sábado, 26 de abril de 2008

Sida, Sara, ¿será?

Soy un cotilla. Si conservo algún lector, quedaría mejor con ellos si dijera ahora mismo que me preocupo por mis alumnos. Mi inspector, apoyado en su poltrona funcionarial, al que he convertido ya en un personaje más de este relato, mientras toma café tranquilamente y lee como cada martes mi columna en EL MUNDO, se relamería de gusto si yo le diera a esta práctica una explicación pedagógica… pero no la hay. Simplemente, soy un cotilla: ¿contentos? Después de haberles mandado una actividad para buscar información en Internet, me acerqué a sus ordenadores y me puse a comprobar qué palabras habían estado buscando en Google mientras, supuestamente, debían estar haciendo lo que yo les había mandado hacer. Soy un cotilla, lo sé (no tengo excusa). Eso sí, gracias a mis vicios, les puedo exponer ahora los resultados de mis pesquisas: en dos ordenadores habían intentado buscar pornografía. Otros dos chicos habían estado mirando fotos de luchadores de Pressing Catch. Otro rebuscó páginas web de marihuana para conocer cuál era el récord mundial de altura (y no me refiero a la especialidad deportiva). De todas formas, todo esto me resultó obvio. Sin embargo, alguien había buscado la palabra “SIDA” y eso sí me preocupó bastante. Lo constaté. Había estado rebuscando páginas, bastantes páginas, muchas páginas sobre dicho tema. ¿A santo de qué?

¿Cómo puedes acercarte a una alumna de catorce años para preguntarle si cree tener SIDA? ¿Cómo se le pide a una persona que te considera su enemigo, que se duerme en tus clases, que se está intentando rebelar contra ti, que te abra su corazón, que te explique lo que está viviendo, que te hable de por qué está tan preocupada, últimamente? Sé quién se sentó en ese ordenador y todos mis prejuicios me hacen reafirmar que mi memoria no falla. Repetidora, muy delgada, es frecuente verla en malas compañías, lejos de las bibliotecas, frecuentando callejones por la noche. Sí, ¡es ella! Como sé que debo hacer algo, opto por actuar de la forma más ruin que se me ocurre. Utilizo una de mis clases, saco el tema y empleo una pregunta de uno de los chicos como pretexto para soltarles la charla sobre el SIDA. Les cuento cómo se contrae, en qué consiste, qué se puede hacer para evitar caer enfermos. No dejo de mirarla, mientras hablo. Ella piensa que es casual: no sabe, no piensa, se echa a llorar.

En mi despacho, en una guardia, compruebo que se ha mordido las uñas demasiado. No me fija los ojos en mis ojos. Me sería más fácil hacer hablar con fluidez a un gato de porcelana, por eso sé que necesito un golpe de efecto. –“Sara, ¿te apetece un cigarro?”, le pregunto, y ella se extraña, primero, y luego se espanta. Me dice que “no” (contaba con ello), pero creo haber ganado con la pregunta diez centímetros de confianza. Lo aprovecho y comienzo a introducirla en la conversación que yo deseo.

La clave de todo está en que ella tiene catorce años. Supongo que eso explica que le llamara tanto la atención lo que le contaron sus amigas de un chico que vive a catorce kilómetros del pueblo. Ese chico tiene SIDA, o eso se dice de él. A ella, aunque no me lo explica con estas palabras, le fascina la idea de que alguien tan joven pueda estar sentenciado ya. Ese chico es cruel, desagradable, parece haber vivido catorce vidas, aunque solo tiene veintidós. Años. Pocos años le quedan, según la leyenda. Cayó en sus brazos y, como tantas otras veces, mantuvo relaciones sexuales. Con catorce años, pero sin preservativo, Sara se dejó llevar por/con el joven en su coche. Me aterran las cosas que atenazan mi mente, mientras ella me explica con frialdad cómo sucedió. No hay amor en su mirada y tampoco deseo. Se siente fascinada. En cierto modo, el terror por poder estar infectada la hace sentirse especial, la hace sentirse más viva que cuando estaba segura de estar sana. Sus padres la tratan todavía como una niña, porque es una niña. Eso a ella la enferma. Tener una enfermedad tan adulta podría hacerla convertirse en un mito: la gente hablaría de ella, le harían caso por fin. Los chicos la mirarían, verían en sus ojos cierto halo de misterio, sentirían miedo de ella, la mirarían con compasión, la mirarían con-pasión. –“Maestro, ¿tú crees que tengo el SIDA?”, me dice. Y me dejo llevar y me da la sensación de que soy yo el que necesita el cigarrillo.

