martes, 11 de noviembre de 2008

Pecés y pelis de terror

Como legisladores no se ganan la vida, pero escogiendo nombres tronchantes sí son unos fenómenos. No me parece casual que llamaran “eso” al sistema educativo más amorfo de la historia y, por tanto, no puede ser fortuito tampoco que los institutos con ordenadores en sus aulas sean un “tic” de nuestros fabulosos librepensadores que de tanto dejar fluir el flujo incontrolable de sus conciencias, varan más allá de los cerros de Úbeda. De allí, precisamente, es una amiga que me cuenta que su centro, de Primaria, continúa con las mesas listas para que se coloquen los ordenadores y que Sus Majestades no se apresuran a realizar la entrega que llevan dos años aguardando. Dicho lo cual, y tras entrelazar una encuesta con esta idea previa, descubro que casi siempre, en la primaria, el ordenador es un juego, solo eso. Si realizan bien los deberes, se les conceden diez minutos de ciber asueto (en días previos a las notas, cuatro horas). Una constante es. En ciertos cursos de cuarto de ESO, muchos compañeros siguen tomando los ordenadores para el mismo fin: no tienen una finalidad educativa, porque eso requiere de una preparación previa que nadie hace, son un premio o, meramente, una distracción para que el ganado no moleste, mientras ellos corrigen exámenes.

Vayamos por partes. Los centros TIC son institutos modernísimos que, siguiendo los pasos de la Bauhaus, son concebidos de manera inteligente, con ordenadores en todas sus aulas y un montón de cartelitos que indican que lo son. El objetivo era que los chicos fueran suprimiendo poco a poco los cuadernos por pecés (?), pero solo se ha conseguido aficionarlos al buscaminas y a los dos o tres jueguecitos tontos de Guadalinex. Por desgracia, en vez de computadoras instalaron tartanas que estaban obsoletas desde antes de echar a rodar. Por desgracia, poco a poco se fue agotando el crédito (de los buenos propósitos) y pasó a llamarse “tic” a institutos que solo tenían unas cuantas clases con ordenadores (o sea, todo guizque) y no los que tenían ordenadores en todas las clases. Esos centros de segunda generación también tienen en la puerta muchos cartelitos en los que se explicita que son TIC… pero no tienen tantos ordenadores como cartelitos, desgraciadamente. No obstante, casi que lo prefiero. El ordenador sobre el que escribo pierde valor por momentos. ¿Se imaginan en qué se convierte un instituto con ciento treinta ordenadores, tras cinco años? Hablamos de un cementerio informático donde ni los elefantes osan echar su siestecita final. Los monitores de las clases parecen ya la imagen mental que tengo de la tele de la casa de mi abuela. Para colmo, a los teclados les han intercambiado las letras entre sí y el otro día vi uno que, por primera vez en la historia, seguía riguroso orden alfabético, gracias al chico que dedicó una guardia entera a quitar las chapitas de las teclas y disponerlas como le vino en gana.

Sin embargo, lo peor sigue siendo la imposibilidad de mover las mesas. Sin parangón es el engorro de ver a los chicos escribiendo en un ladito de la mesa porque el monitor de la reconstrucción mental de la casa de mi abuela les robó el resto del espacio, no ofreciéndoles ninguna contraprestación a cambio. Bueno, vale: especifico. ¡No todo es tan inútil! Los centros TIC sí resultan muy beneficiosos para los que asumen el cargo de “coordinador de”. En pago a estos servicios se les entregan cinco horas sin dar clases, a la semana, cinco horas de reducción que a don Pedro le vinieron genial para ligarse a la administrativa del centro. En su misión, y no hablo de seducciones sino de trabajo, se contentó con ir contando el número de bajas y hacer una estadística sobre qué curso escacharraba más ratones (el mayor punto débil de esos robustos mamotretos que parecen sacados de la Alemania de la postguerra son los ratones: los alumnos deberían trabajar en alguna empresa de fumigación). Solo esa estadística hizo. Don Pedro nunca me aportó el dato que siempre quise saber. Intuyo, pero no lo tengo confirmado, que poseemos el récord de horas consecutivas sin que ningún profesor emplee los ordenadores como herramienta de trabajo. No me extraña. Dan cursos de dos tardes y pretenden con eso cambiarle la visión docente a gente que lleva veinte años en el gremio. Tras varios años en el ajo, lo que comenzó siendo una película de ciencia-ficción ha cambiado de género y da más miedo que Psicosis. Y de todo, lo que más susto provoca es que tantas toneladas de chatarra, tantos ordenadores que no soportan ni siquiera la última versión de Guadalinex, concebida ex profeso para tal fin, la paguen ustedes con sus dolientes impuestos.