martes, 22 de mayo de 2007

Cuéntalos tú, que yo tengo sueño

Día cero. Justo en este instante el autobús arranca y contemplamos a muchas madres, que blanden pañuelos, que dicen adiós, reflejando en sus rostros un cruce anómalo entre tristeza y paz. Sus hijos del alma pasarán unos días fuera. A cambio, ellas tendrán vacaciones. Se ahorrarán unas cuantas camas y podrán, por ventura, ir a la capital a comprar edredones y unos cuantos recambios de todo tipo. Al cuidado, nos quedamos nosotros. Dicho sea de paso, está prohibido que los alumnos que han sido expulsados vengan a los viajes, así que hemos tenido suerte. La selección resultante parece inofensiva a priori, pero siempre existen sorpresas. Escogen una película de acción para las primeras dos horas y se muestran exultantes: todos tratan de hablar con todos, ellas se muestran coquetas, ellos seguros de sí mismos. Para muchos, esta es su primera salida importante del pueblo. Vamos a Barcelona y allí pasaremos unos cuantos días. Os mando esta postal desde es la tradicional excursión que todo alumno de cuarto realiza. Cada día os escribiré una. A ver qué tal resulta este experimento.

Día uno. El viaje resultó aburridísimo. No nos dejaron dormir. Al día siguiente, nos exigieron una siesta que no todos respetaron: ¿por qué no se ponen de acuerdo para dormir al mismo tiempo? Hoy visitamos el centro de Barcelona y se quedaron muy asustados con las dimensiones de Diagonal y Josep Tarradellas. Para ellos, un rascacielos tiene cinco plantas, así que lo de aquí, no saben cómo definirlo. Todo les sorprende. Se hacen fotografías con las prostitutas y en las tiendas de ropa. La Sagrada Familia les pareció interesante, pero no duraron en sus alrededores ni diez minutos. Tantas horas de autobús y ahora resulta que lo que más les gusta es la piscina del hotel. Ellas han traído catorce bikinis distintos. Ellos catorce cámaras de fotos. Esta noche los llevaremos a dar una vuelta nocturna. Espero que no termine en tragedia la cosa.

Día dos. ¿Cuántos días puede aguantar un ser humano sin dormir? Más que nada porque ya llevamos dos. Por la noche se dedicaron a llamar por teléfono a las habitaciones de los huéspedes que intentaban descansar, vaciaron un extintor y ¡se nos perdió una niña! Ni que decir tiene que tuvimos que vigilar que los chicos y las chicas no se mezclaran en las habitaciones. Ni que decir tiene que nuestra vigilancia fue un absoluto fracaso. ¡Qué denuncia nos van a meter dentro de nueve meses algunos padres! Y para colmo, las chicas han conocido asturianos en el bar del hotel y los susodichos amenazan con venir a visitarlas la próxima noche. ¡Y tienen sus teléfonos móvil! ¡Maldita la hora en que decidí venir aquí!

Día tres. No era una pregunta retórica, si algún médico lo sabe, que me escriba y que me lo diga: ¿cuánto puedo aguantar sin dormir, antes de perder la cabeza? ¡Qué horror! Una chica se dobló el tobillo durante la subida a Montjuic y me he quedado solo con la manada porque mi compañera se ha pegado cuatro horas en urgencias. Encima, nos llamaron los empleados del hotel para decirnos que en una de las habitaciones una alfombra ha muerto. No me pregunten qué le han hecho a la alfombra porque viven más tranquilos sin saberlo, confórmense con pensar que “la alfombra murió”, no investiguen más. Pero vamos, que los culpables pagarán, y nosotros también. Mi compañera va a quedarse en el Hotel con los castigados y yo saldré de fiesta con los demás. ¡Voy a morir! ¿Cómo se controla a veinte adolescentes en celo? ¿Cómo podré apartar a los asturianos de nuestras andaluzas? ¡Voy a morir!