martes, 15 de abril de 2008

Propuestas para el nuevo gobierno

Sr. Arenas, Sr. Chaves... Esto es para ustedes. Si les interesa, tomamos un café y les explico mis ideas. Eso sí, ustedes pagan, dado que sus sueldos son mayores que el mío. No tengo ideología: votaré en las próximas elecciones al partido que apoye, durante esta legislatura, un número mayor de estas propuestas. ¿Por qué no comienzan, desde ya, a ganarse mi voto? ¡Tienen cuatro años para currárselo un poquito!

Uno. Creo que el gran cáncer de nuestros institutos es la obligatoriedad de cursar el actual modelo de ESO hasta los dieciséis años. En según qué casos, resulta una tortura para los alumnos y, más aún, para nosotros. A efectos prácticos, muchos alumnos dejan de venir con quince o incluso con catorce años. Hay que regularizar esta situación y, si me lo permiten, creo que habría que plantear un sistema paralelo para alumnos que no saben o no pueden (en suma, que no quieren) estudiar a los catorce y quince años. Dos. Por tanto, creo que deberíamos invertir decididamente en PGS (Plan de Garantía Social), bien cualificados y dotados, para todos estos alumnos de los que sabemos que no titularán en la vida (¡a partir de catorce años!). Plantearía programas de jornada reducida, más prácticos, que los preparen para el mercado laboral, donde se les ofrezca el título y la formación mínima en Lengua y Matemáticas… sin tener que esperar hasta los dieciséis años. Tres. ¿Por qué no se gastan los fondos de todos los proyectitos-chorra en bajar la ratio? No solo no reforzaría los centros bilingües, sino que me plantearía suprimir dichos proyectos, porque nuestros alumnos no conocen nuestra lengua, así que estudiar en otra, resulta una quimera, visto desde dentro. Así pues, esos fondos los destinaría a desdoblar los grupos, a bajar a veinte o veinticinco la ratio máxima y, en los cursos y centros conflictivos, a quince (hay más centros conflictivos que no son considerados centro de atención preferente, por cierto). Sé que antaño existían grupos de más de treinta (y de cuarenta)… pero eran otros tiempos.

