jueves, 16 de noviembre de 2006

Palizas al piojoso

Supongamos que se llama Miguel. ¿El apestoso? ¿El piojoso? ¿El chabolista? Por el momento, será Miguel a secas, aunque al mío lo llaman realmente "el piojoso", pero ya digo: ¿acaso importa eso? Hay muchos como él, varios en cada instituto, a pesar de lo cual la lista de apodos es corta y todos se refieren a lo mismo. Son el típico alumno por el que todos sentimos pena, pero por los que nadie sabe qué hacer: reciben palos, pero es más práctico mirar a otro lado. Al fin y al cabo, a los profesores nos han despojado de toda autoridad así que nadie tiene derecho a pedirnos responsabilidades en temas de disciplina.

Diagnosticar estos casos es casi imposible; es necesario haber estudiado muchísimo. De hecho, yo me he dado cuenta de que a Miguel le pegan en los recreos… porque él me lo ha dicho. No trae los libros ni los cuadernos. Miguel no tiene amigos. Dice que habla con las gaviotas y que estas le contestan siempre que hace calor. Hace el avión como si hubiera marcado un gol cuando está contento y recorre el patio mientras todos los demás lo miran, pero sin hablar con nadie. Prácticamente no sabe escribir, pero está en secundaria. Sus compañeros lo señalan constantemente y hacen gestos que dan a entender que tiene piojos. Admito que no siempre huele bien, pero no me queda muy claro que eso justifique las palizas que le propinan. Además de eso, se da la casualidad de que es una víctima perfecta: no sabe diferenciar a sus amigos de sus enemigos. Delata a los que tratan de protegerlo y ofrece piedras como regalo a sus enemigos. Me ha contado que le escupen, que lo golpean, que no pasa un solo día sin que lo insulten. Honestamente, no sé qué hacer con él, es un auténtico incordio: el día menos pensado las bromas se pasarán de la raya y perderé un alumno. De todas formas, supongo que eso no importará mucho. Ha nacido para ser un miserable: no tiene amigos, ni familia que lo defienda, nadie jamás escribirá sobre Miguel una columna en un periódico porque no se lo merece.

Sí merece estar en un centro de acogida, pero en el pueblo no hay ninguno y sus padres no están en disposición de proporcionarle otro lugar. Prácticamente no sabe leer y tampoco escribe, pero sus problemas son mayores: pasa los recreos junto a los profesores, buscando la compañía que los demás alumnos le niegan. El día que lo conocí me pidió que lo acompañara a la salida para que no le pegaran: bajando la escalera, me dio la mano. Es muy pequeño, levanta no más de unas cuartas del suelo y es débil en todos los sentidos. Me pensé seriamente convertirme en su guardaespaldas permanente y de hecho lo hago siempre que puedo… pero no siempre me es posible estar con él porque tengo otras ocupaciones y otros ochenta alumnos más a los que atender, así que ha de aprender a sobrevivir él solo.
Es cierto, estos asuntos me sobrepasan. Se lo comenté por ello a mi Jefe de Estudios, que es el encargado de controlar la disciplina. He conseguido con ello que expulsen a un par de alumnos por agredir a Miguel… pero no se puede expulsar a todo el centro y por ello es mucho más fácil quitárnoslo de encima a él. Mi Jefe de Estudios no me dio ninguna solución y me dijo que no podemos hacer nada: entonces miró mi horóscopo en el periódico y me vaticinó prosperidad económica para toda la semana. En realidad, no esperaba una respuesta más profesional de su parte: estaba liberado por Comisiones Obreras por ser un afiliado ejemplar (Belmonte, este soplo te lo dedico) y ahora le han concedido el cargo de Jefe de Estudios a cambio de sus servicios sindicales. Una persona que obtiene el segundo puesto de responsabilidad de un centro por su afiliación política, ¿cómo va a solucionar un problema realmente grave si ya renunció una vez a las aulas y se fue al despacho por no ser capaz de lidiar con casos como este?

Sí merece estar en un centro de acogida, pero en el pueblo no hay ninguno y sus padres no están en disposición de proporcionarle otro lugar. Prácticamente no sabe leer y tampoco escribe, pero sus problemas son mayores: pasa los recreos junto a los profesores, buscando la compañía que los demás alumnos le niegan. El día que lo conocí me pidió que lo acompañara a la salida para que no le pegaran: bajando la escalera, me dio la mano. Es muy pequeño, levanta no más de unas cuartas del suelo y es débil en todos los sentidos. Me pensé seriamente convertirme en su guardaespaldas permanente y de hecho lo hago siempre que puedo… pero no siempre me es posible estar con él porque tengo otras ocupaciones y otros ochenta alumnos más a los que atender, así que ha de aprender a sobrevivir él solo.

Es cierto, estos asuntos me sobrepasan. Se lo comenté por ello a mi Jefe de Estudios, que es el encargado de controlar la disciplina. He conseguido con ello que expulsen a un par de alumnos por agredir a Miguel… pero no se puede expulsar a todo el centro y por ello es mucho más fácil quitárnoslo de encima a él. Mi Jefe de Estudios no me dio ninguna solución y me dijo que no podemos hacer nada: entonces miró mi horóscopo en el periódico y me vaticinó prosperidad económica para toda la semana. En realidad, no esperaba una respuesta más profesional de su parte: estaba liberado por Comisiones Obreras por ser un afiliado ejemplar (Belmonte, este soplo te lo dedico) y ahora le han concedido el cargo de Jefe de Estudios a cambio de sus servicios sindicales. Una persona que obtiene el segundo puesto de responsabilidad de un centro por su afiliación política, ¿cómo va a solucionar un problema realmente grave si ya renunció una vez a las aulas y se fue al despacho por no ser capaz de lidiar con casos como este?
Lo que no te mata te hace más fuerte. Algún día Miguel aprenderá a usar una navaja y quizá entonces los valientes que ahora le escupen, se lo piensen dos veces. Más adelante se hará más letal y la gente cambiará de acera cuando lo vea. La víctima pasará a ser el agresor. Se cobrará con creces los insultos de estos años y podrá descansar. Si llega a suceder, cuando a Miguel le dé por atracarme a punta de navaja, me sentiré feliz: le daré todo mi dinero con una enorme sonrisa. Él se merecerá ese dinero más que yo: al fin y al cabo, si logra empuñar un arma, significará que ha aprendido a defenderse y que ha vencido todos sus problemas de la única forma que podemos brindarle. ¡Ánimo Miguel! ¡Dales caña!