martes, 30 de enero de 2007

Viajes gratis. Razón aquí

Tengan en cuenta que lo sé. De hecho, llego incluso a sentirme culpable. Estará usted plácidamente en su casa, tomando un café y unas magdalenas. Tal vez haga acopio de las fuerzas que necesita para ir a trabajar dignamente, sabedor de que un porcentaje importante de su sueldo de enero se le irá en pagar servicios sociales. Por todo ello, me produce cierta dosis de lástima darle el desayuno, destruir su paz, incordiar su conciencia. No obstante, si usted es de aquellos que piensan que unos ojos yertos imposibilitan a los sentimientos llegar hasta el corazón, no siga leyendo: vivirá mejor sin esta columna, sin llegar a saber a dónde van a parar los impuestos que paga. Yo le aviso, luego no se me queje. En cierto modo, le debo la posibilidad de enterarse, pero lo que haga con la información que ya está en sus manos, es asunto exclusivamente suyo.

Lo llaman Proyecto Comenius. El tal checo fue un hombre preocupado por la enseñanza de idiomas. Un pedagogo que se hizo famoso por una obra llamada “puerta abierta a las lenguas”, que era cosmopolita y que viajó mucho. Pregunta de Trivial: ¿sabe alguien si Jan Amos pagaba sus viajes? Más que nada porque aquellos que ahora lo emulan tienen como finalidad inmediata viajar de gorra. De hecho, con una preciosa gorra que pone en letras grandes y amarillas “proyecto Comenius”, salieron hacia el aeropuerto de Málaga dos profesores de mi Centro que, gracias a sus fantásticos contactos, han podido conocer gratis la República Checa, para peregrinar hasta la tumba del valedor del dichoso programa, para comprobar a lo Alfredo Landa, que hay vida más allá de los Pirineos. Han ganado una semana de vacaciones y, en el menos malo de los casos, usted les está pagando el sueldo.

Existen dos modalidades para tal periplo. La primera, y mucho menos lucida y lúcida, exige que los profesores galardonados se lleven a un grupo reducido de alumnos con ellos. La segunda, que es la que he constatado, ¡es solo para profesores! Ellos van, ven aquello y después nos lo cuentan. Vacaciones pagadas. Rendimiento, cero. Sin alumnos, sin nada que hacer allí: una semana de turismo y una preciosa visita al Instituto con el que nos hemos hermanado. Poco me importa ya que los fondos sean de Europa, de la Junta o de quién sean: son funcionarios, que aprovechan su posición para irse gratis de vacaciones, en proyectos que nullo modo repercuten sobre el resto del alumnado. No traen ideas nuevas, no aprehenden nada, salvo unas postales o un cuadro del pintor local. Desconozco si practican o no el inglés allí, pero sí presupongo que si nuestros profesores andaluces necesitan entrenamiento oral, mejor harían apuntándose a una academia. No hay finalidad, no sirve de nada, pero todo es muy lógico. Estamos hermanados con varios institutos de distintos países de Europa, ¿qué clase de hermanos seríamos si no visitásemos de vez en cuando a nuestros propios hermanos? La gente de Andalucía es buena gente, así que las visitas son necesarias. Hay que ir a verlos y cuantas más veces se vaya, mejor. Lógico.

Vendrán a visitarnos ellos también a nosotros. Vendrán expedicionarios allende las tierras del río Morava a visitarnos a nosotros. ¡A aprender de nosotros! [Espero por su bien que no se les pegue nada, salvo el sol de la costa]. Vienen también, de vacaciones, a pasear por la calle Larios y a comer pescaíto frito en nuestras ferias. Y a hablar inglés porque, al fin y al cabo, y paradójicamente, el proyecto se desarrolla exclusivamente en inglés: Comenius buscaba la defensa de todas las lenguas y su proyecto atrae a checos que nos hablarán en inglés en España. ¡Lógico! ¡Todo encaja! Además, si nuestros míster Marshall no vienen a vernos con alumnos, serán bien recibidos y prometo organizar otra peregrinación guiada, en mi horario de trabajo (recuérdelo: me paga usted), hasta la tumba de algún benefactor del turismo docente. Seguramente, los invitaremos a comer, los llevaremos de excursión, les proporcionaremos alojamiento pagado por… ¿se lo imaginan?

¡Ey! ¡Se me olvidaba! Aún está a tiempo: puede dejar de leer esto o puede simplemente presuponer que esta experiencia telúrica se está llevando a cabo única y exclusivamente con fondos europeos, que a usted no le costará nada. Realmente, prometo que no conozco ese dato (yo sí me creo lo de “ojos que no ven, corazón que no siente”), así que podrá creer lo que más feliz le haga y acertará. Sí le aseguro que yo no gano nada, en ninguno de los dos casos: pedí que se llevaran a alguno de mis alumnos y que lo dejaran allí, pero no me han hecho caso.

