Sucedió de forma inocente. Siempre he pensado que los grandes descubrimientos siempre poseen esa misma ingenuidad: una manzana que pega sobre la cabeza, una cueva que creíamos vacía no lo está, juntamos elementos que parecían peleados… ¡y ocurre algo! Estábamos de excursión en el campo. Una de las chicas del grupo dijo que las fotografías que estaban haciendo iban a colgarlas en el Tuenti y yo, que siempre he sido muy cotilla, me interesé por ello. En mi cabeza entraba lo siguiente “por fin una forma de conseguir material para la revista del IES, sin tener que solicitárselo a los autores quince o dieciséis veces”. Así me veis, introduciendo “tuenti” en Google, con la esperanza de que me saliera algo más accesible de lo que, en realidad, encontré. Se trata de una red social, semejante al Facebook, que cuenta con más usuarios en España que nadie, pero que exige una invitación para poder acceder. Rebusqué en mi memoria y en mi agenda hasta encontrar a alguien lo suficientemente adolescente como para invitarme. ¿Quién podría estar dado de alta en el tal Tuenti? Lo hallé y, en unos pocos minutos, pude acceder por fin a un nuevo mundo.
Se trata de un universo paralelo. El ochenta por ciento de mis alumnos tienen una cuenta. La mayoría de ellos, de hecho, entran a diario. A través del Tuenti quedan, se comunican, preguntan cosas del Instituto y, sobre todo, ligan. Es cómodo porque te permite recordar cumpleaños (o, mejor dicho, te evita tener que recordarlos). Además de eso, sin necesidad de rebuscar demasiado, te permite encontrar a personas que creíamos perdidas, que yacen a los pies de algún pedestal de la memoria. Le hago caso a Sabina y me creo eso de que “al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”, pero lo cierto es que Tuenti aporta rincones abiertos a la melancolía: te permite recuperar bienhechores, descubrir que siempre somos generosos cuando imaginamos dónde estarán nuestros ex, aquellas personas que nos han hecho tanto daño o todo lo demás.
Ah, se me olvidaba el tema de la columna: Tuenti es, ante todo, un descomunal álbum de fotografías. De hecho, su gracia principal estriba en el morbo de ver situaciones sin ser vistos, vivencias, novios, viajes… de otros. Existen miles de posados veraniegos, instantáneas de borrachera, vestidos imposibles de comunión. Tuenti nos permite rastrear y discernir si nos gustan los amigos de alguien, cuánto bebe cada cuál, las compañías, los enemigos… de nuestros hijos y amigos. Solo existe un pequeño problema: nadie controla qué fotografías tienen la anuencia de los interesados y tampoco si son adecuados los comentarios que el resto de mortales aporta sobre estas. Regreso a lo que nos ocupa, que hoy estoy un poco disperso: ¿se imaginan cuántas fotografías de docentes, tomadas en clase, y sin consentimiento, se encuentran en las redes sociales? ¿Cuántos profesores están, sin saber que están? Yo estoy, se lo aseguro. Usted puede que esté, también. ¿Se imaginan la índole de los comentarios de los estudiantes que las cuelgan? Probablemente fallan. Si les soy sincero, la línea general no es demasiado faltona. Hablan de nosotros, pero no hablan demasiado mal de nosotros. No obstante, el otro día me llegó un comunicado firmado por el claustro de un IES. Se trataba de un centro en el que los profesores protestaban porque estaban cansados de tener que aguantarse con esta práctica, hartos de ser difamados en Tuenti, asqueados de que se cuestione la identidad sexual de la gente, la profesionalidad, las conductas higiénicas o alcohólicas de todos los docentes. Sin defensa posible y mediante fotos que vulneran el derecho a la privacidad.
Con todo y con eso, quiero quedarme con la parte positiva. Os recomiendo Tuenti. Daos de alta y mimetizaros con el entorno: volveréis a los veinte años o a los años veinte. La experiencia vale la pena porque te permite conocer mejor a tus alumnos, porque ayuda a ganarte su respeto, porque así podrás felicitarlos y preguntarles si han tenido un mal día, cuando tengas problemas con ellos. Así descubres sus inquietudes, sus problemas, así te haces con su lenguaje, con sus roles; así te será más fácil comunicarte con ellos en todos los sentidos. Es una herramienta didáctica muy útil (sé que posiblemente nadie me creerá) y, si este argumento no te convence, seguro que sí valdrá otro bastante más egoísta. Si tú estás, no te critican. Son adolescentes, pero no son tontos. Si molas, molarás más. Si no molas, tu presencia en Tuenti les cortará el rollo. ¡Y eso supone el fin del problema!