Pueblo pequeño. Montaña. Mil habitantes. Treinta profesores. Tres lugares para comer. Tomo la frase de una película francesa llamada “Bienvenidos al Norte”. Si les gusta esta columna, vean la película. “Un proverbio local dice que aquí se llora solo dos veces. Los forasteros lloran al llegar… y también el día de su partida”. Los profesores están condenados a encontrarse en el Súper, a tomar café juntos, a estremecerse bajo las mismas campanadas del reloj de la torre. El pueblo tiene cuatro calles. El clima etílico del lugar es más que considerable y, reza la leyenda, el pueblo ha roto matrimonios, construido hijos putativos, de allí han salido amistades indelebles y algún que otro labio roto en alguna reyerta tabernaria a cuenta de la profesora de Historia. El trabajo no acaba jamás, porque jamás dejan de estar de servicio. En el Restaurante o en el Mercado, todos conocen quién es docente y han de responder dudas a los padres o tomar cañas con los alumnos. Aquellos que somos de ciudad nos encontraríamos ante la difícil tesitura de tener el establecimiento franquiciado más próximo a tres cuartos de suerte, si la carretera permanece abierta. Otro mundo.
Esta columna es un pretexto para enumerar las fases que todo profesor vive al acometer el exilio. Si alguno de ustedes se encuentra en algún lugar semejante, no teman: todo acaba bien. Es posible que se den a la bebida. Por lo demás, no hay riesgos. Reitero, voy con las fases. Notarán que se parecen bastante al proceso de duelo que experimenta una persona que siente que va a morir. Me he inspirado ahí, lo admito, pero goza de especificidad plena. A saber. 1) Negación: el sujeto manifiesta un rechazo irracional. Llora. No atiende a razones. Está abrumado por la cantidad de curvas y se limita a señalar que aquello no puede estar ocurriendo. “No, ¡yo en este instituto no me quedo! ¡No puede ser! ¡Tiene que haber un error!”. 2) Negociación: pasado el enajenamiento inicial, busca alternativas que son bastante inviables. “Mi sindicato me concederá una comisión de servicios. Al fin y al cabo… ¡me duele muchísimo el dedo gordo del pie! Y si no… ¡puedo darme de baja! Soy funcionario y tengo un primo que lleva cafés en Torretriana. ¿Y si presto favores sexuales a…?”. 3) Parálisis: el docente queda a merced de su destino. Se deja ir y comienza a plantearse de veras lo que le espera. Es en este momento cuando mira los horarios de los autobuses, comprueba cuáles son las carreteras menos malas, busca alojamiento sin perder en ningún momento el rictus de muerto en vida. “Bueno, es lo que hay, ¿no? Voy a ir preparando las cosas. Aquí puedo aprovechar para estudiar, aprender yoga, hacer batuka, leerme al fin Fortunata y Jacinta…”. 4) Aceptación: se culmina el proceso con la madurez emocional propia de un superhéroe. Se pierde el miedo y se descubre que todo lugar tiene ventajas y desventajas. Los pueblos medio aislados tienen alumnado cálido y de calidad y el modo de vida enaltece el beatus ille. En esta fase, todo te ilusiona. “Ya que tengo que quedarme… ¡al menos me lo voy a pasar bien! Esto podré contárselo a mis nietos”. 5) Nirvana: olvidas que existe un “antes de”, entras en comunión con el medio y re-actualizas tu lectura de Heidi. Conoces gente, sales, le coges miedo a marcharte. “¡Guou! No sé si es porque estoy demasiado borracha… ¡pero os quiero tanto!”. 6) Plenitud: el bar es tu bar. Asumes que este lugar siempre va a pertenecerte. Comienzas a recitar los nombres de (todas) las calles. Ya no todo es perfecto, claro. Añoras momentos del comienzo y desearías volver atrás. Ha dejado de ser un sueño, pero… ¿dónde estarías mejor? “Estoy pensando en volver a pedirlo. Está lejos de todo, pero se vive bastante bien y terminas por acostumbrarte a las curvas de la carretera… y a todo lo demás”. 7) Despedida: aunque siempre has dicho que no sería así, lloras y con ello se cierra el círculo. Se hace realidad en ti el proverbio y descubres que has sido feliz. Ítaca aguarda. Penélope espera. A Calipso… ¿dónde la dejamos?
Cuando comuniqué a mi editor mi destino, me dijo: “profesor Cuyami, ¡le han descubierto!, ese lugar es lo más parecido a las Islas Canarias (para Unamuno) que tiene la Junta de Andalucía”. Honestamente, no creo que haya relación entre lo que escribo (y pienso) y mi emplazamiento actual. Eso sí, si algún inspector despechado tiene algo que ver en todo esto, quiero darle las gracias de forma sincera. Estoy en la fase de plenitud. Aunque mi emplazamiento no es idéntico al caso descrito, este sitio es lo mejor que me ha pasado laboralmente en toda mi vida. Los alumnos son buenos y el aire puro de la costa va a hacer que me vuelva místico perdido. Lloraré el día que me marche… porque soy feliz.