miércoles, 19 de septiembre de 2007

Génesis, capítulo dos

Olvidé el motivo. Llegó julio y cobré. Llegó agosto y volví a cobrar. Olvidé el motivo. Solo sé que cobré. Cobré un buen dinero. Una paga extraordinaria de tres mil euros que me permitieron irme a la playa. ¿El motivo? ¡Qué sé yo! ¡Lo olvidé! Por mi cara bonita, supongo. Demasiado sueño. Demasiado dinero. No lo recuerdo. Yo cobré. Olvidé lo demás y me fui al cine con unos amigos. Para entonces, corría el minuto dos de la película y unos adolescentes, rehogando hormonas por todos sus confines, no nos dejaban ver lo que ocurría en la pantalla. Fue instintivo. Como el súper-héroe que muta. Sentí un pinchazo en la nuca. Como en sueños vaporosos, como si se tratara de un universo paralelo, experimenté un déjà vu tela de siniestro. ¡Esto lo he vivido antes! “Tal vez, en otra vida… yo mandaba a callar adolescentes. ¡A eso me dedicaba! ¡A veces, hasta me hacían caso! Aún no. No estoy preparado”, pensé. En efecto, no me atreví a silenciarlos. Sentí miedo de enfrentarme a lo que soy, a encarar aquello por lo que me pagan “tanto”. No logramos ver la película.


Con laSexta anunciando el Eurobasket, en uno de los descansos en los que Pepu reordenaba su equipo, sufrí el segundo desmán de mi cicatriz, el segundo pinchazo en la nuca. Un anuncio radiante, de la “Vuelta al Cole”, quebró en varios trozos el cristal de la pantalla de la tele. Siempre pensé que esos anuncios nacieron para atormentar a los escolares. Ahora sé que su verdadero objetivo es sacar a los docentes de su letargo. “Tienes que despertar”, decía una voz dentro de mí. Desde entonces, no he vuelto a dormir con la misma parsimonia. Las noches tenían siempre un recoveco donde se ocultaban, agostados en un descampado, alumnos que atacan mi coche, que me amargan la tarde, que no me dejan terminar una lección. Por más que lo dicen, es mentira. No es cierto que los últimos días sean un tormento para los chicos. Lo son más para nosotros. Nosotros, perdemos el sueño y el pelo. Nosotros nos la jugamos. Duele el final. Y lo peor es siempre la última noche. La noche antes de que arranque un curso es un crepitar de incertidumbres. Algunos, no saben a día de hoy (¡y ya arrancó!) en qué centro desempeñarán su función, los profesores de Religión traman nuevas demandas porque nadie les hace caso y cada año los exprimen un poco más. Los más, desconocemos hasta que las bambalinas se llenan de color el verdadero ímpetu de nuestros alumnos. ¿Cómo serán? ¿Tendré buenos grupos? ¿Sortearé los guetos? ¿Me tocará uno de ellos en los sorteos que tienen lugar en los despachos donde habita la mano negra? En la elección de los grupos, siempre hay una mano negra. Malditos somos los que no logramos congraciarnos con el portador de tales pezuñas.


Cuando te involucras un poco, ves movimientos muy raros. Desde la ingenuidad de mi curso anterior, todo pareció más natural, más inicuo. Quien no corre, vuela. Se palpa la tensión en las últimas horas. Se reparten los horarios y siempre hay damnificados y puñaladas en el vientre. Nada es claro, todo es turbio: apaños y extorsiones, se ven a veces. Todo el mundo teme. Al dar la vuelta al papel, se escapa siempre un suspiro que a veces torna ocre, que a veces desgarra, que presagia siempre cómo serán los siguientes meses. No es solo un papel, es un curso más. Solo un papel… que nos hace llorar, que nos depara agresiones o aplausos. Demasiadas veces, los cursos buenos hacen buenos a los docentes. Los cursos malos son lápidas. Las tumbas, nos las cavamos al entrar. No existe ni existirá un docente infalible. Por eso… todos tenemos miedo al contemplar nuestro nuevo horario.


Dormí mal. Me visto frente al espejo, como el torero que afila su traje de luces antes de encarar a las bestias. Suspiro. Los chicos aguardan. Creo que he engordado. El estrés me devolverá a mi peso, no importa. Tomo mi libreta, aquella en la que apunto las ideas que tengo para nuevas columnas. “Cuyami. Año dos”. Pego un portazo en mi casa y le rezo en lo más secreto a Santo Tomás de Aquino. Le encomiendo mi alma y le entrego mis dudas. ¡Estoy aterrado! Sé lo que puedo encontrarme, pero no sé qué voy a encontrarme. ¿Quedo muy mal si reconozco justo ahora que tengo mucho miedo?


Prof. Cuyami