Salgo a desayunar como cada mañana. En esta ocasión, Josico está de pie, tomándose su café, ojeando el Marca del día anterior. Por azares de la vida, tan lejos de nuestra tierra, hemos ido a coincidir un bético y un sevillista, en tierra extraña. Nos conocimos por casualidad, haciendo patria, con los lugareños, discutiendo de fútbol. Él me aparca todas las mañanas su Seat León bajo mi bloque y apunta hacia mí una bandera pirata, del equipo ese suyo al que tanta grima le tengo. Todavía recuerdo la mañana en que charlamos por vez primera. “Tío, ¡no me puedo creer que haya otro sevillano tan lejos de nuestra ciudad! ¡Somos una plaga! Pero… ¡tú encima te quedas definitivo! ¡Estás colgado! ¡Tú sí que tienes un problema!” El caso es que Josico se está convirtiendo en mi colega. El exilio es así: él conoce cosas de mí que nadie intuye y yo descubrí con solo mirarlo a los ojos que está liado con una de sus compañeras de curro. “Todo lo que yo sé es lo que tú sabes, y lo que yo sé, lo aprendiste tú también de niño: ligamos igual porque somos del mismo lugar”. Y no digo que no.
“Oye, Cuyami, ¡os vais a cagar! En serio, ¡os vais a cagar!” No me gusta que se metan en mis hábitos excretores, pero (con todo y con eso) le pregunto el motivo que legitima tal afirmación. “Os va a llegar un sexto que es terrible… ¡En serio, jamás vi un sexto tan malo!” Se me olvidó comentar antes que Josico es maestro de Educación Física e imparte clases en el colegio del pueblo. Sus actuales pupilos son mi porvenir. “No será para tanto, macho. He oído a cientos de maestros hablando de sus niños así… ¡y después nunca es para tanto! No trates de asustarme porque, a estas alturas de mi vida, ya me las sé todas. Me preocupa mucho más el descenso del Betis…”. Llega ahora el momento en el que Josico comienza a hablarme del Yoni. Es el maleante más prometedor que ha salido del Colegio en varias décadas. Haciendo caso de las palabras de Josico, vamos a morir todos. Según él, es el líder de una generación galáctica. En otro centro, recuerdo, estuvimos dos años escuchando hablar de un tal Chulín. Se le esperó tanto que, el día que pisó el Instituto al fin, a punto estuve de pedirle un autógrafo. A decir verdad, no andaba mal dotado de maldad. No levantaba más de cuarta y media del suelo, pero no necesitaba envergadura física para enseñarte el culo a las limpiadoras, para amenazar con armas a los padres, para acosar a las chicas.
“¿Y el tal Yoni ese tiene su edad?”, le pregunto, con la esperanza de que me diga que va a repetir. “Cuyami, ¡parece que te has caído de un guindo! ¡Cómo se nota que eres del equipo que eres! Vamos a ver: con los alumnos de estas características se establece un pacto secreto entre los maestros para que no repitan nunca. Yoni no sabe leer y va a pasar curso. Si repiten, nos los tenemos que quedar nosotros y tampoco eso hará que mejoren demasiado. Cuanto antes pasen a la ESO, antes nos dejarán en paz. Los que repiten son los más buenecitos, hombre, no los que tienen mal comportamiento. Cuando llegan a Primero pasan a ser vuestro problema y no queremos que se hagan poderosos en nuestras manos. El ser humano se vuelve letal con trece años… y nosotros no queremos tentar la suerte. Por lo tanto, solo me queda decirte una cosa… ¡ahí lo llevas! Si te digo la verdad, yo lo haría repetir, porque el año que viene no voy a estar en este pueblo y porque el crío se lo merece, pero mis compañeros sí estarán y ellos no quieren tener más raciones de Yoni. Pensando en ellos, el Yoni va a sacar una buena nota en Educación Física. Al fin y al cabo, en meterse en peleas sí es realmente bueno… y el boxeo es deporte olímpico, ¿no?”.
Me imagino ya a su madre. La tendré frente a mí y me mirará con ternura: “mi Yoni es muy inteligente, jamás repitió en el Colegio, y los maestros no tenían quejas de él”. Su pobre madre pensará que no lo motivamos de forma adecuada, que le tomamos manía. ¡Será todo un reto convencerla de lo contrario! En fin, lo único cierto es que las nuevas generaciones pisan fuerte, sea el Yoni para tanto o no. Sistemáticamente los alumnos mayores miran a sus predecesores con susto y pasmo: “nosotros no éramos tan malos”, te dicen. No obstante, la memoria de los peces y la de los seres humanos no difieren tanto.