Prof. Cuyami

lunes, 22 de enero de 2007

La marca machista

Córdoba. Cuatro de la tarde. No sé si era un bar o una peña. Pasaba media hora de partido cuando Juanito enganchó un cabezazo que dio la victoria a España. En ese instante, uno de los camareros tomó una cacerola y un perol y comenzó a dar golpes festivos congratulándose por la importancia del tanto. Paralelamente, yo me comía las uñas y dejaba la comida a la mitad porque tenía demasiado miedo. Pocos minutos después, aún con el Mundial en la retina, me senté en una incómoda silla de un salón de actos: fue entonces cuando la vi. Ella parecía mayor, pero vestía de manera informal. Su manera de mirarnos expresaba dos mensajes. El primero: me gusta ser mujer. El segundo: a ti ni se te ocurra verme como tal. Un bolso grande, un portafolios y una frase que cambió mi vida y que ahora voy a citar rectamente porque es digna de ser bordada en un cojín: “quiero daros la bienvenida a todos y a todas vosotros y vosotras a este proceso selectivo. De esta sala saldrán grandes profesoras y profesores… ¡mucha suerte a todos y a todas!”. Veredicto: culpable. La tipa era feminista y además tenía talante.
Ideología subyacente: se supone que nuestras estructuras lingüísticas determinan nuestra forma de ver el mundo. Se supone que el morfema –o se refiere latentemente y letalmente a animalitos varones mientras que la –a es propia de las muchachitas. ¡Pobres muchachas si en la presentación ella solo hubiera empleado la vocal o! ¡Maldita discriminación que ha perpetrado el español al fundir el neutro latino y el masculino en una única forma! ¡Qué malvadas son las vocales /u/ por provocar tales muestras de machismo con su apertura! Pues eso. Eso pensaba yo, para calmar mis nervios, para no amargarme porque en mi examen oral iba a tener que decirlo todo dos veces para que no me miraran raro, para que no sonara machista mi forma de explicar mi asignatura.
No lo comprendo. Se supone que la redacción del Estatuto de Autonomía ha de sustituir a la RAE como el modelo del español que ha de enseñarse en las aulas, pero sigo sin entender por qué. Pero sí. Eso ha dicho la Junta y yo me he resignado ya a ser en todos los informes “profesorado” y no “profesor”; me he resignado a incluir en mi vocabulario medio millón de vocablos genéricos de difícil ingesta (“limpieza” por “limpiadoras”, “adjuntía” por “adjuntos”), a tener que usar “jóvenes” en lugar de “alumnos” porque la –e es mucho más discreta y no le hace daño a nadie. Voy por el buen camino: ya siempre uso “estudiantes” en lugar de “vosotros” para complementar a mi recientemente adquirida costumbre de duplicarlo todo. Al fin y al cabo, gastar muchos litros de saliva paliará la sangre de las mujeres a las que golpean sus maridos, a las que el Gobierno no es capaz de salvar de las manos de esos malvados hablantes de una lengua tan machista. No. Siempre igual. Siempre lo mismo. Intentan llamar a las cosas de otro modo porque piensan que así se solucionan los problemas, pero no funciona el mundo de ese modo. Y encima, si le hacemos caso a la Junta y a la presidenta de mi tribunal de las oposiciones (a la que engañé vilmente porque fui capaz de decir “alumnos y alumnas” con aparente seriedad), es mucho más urgente que se usen esas patochadas que corregir la ortografía SMS que están adoptando nuestros chicos como uso habitual. Seguro que si en un examen nos escriben “paz xa tods y tdas”, habrá que ponerles un diez porque la afirmación y la forma denotan feminismo y progreso. ¡Las marcas señeras de nuestra Autonomía!
Somos punteros en “aulas de género”, en el uso del “lenguaje no sexista”, ¿cómo se entiende entonces que la inmensa mayoría de las madres de mis alumnos sean amas de casa? La explicación, un caso real: una alumna de bachillerato me confesó en una ocasión que su novio le pegaba aquellos fines de semana que a ella no le apetecía acostarse con él. Obviamente, me tocó hacer el rol de adulto responsable. De manual mi respuesta, de juzgado de guardia la suya: “no puedes consentir que te trate así, él no tiene derecho a…”, pero no sirvió de nada. Ella sí lo creía. Ella sí creía que él tenía derecho a hacer eso. Y así, muchas. Nuestros alumnos siguen enrocados en postulados que hacen pensar que la mujer seguirá discriminada mucho tiempo más, que seguirá habiendo agresiones, víctimas, sangre. Pero evidentemente la culpa de eso la tiene la lengua y, por tanto, gracias a los lingüistas y a las lingüistas de la Junta el tema va camino de solucionarse en breve… o tal vez, no.
Prof. Cuyami

