martes, 30 de septiembre de 2008

Aulas y andamios

Sospecho que la Junta de Andalucía pretende ahorrarse cientos de sueldos de profesores, en el mes de septiembre. ¡Hale! ¡Ya lo he dicho! ¡Y qué a gusto me he quedado! Siento no haberle dado un poco de más emoción, como hago siempre, pero es que necesitaba desahogarme rápido. Más que nada, me urgía porque estoy un poco estresado por haber tenido que pasar dos semanas haciendo guardias en las que el número de profesores ausentes casi igualaba al de los presentes. ¡Hasta siete bajas hemos llegado a tener! Y no somos un centro demasiado grande, que conste. El primer día de curso, de hecho, cuando los alumnos de primero se presentaron aquí para recibir sus nuevos horarios, nos dimos cuenta de que varios de esos grupos no tenían todavía tutor. A más de uno nos tocó suplantarlos y ser asediados con preguntas del tipo “¿quién será nuestro tutor? ¿Por qué no lo eres tú? Y entonces, ¿qué haces aquí?”. Por algún motivo arcano, los interinos con vacantes han llegado más tarde que nunca. Los claustros iniciales han tenido que verse retrasados y, en innumerables centros, el curso ha tenido que empezar unos días más tarde de lo previsto. ¿La verdadera causante de este desfase? La Administración, sin duda, y casi como siempre. Y que conste que también es culpa suya la desoladora sensación de provisionalidad y chapuza académica que todos hemos sentido a lo largo de estos días, tras mirar el “parte de guardias” (hemos perdido dos semanas que más adelante echaremos de menos, cuando los temarios no se completen). ¿Por qué recortan gastos en estos “pequeños” detalles y después presumen, henchidos de gozo, de entregarlo todo a favor de la educación de nuestros hijos? ¡Qué poca vergüenza!

Mi Jefe de Estudios dice que cuando llama a Recursos Humanos, para pedir más profesores, no le cogen el teléfono. El enlace de la página web donde aparece el puesto de los interinos, a día de hoy, está desactivado y lleva bastantes horas sin funcionar (no quiero ni imaginar la cara de aquellos que estén de los cuatro o cinco primeros en cada bolsa). Para colmo, en muchos cuerpos minoritarios todavía no se ha repartido ninguna sustitución porque alegan que hay otras especialidades más “urgentes”. Así no es raro ver a nuestros alumnos de FP dando vueltas por el centro, a vida cuenta de las carestías que ellos sufren, de forma especial (como son mayores, la Administración nos anima a dejarlos solos unos días, para recortar gastos). ¡Oh, albricias! ¡Mañana acaba el mes! ¿Acaso a partir del miércoles los tres o cuatro lacayos encargados de telefonear a los interinos recrudecerán sus acciones? ¿Acaso habrán conseguido ahorrar varios millones, torpedeando el correcto funcionamiento de los centros, durante casi un mes? ¡No seáis tontos! Si se ahorra tanto dinero dejando a los chicos sin clases dos semanas… ¡Hacedlo más a menudo! ¡Mandad al garete la formación, que no es tan importante! ¿Se imaginan lo barato que serían para los contribuyentes los institutos si durante todo el curso nos faltaran seis o siete compañeros siempre, si los chicos de primero de ESO aprendieran lo esencial sobre la vida por ellos mismos, sin que nadie los mediatice, sin un tutor que esté dándoles la tabarra a todas horas?

Las oposiciones acabaron en julio. Desde junio la Administración sabe aproximadamente cuántos profesores necesita cada centro. ¿Cómo es posible que hayan hecho falta al menos tres meses para mandar a los nuevos profesores? Una de dos: o son unos rácanos y no quieren pagarles el mes de septiembre… o la persona que aprieta los botones tiene un serio problema con la mecanografía. Opto por la primera opción, porque no soy quién para poner en duda el abnegado trabajo de los administrativos de Torretriana. Eso sí, como siempre, todo da igual. Yo y todos apostamos por agachar la cabeza, olvidar las circunstancias y a los causantes de estas, solicitando al de la planta de más arriba (a Chaves, el funcionario máximo) que lluevan hombres y mujeres en octubre, que se termine esta sequía de interinos, a pesar de la crisis… para poder trabajar en paz. ¡Que ya va siendo hora! ¡Hasta los chicos están hartos de perder el tiempo! ¡Y ya es decir! Algo va mal.

