martes, 24 de noviembre de 2009

Mar se masturba por primera vez

Aprovecho mi espacio para darle las gracias al Gobierno Extremeño por permitirme redactar esta columna (y, sobre todo, a los creadores de la campaña “el placer está en tus manos”). Asimismo, quiero agradecerle esta fabulosa oportunidad a la Junta de Andalucía y, en especial a ti, Micaela, Consejera Andaluza para la Igualdad. En serio, ser un columnista anónimo es duro. Hay personas que llevan cuatro años pasando mi página de largo; jamás se habrán detenido a leer ni una sola línea… ¡Hasta hoy! Estoy seguro de que titulares y declaraciones así se hacen pensando en nosotros, miembros numerarios del gremio de la opinión, en brindarnos una oportunidad de ser leídos por gente que no pertenezca a nuestra familia y amigos. El sexo vende. En serio, ¡gracias! Esta columna no será de las mejores, pero sí será la más leída. Tal vez hasta me propulse en Google, gracias al titular que impostoramente he seleccionado, y adelante en número de visitas al club de Fans de Naim Thomas. En serio, muchas gracias. No por la campaña en sí, pero sí por permitirme hablar de ella.

O sea, que la Junta de Andalucía se plantea implantar cursos para enseñar a los adolescentes a masturbarse. A ver, cómo lo digo sin que nadie se me enfade: no me escandaliza la idea, pero me parece un poco absurdo que les enseñemos una de las pocas cosas que se aprenden por sí solas (los objetivos, contenidos y procedimientos parecen obvios). El hábito lector lo tienen un poco atrofiado, pero ese otro hábito… creo que goza de mejor salud. ¡Vamos, digo yo! No me dedico a preguntarlo y, de hecho, tampoco quiero dedicarme a eso. Y precisamente porque no me dedico a preguntar entre mis alumnos la frecuencia con la que [colóquese aquí un eufemismo elegante], me atenazo ante la idea de que otras personas sí se cuestionen estos vericuetos… ¡porque hay cosas que son más divertidas si parecen prohibidas, si resultan un hallazgo, algo que jamás nadie hizo antes que tú! No es tan malo que investiguen por ellos mismos, de hecho. Si se lo damos todo tan machacado [lo lamento, no he encontrado un verbo mejor, estoy nervioso porque no acostumbra a leerme tanta gente], no buscarán palabras clave en el diccionario, perderán el plus de motivación que tenían los últimos temas del libro de Biología, su capacidad deductiva se centrará solo en el fútbol. No estoy a la última, lo sé. Y precisamente porque no estoy a la última prefiero que mis alumnos piensen, como nos pasaba antaño, que estas cosas ni siquiera me las he planteado nunca, que fui un adolescente-burbuja sin hormonas, sin un componente molecular ordinario. No veo justo que se les prive del placer de saberse descubridores de la pólvora.

Según me he podido informar, uno de los talleres proyectados en Extremadura indicaba que la literatura erótica era recomendable para las adolescentes tímidas, para las que atesoran pocas fantasías propias. Asimismo, desaconsejaban la pornografía visual pues configura (dicen) una imagen muy limitada del fenómeno sexual. Total, ¡que muchas gracias por barrer para casa también en esto! Tal vez mis compañeros de Plástica se enfaden conmigo (me acuerdo de “El Origen del Mundo”, presente en el D’Orsay), pero estoy muy satisfecho porque no nos costará, de este modo, que los alumnos lean el número de libros mínimo que fijamos para cada nivel cada año. Eso sí, por si acaso, retiraré la célebre pregunta, que se incluía antes en todas las fichas de lectura: “¿qué te ha parecido el final? ¿Hubieras deseado otro?” Los adolescentes siempre quieren finales felices, como ciertas peluquerías de Barcelona. Será mejor no dar pie a sus cavilaciones.

