martes, 2 de febrero de 2010

Consejo escolar

No es que el tema se me haya olvidado, ¡qué va! En cuatro años jamás dediqué ni una sola línea a reflexionar sobre el asunto, pero estaba siempre en mis listas de “columnas pendientes”. Si no la escribí, básicamente, es porque todavía sigo buscándole alguna utilidad. Me explico: siempre quise escribir una columna que comenzara diciendo “el consejo escolar sirve para…”. Y no. Me rindo, no lo quiero dejar pasar por más tiempo. Esta columna responderá más bien a la directriz de “el consejo escolar debería servir para”. Como tantas otras veces, y me acuerdo de Cernuda, de la realidad al deseo media un paso pesado.


El consejo escolar debería servir para unir, en un mismo sentir, a padres, alumnos y profesores. Debería servir para que toda la comunidad educativa se integrara y trabajara en común unión (no diré “comunión” porque eso suena a cosa religiosa, y me castigan si uso ese tipo de palabras). Se supone que es un ámbito abierto al debate, a la reflexión, donde todos aportamos soluciones, donde se consensúan las líneas de actuación de los centros. Se supone que es el órgano decisorio y que los presupuestos parten desde el consejo escolar. Debería dar cabida a todo tipo de preocupaciones e inquietudes, ser la voz sensible de los alumnos, la caja de Pandora de las necesidades de cambio que los profesores deseamos. Pero no. Lo siento. No puedo contar que esos objetivos se cumplen, porque no es así. Casi nunca.


En la práctica, para los profesores que somos miembros, supone la repetición del claustro y de la ETCP [reunión de jefes de departamento] que, con frecuencia, se ha celebrado un rato antes. Las mismas presentaciones interactivas son puestas en los tres foros y, por tanto, la distracción te azota: te cuentan lo mismo que antes ya has oído, pero a peor hora. Además, ¿qué aportaciones vas a hacer en “contra” de las líneas marcadas por tus directivos, si están delante también los padres? Te lapidan si lo haces, lógicamente. Sería el escenario ideal para una gresca de las gordas (si algún día le tiendo una emboscada a algún director, lo haré en un consejo escolar, porque un ataque bien lanzado ahí puede destruir la reputación de un instituto). Pero no. Nunca pasa nada. No pasan ni los minutos. Para los profesores es, pues, un trámite. Y, en todo caso, te puede caer algún marrón extraordinario (como entrar a formar parte de una comisión disciplinaria o que regule el estado de los libros gratuitos), pero nada bueno.


Los alumnos llegan muy ilusionados, pues para ellos supone un reto ganar las elecciones, pero van perdiendo interés con el paso de las sesiones. No se habla para ellos. El lenguaje empleado lo entienden, pero no mucho, y se aburren. Y bastante cohibidos están ya, con los padres y profesores delante, como para hacer aportaciones relevantes. Rara vez se les pide opinión. Con frecuencia, su asistencia no es total y casi ni parcial. Y, aunque lo sea, no cuentan con los medios suficientes para transmitir al resto de compañeros del IES lo que han escuchado. En todo caso, a sus cuatro o cinco amigos. Y para de contar. Cuando se hacen mayores (los alumnos), y dado que las elecciones no son todos los años, van dejando sus puestos vacíos.


Los padres son la estrella de este órgano. Al fin y al cabo, se cuenta la misma información del claustro, para que ellos puedan escucharla, también. Suelen intervenir y disfrutan con ello. Un compañero mío me dijo hace años que “hemos de darles bola, para que se sientan importantes, pues de eso dependerá que no reclamen demasiado y que nos dejen tranquilos”. Han de sentirse importantes, pero no lo son (por desgracia). No cambian las cosas. Se les informa. Piden explicaciones, que no siempre son satisfechas con claridad, pero sus aportaciones generalmente caen en saco roto. Además, normalmente tienen una visión bastante distorsionada de lo que ocurre dentro, pues responde a lo que sus hijos les cuentan. Por ello, los miramos con un poco de suficiencia, como quien se siente especialista, frente a un lego. Ellos forman parte del trámite. ¡Acta, sonrisa y para casa! Es triste, pero es así. Como esta columna, que me ha quedado también bastante descafeinada, como reflejo de la realidad. Como los debates que se plantean y las explicaciones que ofrecemos. Trabajar en un instituto es difícil. Como en cualquier otro gremio, los trapos sucios han de lavarse de puertas para dentro. El consejo escolar, pues, no se considera el lugar más adecuado para abordar los verdaderos problemas.