Día cuatro. El lado bueno es que el sueño ha dejado de ser una prioridad. Se perdió. Y ahora, sí que se perdió. Un chico ha estado desaparecido siete horas. Llegó al hotel con una tajá impresionante encima y en un taxi que no pudo pagar. Vamos a mandarlo de vuelta a su casa, ¡pero no hay autobuses directos y no sabemos qué hacer! Para colmo, el mundo está mal repartido: a unos les duele la barriga por culpa del estreñimiento y otros tienen diarrea. ¿Y por qué todas las chicas se ponen malas ahora con la regla? ¿Por qué todas al mismo tiempo? ¡Necesito dormir! ¡O necesito morir! Oigo adolescentes por todas partes. Todos son problemas. Diría que hasta sueño con ellos… ¡pero eso de “dormir”, sigue siendo una quimera!

Día cinco. ¡Bendito sea el inventor de los parques temáticos! De hoy solo puedo decir que ha sido un buen día porque nos llevamos de vuelta a los mismos que trajimos (en todo caso, alguno más, pero eso lo decidirá el juez). Los hemos dejado montándose en las atracciones y nosotros fuimos a tomar café. Creo que voy a dormir sin parar dos semanas: me daré de baja por estrés. Pero vamos, lo mejor es que ya vamos de vuelta. El autobús arrancó y la mayoría duerme. ¡Esta ha sido la semana más larga de toda mi vida y prometo no volver nunca más a Barcelona y mucho menos a ese hotel!

Prof. Cuyami

jueves, 17 de mayo de 2007

Homenaje al gran Jon Cuyami, al que robé su apellido

“No me veo, la verdad”, eso fue lo que le dije. Estábamos en la sala de profesores y contra la ventana se inmolaban los primeros rayos del sol de mayo. Según me contaron, es tradicional que en esta época del año se organice un partido de fútbol sala de los profesores contra los alumnos. Es un clásico, nunca mejor dicho, que se extiende a un sinnúmero de centros educativos. Pero yo no me veía, la verdad. Lo más patético es que, en estos casos, no suele haber un Plan B. Juegas o juegas. “Cuyami, serás un buen delantero. Seguro que el Recre o la Real Sociedad te harán un huequecito en sus equipos si te ven jugar contra los alumnos”. Estábamos perdidos. Cuando alaban tus cualidades futbolísticas sin haberte visto aún calzar las botas, es mala señal (están desesperados). Solo funcionan los equipos de profesores donde no es necesario buscar a la gente a base de halagos. Cuantos más halagos se escuchan, peor es el equipo. Y los profesores no sabemos perder.


A continuación voy a enumerar una serie de películas dentro de las cuales existen escenas que semejan a lo vivido por nuestro equipo. La semana previa al partido le dio un aire a “Full Monty”, por aquello del entrenamiento y por lo poco convincente de los resultados de este. Más adelante, la cosa se convirtió en “Evasión o Victoria”, porque tratamos a toda costa de salir vivos de aquello, pero también porque alguno que otro fingió una lesión a lo Pelé para no jugar. Por último, la cosa empezó a converger hacia esas películas donde un cutre galán enseña al sol de Puerto Banús unas piernas blanquísimas. No obstante, el partido en sí fue un plagio de una película de miedo cuyo final fue cambiado por el de otra de Míster Bean. Total, tan mal estaba la cosa que en el vestuario me dio por mirarnos de arriba a abajo y llegué a sentir lástima: barrigas que llevan de gestación demasiados ciclos lunares y demasiadas cervezas, canas y chorros de sudor que evidenciaban que íbamos a morir… Más aún: las camisetas que nosotros lucíamos llevan fuera del mercado más tiempo que la Mirinda, nuestras botas de fútbol son de cuando aún se le llamaba balompié… y, frente a nosotros, estaba un grupo de chicos impetuoso que entrena en todos los recreos, que no deja de correr en todo el partido.


