Estoy cansado de escucharle decir a mis compañeros “Fulanito a mí me trabaja”, pero jamás me canso de pelear para que Fulanito trabaje, realmente. Estoy cansado de escucharle a todo el mundo decir que tenemos demasiadas vacaciones, y que luego ellos se desprendan de sus hijos, y no los soporten. Eso sí, no me canso de hablar con los padres para conseguir que estemos juntos en esto, que busquemos acuerdos comunes, que probemos fórmulas nuevas para motivarlos. Estoy cansado de los reproches de la Administración, de las extorsiones, de que nos manipulen, corrompiendo a nuestros sindicatos… No me canso de pedir a los políticos que inviertan más dinero en futuro, porque hace falta, que bajen la ratio para así poder atender mejor a los gitanos que no saben inglés, a los inmigrantes que no saben español, a todos los chicos que se pierden en grupos de treinta y pico, confundidos por la mezcla de ruido y de droga.
Estoy cansado de sentir miedo, de las agresiones a docentes, de que graben con el móvil sus actos de indisciplina y de que no exista una forma eficaz de contrarrestar tanto daño. Estoy cansado de la Ley del Menor, del vacío legal que produce que tengan las espaldas tan cubiertas… pero no me canso de luchar por los derechos de los chicos a quienes sus padres maltratan cuando tratan de evitar que sus madres derramen más sangre. No me cansa mi trabajo, me cansa no poder trabajar. No me cansa llevar a los chicos de excursión, me cansan los reproches de los padres si alguno se rompe una uña. No me cansa cuidarlos, me cansan los cuidados excesivos, el exceso de celo: ser el malo me cansa, pues trato de ser lo mejor de mí mismo y el mejor para ellos. Estoy cansado de las críticas por estar cansado. “Si estás cansado, déjalo”, me dicen. Si estoy cansado, algo falla. Estoy cansado de que nadie comprenda que si nos cansamos es porque necesitamos ayuda… y no un cese. Necesitamos que alguien nos cuide un poco, tener a nuestro alcance los medios que hacen falta para seguir sacando adelante nuevas generaciones, paz y vida.
Estoy cansado de extemporáneas comisiones de servicio y, en cambio, de ver a gente que se juega la vida, por no tener a mano a los especialistas que sus enfermedades requieran, que haya tanto enchufe para algunos, tanto trato desigual. La puerta de entrada no es democrática. Estoy cansado de los padres ricos, pero no de los niños pobres. Estoy cansado del desprecio generalizado que siente la gente por nuestro trabajo, de que se sientan con derecho a todo, legitimados para insultarte, reprenderte, explicarte cómo se da una clase... No me cansan los reproches, me cansa tener que escuchar a todos aquellos que me reprochan cosas que son imposibles de solucionar. No me cansa luchar, estoy cansado de luchar contra los que no saben por qué luchan. No estoy cansado de educar, pero sí de ser el único que educa. No me cansa dar clases, me cansa que la gente se vaya llorando de clase y que eso se considere un problema de ellos, del que llora, del que pierde la paciencia, su vocación, su garganta y su vida.
Estoy cansado de gritar, pero no de explicar. Me cansan los chicos que no oyen, ni escuchan, no aquellos que no comprenden. No estoy cansado de realizar mi trabajo, estoy cansado de hacer todo lo que no debería ser mi trabajo: cursos inservibles, labores de policía y política, fontanería en los ordenadores obsoletos y, si se tercia, cuarto y medio de psiquiatra, comerciante y relojero. No me cansa sacar adelante el temario, pero sí ponerlo por escrito tantas veces. Estoy cansado de las programaciones, de los informes, de tanta burocracia. Me cansa la palmada que no llega, que me recuerden que “en África se está peor”. Por el contrario, amo mi trabajo. Sí, amo mi trabajo. Pero me desespera que las cosas no sean más fáciles, porque si fueran más fáciles, podríamos hacerlo todo mejor. Me cansa que todas las semanas haya noticias malas y que, por desgracia, jamás abramos los telediarios por algo bueno. No me cansa construir un mundo mejor. Pero los funcionarios lloramos porque es mejor sentir dolor que no sentir nada. No pierdo la fe. Pero también pierdo la fe.