domingo, 28 de septiembre de 2008

Contra Dios

La frase es clara y concisa. “Dios ha muerto”. Sin más, sin matización posible. Sin embargo, tendemos a ser los lectores muy poco curiosos. ¿Cómo murió? ¿Quién lo mató? ¿Alguien exigió responsabilidades penales? ¿Qué arma fue utilizada? ¿Tuvo el mayordomo algo que ver en todo esto? Por deformación profesional tiendo a imaginar a ciertos seres mitológicos dándose puntapiés en la tripa y proclamando epitafios redondos, anacrónicos para tanto dolor. Acaso, si Dios murió, ¿una de las puñaladas recibidas no ha de ser semejante a las que están recibiendo los profesores de Religión hoy en día? Me pregunto si la deidad receptora de tantas procesiones, a las que asisten tantos cargos electos de diversos partidos a los que no quiero señalar, lograría verle la cara a su asesino, antes de expirar. Parece claro, un nivel por debajo, que los profesores de Religión están revolviendo sus sábanas un septiembre más, sin descubrir el puñal en sus espaldas, sin saber qué será de ellos, desconociendo todavía el plan que ha de dejarlos sin pan y sin sangre. Intuyen una fecha de caducidad implícita, lenta, inapelable, que lapida las conciencias sin piedad, que dilapida los corazones y dilata las esperas, que les va quitando horas cada año, sin que esté en su mano evitarlo. Horas de sueño. Y horas de clase.

¿Cómo es posible que aumente el número de alumnos, apuntados en Religión en un centro, y que disminuyan el número de horas de Religión concedidas por la Administración para estos? ¿Cómo es posible que los grupos de Alternativa de mis jefes tengan dos y tres alumnos y que la Junta los obligue a fusionar los cursos de los profesores de Religión surgiendo mezcolanzas de más de treinta alumnos? Se han reducido drásticamente el número de horas, mientras se despilfarran sueldos en profesores de planes bilingües de resultado nefasto. A nadie se le derraman los anillos por acumular a destajo profesores de Lengua en un solo grupo y, por el contrario, se reduce cada año el sueldo a un colectivo de profesores que también poseen familias, hipotecas, responsabilidades… Llega septiembre y se les cae un dígito del sueldo por la falta de un par de horas lectivas. Surgen mileuristas de sesenta años sin que se tenga en cuenta la labor realizada a lo largo de los últimos veinte, tras asegurarles todos los veranos que la situación está resuelta a medio plazo. ¿Y qué más? Repito la tesis. No baja el número de matriculados y sí drásticamente el número de horas (el pasado curso suprimieron, porque sí, 1.170 y esta vez la sangría ascendió hasta las 2.465, según los sindicatos). Saquen ustedes sus propias conclusiones porque a mí me pone de mal humor explicitar el corolario.

En cierto papel de cierto sindicato descubro que prometieron mantenerles el sueldo, hace un año, cuando firmaron sus contratos indefinidos. Ni de roña. En otras comunidades se han buscado fórmulas para que estas familias no tengan problemas, para que el sueldo de todo un curso no esté pendiente de la foto finish de septiembre. ¿Quién se hará esa foto? ¿Qué sindicato aparecerá apretando las manos (o los atributos) de quién? En algunas comunidades socialistas se les ha permitido a estos docentes completar sus horarios a través de diversas tareas de apoyo a sus respectivos centros. Aquí, no. Lo comprendo. A los cristianos si les das pan, te lo consagran. ¡Al enemigo ni agua! “Si son tan buenos, que pongan otra mejilla”. Si les quedan mejillas, claro.