Cuatro. Los licenciados no estamos preparados ni física ni emocionalmente para impartir clases en el primer ciclo de la ESO. O bien se cambian los programas de las licenciaturas o se dinamiza el CAP (no creo en ello) o nos dejan hacer lo que sabemos hacer. Lo ideal sería que estos cursos fueran impartidos por maestros (como siempre ha sido). ¿Sería tan descabellado el retorno de los primeros y segundos a los colegios, de donde nunca debieron salir? Creo profundamente en mi inutilidad para enseñar como los maestros lo hacen. Desdoblaría los cursos altos (con licenciados) y contrataría más maestros para impartir clase en los cursos bajos. Cinco. Asesinaría al pingüino de Guadalinex y pagaría licencias Windows para que nuestros alumnos aprendan realmente algo útil en Informática, aumentaría el peso de la Informática y crearía una plataforma interactiva que realmente sirviera, ofrecería reducciones horarias al profesorado para trabajar en la labor de ponerla en pie (materiales comunes, interactivos, globales). Seis. Daría más estabilidad laboral a los interinos, pues es difícil construir un proyecto educativo si cada año tienes que renovar una parte importante de tu plantilla. Siete. Daría más derechos a los profesores de Religión, pues hacen el mismo trabajo que nosotros y no tienen reducción a los 55 años, ni muchos otros derechos. Ocho. Eliminaría la promoción automática y, mucho más aún, la aberrante medida de pasar de curso con cuatro suspensos. Nueve. Concedería a los profesionales de la educación la categoría de autoridad. Diez. Aumentaría la dotación de guardias de seguridad en las puertas de los centros y, en algunos institutos, también reforzaría la vigilancia policial dentro y fuera de las aulas (no me disgustaría ver, de vez en cuándo, algún policía haciendo algún que otro registro por sorpresa a ciertos estudiantes). Once. Acabaría con la endogamia que preside las elecciones de los cuerpos directivos, daría primacía al voto del claustro y a las ideas de los docentes: en mi opinión el director debería ser aquel que tenga el mejor equipo y las mejores ideas, no el que tenga más experiencia como director. Doce. Daría más protección a los profesores novatos, para que su inserción en el aula sea algo más gradual (quizá, con una pequeña reducción horaria el primer año, acompañada de ayudas reales por parte de sus tutores, sobre todo al comienzo del curso). Trece. Aumentaría el sueldo de los profesores de los centros conflictivos o a aquellos que tengan que trabajar en provincias muy lejanas de lo que, en realidad, han pedido (para compensar las pérdidas económicas, respecto de las personas en comisión de servicio, que trabajan junto a sus casas). Catorce. Liberalizaría todas las permutas. Quince. Pondría cámaras de vídeo dentro de las aulas y daría libertad a los profesores para enseñar a los padres lo que hacen realmente sus hijos. Dieciséis. Me dejaría de cambiar el sistema educativo según mis intereses políticos y a espaldas de los docentes.

miércoles, 9 de abril de 2008

Los funcionarios no lloran

Estoy cansado de escucharle a los compañeros: “Fulanito a mí me trabaja”. Estoy cansado de que no me hagan caso los alumnos, ni nadie. Estoy cansado de los dolores de garganta. Estoy cansado de escuchar que los profesores no trabajamos. Estoy cansado de que mi director tenga un horario donde no existen la mitad de sus horas. Estoy cansado de que siempre que escucho “don” sea con ironía. Estoy cansado de los consejos de muchos pedagogos, que no han entrado en un aula jamás. Estoy cansado de que los políticos se apunten tantos que no mete nadie, pero que si alguien los metiera, seríamos nosotros. Estoy cansado de solucionar robos de lapiceros y estuches. Estoy cansado de temer por la chapa de mi coche. Estoy cansado de planes absurdos como el proyecto de calidad, las ecoescuelas, los espacios de paz y todas esas sandeces que no arreglan nada. Estoy cansado de rellenar partes que no sirven y de que se critique Educación para la Ciudadanía habiendo quinientas cosas que están peor. Estoy cansado de pedirle a los alumnos que abran el libro. Estoy cansado de escuchar cómo me faltan al respeto. Estoy cansado de leer noticias de agresiones a docentes, sin que nadie haga nada. Estoy cansado de tener que coger el coche cada mañana y de conducir para llegar a mi puesto de trabajo, mientras muchos impostores aducen una comisión de servicio por enfermedades que no existen.


