuenti. Daos de alta y mimetizaros con el entorno: volveréis a los veinte años o a los años veinte. La experiencia vale la pena porque te permite conocer mejor a tus alumnos, porque ayuda a ganarte su respeto, porque así podrás felicitarlos y preguntarles si han tenido un mal día, cuando tengas problemas con ellos. Así descubres sus inquietudes, sus problemas, así te haces con su lenguaje, con sus roles; así te será más fácil comunicarte con ellos en todos los sentidos. Es una herramienta didáctica muy útil (sé que posiblemente nadie me creerá) y, si este argumento no te convence, seguro que sí valdrá otro bastante más egoísta. Si tú estás, no te critican. Son adolescentes, pero no son tontos. Si molas, molarás más. Si no molas, tu presencia en Tuenti les cortará el rollo. ¡Y eso supone el fin del problema!

La bolsa o la vida

Recuerdo aquella escena milenaria, tomada de aquella película milenaria, en la que una cámara enfocaba el vuelo inconstante de una pequeña bolsa de plástico. Subía y bajaba con facilidad, inculcada en sus virajes, por rachas desiguales de viento. Eso es la belleza, como reza parte de su título. Antes bien, he dejado de ver belleza en eso. Hace meses que surgió el rumor: las bolsas de interinos estaban paradas. A esto le sumamos que en Andalucía no es posible saber el orden exacto de los presentes. Solo se revela quién es el primero que ocupa el escalafón y tu puesto exacto, pero nunca la lista completa. Hablo de las bolsas de interinos, por si no se nota, de las cuales salen los profesores que realizan las sustituciones para reemplazar a los caídos en acto de servicio. En la virtualidad más sublime, introduces tu número de ciudadano español y la aplicación informática te devuelve otro distintivo algebraico según el cual sabes si estás a punto de trabajar o no. Son muchos más los que distan mucho de hacerlo, que aquellos que permanecen en capilla, todo sea dicho, pero hay quien sí se lleva alegrías de vez en cuando. A veces esas alegrías vuelven a encabezarlas interinos con mucho tiempo de servicio… y tus ilusiones se frenan en seco porque ese cambio viene acompañado siempre de pérdidas de puesto. En algunas especialidades, ningún opositor de libre (o sea, los que no eran interinos) ha podido todavía comenzar a trabajar (casi un año después de las oposiciones). No tuvieron plazas en las oposiciones y ahora tampoco la bolsa de interinos tiene para ellos un hueco habitable.

Un amigo que trabaja dentro del gran pastel (¿les he dicho alguna vez que Torretriana me recuerda a una enorme creación de la hermana de Arguiñano?) me dijo una vez que es un auténtico milagro que cobremos la nómina cada mes. Me dijo que el funcionamiento de la Consejería de Educación es un desastre. “Si no se publica la lista completa de los interinos es porque hay muchos cambios”, me dijo. “A veces se altera el orden si hay alguna sentencia que así lo aconseja, otras veces… bueno, tú sabes, a veces alguien tiene que adelantar algún puesto por algún motivo”. Hoy puedes estar el treinta y mañana y cuarenta y uno. No hay esperanza, ni criterio: simplemente pasas las horas muertas cruzando dedos y enlaces, con la feliz esperanza de que algo altere y alterne las cosas. Últimamente, los milagros no ocurren. Se dice que estamos en crisis y que ampliar las plantillas de profesores ha dejado de ser una prioridad. “Es inútil, el próximo curso no trabajaremos”, escuché decir a un par de chicas que casualmente pretenden entrar en el gremio y que compartían, junto a mí, equipo en un cibercafé.

Existe una leyenda urbana que reza que nuestros sindicatos han pactado con la Junta que el próximo año muchas sustituciones “cortas” no se cubran. También existe la creencia de que ahora, faltando poco más de un mes, aquellos que nos hagamos un esguince, tampoco seremos reemplazados. Según eso, si es cierto, nuestros compañeros habrán de hacer guardias, agotándose aún más en un mes que se las trae, y los alumnos estarán desamparados en las postrimerías del curso. Más que nada porque hay que ahorrar gastos. USTEA ha creado una página que pretende recabar información sobre qué centros están desatendidos, sobre qué sustituciones no se cubren… y no son pocos ya los inscritos. Parece que esa es, de un tiempo a esta parte, una de las consignas que se perciben: el ahorro pasa por un deterioro en la calidad de la enseñanza pública. Ya ocurrió con muchos proyectos del CEP, para los que dejó de haber dinero hace tiempo; influye en el tránsito de las bolsas de interinos y repercutirá también en aspectos tan importantes como la creación de nuevos ciclos formativos (¿se juegan algo a que en el próximo ejercicio el ritmo de crecimiento de la FP se estancará de forma notable?).

Nunca he pasado por una de esas listas. Pese a lo cual, quiero mandar palabras de ánimo a todos aquellos que están pendientes de la llamada de la selva. Cuando suene el teléfono, estaréis dentro. Los problemas pasarán entonces a ser otros. Sé que creéis que todo estará solucionado entonces, que los planes de boda pueden recrudecerse, que habrá babero nuevo para el bebé. Sin embargo, ya os lo digo, los problemas se multiplicarán exponencialmente, y nada estará resuelto (siento romper el sueño, vuestro trabajo no estará garantizado de por vida). Eso sí, ¡disfrutad del momento! Llorad cuando os llamen. Bailad bajo la lluvia: ¡lo que sea! Pero no os ilusionéis en exceso. En lo relativo a la Junta y a sus burocracias, no os ilusionéis jamás. Es una amante ingrata. Y no corren buenos tiempos. Omiten.

