jueves, 24 de septiembre de 2009

Andrea y el pollo

Leo en todas partes que ahora mismo “Belén Esteban da audiencia”. Miles de horas de programación propia, películas y cortometrajes carísimos, un partido de fútbol o abuelas entrevistadas por un presentador gracioso, no igualan el tirón mediático de la ex de un torero. Yo, que como funcionario tengo menos escrúpulos cada día, estoy también decidido a subirme a su carro de la compra. Por ello, esta mañana en clase no hacía más que darle vueltas a cómo relacionar mi línea editorial con dicho filón… y me he dado cuenta, en dicho proceso, de algo devastador: el Defensor del Menor está en contra de que Belén Esteban hable en el trabajo de su hija porque es menor de edad. Pues bien, he comprobado con espanto que todo nuestro trabajo consiste, a todas horas, en hablar de menores. Somos incapaces de pasar más de veinte minutos en el trabajo sin hacerlo. Me atrevería a decir que no tenemos ningún otro tema de conversación específico que no sea hablar de menores. Comentamos sus aptitudes y actitudes, sus circunstancias personales, sus físicos, sus relaciones sentimentales; repasamos vivencias y características de todo tipo: qué comen y cuánto duermen. En las últimas doce horas ardo tan sugestionado que, cada vez que suena el móvil, sopeso que uno de los interlocutores posibles es ese hombre tan agradable que pretende quitarme la custodia de mis tutorizados. ¿Qué será de mí si se los llevan?

Vale, lo admito, les vacilaba. No me quita el sueño que, por hablar de ellos en el trabajo, me desaparezcan de la vida los alumnos. Al fin y al cabo, y aunque mis alumnos son como hijos, estoy acostumbrado a que las promociones se precipiten (últimamente, se despeñan) al mundo laboral: estoy preparado para dejar de verlos de golpe. Imagino que el rapto sería, ni más ni menos, agilizar el proceso, por tanto. Eso sí, y ya que van a llevárselos, por culpa nuestra, como siempre y por supuesto, me gustaría que alguien me explicara antes por qué pasan tantos meses sin que nadie se acuerde de los alumnos absentistas de catorce años, por qué tantos estudiantes no disponen de medidas higiénicas suficientes, por qué las autoridades consienten que alumnos que no hablan ni una sola palabra de español sean penetrados de cuajo en nuestro sistema, sin adaptación previa, sin profesionales preparados para recibirlos… Me pregunto, como todo aquello que me indigna, por qué tiene tanta importancia hablar de una hija, de la que sabemos que toma pollo y que no siempre es visitada por su padre, habiendo tantos niños que no son alimentados correctamente, cuyos padres tienen sus condiciones mentales alteradas, o están en la cárcel, o ejercen la prostitución, sin ayuda alguna, ni para prostituirse ni para dejar de prostituirse. Me pregunto por qué en los últimos años solo he visto una vez la cara de alguien de Asuntos Sociales y su venida fue para llevarse a uno de nuestros alumnos, arrebatándole la custodia a su padre, sin prospección alguna. Decidieron que aquel hombre, que acudía todos los días a las dos y media a recoger a su hijo, dejaría de ser padre, pues es más barato dar un puñetazo encima de la mesa que tender la mano. Nadie le enseñó a mejorar.

Desconozco si la fama es tan mala para los infantes como dicen. Desconozco si es tan trágico crecer rodeado de fotógrafos. No obstante, sigo pensando que es peor que tus padres no te hagan una sola foto que recibir demasiadas. Tampoco sé si es peor que tu padre sea conocido o que nadie conozca quién es tu padre. Lo que sí tengo claro es que es absurdo que los telediarios abran con noticias de este tipo, que el circo mediático focalice nuestros desvelos en ellas, con la cantidad de barbaridades que se ven a diario en nuestras aulas, con la cantidad de gente que sí lo pasa realmente mal. Me da cierto placer imaginar juntas de evaluación en las que no podamos hablar de los alumnos, por ser menores de edad, por encontrarnos en público y sin consentimiento materno, pero me aterra estar siquiera planteándomelo. Cuando las cosas no funcionan, cuando la economía no arranca, cuando el paro sube y crece el flato, hacen falta temas de conversación para que la calle se mantenga distraída. ¿Será eso? Que quede claro. La base de la manipulación no es la mentira, sino la selección de la información que ha de ser relevante.