La sociedad está cambiando mucho y me parece bien que cambie. Solo me asusta que, algunas veces, no tengo claro qué finalidad tienen ciertas renovaciones. El cambio por el cambia no está mal, pero tampoco bien. Estoy seguro de que esta es una reflexión pobre, pero es la que hay. Me puede la presión, lo siento. Pienso que las cosas que no están ni bien ni mal son una pérdida de tiempo, casi siempre. ¿Obvio? ¡Lo siento! No volverá a leerme tanta gente hasta que no me dé por escribir realmente la “historia de Mar”. De hecho, este texto es lo de menos, un pretexto para la reflexión introspectiva (¿por qué tanta gente va a leerla?). Seguro que son pocos los que verdaderamente están pensando ahora en algo referente a la educación de nuestros jóvenes. Y es una pena porque ellos, la mitad de las veces, tampoco piensan por ellos mismos, ni con la cabeza.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Sobre algunos comentarios

De un tiempo a esta parte estoy recibiendo comentarios basados en descalificaciones personales, hecho que me sorprende porque no había ocurrido en los cuatro años precedentes. Me hace gracia que alguien dedique su tiempo a redactar anotaciones que saben de sobra que no voy a publicar. ¡Qué forma de perder el tiempo! Si alguno desea contrastar sus opiniones conmigo, o soltar los excesos de testosterona que le envenan el cuerpo, le ruego que me mande un correo-e a profesorcuyami@gmail.com En caso contrario, no solo no podré publicar su comentario, sino que tampoco podré contestarle. Eso sí, no contesto todos los correos que recibo. Por fortuna son muchos y, además de eso, suelo tener bastante trabajo.

A muchos lectores se les olvidan cuatro cuestiones básicas:
a) Lógicamente en mi blog yo decido qué comentarios se editan y cuáles no. Un blog no es un foro. Un blog es el espacio personal de una persona.
b) Cuando uno acata la línea editorial de un columnista no ha de comulgar plenamente con su ideario, pero si tanto os repugna mi forma de expresarme o los temas que planteo... ¿Por qué no seguís a otra persona? Nadie tiene la obligación de leer lo que escribo, así que si verdaderamente os enerva leerme, no lo hagáis, os lo imploro. No quiero que nadie muera de un flato.
c) No olvidéis que estas columnas no (solo) reflejan vivencias personales. El profesional de la educación que se esconde tras el "PROFESOR CUYAMI" poco o nada tiene que ver con la persona que redacta los artículos. Esto nunca lo he aclarado porque siempre me ha parecido de sentido común. No mezcléis planos, el plano personal y el periodístico-ficcional, pues yo no narro las vivencias de ningún centro en concreto, de ninguna ciudad, yo no muestro mis propias vivencias sino un compendido de las ideas extraídas de los cientos de correos que recibo, al cabo del año, y que son mi fundamentación teórica para escribir todo lo que escribo. Por eso, no busquéis coherencia. No cuento mi historia, cuento muchas historias. Muchos de los datos aportados no son falsos, pero sí ficticios.
d) Por último, y por si alguien sigue dudándolo, quiero dejar claro que mi deseo es siempre favorecer el desarrollo de la educación pública, denunciar aquellos aspectos que pueden mejorarse e incidir en aquellos que van en una buena línea. Mi propósito es noble, aunque más de uno no se lo crea. No busco dinero, tampoco fama, me limito a ejercer mi libertad de expresión de la forma más contructiva y productiva que sé y que puedo. Si alguno sabe hacerlo mejor, como con frecuencia me decís, le animo a que lo haga. Estoy seguro de que yo me convertiré bien pronto en su primer y mejor lector.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Campo de batalla

Cristales rotos. Excrementos próximos. Una valla medio derruida, con grietas y alambres. El suelo es irregular, repleto de baches. Terrizo. Cada bache representa una generación de las que arrastraron sus tobillos entre las alambradas. Más allá, el áspero suelo desgarra las rodillas, te hace plantearte si es una buena opción permanecer de pie. Se muestra un terreno irregular, lejos del cual hay poco desahogo. Desde la base de operaciones hasta la explanada del combate hay unos cien metros en los que impera el vacío legal. No hay minas, pero tampoco asfalto. No hay redes, ni mástiles firmes sobre los que elevar porterías ni ánimos. No describo un campo de batalla, aunque es también un campo de batalla. Así lo recuerda Fátima; allí hizo Educación Física desde que era niña y hasta su segundo de la ESO.