Falsas creencias que se rompen como una tibia a mi paso: los alumnos no pegan las patadas, las pegamos nosotros. Los profesores, desquiciados ante el baño que suelen darnos, empezamos a repartir cera desde el comienzo del encuentro. Además, es falso que los alumnos aprovechen estos choques para vengarse de nosotros. Somos nosotros los que tratamos de vengarnos de ellos. Y más aún, no es cierto que el público esté contra nosotros. Al principio, sí. Pasados algunos minutos, parecen valorar nuestro esfuerzo y nos animan. Por aquello de que el ser humano siempre tiene cierta tendencia connatural a ponerse del lado del más débil, escuchamos más palabras de ánimo que insultos. Bueno, fue así hasta la última jugada del partido, claro. Pero esa no cuenta porque fue excesivamente bochornosa. Total, que hasta entonces, como nuestra táctica estaba clara, nos mostramos muy dignos. Al principio ellos evidenciaron una superioridad tan abrumadora que llegaron a morir de éxito. Se descontrolaron y trataron de humillarnos tanto, de hacernos caños y regates superfluos, que terminaron por aparecer las primeras fracturas en su grupo. Y nosotros, a esperar. La clave estaba en recibir pocos goles y aguardar a que ellos se pelearan entre sí. Así fue. Pasado el descanso, ellos dejaron de defender, surgieron disputas por quién actuaba de portero, porque todos querían marcarnos algún gol, y ese desconcierto propagó nuestra remontada; aquella que nos llevaría hasta el empate, hasta esa última y nefasta jugada. Todo empate. Faltaban solo dos minutos. Con nuestro físico ya desecho, estando nuestro tipo en alto solo por nuestros dos profesores de Educación Física, uno de los chicos más pequeños se internó en el área con el balón controlado. Todo estaba igualado y un gol les daría la victoria definitiva. Dicho y hecho: yo, que había bajado a defender y que accidentalmente me encontraba cerca, me llevé por delante la pierna del atacante provocando dos cosas: un esguince en mi pupilo y un penalti para su equipo. Fue entonces. Entonces tuvo lugar el mayor atentado contra el fútbol que jamás se haya perpetrado en un instituto. Justo cuando iban a lanzar la pena máxima que supondría nuestra derrota… sonó una bocina enorme y todo el mundo escapó del campo. Los profesores no sabemos perder. Era necesario salir en orden… porque alguien había iniciado un simulacro de incendio.


Prof. Cuyami

martes, 8 de mayo de 2007

Hortografía (con h de hortaliza)

Hortografía con h de hortaliza


Si me lo cuentan, no me lo creo. Es tan poderosa la fuerza del mito que, cuando verdaderamente se materializa, nos produce restricciones en el habla. En efecto, eran las diez de la mañana y aquel zagal zángano estaba recostado sobre su mesa desnuda. Nada. Nada de nada. Ni un cuaderno, ni un bolígrafo, ni el mismísimo libro de cuya gratuidad tanto se ha hablado. Nada de nada. Antaño esto ya era un buen motivo para echar un sermón de campeonato, pero como ahora las competiciones se establecen en torno a qué profesor posee más talante, me mordí la lengua (casi me enveneno) y le pregunté con la mayor sutileza posible qué arcano secreto le impedía sacar a la luz el cuaderno, emulando a la mayoría de sus compañeros.


