domingo, 6 de marzo de 2011

Zodiac

Trabajé dos años en un instituto de la costa de Cádiz. Recuerdo con pasión una mañana, estando en una clase tempranera, en que se formó un revuelo descomunal entorno a la ventana. Los alumnos, que estaban medio dormidos, muchos de ellos con el chaquetón puesto, se despertaron como si hubiera tocado una corneta militar. Aquel era un grupo malo, de alumnos de primero de la ESO. De mal comportamiento, aunque de buen oído. El centro se encontraba lejos de la playa, pero a veces se escuchaban ciertos rumores procedentes del litoral. Una embarcación, a gran velocidad, había perturbado mi(s) dictado(s). “¿Por qué os levantáis?, ¡volved a vuestros sitios!”. Ninguno me obedeció a la primera. Y pocos a la segunda. Por aquel entonces, me costaba la propia vida tener a los nenes sentados y en silencio.

-Maestro… Es que… Eso era una zodiac de los narcos. Y detrás van los civiles seguro, porque están muy cerca de la costa. ¡Mola!

Varios celebraron la noticia y yo seguí indagando, pues no comprendía demasiado bien por qué eso era una buena noticia. Podía comprender que aquella fuera una situación “estimulante” y también que, en su imaginario colectivo, los narcos son los buenos de la película. Los civiles eran una suerte de aguafiestas que, con frecuencia, entraban en el recinto del instituto armando gresca, revolviendo mochilas, y llevándose a unos cuantos al cuartelillo. Aquellos, cómo no, entraban siendo adolescentes y salían, en mitad de la mañana, convertidos en mito. Por todo ello, los civiles eran los malos y huir de los malos es motivo de júbilo. Ahora bien, no me quedaba claro en qué les beneficiaba a ellos esa huida acuática.

-¿No te das cuenta? Si las patrulleras los persiguen, tendrán que tirar los fardos por la borda. En un par de días, las bolsas llegarán a la orilla. Basta con estar ahí y… ¡zas! ¿No ves a Miguel? Miguel encontró algo hace tiempo. Lo vendió y ahora tiene dinero. Ahora compra ropa de dinero y tiene moto. Porque… Maestro, ¿qué harías tú si encontraras un fardo? ¡Dámelo! ¡Dámelo, por favor! ¡Y yo te lo vendo y te doy la mitad!

Algo así como la lotería de Navidad, en pleno mes de febrero. Un mecanismo de promoción social, en plena crisis. El pueblo lo acepta como un hecho discutible y puntual, que merece una penitencia diminuta. Ese dinero alimenta los comercios locales, la cafetería del instituto y los bares de copas. Es bueno para todos que la zodiac suelte su maná en nuestro pueblo y no en el de al lado. Además, cambiar unas zapatillas de mercadillo por unas NIKE demuestra que hemos medrado, ganando categoría, como todo el mundo hace, cuando puede. ¿Cómo criticarlo? Cada uno hace lo que puede, no lo que debe. Tal vez, no lo niego, yo me quedara una maleta repleta de euros. Perdón, retiro la cortesía: lo haría seguro. ¿Quién va a devolverlo? ¿Quién, si viene del mar, no se apoderaría de la joya de la vieja del TITANIC para subastarla por eBAY? Asumo que un colgante no mata y que la droga sí. Sin embargo, en los ojos expectantes de mis alumnos, mis reproches de entonces, no dejaban de ser matices.

Dos días más tarde, para echar para abajo la comida, me puse un chándal y salí a pasear por la playa. Muchos jugaban al fútbol, haciendo tiempo quizá, y otros habían salido a correr. Medio instituto estaba en la orilla, como nunca, practicando deporte, contemplando la belleza de un ocaso invernal, tan débil y tan puro, como un recién nacido. ¡Bendito narcotráfico que hace que los nenes hagan deporte!, pensé. Todo tiene su lado bueno, en suma. Y me sonreí, tímidamente, al descubrir algo sobresaliente en una de las dunas. ¿Y si aquello fuera…? Reconozco que me acerqué. Se trataba de un bote de pintura y tuve que seguir usando los mismos zapatos una buena temporada.