Siguen existiendo rincones donde el tiempo se detuvo de forma desigual para todos. Siguen existiendo institutos sin campos de deporte. Siguen existiendo adolescentes sin campos de baloncesto, sin porterías (ni atadas ni firmes). Sigue habiendo docentes de Educación Física que se la juegan sacando a los alumnos a los campos de deportes locales. ¿Y si algo les pasara por el camino, fuera del IES? ¿Se imaginan de quién sería la culpa? Cierto es que la inmensa mayoría de los centros escolares tienen unas instalaciones dignas, pero sigue habiendo poblaciones marginales y marginadas: en cuatro o cinco rincones hacer deporte supone arriesgar tus tobillos. En muchos sitios no existe un pabellón para burlar la lluvia. Si un año llueve, si llueve mucho, se recluyen en las aulas para memorizar a qué altura están esas porterías que no tienen. ¡Y atrévete a pedir, si no tienes, pelotas! Sin pabellones las programaciones de aula dependen de Pepe el Brujo, de las cábalas y de las cabañuelas. “Niños, haremos deporte si no nieva”. Conseguiremos, de este modo, que los alumnos odien la nieve, además del deporte.


Fátima quiere ser profesora de Educación Física y se pregunta por qué no existen, como en otros países, cintas de correr, bicicletas estáticas, pesas… Se pregunta por qué si un balón se pierde la mitad de las veces terminan pagándolo, en sentido alegórico, aquellos que no tuvieron la culpa. ¿Encargar más? Eso es tan absurdo, a corto plazo, como plantearte una ducha en su pueblo. Allí no había duchas, ni vestuarios. Naces y te mueres con el chándal puesto. Los adolescentes así apestan. Y después, me cuentan, se pasea la Consejera de Educación inaugurando instalaciones que ya llevan funcionando muchísimo tiempo. Instalaciones que no cuentan con salones de acto, que no tienen salas de usos múltiples, donde no se pueden impartir ciertas optativas porque literalmente no hay aulas suficientes. Inauguran tus centros, pero no te preguntan por qué en un edificio nuevo no hay despachos suficientes para todos los departamentos, ni por qué no es viable instalar unas malditas placas de energía solar, aunque pongas tú la mano de obra.


Cada día me ponen más enfermo los políticos. Cada día me indignan más ciertas reformas. ¡Queremos dinero! ¡Necesitamos dinero! ¿Lo tengo que decir más clarito? Muchos niños como Fátima siguen corriendo entre hierros y cristales, en escuelas pobres, de pueblos pobres, a los que no llegan ni siquiera los inspectores. Necesitamos dinero: ¡di-ne-ro! Y siento parecer materialista porque a mí lo que de verdad me gusta es enseñar a leer y a escribir, contarle a los chicos quién fue Lope de Vega y de dónde vienen sus topónimos. Pero no. No. Y no. ¡Necesitamos antes mejorar las instalaciones! Eso sí, lo que más me indigna de todo es que en el fondo de todo está que nadie se termina de tomar en serio nuestro trabajo. Nadie termina de creerse eso de que el deporte hace más feliz a la gente, previniéndola de otros hábitos insanos como son el alcohol y las drogas. Sale más barata la gasolina para cortar la cinta, para poner buena cara en las fotos, que invertir en quien de verdad lo necesita. Los que inauguran las instalaciones deportivas jamás llevarán a sus hijos a jugar en ellas. Hoy por hoy el pádel no existe tan lejos de la capital. “Señora, ¿dónde jugarán los niños cuando llueva? Aquí llueve mucho, señora. ¿Nos puede traer una caja de mercromina y tiritas? No tenemos médicos, ni hospital en el pueblo… ¿nos presta su coche oficial para llevar a los niños al hospital, si se abren la cabeza en un socavón?”.