Su respuesta, de diez. Me dijo que su perro se había comido los deberes y que el cuaderno estaba roto, en alguna esquina de su habitación. ¡Su perro se había comido su cuaderno! ¡No puede ser que los mitos sigan tan en boga! ¡No me podía creer que su inocencia le permitiera decir eso sin sospechar que sonaría a excusa! Intuyo que su universo vivencial está tan mermado que no ha visto ninguna película, no ha leído ningún libro, que en ninguna serie de televisión de las que él ha visto eso se cuente como “clásica excusa del estudiante desesperado”. No tiene la competencia comunicativa necesaria para conocer que eso en el imaginario colectivo es una excusa, sea verdad o no (es mejor inventarse otra mentira que decir esa verdad). Pero claro, no han vivido nada, no saben de nada, así que, como poco, me hizo gracia. Para seguir, le pedí que me escribiera una redacción de cien palabras (cuenten si quieren, la verdad es que mi amigo Fran en eso sí hizo caso) que voy a transcribir religiosamente, sin alterar ni alternar nada. Les recuerdo: ocurrió en primero de ESO, en el antiguo séptimo de EGB; el artista tiene catorce años. Este niño no es el peor y tampoco se trata de un caso aislado. Si les gusta la ortografía, imítenla. A este paso, terminará por imponerse [ruego a los editores de EL MUNDO que le echen estómago y que lo dejen tal cual está].


"Mi perro sellama thor tiene 11 meses y es muy loco lla a exo muchos mas destrosos como partirme el ordenador, o la play2 ami madre lla lea partido muchos jarrones de flores... y un dia estaba yo con el toni en elsalon jugando a la pley y escuchamos al perro morder algo y me dijo el toni echale comer al perro me asomo i lla tenia el cuaderno echo pedazos por que llo recoji las coxas del cuaderno el la terraza y llo luego recoji las coxas del cuaderno le reñi al perro para que no bolbiera aserlo pero como es muy pequeño tiene que muda los dientes mordiendo algo... vaya tela el perro..."


¿Sin palabras o cien palabras? Si eso no les ha asesinado, lo que ahora mismo voy a recoger, les robará las ganas de vivir de por vida. Les presento una justificación que me presentó un día la madre del niño (la cual presume de trabajar en una oficina, o qué sé yo, y que presuntamente no es precisamente analfabeta). De tal palo, tal astilla:

“El niño nose si podra hacistir a clase pues yo declaro tener que viajar a Huelago y estoi alli asta el 25 de Abril”.


Decir de alguien que es anal-fabeto es explicar por dónde se las van a dar todas en la vida: en los impresos, en los contratos, a la hora de suscribir una hipoteca. En el campo, todo eso es prescindible. ¿Para qué saber escribir correctamente si siempre alguien podrá hacerlo por ti? ¿Para qué saber leer si eso no le conviene a los que analizan las jugadas, a los que deciden por nosotros? Alguien puede hacerlo por nosotros siempre. Siempre. Y mientras tanto, mientras nos cuentan que todo el mundo habla, lee y escribe de forma óptima, nuestros pueblos, siguen yendo de culo: la gente sencilla jamás aprenderá a salir del hoyo y tendrá que conformarse con cavar hoyos de golf u orificios para que germinen los tomates, las lechugas y las plantitas de marihuana.


Zeño Xabe, uzté que stá en las halturas, ha de saber que esta es la ortografía andaluza que se respira en nuestros centros educativos. Déjense de tantas chorradas de “coeducación” y de “escuelas de paz” porque se da la curiosa casualidad de que aquí en la tierra, los problemas son otros. Los libros de texto son muchas veces Ciencia-Ficción porque, en su basto imperio andaluz, hortografía sigue escribiéndose con h de hortaliza.


Prof. Cuyami

viernes, 4 de mayo de 2007

La virtualidad de matriz

Es buena persona y mejor profesional. Bermúdez, mi Jefe de Departamento, ha escogido la selección de Dinamarca. Yo, en honor a los expedicionarios del Comenius, Bélgica. ¡Maldita sea! ¡Ya me va ganando 1-0! En efecto, es un buen jefe: las cuestiones departamentales las dirimimos siempre de un modo pacífico. En este caso, a ambos nos gusta la misma optativa de Bachillerato y ninguna fuerza del cosmos nos disuadirá para cederla. Pocos alumnos, un temario hermoso y muy seleccionado: ¿qué tal si nos echamos una partida y ponemos en juego ese grupo? Será un partido de fútbol en la consola que hemos traído. En juego está quién la impartirá el próximo curso. ¡He empatado! ¡Qué golazo!