Estoy cansado de la falta de medios, de las clases de más de treinta alumnos y de sentir que nadie me escucha mientras hablo. Estoy cansado de regañar a los hijos, de regañar a los padres y de que los segundos compren motos a los primeros para celebrar que los he suspendido. Estoy cansado de ver alumnos promocionar, sin aprobar ni el recreo. Estoy cansado de poner notas que no sirven de nada. Estoy cansado de corregir gratis pruebas extraordinarias que se inventa la Junta para engañar a la gente. Estoy cansado de perseguir a los camellos, de buscar droga en las mochilas, de descubrir a niñas embarazadas, de hacer de psicólogo, asistente social, esteticista y hombre de la limpieza. Estoy cansado de ver papeles por el suelo, de escuchar gritos en los cambios de clase, de la Ley del Menor, de las Leyes de Murphy, de ser mirado como un traidor por los alumnos y un mercenario por los padres. Estoy cansado de las promesas de la Junta, de los sindicatos, de las propuestas de los sindicatos, de las propuestas que nunca llegan a nada, de los aumentos de sueldo que nos “proponen”, de asistir al Centro por la tarde para perder mi tiempo, de los cursos del CNICE, de los cenizos cursos del CEP, de preparar actividades que los alumnos no aprecian, del lenguaje no sexista, los membretes de la Junta sobre cualquier cosa, los accidentes, las bibliotecas sin libros y los centros TIC sin demasiados ordenadores y con demasiados tics.


Estoy cansado de los inspectores. Sí, estoy cansado de los inspectores. Estoy cansado de que todo el mundo le eche la culpa de todo a la educación, de que las familias se desmoronen, de llegar a punto del colapso a casa, de las ganas de matar a alguien, de no poder castrar químicamente a los futuros violadores que acosan ya a ciertas alumnas, de los padres que fuman porros delante de sus hijos, de los políticos, de todos los políticos, de absolutamente todos los políticos, de las leyes de Educación, reformas, contrarreformas, análisis e informes infumables. Estoy cansado de pasar frío en invierno, de pasar calor en verano, de la falta de corporativismo, de no ser ni tener autoridad, de que lo rompan todo, de no poder dar clases, de que los contenidos sean una anécdota porque son secundarios en Secundaria, de pedir perdón por explicar a última hora, de las programaciones y unidades didácticas, de colocar unos en vez de ceros, de ver cómo todos se cruzan de brazos, de sentir miedo, de ser engañado, de sentirme solo, de saberme sembrador en el desierto, de tantas mentiras, hipocresía, falta de educación en Educación, blasfemias, políticas e ira.


Estoy cansado. Pero lo sé: son solo gajes del oficio. Los funcionarios no lloran, pero sí pagan impuestos.

jueves, 3 de abril de 2008

¿El precio de Hacéldama? (2 de 2)

