domingo, 24 de diciembre de 2006

Sobre los profesores de Religión

Si Cervantes viviera, estoy seguro de que sería profesor de Historia. Siguiendo el mismo proceso deductivo, también creo que se dedicaría en sus clases única y exclusivamente a contar la batalla de Lepanto, una vez y otra. De todas formas, si Cervantes viviera, muchas otras cosas cambiarían: recuperaría la movilidad de su yerta mano con tratamientos láser y, si tuviera que escribir el Quijote otra vez, con su ordenador portátil en el departamento de su instituto, estoy seguro de que elegiría a un profesor de Religión para ilustrar con él los enfrentamientos que siempre surgen entre el idealismo y el pragmatismo.
Si don Quijote viviera, estoy seguro de que se parecería a Mónica, la profesora de Religión de mi Centro. Ella hace su trabajo a pesar de que los enemigos acechan en todos los despachos, planeando su aniquilación (pero son visiones suyas: no son gigantes, son molinos; no son demagogos, son políticos). Primero le prendieron fuego a sus departamentos (que ya no existen), luego comenzaron a despedirlos en junio para re-contratarlos en septiembre, ahorrándose así unas cuantas monedas y causándoles innumerables problemas, también la antigüedad de sus servicios deja de suponer un aumento de sueldo, tampoco son tratados del mismo modo por el resto de compañeros del claustro: reciben peores horarios, trabajan en ocasiones en más de un centro... La Religión no cuenta ya para la nota media y, de hecho, la alternativa no se evalúa, tampoco. La opción de los alumnos es escoger entre dos horas libres o dos horas dando clases. Entre hacer algo y no hacer nada, está clara la preferencia de nuestros pupilos. Así les va: Mónica tiene que explicar a sabiendas de que todos los chicos ansían perder la hora, ser “alternativos”: estar en el patio o estudiar para otras materias.
Si don Quijote viviera, seguro que se parecería a Mónica y estoy seguro también de que él sí sería capaz de ver personas en lugar de alumnos. Sin tapujos y sin melindres: a pesar de que sigue siendo elegida por muchísimos padres, los altos cargos ya han decidido eliminar la Asignatura. Probablemente la pondrán por las tardes, o a última hora, relegándola a una hora semanal. Después, cuando la mayoría de los quijotes se hayan quedado sin alumnos, sin horas y, por supuesto, también sin trabajo, asestarán el golpe de gracia (¿qué más da unas cuántas personas en el paro? ¿No dijo Cristo que no solo de pan vive el hombre?). Titularán los periódicos “progresistas”: “el final de dos mil años de mentiras” o “golpe de muerte al Antiguo Régimen” y muchos se lo creerán, pensarán realmente que la asignatura de Religión era un problema porque Mónica ponía a sus alumnos a rezar cantigas satánicas. No, no van por ahí sus clases: en la actualidad es más fácil que te echen del gremio por poner a un alumno a rezar que por pegarle un bofetón; así que ella simplemente intenta enseñarles un poco de humanidad, valores universales y algo de cultura para que no sean llamados catetos las pocas veces que les toque entrar en una iglesia para asistir a una boda o para enterrar a un familiar.
No prejubilan a los quijotes del aula, ni les aplican la reducción horaria por cumplir los cincuenta y cinco años. Les juntan grupos buenos con grupos malos, para tener que pagarles menos horas de clase, mientras los cargos directivos sí se agencian pequeñas facciones de “alternativa”, con las que hinchar sus horarios. Chollo al canto: los seis o siete que no van a ciertos grupos de Religión se quedan en el despacho de turno ayudando a ordenar alfabéticamente tacos de partes disciplinarios (mano de obra barata e infantil, como en la Revolución Industrial). Y, mientras tanto, a Mónica le toca poner la otra mejilla porque la Iglesia, que es quien los nombra, no los defiende, porque cada ley nueva los estruja un poquito más, para sacarles todo el jugo, porque han caducado y solo les resta ya que alguien abra la puerta de la nevera y que los arroje al cubo de la basura.
Y también mientras tanto, ajena a todo esto, Mónica habla de amor y no denuncia a nadie ni golpea la mesa con fuerza, porque ella sí cree en lo que explica. Y como no lo crea, chungo, porque ella es el único profesor al que se le exige coherencia: porque sin fe nadie sería capaz de soportar su infierno, porque un profesor de Lengua puede cometer faltas en la intimidad, pero el castigo para un quijote que peca, es mucho más severo. Mientras tanto, los alumnos se pegan, se escupen, consumen drogas y me amenazan a mí con reventarme las llantas del coche por haberles suspendido un examen. No: nuestros alumnos han de ser buenos por naturaleza y no necesitan esa patraña de la fe. Ya conocemos la receta: una dosis de “educación para la ciudadanía” y todas las conciencias estarán sanas. ¿La mía también? Espero olvidarme pronto de esa frase de Napoleón tan drástica por la que “por cada sacerdote que eliminemos, necesitaremos poner diez nuevos policías”.

Prof. Cuyami