El triunfo de la mediocridad

Soy consciente de que voy a perder unos cuantos lectores a lo largo de estas líneas. Pese a lo cual, aunque no voy demasiado sobrado de clientela, quiero correr el riesgo de ser políticamente incorrecto, le duela a quien le duela. Me centro: acaba de llegarme el borrador de mi declaración de la Renta y tengo que pagar. Cobro cada mes unos mil ochocientos euros. Estoy exiliado. A pesar de ser un funcionario público de la más alta categoría, mi puesto de trabajo está a más de tres horas de viaje de mi domicilio habitual. Estoy obligado a pagar cuatrocientos euros de alquiler. En Madrid esos gastos sí podría desgravarlos, pero en Andalucía se me considera un privilegiado y no me dan ni un céntimo por ello. Gasto en gasolina todos los meses unos doscientos euros, tampoco por ellos recibo ayuda alguna, y al estar apartado de todo mi mundo mis facturas de teléfono fijo y móvil son altas. Todos esos gastos se los debo a la Administración (también mi alimentación se incrementa: todos sabemos que vivir solo sale proporcionalmente mucho más caro). Teniendo en cuenta cuánto tendría que conducir tuve que comprarme un coche y suelo comer tres veces al día. Al final, si echamos cuentas y sin pagar hipoteca, resulta que me quedan unos quinientos euros para vivir todo el mes. No está mal, ¡Dios me libre! (Hay gente que está peor, lo sé). Pero la Admnistración me tiene fiscalizado y sabe hasta dónde meo.

Estudié catorce años para acceder a la Universidad. En ella cursé cinco cursos en cinco años. Preparé las oposiciones en nueve meses. Pasé ese tiempo levantándome a las cinco y pico de la mañana. Me encerraba a las seis y media en una biblioteca y, en líneas generales, cuando salía de allí era de noche. Nadie me ha regalado nada. Hice un trabajo excelente y conseguí ser funcionario con veinticuatro años. Y ahora, ¿me oyen?, muchas promociones de VPO me niegan una casa porque cobro demasiado. Ahora, a pesar de ser joven, me deniegan las becas y las ayudas de alquiler. ¿Me oyen? ¡Vivo peor que aquellos que se quedaban en la puerta del Instituto fumando porros! ¡Vivo más lejos, tengo menos dinero y encima he de pagarle más a Hacienda, encima he de sufragar el PER y el subsidio de algunas personas que se merecen mi dinero menos que yo! ¡Estoy hasta los mismísimos de pagarle dos años de paro a alguna gente que no quiere trabajar! Los quinientos euros que se ahorran cada mes aquellos jóvenes que reciban una VPO, y que se ganan con un trivial sorteo, yo tardé veinte años en ganarlos… ¡y me costaron cinco dioptrías en cada ojo! No me entiendan mal: creo en la solidaridad y en todas esas cosas bonitas. Soy educador y me dejo la crisma por los demás, pero ¿no les parece un poco fuerte que encima de que tengo poco dinero, habiendo trabajado tanto, deba pagar a Hacienda cuando, en realidad, llevan todo el año quitándome un quince por ciento de mi sueldo cada mes, mientras que muchos otros jóvenes trabajan en negro? Cotizo más y ¿de qué me sirve estar asegurándome el paro si yo jamás he estado ni estaré en el paro? ¿He de pensar en mi jubilación, que tendrá lugar vete tú a saber cuándo? Yo no quiero auto-pagarme el paro porque no corro ese riesgo. Y quiero tener las mismas oportunidades que los jóvenes que han trabajado menos que yo. ¿De qué sirve estudiar tanto si no tengo dinero para pagar una casa, si no puedo escoger dónde quiero vivir, si me deniegan todas las ayudas que mi edad merece?

Y encima has de escuchar cómo todo el mundo te dice que eres afortunado, que tienes privilegios. La suerte no existe. En Andalucía no se prima a la gente brillante (y no lo digo por mí, que conste): se tiene contenta a la gente mediocre. Los jóvenes no saben competir porque no vale la pena competir. Me he privado de muchas fiestas, de mucho alcohol y de todas las drogas, para conseguir todo lo que tengo y, sin embargo, cuando digo en qué pueblo trabajo y cuánto gano por ello, mucha gente se ríe de mí. Todo el mundo piensa que esto está muy bien pagado, pero hay meses que mi banco tirita. “No te gestionas bien”, me dicen. Y yo me río: yo hago las cosas de forma legal y ese pecado siempre te sale caro. Tengo el seguro del coche a mi nombre y no robo el Wifi del vecino (en todo caso, soy yo el vecino al que alguien le está robando el Wifi). Lo dicho: fracasen, no persigan comerse el mundo porque Hacienda te hará encima pagar por ello (pregúntenle a los empresarios que hacen bien su trabajo qué opinan). Haces todo lo que está en tu mano y terminas cenando un sábado en Burger King porque te falta dinero para otra cosa. Hacienda somos todos, dicen. Pero no todos pagamos a Hacienda. Callan.