¿El precio de Hacéldama? (2 de 2)
Alguien rompió el silencio con unos cuantos aplausos. El moderador, que no desea que el debate se descontrole, se apresura a presentar al otro profesor. Benigno tendrá cinco minutos para explicar por qué está a favor del Plan de Calidad. Máximo ya ha mostrado su disconformidad con solvencia, pero será el resto del claustro el encargado de decidir, con sus votos, cuál de las dos posturas es la más fuerte. En cualquier caso, parece obvio que no habrá unanimidad, pues existen muchos recelos, a fin de cuentas, podría cortarse el ambiente con un cuchillo jamonero. El moderador, nuestro flamante Director, le da paso con un gesto a Benigno. Carraspea y comienza con parsimonia a desgranar su letanía:
-“¡No seáis torpes, hombre! De todos los funcionarios tipo A, somos los que menos cobramos. La Junta eso lo sabe. Por tanto, ha tomado la decisión de subirnos el sueldo. Ahora bien, ¿cómo se tomarían los médicos que a nosotros nos subieran la nómina por toda la cara? No, no es posible. Se tienen que buscar algún pretexto para pagarnos más. Vamos a ver, no hace falta ser muy listos para darse cuenta de que el Plan de Calidad no nos exige nada que no hagamos ya… ¿Acaso no aprobamos ya a más alumnos de la cuenta? ¿Acaso no los vemos promocionar sin poder evitarlo? ¿Acaso no tenemos ya que hacer cursos? ¿No es cierto que se nos revisa, que se nos vigila? ¿No se nos pide ya que mejoremos nuestros resultados? Todo esto se lleva haciendo ya varios años… ¿por qué nos extrañamos si nos pagan por ello, ahora? Haremos lo mismo y cobraremos más. ¿Os parece malo eso? No sé vosotros, pero yo ya cumplo el Plan de Caridad en mis clases. Para mí no supone ningún avance, ningún trabajo extra…
La Junta tiene derecho a obligarnos a hacer todo eso. Si decimos “no” al Plan, dentro de dos o tres años nos exigirán esto mismo, pero tendremos que hacerlo gratis… ¿no os dais cuenta? ¡Tanto tiempo pidiendo que nos suban el sueldo y ahora nos quejamos! ¿Por qué nos quejamos siempre de todo? Supongo que si hubiera sido otro el partido que lo hubiera propuesto, los que estáis a favor, estaríais en contra. Los que están en contra, estarían a favor… ¿no os parece absurdo? Dejad la política a un lado y hacedle caso a vuestra razón. Podemos renunciar al proyecto cuando queramos, en cualquier momento, y no habrá que devolver el dinero cobrado. ¡¡No es necesario aprobar a ningún alumno más!! Empezamos, cobramos… el que quiera sigue, el que no, que se vaya. ¡Y tan amigos! No es vinculante a todos, ni es obligatorio llegar hasta el final. Mientras sigues, cobras. Si no quieres seguir cobrando, te borras. ¿Dónde está el problema, entonces? Y si se ofrece algún premio más, como mantenernos en el mismo centro, ¡mejor aún! ¿No nos quejamos tanto de la precariedad, de que nos cambien de centro cada dos por tres? Parece que la Junta se ha dado cuenta de que para mejorar los institutos, tienen que darnos más estabilidad, ¡por fin vamos por el buen camino!
Por último, quería plantearos una reflexión. ¿Vais a renunciar al dinero por dignidad? ¿Os queda de eso? Los alumnos nos faltan el respeto, los padres tratan de pegarnos, cuelgan vídeos nuestros en Youtube y nadie nos presta atención… ¿y os sigue quedando dignidad? Yo, si os digo la verdad, no tengo dignidad, si hablamos de dinero. Al fin y al cabo, ¿dais las clases por gusto? No, claro que no. Todos vosotros trabajáis por dinero, no por dignidad. Yo prefiero trabajar por más dinero, por mucho dinero, porque trabajo por dinero, porque soy realista. Al fin y al cabo, de eso vivimos, no de la dignidad ni del orgullo. Pero vamos, tened la cabeza alta; no van a hacernos nada distinto de lo que ya nos hacen. La única diferencia es que tendremos siete mil euros más para comprar un campito, para celebrar una fiesta, para marcharnos al Caribe con nuestra mujer y perder de vista a los alumnos, a los padres, al claustro y a todas esas historias. No tengáis miedo: tendréis unas largas y prósperas vacaciones para gastaros toda la pasta que estamos a punto de ganar.
Voto secreto. Recuento: Treintaidós votos a favor. Catorce votos en contra. Seis abstenciones. Nombre del Centro. Fecha y firma de los presentes.