martes, 16 de enero de 2007

Pingües pingüinos

Se lo achaco al principio de catarro que padezco, pero el hecho ya comienza a preocuparme. Llevo una semana entera teniendo sueños muy raros. En el primero de ellos, me encontraba en una clase de cuarto de ESO y mis alumnos me escuchaban embelesados mientras yo recitaba un fragmento de Juan Ramón Jiménez (eso solo pasa en los sueños). El texto decía de Platero que “es pequeño, peludo y suave, tan blando por fuera que se diría todo de algodón”. Pero entonces, todos a la vez, sin excepción, contestaron: “¡como el pingüino de Guadalinex!” El segundo sueño era bastante más explícito. En él yo era un dibujo animado, me encontraba “rompiendo el hielo”, y el mismo pingüino me perseguía para impedírmelo. De todas formas, de todos ellos, el peor fue el tercero: estaba yo en el Parque Nicolás Salmerón, en Almería, montando en bici y escuchando música cuando vi en uno de sus estanques a Bill Gates echando trozos de pan a los patos. ¡Guadalinex lo había mandado al paro tras convertirse en el único sistema operativo de la Tierra!

Mi psicoanalista me ha suplicado que libere mi subconsciente hablando aquí por fin de este tema porque teme que esto me mande a la tumba. Dichoso el que no lo sepa todavía: la Junta de Andalucía ha iniciado una cruzada contra Windows porque es un símbolo del horripilante capitalismo yanqui. Por ello, ha fundado su propio sistema operativo y una graciosa mascota, un pingüino que todavía no tiene nombre. Cierto es que Linux tiene todo mi respeto por ser una alternativa digna a Windows, pero también es cierto que Guadalinex, que es como se llama el nuestro, no es sino una versión mal simplificada de Linux, una versión creada a toda prisa e implantada con calzador en todos los centros que desde hace un par de años poseen ordenadores en todas las aulas. Muy pronto la cruzada llegó hasta las bibliotecas, hasta los ordenadores de los centros sociales, prohibiéndose en toda institución pública el uso de Windows (espero que nadie dedique un día de su vida a investigar con qué funcionan los ordenadores de los directores de instituto andaluces, ¡se llevarán una gran sorpresa!). Se nos está vendiendo que es una maravilla el cambio porque nos ahorramos pagar la licencia de Windows al ser Gudalinex “software libre”, o sea, programa que cualquiera puede usar sin tener que pagar. ¿Es creíble? ¿Es creíble que haya seres humanos que están creando un sistema operativo nuevo, que lo implantan en miles y miles de ordenadores sin que nadie cobre un duro por ello? ¡Eso sí que es amor a la informática!

Me temo que el truco está en que los programas que todos los profesores sabemos usar (Office, de Microsoft) no funcionan con Guadalinex y que, por tanto, hay que crear otros nuevos. Los programadores ganan dinero con cursos infumables que nos podríamos ahorrar si los programas instalados fueran los de siempre. Además de eso, los ordenadores no son gratis: son los mismos los que nos instalan las máquinas que aquellos que programan los comandos y que dan los cursos. No es gratis, es una trampa: el dinero se lo llevan otros, pero se gasta cuanto menos el mismo. Sin concurso, sin oposiciones: sin demostrar a nadie que es útil realmente que nuestros alumnos trabajen con un sistema operativo diferente del que posee el resto del mundo, del que ellos necesitarán en su vida laboral. Llegarán a la oficina, a sus casas, y encontrarán Word, pero eso ya no puede enseñarse en la escuela, no puede instalarse (salvo en los ordenadores de los directivos, claro), porque el pingüino corporativo andaluz es mucho más simpático y, si hablara, que seguro que pronto lo hará, sesearía y aspiraría las jotas. ¡Pobres de los alumnos andaluces que quieran trabajar en el extranjero!

Muchos programas que usan los ciegos no valen con Guadalinex. Muchas aplicaciones creadas para sordos no valen con Guadalinex. Las presentaciones que los profesores poseemos para dar las clases no se abren bien con Guadalinex. Nada. Nada funciona bien, salvo los ordenadores de la sala de profesores... que sí tienen Windows. Pero nos tenemos que creer que es más barato reinventar toda la informática desde abajo, desde la prehistoria, desde sus cimientos, que pagar una dichosa licencia que no saldría tan cara si se pactara un precio de conjunto. De todas formas, lo que más me preocupa de todo esto es que el tema está revestido de un aura siniestramente cateta. ¿Cuándo podré comprar en el supermercado la Chaves-cola?