sábado, 7 de noviembre de 2009

1963

He visto en la televisión un programa titulado “curso del 63”. Lo emiten en Antena 3 y si les hago publicidad de él es, ni más ni menos, porque creo que plantea un debate muy interesante para todos los docentes. Y también para los no docentes, claro. Se trata de un “Gran Hermano” en el que se toma a lo mejor de cada casa, a veinte alumnos díscolos, ávidos de un poco de disciplina, y se les encierra entre cámaras. Se les impone lo que, se entiende, es el modelo educativo que imperaba en los años sesenta. Se les somete a un control minucioso para ver cómo reaccionan ante lo que sus ¿abuelos? soportaban cuando tenían edad escolar. Por tanto, surgen pronto los primeros conflictos porque estamos ante jóvenes que no tienen nada claro el principio de autoridad y, por ende, presentan también un rechazo absoluto hacia las normas. La disciplina es el motor de la conducta, lo que nos hace prosperar y llegar lejos. Por el contrario, ellos no son capaces de renunciar a lo que creen imprescindible. Se extrae de todo esto que consideran imprescindible, por tanto, todo lo que tienen, pues su capacidad de renuncia se encuentra abolida por los estímulos de la sociedad de consumo. Al no ser capaces de renunciar, pues no están acostumbrados a sufrir, pues se les ha privado de forma sistemática y deliberada de la exposición al dolor, no soportan ningún cambio que no sea manifiesta e inminentemente favorable para ellos. La asunción de los cambios es imprescindible a la hora de crecer y, por tanto, es un eje crucial también en cualquier sistema educativo. Ellos lloran porque les prohíben utilizar un tanga. Se creen malos y poderosos, pero no soportan la vida sin un anillo en la nuca. No soportan los cambios, son frágiles, consustancialmente infelices, inadaptados e inadaptables. Un guiñapo, vaya. Jamás los criticaría, pues no tienen la culpa: son un mero desperdicio del sistema.

Comento con mis allegados, casi a diario, que trabajar en la educación pública te hace escorarte hacia la derecha. Dependerá, eso sí, de tu punto de inicio, que termines siendo más o menos integrista (o que te moderes, si partías desde el polo opuesto). ¿Saben qué opino yo del citado programa? Si les interesa, les diré que difunde una concepción errónea de lo que ha de ser nuestro modelo educativo. Hablo como docente y les digo, como docente, que jamás entregaría mi tiempo a un centro en el que las libertades educativas estuvieran tan restringidas para todos. Los cambios son buenos. El cambio social denota cierta evolución y evolucionar es sano y sabio. Es obvio que si los docentes tuviéramos poder para agredir a los estudiantes, por ejemplo, nuestra labor sería mucho más sencilla. Muchos no llegaríamos a hacerlo, estoy seguro, pero la propia fuerza coercitiva bastaría para doblegar su facultad volitiva. “La amenaza es más fuerte que su ejecución”. Pero eso, y quiero dejarlo bien claro, supone un paso atrás, una negligencia hacia las inmensas posibilidades que nuestra psique nos ofrece. El docente que necesita la fuerza para imponer su criterio es torpe y, como tal, no merece llamarse docente. Eso no quita que, en los casos extremos, necesitamos medidas extremas. Y no las tenemos.

Discutir sobre las diferencias entre el modelo educativo del 63 y la realidad de nuestras aulas de hoy en día, nos llevaría, necesariamente, a redefinir el peso de los límites. El debate sobre los límites es, en educación, El Debate: la clave de todo. La clave de gran parte de nuestros problemas se esconde ahí. Y me preocupa que demasiadas personas creyeran, viendo el programa, que antes estábamos mejor… porque no es así. La libertad de expresión va aparejada a la sociedad adulta a la que se supone que pertenecemos. Ni ahora estamos tan mal, ni antes estábamos tan bien. Tal vez en el punto medio esté la virtud, como siempre, y habría que reflexionar sobre cómo durante un par de décadas (setenta y ochenta) se disfrutó, en opinión de muchos, de ese punto medio. Deberíamos aspirar a reconquistarlo, pues funcionó. Ineludiblemente, hemos de reflexionar también sobre por qué lo perdimos.

Un alumno mío, hace unos años, me dijo “maestro, si abrieran un colegio donde los profesores pudieran pegarle a los alumnos, estoy seguro de que mis viejos me apuntaban. Y habría tortas por entrar”. “Y dentro, también. Por supuesto. Pero yo no trabajaría allí”, le respondí.