¿Qué será lo siguiente? Que lo digan claro, por favor. Estos trabajadores tienen contratos indefinidos y, por el contrario, nadie parece dar crédito a que las condiciones vayan a respetarse de cara a próximos cursos. ¿Reducirán el sueldo a los profesores de Latín cuando descubran que se trata de una lengua difunta, también? ¡Qué sé yo! Si yo fuera padre, protestaría ahora. Si deseo que mis hijos, en un futuro, puedan estudiar Religión, este es el momento de quejarme. Para todos los demás, para todos los ateos de Andalucía, os filtro que pretenden a medio plazo quitaros también la oportunidad de decir “no” (¡con lo mucho que desahoga hacer apostasía!). Me da por pensar que van a privarnos de la capacidad de elegir y, probablemente, lo siguiente sea robarnos también nuestra facultad para pensar (diferente).

viernes, 19 de septiembre de 2008

Vuelta al Cole

La carretera no se acaba. Las vacaciones, sí. Con esa filosofía me subo al coche y hago acopio de todos los discos compactos que la guantera es capaz de albergar. Creo que lo llevo todo, aunque bien pronto descubro que no es así. Me consuelo pensando que en occidente con una tarjeta de crédito se logra casi cualquier cosa. Con eso y con algo de dinero en la cuenta corriente, llegaré lejos. Afortunadamente, está recién cobrado mi soborno de seiscientos euros por votar que sí al plan de calidad (sin lugar a dudas, los dos minutos más rentables de toda mi vida, dado que no gané el panel final, aquella vez que fui a concursar, hace años, a un programa de la tele). De pronto, descubro que mi GPS está obsoleto y me arroja por una carretera lamentable, sombría, más tortuosa que una tutoría complicada. Tanto hablar de los interinos que peregrinan de un centro a otro y por fin me toca experimentarlo en mis propias carnes.

¡Ni siquiera había oído el nombre del pueblo antes y me costó trabajo aprender a pronunciarlo! Bueno, miento. Una vez lo vi. Lo leí justo cuando deposité su código en el puesto doscientos de mi lista. Lista, según se ve, que fue tan tenida en cuenta como cuando pedí un caballo de carreras a los Reyes Magos. Por aquel entonces, recibí un monopatín. El parecido entre dicho regalo y mi petición era bastante mayor que la semejanza entre un lugar habitable (y habitado) y este pueblo. Por lo menos tengo dos años para hablaros de él, así que no seáis impacientes. Por ahora solo os diré que lo colman unas dos mil personas y que es semejante su número al de las cabras que se comen todas las latas de los alrededores. Eso sí, guardadme el secreto porque esa es la parte que mi madre oculta a sus amigas en la peluquería: para todo el que quiera concederme una permuta, que sepa que es un paraíso perdido hermosísimo, que ahorrará dinero y que despertará literalmente por las mañanas con gallos y con el trinar de los pajaritos. Debí ser albañil o un intelectual de la brocha gorda, especializarme en pintar soldaditos de plomo… Tantos años de trabajo para resultar exiliado de este modo, para terminar incomunicado, en mitad de la montaña, para pasar los ásperos días de diciembre: Madre, ¡manda huevos (porque aquí a veces escasea la comida)! Por lo demás, no me quejo: mi casera es una mujer fabulosa. Los cuatro pisos del municipio que están en disposición de ser alquilados se reparten entre los profesores del centro: aquí tus vecinos son compañeros, hermanos, grandes hermanos... En efecto, es turismo rural en estado puro, convivencia extrema y alcohol en cantidades industriales. Los entretenimientos del sitio conceden un placer poco duradero, pero es bonito. He pasado una tarde entretenida, pero lamento no haber dejado nada por hacer para las próximas seiscientas.

