jueves, 10 de diciembre de 2009

¿Dará miedo la última de Crepúsculo?

Desconozco si el brillo azul de la mirada se pierde. Ella, la tiene. Desconozco si siempre fue tan reluciente el perfume de aquellos que se dedican a lo que siempre soñaron. Yo, lo tuve. Ella reluce, como la escarcha en la piel de los vampiros. Cruzamos un pueblo costero y entre sus lágrimas creo leer la feliz anagnórisis de alguien que ha descubierto un lugar donde es posible entregarte a los demás, dar la vida para que otros tengan oportunidades nuevas. Los gritos, casi siempre, se desparraman cuando olvidas que estamos en esto para hacer un poco más felices a los más débiles. Por ellos brillan sus ojos. Ella ha encontrado lo que muchos han perdido.

La envidio porque no le dirá a los alumnos “me van a pagar lo mismo”, puesto que la Junta no le dará un euro hasta que no complete sus dos primeras nóminas. Desconozco si las profesoras noveles se alimentan del humo turquesa de sus cigarros de cabareteras, pero sí sé que la envidio porque no se cree mejor que los demás, ni la ciega el ego, ni la espanta el trabajo, ni la opción de crear un método nuevo. No tiene miedo de enseñar(se) porque no ha olvidado todavía que “para enseñar hay que aprender(se)”. Y para enseñar cada día hay que aprender cada día. El compañero no es rival. La envidio porque se la presupone torpe y le explican las cosas como a mí me gustaría escucharlas, sin palabras: vacías, sin el afán de parecer lo que no somos. ¿Qué sería de nosotros si no llegaran? ¿Qué sería de nuestro negocio sin la mirada pura de quien comienza, de quienes han luchado tanto para entrar en nuestro barco? La envidio porque se cree a pies juntillas portadora de estrellas y de sueños. Escucha antes de hablar y, de momento, es capaz de extraer de cada cual lo mejor que atesora. ¿Por cuánto tiempo?

Los docentes, poco a poco, nos quedamos sordos. Es literal y literario. El propio retumbar de nuestras propias voces dentro de nuestra propia cabeza va destrozando nuestros propios tímpanos. Todo es muy propio. Del mismo modo, con los años, vamos sintiéndonos protagonistas, como los malos árbitros, de muchas historias para las que somos un mero frontón. De momento, y tras una semana educando, escucha. Desconozco si es posible mantener la mirada abierta y no perder la vida ni la vista. De momento aprecia los destellos hermosos de los pasillos indómitos de la segunda planta. Y la miro y siento nostalgia de mis primeras clases, cuando estaba mucho más próximo a mis propios ideales. (Hace cuatro años escribía con miedo e ilusión). Por aquel entonces, el ego no me cegaba tanto, me creía capaz de ser la mejor versión de mí mismo a diario. Preparaba cada clase con el mismo mimo que un mimo emplea para crear una flor de unos resquicios de aire.

Pero su mirada no será siempre pura. Recuerdo a la persona que me mordió la yugular y que me inyectó el veneno del pesimismo, del conformismo, de la ira que con frecuencia representa la amargura agridulce, y ambigua, que muchos lectores no entienden. Recuerdo la primera vez que me miraron raro por pensar en actividades nuevas, la primera vez que traté de sacar las clases del aula, que pedí reuniones extra... Recuerdo aquel mordisco y ¡cómo me dolió! Y desde entonces me creo encontrar, en ciertos momentos, sepultado bajo la mirada de la mujer de gato, esa profesora que siempre cumple los temarios y que corrige a tiempo. Aquel mordisco mató mi mirada pura, la inocencia y la confianza en el mundo. Ya no sufro tanto, cierto, pero tampoco disfruto igual. Desde entonces me persigue el destino trágico, que tanto deseo evitar, el final de saberme inmortal y funcionario, un vampiro del aula: más que un mal-nacido, un mal-muerto.

