miércoles, 14 de septiembre de 2011

Dos horas más

De exámenes, mientras miramos las caras de los sufridores que regresan para volver a catear, nos saludamos y cada uno relata su verano. En general han sido austeros, pero el talante es diferente, en general. Reconozco que los docentes tenemos vacaciones muy superiores a la media y que en ellas te da tiempo para desconectar y para sentirte un ciudadano de a pie. Sin embargo, nadie que no entre en un aula con (cada vez más frecuentemente) treinta y cinco ciudadanos potencialmente inflamables, sabe el desgaste que asumimos y lo mucho que necesitamos desconectar.

Nos encontramos en un aula gigantesca. Su nombre oficial es “aula de exámenes”, pero los chicos han escrito debajo, con un rotulador permanente, el sobrenombre de “enculadero”. Reconozco que me gusta mucho más la segunda denominación, pues me resulta bastante más epatante y gráfica. Aquí dentro están todos los que llevaban mi asignatura pendiente. Hay cuatro o cinco que se han sentado muy detrás y que nos miran con mucha frecuencia, buscando nuestra posición. “Ayer escuché en las noticias a un padre decir que las vacaciones de los docentes tienen que ser más cortas porque a partir de un mes de vacaciones los chicos se empiezan a poner nerviosos… ¡No se dan cuenta de lo que es aguantar diez meses seguidos a sus hijos! ¡Y en camadas de treinta! ¡Ahí sí que se ponen nerviosos!”, me comenta una compañera que mira de reojo el estuche de una chica cuya ropa enseña más de lo que tapa.

Dos horas más. Son solo dos horas más. Se creen que somos gilipollas. Te bajan el sueldo un siete por ciento. Pocos meses después te obligan a dar dos horas más de clase y, en premio, te dicen que te van a subir un tres o un cuatro. O sea, que te hacen trabajar más y te bajan el sueldo. ¡Y encima te piden que des las gracias! Todo esto mola un rato, lo que les ha pasado a los profesores madrileños, porque somos el único colectivo al que jamás se le devuelven los privilegios. Cuando la crisis pase los empresarios recuperarán poder adquisitivo. Siempre que hay una genialidad de esta, cuando escampa y el aguacero se convierte en agua cero, nadie se acuerda de devolvernos aquello que nos han quitado. Esas dos horas jamás regresarán…

Esperanza Aguirre ha dicho que subir dos horas más nuestro cómputo lectivo no es gran cosa. ¿Qué ciudadano puede quejarse por trabajar veinte horas a la semana?, ha dicho. ¡Cielo santo! ¡Es la frase más estúpida que he escuchado en mi vida! ¡Y mira que doy clase en la ESO! ¿Computas las reuniones, las tutorías, la corrección de los exámenes y las excursiones? ¿Computas las horas que paso tratando de entender la puñetera normativa que vosotros redactáis desde vuestros sofás de scai? Si eres capaz de convertirte en profesora y trabajar solo veinte horas, significa que eres una súper heroína, capaz de escapar con vida tras cualquier accidente aéreo. Por desgracia, nosotros no somos así, somos simples normales. ¡Ser profesor es mucho más que dar veinte horas de clase! Y este trabajo acarrea toda suerte de labores invisibles. Si quieres ser un buen profesor tienes que trabajar muchísimo. Eso sí, si verdaderamente quieren que tiremos la toalla, que nos convirtamos en mercenarios que se arrastran, lo están haciendo de lujo. No recibimos ni un solo caramelito. ¡Todos son pedradas! A este paso, por supuesto, a vuestros hijos los va a educar un cura. O una monja. Porque a este paso la educación pública se va al garete.

“Irse al garete” es un arabismo que significa “navegar a la deriva”. Y así nos veo. Sin ningún criterio y sin ningún apoyo. A mí me da igual dar dos horas más, ¡claro que no me importa! ¡Ese no es el problema! Me encanta estar en clase. El problema no es ese… Yo todavía tengo ilusión. Y me olvido de la política y de tantos prejuicios cada vez que este cotarro comienza. Sin embargo, ¿cuánto duraré así? ¿Quién es capaz de soportar tanto rencor? Como siempre digo, cuando tengo la oportunidad, pido públicamente perdón por haber sacado las oposiciones. ¡No pretendía ofender a nadie! Y ahora sigo sin pretenderlo. Ahora solo quiero contribuir a que mi sociedad mejore algo. ¡Perdón por la osadía!