Descubro que hay una vieja piscina y me decido a entrar. Allí se ven un montón de adolescentes que se arrojan a la vez y que parecen estar a punto de matarse en cada incursión en el agua. No hay socorrista y yo no estoy de servicio. Si sucede un accidente, tendremos entierro. Catorce personas detrás de un féretro y la calle principal (y casi única) colapsada por el cortejo suponen una imagen mental que me horroriza. ¡Estoy agotado! Y no de andar, precisamente. Lo estoy por haber pasado las noches de todo mi verano rezando. Dios no me escuchó tampoco. El tiempo siguió avanzando y cuando el lector reciba esta desesperanzadora misiva ya habré dado mis primeras tres clases. A duras penas entiendo a mis alumnos, aún: su dicción parece un cuadro de Dalí (o peor aún, aunque no puedo poner ningún ejemplo más rebuscado. Siempre me aburrieron las clases de Arte y como no tengo Internet no puedo citar ningún autor que sea más abstracto, si cabe). Sin embargo, a todo se adapta uno. O eso espero. En cuanto escuche los gritos en el patio y me vea vestido de luces, todo lo demás se me habrá olvidado. Prefiero no pensarlo. ¿Qué me espera? La incertidumbre devastadora de siempre, supongo. ¿Cuántas veces lloraré esta vez? ¿Aprenderán algo? ¿Se enamorará alguna chica de mí? ¿Me interpondrán alguna querella? ¿Adquiriré mi propia ganadería o me afiliaré a un sindicato? Si sois padres, dadles caña a vuestros hijos. Si sois profesores, tened muchísima suerte. Y si por casualidad esto lo lee algún alumno… que conste que era broma lo de antes. ¿Cómo va a llorar un profesor? ¡Estaba de cachondeo!

jueves, 4 de septiembre de 2008

¿Quién quiere ser funcionario?

De pronto surgió una chica y abrió la cancela del portal. Los cuatro se miraron entre sí. Era solo una desconocida, pero ellos también lo habían sido hasta media hora antes y, por lo tanto, eso no significaba nada. En pleno mes de julio, rozando agosto, en Sevilla, los pensamientos fluyen de una forma anómala. No da el seso para demasiado raciocinio: “Perdona, ¿sabes si en el primero c existe algún sindicato?” Pareció descolocada. Llevaba una bolsa de la compra, tenía calor y un top turquesa sobre unos short. Les miró y confesó que vivía en el piso de al lado (el primero d). En el primero c vivía un matrimonio que tenía un hijo, según ella. “¿Y no sabes si quizá el hijo puede tener algo que ver con el sindicato?”, le preguntó uno de los nuestros a la vecina. Ese hijo tenía dos años, nos contestó. Luego se rio y se marchó… y entre lo uno y lo otro no debieron de pasar más de quince o veinte segundos. “Quizá sea un sindicalista precoz, nunca se sabe”, profetizó Rosa. En ese tiempo, el quinto miembro del comando salió del bar más próximo. “¡Buenas noticias! En el Bar… ¡me han dicho que sí hay un hombre que se dedica a esas cosas y que vive en el primer piso!” Pronto comenzaron a discutir sobre si la zagala de las bolsas tendría o no buena relación con el padre del bebé. Quizá por eso no le hubiera contado nunca que trabajaba en un sindicato de Educación. Quizá, solo quizá, se encontraran en el lugar correcto. En cualquier caso, Tomás los miró y no pudo evitar sentirse ridículo. Habían venido desde Madrid, Málaga, Algeciras y Chipiona. Eran profundos desconocidos y se encontraban en mitad del barrio de Triana, bajo un incesante mar de más de cuarenta grados, tras recorrer media ciudad con ayuda del GPS, olvidando desde dónde aquella aventura había dejado de tener sentido.

Más de dos meses antes, cuando comenzó el proceso, estaba yo en la sala de profesores y las vacaciones eran todavía un refugio neuronal para los instantes duros. Lo recuerdo y los personajes de entonces se alargan como espectros en las dunas. “Oye, ¿te puedes creer que hay cientos de personas a las que no han admitido en las oposiciones porque ya eran funcionarios? No comprendo cómo alguien que ya ha sacado las oposiciones puede volver a echar los papeles…”, dije sin despegar la vista de la web de la Junta. Juan Carlos, apoyado sobre otro de los ordenadores, me miró con ternura. No podía creerse que yo lo estuviera diciendo realmente. “Cuyami, echan los papeles para no ser miembros de tribunal. No los aceptan, claro, pero están exentos de evaluar. Pagan setenta euros por un mes de vacaciones. ¿No lo sabías? Mucha gente lo hace. La Junta se gana un dinerito y ellos pueden hacer planes para julio sin tener que esperar a las listas”. Por aquel entonces, muchos de los interinos que pasan ahora a ser funcionarios, a los que nadie podrá echar jamás, que le darán clase a vuestros hijos, a vuestros nietos, que se harán eternos y que profetizarán en tierra propia antes que yo, todavía no habían empezado a prepararse para el examen. Se sabían ganadores a priori, se amparaban en los tres puntos de más que tendrían en el oral (gracias a un informe y a tener que hacer una parte menos), en el hecho de que una quincena de temas, de entre los setenta del temario, era más que suficiente para superar el examen. Cinco bolas para hacer una y ni siquiera suspendiendo te quedabas en tierra. Ellos lo sabían y les bastaba con llegar al quince para tener su pleno (¿se imaginan profesores dominadores solo de un diez por ciento de lo que explican durante el curso?). En los cafés, se jactaban con la seguridad de saberse ganadores antes de comenzar la batalla. “Hombre, estas son las nuestras. La Unión Europea les ha dicho que tienen que reducir el número de interinos a toda costa. Por tanto, quizá sea cierto que salen más plazas que nunca, pero no me gustaría ser opositor de primer año. En muchas especialidades no tienen absolutamente nada que hacer…”.