Los videojuegos están presentes en nuestro día a día de un modo descomunal. Cuando, hace unos años, comencé a dar clases particulares a un chico llamado Adrián, descubrí con sorpresa que él no conocía los nombres de las provincias vascas, pero sí la posición exacta de todos los estados existentes en América del Norte. Gracias a uno de sus juegos favoritos, que recreaba peleas asesinas entre bandas americanas, había hecho un acopio monumental de monumentos y de ciudades yanquis. ¡Fastídiate, Bermúdez! ¡Me he puesto por delante! ¡Gol de Mpenza! ¡2-1! ¿Para cuándo un videojuego llamado GAL, en el que a base de matar etarras nuestros adolescentes se aprendan las provincias de España? Lo tienen asumido, es natural: violencia y deportes, a eso dedican sus tardes. Alguno que otro pasa cinco o seis horas jugando. Continuas. Las mismas que en el Instituto, pero con la salvedad de que frente a la pantalla sí logran mantener la atención. Y hay casos aún más graves: cuando los padres se están separando, los niños no caen en las garras ni del alcohol ni de las drogas; caen en las de los videojuegos. Se refugian en esa virtualidad para no pensar en sus verdaderos problemas. Se esconden en un entramado gigantesco de fases, trucos y personajes de los que hablan como si fueran reales, con una precisión abrumadora y malsana. En esos pueblos en los que nada sucede en las calles, los libros han dejado de aportar una posible trascendencia a sus vidas: en los videojuegos sí pueden ser héroes, futbolistas, villanos o asesinos. La mediocridad de sus vidas la palian a base de palizas con el mando de los cuatro botones. La mayoría jamás vivirá nada que merezca ser contado, así que hacen propios los logros que sus personajes animados consiguen. Dan muerte a otros porque jamás encontrarán el valor necesario para descargar en alguien de la vida terrena su propia y alarmante frustración.

¡Maldito viejo! ¡Empate a dos! ¿Será Bermúdez verdaderamente invencible como dicen sus alumnos? Ya no está de moda jugar a la pelota: ahora hay juegos que simulan un juego de pelota. Ya no está de moda bailar: ahora están de moda los videojuegos que imitan los bailes. Esto es Matrix. La virtualidad matriz de Matrix: la incomunicación de nuestros adolescentes hecha pasatiempo. Una pantalla y alguna pieza de bollería industrial, con la tele puesta de fondo. En eso se van sus tardes, mientras los libros cogen polvo y los personajes clásicos se mueren (confirmado: Miguel Strogoff, ha pedido la eutanasia). Desgastan sus capacidades en eso, en lograr descubrir una combinación de teclas de entre cien mil posibles, pero no son capaces de multiplicar seis por cinco, salvo que esa sea la prueba decisiva para guillotinar al confidente del FBI. Si se trata de matar, todo lo pueden. Si se trata de estudiar, chungo. Demasiados kilos y bollos. Y, entre tanto, los parques vacíos, sus índices de conversación inmolados a lo Bonzo porque a sus padres no les asusta estar criando zombis. Llegamos al descuento y Bermúdez y yo seguimos en empate. Si marco, me quedo la asignatura.

Ahora haré algunas preguntas, pero reconozco que no tengo respuestas. ¿Me ayudan? A saber: ¿dónde quedó aquello de que los padres castigan sin videojuegos a los niños malos? ¿Por qué cesó la moda de vigilar si los contenidos son adecuados? ¿Tan difícil es promover entre ellos un tiempo de ocio más saludable? ¿Qué ha llevado a los chicos a devolver las pelotas al cajón? Ya digo, no tengo respuestas. Más que nada, porque tampoco estoy de humor: me ha marcado Bermúdez y he perdido el partido. Según parece, el año que viene, me tocará dar clases de nuevo en primero de ESO. ¡Y no soporto a los niños de primero de ESO porque solo saben jugar a los videojuegos!

Prof. Cuyami