sábado, 20 de octubre de 2007

Kamizakes enamorados

¡Qué soso eres! ¿Qué más te da publicármela otra vez? Hace un año escribí ya una columna sobre las agresiones a los profesores. En ella hablaba de un compañero al que le habían pegado una paliza. La historia ha vuelto a repetirse, ¿por qué no publicamos dos veces la misma columna? Es que si tengo que escribir un texto diferente cada vez que haya una agresión, ¡se me van a gastar las ideas! Es ganas de darle vueltas a lo mismo: ha vuelto a pasar lo mismo y la indignación es la misma. Y volverá a suceder. ¿Querrás entonces que te escriba otra columna sobre lo mismo, si vale la misma del año pasado? ¡Ahorremos papel y tinta, hombre! A mí no me cuesta escribirte con otras palabras diferentes que la situación es indignante, que entramos en el aula sin sentirnos protegidos, que los padres de algunos alumnos o los novios de algunas estudiantes, nos esperan a la salida del Instituto para amenazarnos… y que nadie nos defiende. No me cuesta trabajo decirte eso con otras palabras, pero es que ¡ya te lo dije hace un año y nada ha cambiado desde entonces! ¿Habrá dejado de ser noticia, por tanto? Javier, entiéndeme. Si escribo sobre las agresiones, el que lo lea pensará: ¡Esto ya lo he leído antes! Y para eso, para que piensen que me repito, para eso es mejor repetirme realmente. Como hizo Cela con ese discurso que leyó dos veces de forma intencionada, para demostrar que todo seguía igual, que no se mejora en nada, que todo sigue del mismo modo… aunque todos estemos ya un poco más cansados, más hartos; todo es lo mismo. ¡Publica de nuevo aquella columna! Porque nadie lucha realmente por cambiar su final.

Esta vez ha sido un compañero en Málaga. Le han pegado un cabezazo a lo Zidane por reñir a una adorable e inmaculada doncella. ¿Y qué pasa? Pues que el cabezazo no se lo quitará nadie, que le concederán una indemnización de risa y que le dirán: “¡Ale, de vuelta al aula!” Son demasiados. Y poco a poco el ramillete se va ampliando. Como en el “Un, dos, tres”. Díganme por un euro personas interesadas en agredir a un profesor. Por ejemplo, un alumno suspendido o el novio de una alumna despechada o el padre de una alumna reprendida o el camello de un alumno al que se confiscó un alijo… ¿Quién más? ¡Venga! ¡Atrévanse ustedes también! ¡Peguen también a un profesor, que está de moda! ¡Desahoga muchísimo! ¡Ayuda a liberar estrés! Eso sí, si alguien más quiere pegarnos una buena zurra, y grabarnos después para colgarlo en Youtube, que se ponga en cola, que nos dé unos guantes de boxeo y que al menos nos conceda el derecho (legítimo) de devolver la bofetada, sin caernos por ello del Olimpo del Funcionariado.

No hay derecho. ¿Cuántos más tienen que caer para que hagamos algo? ¿Hasta que no muera un profesor no se tomarán medidas? ¿Se cree alguien que podemos educar en estas condiciones? Con miedo, no se puede. Nadie ha de pasar por eso. Nadie. ¿Por qué nos han hecho creer que es un gaje del oficio? ¿Por qué nos lo hemos creído? ¿Por qué se afanan en demostrarnos que es un accidente laboral, si es algo que puede evitarse? Hay tantas leyes sobre la violencia de género y, sin embargo, de la violencia a los docentes, solo hablan los sindicatos (¿no es acaso igual de repugnante?). Una huelga, ochenta euros de sueldo menos, lloramos un poco frente a la tele y regresamos a las aulas. ¡Y todo sigue igual! ¿Quién será el próximo? “¿Seré yo, maestro?” Tal vez. Nadie está libre de pecado. A todos puede pasarnos. Y cuando recibamos la agresión estaremos pagando, en realidad, la pasividad que demostramos constantemente ante las agresiones de los otros. ¿Por qué no nos plantamos? Los profesores somos el colectivo laboral más grande de toda Andalucía. ¿Podría la sociedad soportar una huelga indefinida de docentes, si no se solucionan los problemas relacionados con nuestra seguridad laboral?

Somos kamikazes enamorados de nuestro trabajo. ¿Cómo si no se entiende que nos metamos en clase cada día? ¿Cómo si no se explica que sigamos tratando de poner orden, a pesar de saber las consecuencias que ello entraña? En suma, otro de los nuestros ha caído. Tenemos un nuevo héroe. Torear desde la barrera es imposible y arrimarse demasiado conlleva cornadas. Quien no se arrima al toro, no cobra. ¡Suerte, maestro!