jueves, 3 de abril de 2008

El campo del alfarero

El campo del Alfarero (1 de 2)
¡Ni los más viejos del lugar recuerdan algo semejante! Los dos partidos se arremolinan entorno a sus líderes para escuchar las últimas instrucciones, antes de la votación final. El objetivo de fondo es, ni más ni menos, captar el voto de los indecisos y de los más proclives a abstenerse. Para ello, unos prometen dinero. Otros, dignidad. El catastrofismo es la bandera de unos. La simplicidad, el arma letal de los otros. Mucho movimiento, miradas desafiantes… Por lo pronto, se ha logrado captar la atención de los más disolutos, de aquellos que no echan cuenta a nada. No falta nadie. Todos presencian el cuadro. Se miran, se increpan, llega el silencio. Toma la palabra el moderador y presenta la reyerta que está llamada a prorrumpir:
-“Señores, estamos aquí para debatir y votar si nos adscribimos (o no) al Plan de Calidad. Ya sabéis que este tema ha suscitado demasiada polvareda en la opinión pública y, por ello y con ello, muchos ya tenéis una opinión formada. Para todos los demás, esto servirá para aclarar ideas. Algunos opinan que es una vergüenza que nos paguen un plus por objetivos y que, llegado el caso, nos obliguen a aumentar el número de aprobados para recibir dinero. ¡Pero estamos hablando de mucho dinero y, por ello, muchos no quieren escuchar todos esos pretextos! ¡Más de siete mil euros, en total, por cabeza, podemos ganar! Ahora bien, ¿es lícito aceptar ese pago? ¿Debemos creernos que la Junta cumplirá su palabra o nos atraparán en la letra pequeña? Vamos a escuchar dos opiniones. Una a favor del Plan de Calidad y otra en contra. Después, se procederá a la votación. Sabemos que hay miles de personas pendientes de nosotros. Han hablado mucho los políticos sobre este proyecto. Hemos de tener cuidado: señores, presten atención, porque no se trata solo de un “sí” o de un “no”, hay mucho más en juego. ¡Doy la palabra a Máximo!
-“Compañeros, amigos… Lo que la Junta busca es manipularnos, atarnos, comprar nuestra voluntad con unos cuantos billetes. Lo que estamos discutiendo hoy es qué precio queremos poner a nuestra dignidad. Si decimos que sí, los padres pasarán un informe sobre nosotros, tendremos que venir muchas más tardes, quién sabe si no se buscará a medio plazo que perdamos nuestro mes de julio de vacaciones o que trabajemos todos los días de ocho y media a dos y media… Además, perderemos lo más importante que poseemos: ¡nuestro derecho a dar clases y evaluar libremente a los alumnos! Todos sabéis que para superar el último escalón de las bonificaciones hemos de mejorar nuestros resultados académicos. Entonces, la Junta dirá que los resultados han subido, que la nueva ley es fantástica, que todo funciona estupendamente. Entonces, nadie nos hará caso, no podremos protestar, nadie podrá chillar que las cosas están peor, que el nivel académico y educativo es deplorable. No, señores: tendremos que poner buena cara y regalarle el título a todo el mundo, por un puñado de monedas. ¡No hay derecho! ¡Tenemos más dignidad! ¿Esa es la educación en la que creemos? ¿Es lícito cobrar más por aprobar a más gente?
No. No buscan que la educación mejore su calidad. Buscan que mejoren las estadísticas. Buscan lo que siempre buscan: engañar a la gente. ¿Queremos ser cómplices de este engaño? Está a punto de prometer que aquellos que se adscriban podrán quedarse en sus centros; pronto los interinos, los profesores en prácticas, tendrán que aprobar a muchos alumnos para evitar irse al exilio. ¿Qué fue de nuestra libertad? ¿Por qué renunciamos a nuestra dignidad? Más aún, ¿pensáis que vale la pena venir tantas tardes, hacer tantos cursos? No, nada de eso. Ya sabemos todos cómo son los cursos que la Junta nos exige. Son un desastre, una deslealtad hacia la razón, un pretexto de muchos para alejarse de las aulas. Además, quizá nos paguen (está por ver, de todas formas), pero… ¿qué será lo siguiente? ¿Qué nos pedirán después? Cada vez nos exprimen más, como si no fuera ya suficientemente difícil dar clases, como si no nos dejáramos hasta la última gota de sudor con nuestras clases. Y, si como decís los que apoyáis el sí, pensáis van a pagarnos por “nada”, convendréis conmigo en que nadie regala nada, nadie da dinero porque sí… ¿Qué quieren de nosotros? ¿Sumisión o que aprobemos a más gente? ¡Muchas gracias por vuestra atención! Espero que deis vuestro voto al “NO”. ¡No pongáis precio a vuestra dignidad profesional!”
[CONTINUARÁ…]