Sr. Arenas, Sr. Chaves... Esto es para ustedes. Si les interesa, tomamos un café y les explico mis ideas. Eso sí, ustedes pagan, dado que sus sueldos son mayores que el mío. No tengo ideología: votaré en las próximas elecciones al partido que apoye, durante esta legislatura, un número mayor de estas propuestas. ¿Por qué no comienzan, desde ya, a ganarse mi voto? ¡Tienen cuatro años para currárselo un poquito!
Uno. Creo que el gran cáncer de nuestros institutos es la obligatoriedad de cursar el actual modelo de ESO hasta los dieciséis años. En según qué casos, resulta una tortura para los alumnos y, más aún, para nosotros. A efectos prácticos, muchos alumnos dejan de venir con quince o incluso con catorce años. Hay que regularizar esta situación y, si me lo permiten, creo que habría que plantear un sistema paralelo para alumnos que no saben o no pueden (en suma, que no quieren) estudiar a los catorce y quince años. Dos. Por tanto, creo que deberíamos invertir decididamente en PGS (Plan de Garantía Social), bien cualificados y dotados, para todos estos alumnos de los que sabemos que no titularán en la vida (¡a partir de catorce años!). Plantearía programas de jornada reducida, más prácticos, que los preparen para el mercado laboral, donde se les ofrezca el título y la formación mínima en Lengua y Matemáticas… sin tener que esperar hasta los dieciséis años. Tres. ¿Por qué no se gastan los fondos de todos los proyectitos-chorra en bajar la ratio? No solo no reforzaría los centros bilingües, sino que me plantearía suprimir dichos proyectos, porque nuestros alumnos no conocen nuestra lengua, así que estudiar en otra, resulta una quimera, visto desde dentro. Así pues, esos fondos los destinaría a desdoblar los grupos, a bajar a veinte o veinticinco la ratio máxima y, en los cursos y centros conflictivos, a quince (hay más centros conflictivos que no son considerados centro de atención preferente, por cierto). Sé que antaño existían grupos de más de treinta (y de cuarenta)… pero eran otros tiempos.
Cuatro. Los licenciados no estamos preparados ni física ni emocionalmente para impartir clases en el primer ciclo de la ESO. O bien se cambian los programas de las licenciaturas o se dinamiza el CAP (no creo en ello) o nos dejan hacer lo que sabemos hacer. Lo ideal sería que estos cursos fueran impartidos por maestros (como siempre ha sido). ¿Sería tan descabellado el retorno de los primeros y segundos a los colegios, de donde nunca debieron salir? Creo profundamente en mi inutilidad para enseñar como los maestros lo hacen. Desdoblaría los cursos altos (con licenciados) y contrataría más maestros para impartir clase en los cursos bajos. Cinco. Asesinaría al pingüino de Guadalinex y pagaría licencias Windows para que nuestros alumnos aprendan realmente algo útil en Informática, aumentaría el peso de la Informática y crearía una plataforma interactiva que realmente sirviera, ofrecería reducciones horarias al profesorado para trabajar en la labor de ponerla en pie (materiales comunes, interactivos, globales). Seis. Daría más estabilidad laboral a los interinos, pues es difícil construir un proyecto educativo si cada año tienes que renovar una parte importante de tu plantilla. Siete. Daría más derechos a los profesores de Religión, pues hacen el mismo trabajo que nosotros y no tienen reducción a los 55 años, ni muchos otros derechos. Ocho. Eliminaría la promoción automática y, mucho más aún, la aberrante medida de pasar de curso con cuatro suspensos. Nueve. Concedería a los profesionales de la educación la categoría de autoridad. Diez. Aumentaría la dotación de guardias de seguridad en las puertas de los centros y, en algunos institutos, también reforzaría la vigilancia policial dentro y fuera de las aulas (no me disgustaría ver, de vez en cuándo, algún policía haciendo algún que otro registro por sorpresa a ciertos estudiantes). Once. Acabaría con la endogamia que preside las elecciones de los cuerpos directivos, daría primacía al voto del claustro y a las ideas de los docentes: en mi opinión el director debería ser aquel que tenga el mejor equipo y las mejores ideas, no el que tenga más experiencia como director. Doce. Daría más protección a los profesores novatos, para que su inserción en el aula sea algo más gradual (quizá, con una pequeña reducción horaria el primer año, acompañada de ayudas reales por parte de sus tutores, sobre todo al comienzo del curso). Trece. Aumentaría el sueldo de los profesores de los centros conflictivos o a aquellos que tengan que trabajar en provincias muy lejanas de lo que, en realidad, han pedido (para compensar las pérdidas económicas, respecto de las personas en comisión de servicio, que trabajan junto a sus casas). Catorce. Liberalizaría todas las permutas. Quince. Pondría cámaras de vídeo dentro de las aulas y daría libertad a los profesores para enseñar a los padres lo que hacen realmente sus hijos. Dieciséis. Me dejaría de cambiar el sistema educativo según mis intereses políticos y a espaldas de los docentes.