Yo la vi. Su primera y última exposición. Una vergüenza. La vi defender una programación bochornosa. En el escrito, algo hizo. “En dos horas no puede verse la diferencia entre alguien que sabe y alguien que sabe poco”, eso me lo reconoció otro de mis compañeros, miembro de tribunal y todo. Estefanía es una profesora deplorable y ha obtenido un nueve y medio. Lleva sin tocar un libro quince años, pero ha dado igual. No prepara las clases y no se ha involucrado jamás en nada porque cambia de plaza como el Circo Europa de pueblo. Tenía diez puntos en virtud de sus correrías y le han puesto cerca de un diez en la nota total, sin explicaciones. Ni siquiera sabremos jamás qué tenía en el escrito y qué en el otro. Nadie lo ha publicado. En su especialidad, en FOL, ninguna plaza fue para ninguno de los nuevos. Ni las reencarnaciones de Aranzadi, del mismísimo Adam Smith, hubieran obtenido un puesto. Ni siquiera Solbes hubiera sido escogido para impartir economía. La batalla estaba perdida antes de librarla: ¿qué clase de oposiciones escogen no a los mejores para un puesto, sino a los que llevan más tiempo haciendo (en algunos casos, mal) ese trabajo? No se libraron. Casi cincuenta mil aspirantes cayeron como moscas en una tela de araña cara. ¿Y si los multiplicamos por el precio de las tasas que pagaron? Creo que esa suma dará para enarbolar un nuevo piso más en Torretriana. Un nuevo valle para tanto caído.

Se trata de las oposiciones con menos glamour. Alguien que ha luchado, que ha peleado durante dos años, debería al menos recibir un poco de compostura en la recta final. Los recibe a pie de puerta un chico con un polo verde y un pantalón corto que estuvo a punto de quedar dormido durante la exposición de mi amiga. En la presentación, los hacinan en una sala de profesores sin aire acondicionado. Inicialmente pensaron en otra sala, pero los promotores no se habían dado cuenta de que eran demasiados y de que quedaba poco serio pedirles que se sentaran en el suelo. Un miembro del tribunal le dijo a mi amiga que no tenían nada que hacer, que esta iba a ser para los interinos. También le reconoció que el objetivo debía ser precisamente ese: alimentar a la eterna pescadilla que se automuerde, convertirte en interino para que dos años más tarde el mismo sistema que te ha fagocitado te defeque con bastante menos dignidad de la que tenías al principio, cuando ya estés “suavón” tras haber pasado por un novio en cada puerto, tras hacer turismo, tras contemplar amaneceres, haber cambiado cromos, ido al cine solo, vivido en lugares a los que toda tu vida temerás regresar. En algunos tribunales aceptan anexos, en otros te dejan exponer con un ordenador, en algunos el corrector es un aliado y en otros el mayor enemigo. Los hay que se refieren a “alumnos y alumnas” y otros te laceran si pegas tales latigazos a la lengua. Presiden hombres con el ABC debajo del brazo y otros que llevan EL PAÍS. Y no es lo mismo. No hay normas absolutas. Perdón: las normas no están claras, no son normas, en suma. Se trata de un partido donde no se comienza con el tanteador a cero, donde la política, los sindicatos, donde tus sueños y designios no dependen solo de tu destreza con el boli. Quizá ese que está junto a ti, que saluda y guiña el ojo a uno de los miembros del tribunal (con el que ha compartido miles de cafés en el instituto), ya te va ganando, antes de empezar. Diseminó a los interinos la Administración siguiendo no sé qué proporción áurea. No te libras, ni siquiera fugándote a la recóndita Almería. Suspiras hondo y le pides a Dios que al menos te dejen demostrar si vales o no, si eres un buen profesor. ¡Chaval, te equivocaste de dios!