Prof. Cuyami

jueves, 11 de enero de 2007

Estocolmo, capital de Andalucía

Estocolmo es la ciudad más grande de Suecia y también su capital. Leo también en el cuarto tomo de mi enciclopedia que es administrativamente el eje de la provincia homónima. Hasta ahora, todos los datos los conocía. Me sorprende algo más que su población urbana es de setecientos y pico mil habitantes, casi igual que la de Sevilla. Además de eso, su casco urbano alcanza el millón de habitantes si le sumamos aquellas personas que viven en pueblos limítrofes… O sea, que aunque no he estado nunca en Estocolmo, puedo imaginármelo si pienso que es como Sevilla, pero en tonos amarillos y azules. ¡Para eso no necesitaba una enciclopedia!

Llego a la siguiente entrada y por fin encuentro lo que ansiaba aprehender. El “síndrome de Estocolmo” es un estado anímico según el cual la víctima de un secuestro, o persona detenida contra su voluntad, desarrolla una relación de complicidad con su secuestrador. Completa un viejo vademécum de mi padre, que era médico en la mili, que en ocasiones los que lo sufren acaban ayudando a sus captores a llevar a cabo sus fines. ¡Toma ya! ¡Diagnóstico acertado! ¿Que a qué vienen estas investigaciones tan torticeras? Hipocondría o perspicacia, lo cierto es que creo haberme contagiado. Mis compañeros del Instituto me hablaron de eso, pero yo no lo creía, yo no vi necesario utilizar protección en mis relaciones con mis alumnos. Lo aclaro: un porcentaje importante de los docentes andaluces lo sufren y no saben catalogarlo. O no se atreven a reconocerlo o no tienen una enciclopedia a mano. Cuando llegan las vacaciones, experimentamos un sentimiento anómalo primo hermano del “síndrome de Estocolmo”: los actos que hasta hace poco nos producían miedo, atormentaban nuestras noches y hacían que nuestras manos sudaran, ahora nos elevan una sonrisa hasta los labios. Imagínense qué cuadro (clínico): el otro día un viejo amigo me contó que sus pupilos quemaron durante la primera semana de curso la papelera, la segunda descolgaron el perchero, la tercera rompieron un cristal, la cuarta el picaporte de la puerta y culminando dicho ciclo temático, para cerrar el segundo mes, urdieron un plan maléfico para destruir el sistema de iluminación. Me asusta: se reía mientras lo contaba a pesar de que él podía haber sido el último juguete roto. Ahí acaba la paradoja y comienza la enfermedad: si esos sucesos acontecen contigo dentro del aula, temes por tu vida, piensas que tú serás lo siguiente. Pero cuando sales, cuando ves unos cuantos escaparates y haces un par de compras a la salud del presidente Chaves, vuelves a ser un ciudadano normal, se te va el miedo del cuerpo y te regresa a cambio y con él el primero de los síntomas: la sonrisa. Pero hay más. El segundo es contar como anécdotas los enfrentamientos. El tercero, la melancolía. Lo último, la añoranza.

Tengo ganas de volver a verlos. Llevo todas las vacaciones imaginando clases perfectas que pretendo dar. Al llevarlas a la práctica serán un desastre y mis ilusiones y buenos propósitos para año neonato se quebrarán cuando alguno se niegue a sacar el cuaderno, cuando a la quinta palabra que diga note ya cómo nadie me está escuchando, cuando se den cuenta de que al final de la segunda evaluación no vienen los Reyes Magos y que, por tanto, no existe ninguna motivación para comportarse bien. De todas formas, eso de que los Reyes traen carbón a los niños traviesos es mentira, así que el próximo curso ya habrán aprendido la lección y por tanto no se portarán bien ni siquiera en diciembre. Pero me alegro. Todos los míos han sido unos auténticos y despreciables [colóquese aquí un término psicopedagógico despectivo que sea políticamente correcto, si lo hay] y sin embargo nadie habrá recibido carbón. Pero me alegro. Me alegro mucho por ellos. Me alegro de que hayan recibido regalos y de que hayan pasado unos días felices con su familia a pesar de que no me han dejado desempeñar mi trabajo hasta ahora, a pesar de que me han insultado, de que han acabado con mi garganta un par de veces, a pesar del miedo que me han hecho pasar en ciertas clases. A pesar de todo eso, confío en que todo les haya ido bien durante las vacaciones. Porque se lo merecen. ¡Vaya por Dios! ¿Qué acabo de decir? ¿He dicho “porque se lo merecen”? Si he dicho eso, significa que ya padezco el Síndrome. Si es así, y con la prontitud con la que lo he inoculado, de aquí a junio temo desear adoptar a unos cuantos de mis “angelitos”. Si eso llega a pasarme, no lo duden, remátenme. Estarán haciéndome un favor…