El campo del alfarero

El campo del Alfarero (1 de 2)
¡Ni los más viejos del lugar recuerdan algo semejante! Los dos partidos se arremolinan entorno a sus líderes para escuchar las últimas instrucciones, antes de la votación final. El objetivo de fondo es, ni más ni menos, captar el voto de los indecisos y de los más proclives a abstenerse. Para ello, unos prometen dinero. Otros, dignidad. El catastrofismo es la bandera de unos. La simplicidad, el arma letal de los otros. Mucho movimiento, miradas desafiantes… Por lo pronto, se ha logrado captar la atención de los más disolutos, de aquellos que no echan cuenta a nada. No falta nadie. Todos presencian el cuadro. Se miran, se increpan, llega el silencio. Toma la palabra el moderador y presenta la reyerta que está llamada a prorrumpir:
-“Señores, estamos aquí para debatir y votar si nos adscribimos (o no) al Plan de Calidad. Ya sabéis que este tema ha suscitado demasiada polvareda en la opinión pública y, por ello y con ello, muchos ya tenéis una opinión formada. Para todos los demás, esto servirá para aclarar ideas. Algunos opinan que es una vergüenza que nos paguen un plus por objetivos y que, llegado el caso, nos obliguen a aumentar el número de aprobados para recibir dinero. ¡Pero estamos hablando de mucho dinero y, por ello, muchos no quieren escuchar todos esos pretextos! ¡Más de siete mil euros, en total, por cabeza, podemos ganar! Ahora bien, ¿es lícito aceptar ese pago? ¿Debemos creernos que la Junta cumplirá su palabra o nos atraparán en la letra pequeña? Vamos a escuchar dos opiniones. Una a favor del Plan de Calidad y otra en contra. Después, se procederá a la votación. Sabemos que hay miles de personas pendientes de nosotros. Han hablado mucho los políticos sobre este proyecto. Hemos de tener cuidado: señores, presten atención, porque no se trata solo de un “sí” o de un “no”, hay mucho más en juego. ¡Doy la palabra a Máximo!
-“Compañeros, amigos… Lo que la Junta busca es manipularnos, atarnos, comprar nuestra voluntad con unos cuantos billetes. Lo que estamos discutiendo hoy es qué precio queremos poner a nuestra dignidad. Si decimos que sí, los padres pasarán un informe sobre nosotros, tendremos que venir muchas más tardes, quién sabe si no se buscará a medio plazo que perdamos nuestro mes de julio de vacaciones o que trabajemos todos los días de ocho y media a dos y media… Además, perderemos lo más importante que poseemos: ¡nuestro derecho a dar clases y evaluar libremente a los alumnos! Todos sabéis que para superar el último escalón de las bonificaciones hemos de mejorar nuestros resultados académicos. Entonces, la Junta dirá que los resultados han subido, que la nueva ley es fantástica, que todo funciona estupendamente. Entonces, nadie nos hará caso, no podremos protestar, nadie podrá chillar que las cosas están peor, que el nivel académico y educativo es deplorable. No, señores: tendremos que poner buena cara y regalarle el título a todo el mundo, por un puñado de monedas. ¡No hay derecho! ¡Tenemos más dignidad! ¿Esa es la educación en la que creemos? ¿Es lícito cobrar más por aprobar a más gente?
No. No buscan que la educación mejore su calidad. Buscan que mejoren las estadísticas. Buscan lo que siempre buscan: engañar a la gente. ¿Queremos ser cómplices de este engaño? Está a punto de prometer que aquellos que se adscriban podrán quedarse en sus centros; pronto los interinos, los profesores en prácticas, tendrán que aprobar a muchos alumnos para evitar irse al exilio. ¿Qué fue de nuestra libertad? ¿Por qué renunciamos a nuestra dignidad? Más aún, ¿pensáis que vale la pena venir tantas tardes, hacer tantos cursos? No, nada de eso. Ya sabemos todos cómo son los cursos que la Junta nos exige. Son un desastre, una deslealtad hacia la razón, un pretexto de muchos para alejarse de las aulas. Además, quizá nos paguen (está por ver, de todas formas), pero… ¿qué será lo siguiente? ¿Qué nos pedirán después? Cada vez nos exprimen más, como si no fuera ya suficientemente difícil dar clases, como si no nos dejáramos hasta la última gota de sudor con nuestras clases. Y, si como decís los que apoyáis el sí, pensáis van a pagarnos por “nada”, convendréis conmigo en que nadie regala nada, nadie da dinero porque sí… ¿Qué quieren de nosotros? ¿Sumisión o que aprobemos a más gente? ¡Muchas gracias por vuestra atención! Espero que deis vuestro voto al “NO”. ¡No pongáis precio a vuestra dignidad profesional!”
[CONTINUARÁ…]