¿Y si la muerdo yo? ¿Y si acabo ya con esa pureza antes de que otro lo haga? ¿Le hablo de las presiones, de los inspectores, de agresiones, de responsabilidades penales y de comisiones de servicio…? Y en mi reacción, bajo el resquicio bendito de la luna nueva, llego a ser consciente de que sus lágrimas son lo que yo necesito. Y me fundo, y me confundo, en ellas. Tal vez pueda expulsar el veneno y recordar que soy mortal, un ser que sufre y que se emociona, que a veces siente ganas de abrazar a una gitanita que está triste porque su novio la dejó. Es posible que no todas las oraciones acaben en punto. No todas las ideas se concluyen si luchamos por trabajar con ilusión. Y, sin embargo, si lucho por comenzar de nuevo, tras tantas decepciones,

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Ayudar al destino

Estoy muy contento. Esta mañana he visto una cosa que me ha gustado mucho y quería comentarla con todos ustedes. Verán, me han contado muchos casos de personas que, por poner un número mal en la lista de posibles destinos para el traslado, por error, acabaron a muchos kilómetros de sus casas. Hay casos donde la confusión de un pueblo con otro, por tener un nombre parecido o porque sus institutos se llamaban de idéntica manera, desencadenó hasta el final de vínculos maritales. Es un tema delicado. Se trataba de una hojita, lo digo para los que no lo sepan, donde había que poner (hasta) trescientos códigos de IES donde te gustaría trabajar. Si cada centro tiene ocho dígitos, rellenabas hasta 2400 dígitos. Para los que somos de letras, especialmente, las posibilidades de error eran… bastantes. Así, cada año. Reitero: un posible error, en muchos casos, no tenía solución. Era vinculante y, para todos aquellos que solicitaban centro por vez primera, no había posible opción para la renuncia.

Total, que alguien ha pensado que ese sistema del tocho de códigos y la hoja de papel en blanco no es muy profesional, ni acorde a los nuevos tiempos. Y han intentado cambiarlo. Han creado una aplicación informática desde la que es posible ver tus centros de concursos anteriores (de tal modo que no es necesario volver a hacer la lista, si ya la rellenaste conforme a tus gustos, ni entretenerte con ese macro sudoku). También te señala el nombre del instituto y hasta un mapita de GoogleMaps para que puedas ver dónde se encuentra aquel IES que has solicitado. De este modo, aquellas personas cuyas preferencias están claras, lo tienen muy sencillo para cada año solicitar su retorno a Ítaca, sin tener que pensar mucho, simplemente validando la lista del año anterior.

Hay más, no se crean. Es posible, por fin, consignar los formularios desde casa, a través del certificado de usuario y/o con la ayuda de la clave de Séneca (que, para los profanos, es la plataforma desde la que evaluamos o pasamos las faltas de los alumnos). También se puede acceder a estos servicios con el nuevo DNI digital. La interfaz (por momentos siento que estoy escribiendo una reseña para Micromanía) es rápida y funciona bastante bien, siempre que se cuente con una conexión a Internet decente. Te permite ver claramente qué has solicitado y, por supuesto, también evita posibles errores en el reconocimiento de los caracteres, puesto que no es necesario usar el OCR para informatizar la caligrafía. Tú lo ves en la pantalla, lo revisas y, si todo está en orden, lo confirmas desde tu casa. Eso hace también que pueda ordenarse de forma directa, en pocos segundos, sin que tengamos que ir en peregrinación a las distintas sedes de Delegación, toda la información. Tal vez, incluso, ayude a dar destinos un poco más justos.

¡Pero tiene más ventajas aún! Hasta ahora, cada año te preguntaban por tu tiempo de servicio, tus cargos y los puntos obtenidos en los cursos y proyectos. Parece poco lógico tener que acreditar tu formación y experiencia cada año, como así era, y por ello existe ya una base de datos común donde van recopilando todo lo que cada uno tenemos en nuestro haber. Si has conseguido algo, desde el concurso anterior, como el título de doctorado, por ejemplo, lo llevas y te lo actualizan. Al ser menor la afluencia, por tanto, al estar casi todo ya en la base de datos, es más fácil compilar el trabajo… y se han permitido el lujo, por ende, de decirnos ya en qué día exacto sabremos nuestros destinos provisionales y definitivos. Hasta ahora, uno sabía cuándo pedía, pero no cuándo sería escuchado. Eso provocaba desconcierto y el nerviosismo de muchos profesores.

Sé que la esperan, pero no encontrarán en este artículo una crítica velada a nada. Me encanta el sistema y, por lo que he podido ver, es un paso bastante interesante en una línea que es útil y necesaria para todos. Me encanta, en serio. ¡Así, sí! Mi opinión es una, aislada e independiente, como siempre. Habrá a quien no le guste este nuevo sistema para pedir destinos, pero a mí sí me gusta. (Además, se sigue manteniendo la posibilidad de entregarlo a mano, para quien siga peleado con las “nuevas” tecnologías). Si esta columna sirve para que alguien dé una palmadita en la espalda a su programador, me doy por satisfecho. Prometo, por la gloria de mi madre, que no lo conozco… y que tampoco es miembro de mi familia ni de mi selecto grupo de amigos.