jueves, 16 de noviembre de 2006

Juego de perspectivas (inédita)

[Lo que Verónica ve] El dobladillo del pantalón está lleno de barro y la mochila la lleva colgada de un solo hombro. Afuera cae la lluvia sobre el pueblo y la melancolía lo embarga todo. El joven, de tan solo trece años, de mirada perdida y ausente, que trae aparejada una cuarta de agua en los zapatos, que ha caminado durante más de media hora para llegar a casa, esbozando una tierna sonrisa, se echa a llorar. “Mamá, me han echado del instituto… Un maestro, muy malo, dice que yo le pegué a un niño. ¡Pero no fue culpa mía! No quiero ir nunca más al instituto. Estoy cansado de que me tengan manía y de que me hagan llorar”.

[Lo que Ángel ve] Son las doce de la mañana y están en clase. El profesor habla de algo, pero a nadie le interesa de qué. Ángel recibe una nota que le llega desde el fondo de la clase. En dicho papel aparecen escritas no más de tres líneas y sin embargo sí es espacio suficiente como para dar cobijo a catorce faltas de ortografía. Ángel se enfada: lo escrito es un atentado contra su hombría y contra su reputación y por tanto decide actuar en consecuencia. Sintiéndose un héroe clásico, porque va a enfrentarse a su propio destino, porque se está forjando una personalidad con entereza, se levanta y pone en su sitio a Abel, el autor de la injuria. Lamentablemente, el profesor lo descubre cuando está llevando a cabo su gesta. ¿Bajar la cabeza?, ¿retroceder? ¡Non serviam! No baja la mirada porque si alguien te insulta, tienes que defenderte. ¡Así funcionan las cosas en el Instituto! ¡Esto ya no es el colegio!

[Lo que Abel ve] El profesor está desvariando. ¿A quién le interesa qué son las estaciones? ¿Primavera? ¿Verano? En el pueblo solo hay una estación y es la de autobuses. ¡Qué manera de perder el tiempo! Abel toma un papel y se acuerda de su amigo Ángel. Decide escribirle una nota para meterse con él, para matar el tiempo. La redacta y pide a una compañera que se la haga llegar a su amigo. Acto seguido, comienza a reírse pensando en lo que ha puesto. No obstante, y para su sorpresa, a Ángel parece no haberle hecho tanta gracia como a él porque se levanta de su mesa, se le acerca y le propina un puñetazo enorme en la barriga. De inmediato Abel suelta un grito motivado por el extremo dolor que siente a cuenta del golpe. El profesor acude.

[Lo que Miguel ve] El profesor se esfuerza, como cada mañana, por lograr que sus alumnos aprendan algo. Pone ejemplos muy originales y hasta se ha permitido el lujo de traer tizas de colores. Piensa que está inspirado, creativo, que esta clase “no se perderá como lágrimas en la lluvia”. De repente, y para su sorpresa, descubre que uno de sus alumnos, Ángel Cel, se levanta de su sitio. Él presupone que es para pedirle un bolígrafo a otro niño y por tanto no se alarma: “No querrá perderse ni un detalle de mi explicación, por eso va a pedir algo para seguir tomando nota”. Por el contrario, Ángel se acerca a Abel y comienza a pegarle. Lo ataca con saña, en mitad de la clase, agrediéndolo en reiteradas ocasiones. Miguel es la autoridad y por eso reprende al alumno. Inexplicablemente, el agresor se encara con él y no parece dispuesto a acatar su culpa. En vista de que se trata de una agresión grave y de que la televisión cada vez denuncia con más fuerza este tipo de casos, Miguel decide poner un parte grave al alumno y condenarlo con ello a una merecida expulsión.

[Hasta aquí llega la comedia, aquí comienza el drama] La madre de Ángel jamás aceptará que su bondadoso hijo ha atacado a un compañero. Miguel no reforzará su autoridad porque a su regreso, el alumno no solo no mejorará su conducta en sus clases, sino que además se esforzará por localizar su coche para propinarle un arañón a su carrocería: al fin y al cabo, vale la pena encararse con los profesores porque ha descubierto que en caso de expulsión, su madre siempre se pondrá de su parte (y las chicas los prefieren golfos). Ángel no hará los deberes mandados para su exilio porque se siente muy feliz por haber ganado cuatro días de vacaciones. Abel será acosado por el resto de compañeros porque por su culpa Ángel, que es un alumno muy querido, ha sido expulsado cuatro días. Mientras tanto, la directora del centro acusará a Miguel de no saber mantener la disciplina en sus clases. Al fin y al cabo, las expulsiones no benefician a nadie: los inspectores están más pendientes de aquellos centros que expulsan a muchos alumnos y eso se convierte en un problema serio si tenemos en cuenta que si al inspector le da por venir descubrirá que la directora no es licenciada, que no cumple el número obligatorio de horas de permanencia en el centro y que ni ella ni el jefe de estudios están presentes cada mañana cuando se inicia la jornada.


Prof. Cuyami