Los cinco están en Torretriana. Uno de ellos sugiere que se trata del infierno de Dante. Miran su reflejo en el mármol que lo recubre todo y piensan en lo bien que viven allí los políticos que dirigen los destinos de esos mismos profesores a los que agreden en el aula. Ya han ido a los sindicatos y punto. Ahí acaba la mención y la utilidad de la mayoría de estos. Alguien les dijo allí que “un sindicato no puede decir de algo que es blanco o negro porque tiene afiliados del blanco y afiliados del negro”. Otro sindicalista les confesó que no los defenderían porque sus intereses no se correspondían con el de los interinos, que ganan en número. Precisamente, sobre la mesa de ese hombre, se veía una comisión de servicio que rezaba lo siguiente: “Solicita trabajar en la provincia de Sevilla por el profundo dolor y desasosiego que le produce encontrarse lejos de su familia”. Aceptada. Los que se fugaron del aula, los que tienen a sus hijas en casa en virtud de papelajos como ese, viven de defender al grupo de Aida, Lucía, Sergio, Mónica, Eduardo y compañía... Pero esto es Andalucía (¿o es Esparta?) y un pequeño ejército no debe derrotar a una administración entera.

Otra historia. Tras dos años preparando oposiciones, con un nueve y medio en el examen, se queda sin plaza. Con dos hijos en el mundo, se encuentra esperando en la puerta de un despacho sin saber qué decir porque han logrado que se sienta un número. A más de mil personas los dejaron fuera de la lista por no entregar un papel que la convocatoria no decía claramente cuándo se entregaba, que parecía estar dirigido a los que ya daban clases, tras el que no se concedió la oportunidad de subsanar tal pérdida. Un lío de tantos. Un anexo Doce que les está dejando sin dormir, que ha mandado a la basura los esfuerzos de buena gente que solo buscaba ser profesores. Muchas de sus academias no hicieron bien su trabajo y no les informaron. La web de la Junta no lo especificaba claramente y sospechan que los sindicatos han colgado esa información a posteriori. Esta es, en suma, la historia de un puñado de personas que corren detrás de un papel por toda Sevilla. Un papel, dentro de un pajar, de una casa de locos, de este corrupto sistema, de este enredo que te lleva a esperar con los ojos envueltos en lágrimas que un pobre bebé sindicalista, de dos años de edad, de la calle Evangelista, te salve de todos tus problemas y te permita levantarte por las mañanas con fe, sin sentirte estúpido por haber gastado tu dinero y tus fuerzas, que te libre de seguir indignado por haberte dejado engañar por esos chapuceros burócratas que dirigen nuestra Comunidad.

Regreso. Ya es oficial

En un par de semanas regresaré con EL MUNDO y, por supuesto, mis textos seguirán siendo colgados aquí, también. Os doy las gracias por todas las muestras de apoyo y afecto recibidas a lo largo de estos más de dos años. También por las críticas, porque han resultado a la postre realmente estimulantes.

El pasado día uno de septiembre editamos un texto muy especial. Poseía una extensión notablemente más amplia porque abordaba un tema preocupante. Era un artículo sobre las oposiciones, en el que relato la historia de muchas personas afectadas por un síndrome peculiar, que no les permitió pasar un mes de julio corriente. Lo repoduzco a continuación y espero que os sea de agrado.

¡Feliz vuelta al trabajo! (Para que luego digan que no soy optimista, ¿acaso mi exclamación no refleja que estoy convencido de que será un curso estupendo?).