domingo, 19 de diciembre de 2010

Autoridad del profesorado

El otro día vi una noticia interesante. Un alumno había insultado a un profesor y había sido condenado a no poder acercarse al perímetro del que había sido su centro educativo. Recibió un castigo de adulto, aunque era todavía menor de edad. La noticia reabría el debate social sobre la idoneidad de concedernos a los profesores el rango de autoridad y sobre cómo se capearían los dislates de la Ley del Menor, desde dicha condición. Un castigo semejante se impondría por la ofensa hecha a un civil o contra un policía, ¿por qué a nosotros, por sistema, no se nos protege igual?

No comprendo las manifestaciones sobre cuestiones maniqueas (del tipo “no a la guerra”, “el paro es malo” o “las patatas fritas son sabrosas, aunque engordan demasiado”). Eso sí, lo que aún entiendo menos son aquellas reivindicaciones sobre las que hay consenso, pero que no se conceden. De sobra es conocido por todos que hay un serio problema de disciplina en las aulas. Sería hipócrita si no digo que ahora mismo estoy en un centro donde los alumnos, en líneas generales, dan asco de lo buenos que son. No obstante, no por ello olvido lo que he vivido en otros centros y en otros años. En este gremio mío la gente ve su película, pero olvida que hay muchas otras. Hace varios años que no tengo problemas serios dentro de clase, pero eso no hace que entienda menos necesario pelear por aquellos que han de estar en institutos más complicados. Hay profesores para los que dar clase supone arriesgar su integridad física. Solo el que lo probó lo sabe.

Para todos ellos, para los alumnos de esos centros, para los padres de todos esos alumnos, para los comerciantes de la zona, para los conserjes y jardineros, que nosotros recibamos el rango de autoridad es positivo y urgente. Pondría fin a la desprotección con la que muchos trabajan. Sería un sustento legal idóneo de cara a llevar a cabo nuestra labor a diario y con decoro. Nos devolvería a la posición, por encima de la tarima, que jamás debimos perder. Y no niego que habrá quien se aprovechará de forma insidiosa de ese rango, pero como siempre será una asquerosa minoría. Solo eso. La mayoría de los profesionales con los que he trabajado buscan lo mejor para los alumnos siempre. Y con autoridad lo seguirían buscando. La mayoría de los profesores a los que conozco desean hacer mejor su trabajo y piensan, pensamos, que nuestra figura ha de tener el reconocimiento social que merece... porque ello hará que la sociedad se vea beneficiada. Y no hablo de dinero, esta vez. Hablo de respeto. Hablo de que todos los políticos dicen que la educación es muy importante, que la formación es la clave para salir de cualquier crisis, y a la hora de la verdad nos vemos solos y pisoteados.

He leído un millón de panfletos, de todos nuestros sindicatos, reivindicando que se nos conceda el rango de autoridad. Sin embargo, todavía no he escuchado a nadie que no esté de acuerdo con esta petición. Nosotros lo pedimos, pero no sé quién está diciendo que no. Los padres dicen que quieren profesores que se impongan. ¡Hasta los alumnos se quejan si no les impones autoridad! Comprendo que mi formación, y rango, no ha de llevarme a ser un pacificador del mundo. No quiero poder sacar una placa, estando de paisano, y gritar “alto, soy profesor”. Pero en mi centro, y en sus alrededores, parece justo que estemos tan protegidos como un portero de fútbol en el área pequeña. ¡Pobre del que nos toque! Porque llueve sobre mojado y nos han tocado mucho. Todos los meses hay agresiones, aunque solo unas pocas salgan a la luz. Todos los días recibimos ciberacoso, ya hablaré otra semana del tema, y mi sola palabra ya debería bastar para zanjar ciertas investigaciones.

Si por casualidades de la vida este artículo cae en manos de algún político, trato de persuadirlo recordándole que se apuntará un tanto, si nos dan lo que pedimos. Creo que todos los medios le reirán la gracia, pues esa gracia es justa y legítima. Además de populista (que no solo “popular”), es consensuada, pues toda la sociedad la demanda. Sé que legislar conforme a lo que la gente pide y necesita es poco divertido, pero tiene también sus ventajas: tienes a tus trabajadores más contentos y les es un poco menos duro digerir que les vas a quitar media paga de Navidad. No pido ordenadores, ni despachos para todos, pues todo eso es caro. A veces las cosas inmateriales son las que más ilusión nos hacen (ese es, al menos, el espíritu de “la Navidad sin regalos”, a la que nos están avocando este año). Con más máquinas de café y con un poco de más autoridad, el mundo será un entorno más próspero y habitable. Brindo por ello.