jueves, 5 de junio de 2008

Una historia, cinco finales

PLANTEAMIENTO. Todos los días Ulises veía a Penélope en el metro. Caía sobre ellos la bruma que envuelve a la línea 3 en Moncloa. El sopor y la angustia, el tropel desconcertante de un millón de vidas que se entrecruzan, los aproximaba. Parecía detenerse todo. Cuando su mirada se posaba sobre ella, el universo entero dejaba de importar. Fueron muchos los encuentros: un poema, una nota, una taza de café y quizá, tras este, alguna partida de Risk, flores sobre el sofá y una habitación de hotel deshecha. Dos o tres meses bastaron para aproximar aficiones. Tras estos, una oposición. No mucho más hubo de pasar para que él se convirtiera en profesor, para que ella cambiara de bufete. Se casaron y Málaga les concedió la opción de estar juntos. Pasaron dos años, muy rápido. Como en un sueño, con los ojos envueltos en lágrimas, Ulises paró una clase de Bachillerato. Le sonó el móvil y él sonrió: “Soy papá, ¿alguien tiene un cigarrillo?”. Todos los alumnos comenzaron a aplaudir.
NUDO. Al pertenecer Ulises a una especialidad minoritaria, han tardado cuatro años en asignarle un destino definitivo. No pudo contener un pequeño grito cuando, estando en la sala de profesores, constató que tendría que tendría que trabajar en Pulpí. Tan lejos de su mujer, de su hijo Telémaco, exiliado y obligado a recorrer miles de kilómetros cada año: se vino abajo. ¿Cómo podría aguantar tantos días sin ver a su hijo? ¿Qué haría de lunes a viernes para contener su dolor? No. No era posible. Todo aquello debía ser un error. Estaba pagando una hipoteca. En Málaga. ¿Qué sería de su vida en Pulpí?
DESENLACE-1. Alguien escuchó los lamentos de Ulises y se ofreció para ayudarlo. “Tengo un amigo que trabaja en”, fue el comienzo de la conversación que arregló su vida, de nuevo. Problemas de migrañas, un médico con cierto parecido a Nick Riviera, para obtener una comisión de servicios. Cada tarde Ulises juega con Telémaco junto al Jardín Botánico. Cada tres meses, se escucha en la sala de profesores la voz del niño mientras su papá asiste a las juntas de evaluación. Todos los vecinos comentan que es un padre ejemplar y nadie sabe con qué favor pagó la comisión de servicio que le fue concedida.
DESENLACE-2. Telémaco tenía ocho años ya. Ulises, sintió una punzada en el corazón y supo que las listas habían sido publicadas. ¡Había sufrido tantísimo para llegar hasta allí! Habían sido años de duros madrugones, de muchas horas en la carretera, había pasado por tres institutos hasta que, finalmente, había conseguido su sueño: un centro cerca de Málaga, que le permitirá dormir todas las noches con su mujer y jugar cada tarde con su hijo. Lamentablemente, se había perdido momentos irrepetibles, una parte crucial de la infancia de su hijo… ¡pero lo había logrado y eso ya bastaba! Esta noche cenarán en un chino.
DESENLACE-3. No quería perderse, por nada del mundo, el segundo cumpleaños de su hijo. Había conducido demasiado. Aquella curva está mal peraltada. Ni siquiera vio llegar el camión.
DESENLACE-4. Miró a su mujer. La cuna estaba a pocos metros y, por primera vez en varios meses, Telémaco había dejado de llorar. Nada les había ido bien desde que Ulises se marchó al pueblo. Penélope se había sentido muy sola y, los fines de semana, en las pocas horas que podía disfrutar de su marido, se encontraban tan cansados que naufragaban juntos en el mismo lecho: se miraban indolentes, discutían demasiado, se marchó la pasión a navegar a nuevos puertos. Ni siquiera fue necesario que cantaran las silencias. Tras dos cursos en Almería, ella le espetó el desolador “tenemos que hablar”.
DESENLACE-5. Ulises apagó el ordenador y se echó a reír. No estaba dispuesto a perderse la infancia de su hijo. Durante muchos siglos las mujeres habían trabajado en casa, ¿había algo malo, acaso, en que fuera Penélope la que llevara el dinero a casa?