martes, 4 de noviembre de 2008

Asperger y el Asteroide

Cambio los nombres, el resto es verídico. Estamos de excursión y todos los chicos comparten la comida salvo él. Lobato permanece con la mirada ida, dando tumbos como las piedras que arrojan contra los patos los alumnos disruptivos. Su madre tuvo la idea feliz de animarlo a venir. Ya aquí, Lobato consiguió durante las tres primeras horas pasar el mayor tiempo posible con nosotros. Los profesores, con otras necesidades comunicativas más adultas, deseosos también de ver si sería capaz de superarse, lo dejamos con verónicas (Sánchez y Martínez) y naturales (un libro de naturales repleto de manchas de bollería industrial), frente al “Toro” (apodo de Miguel Cañas). Pronto las compañeras lo abandonaron y las burlas del fornido muchacho, que se fue con ellas dos, lo devolvieron soltero y solitario a las inmediaciones del lago.

Lobato posee un síndrome que los sicólogos denominan “Asperger”, que no es demasiado semejante al autismo, aunque mucha gente tiende a confundirlos. Probablemente complete sus estudios de Secundaria y no sería raro que llegara a Bachillerato o, incluso, a la Universidad. De hecho, no es infrecuente que algunos de estos chicos introvertidos, con descomunales problemas de adaptación, lleguen más lejos que otros de una normalidad más aparente que cierta. No es tonto, todo lo contrario, pero sus alardes intelectuales están concentrados en puntos excepcionalmente concretos del saber humano. Pinta alas de mariposa, en un cuaderno de esquinas puntiagudas, y las dota de un realismo que me enternece y me asusta. Sin embargo, frecuentemente las musarañas anidan en su cabeza y no es capaz de mantenerse a este lado de la realidad: se distrae. Y cuando atiende, no oye. Percibe rumores y colores, pero no ve. No siempre, al menos. Su mente vara por otros derroteros, en mundos de elfos, dibujos animados y sucesos a un tiempo perversos y ancestrales. Pero no siempre. Otros días, parece (y es) un chico normal: copia, pregunta, siente calor y frío.

En los recreos casi siempre lo veo solo, con un libro, con las mejillas de un color cobrizo: su cabeza no se estanca jamás, pero cualquiera que lo observe sin excesivo mimo diría de él que permanece en Babia. Parece distraído, pero capta más matices que el resto y razona de forma magnífica. Creo que fue Lobato quien me hizo llegar una carta anónima, hace unos días. Lo sé porque se mostraba incoherente e imprecisa, con los mismos giros que él imprime cuando habla. Me sentí halagado, lo admito, porque fuera capaz de mostrarse de ese modo frente a mí. Reproducía de forma milimétrica palabras que yo había pronunciado en clase y las convertía en reproches: atacaba que les prohíba comer chicle, me llamaba feo, estaba ofendido porque en los cambios de clase no se puede salir del aula. Nadie hubiera podido retener mis expresiones, y reinterpretarlas, salvo él. La primera frase del texto era “desde este momento tu mente está bajo mi control”. Me decidí a guardar el secreto. Ambos tenemos ya demasiados problemas. Lo asumo como un lance digno. Eso sí, me quedé con las ganas de hablar con él del tema, de introducirme en su mundo, partir esa barrera y ver las luces que él ve, jugar con los duendes, echar carreras con las hadas y morir de mil formas espantosas. No puedo. Todos mis mecanismos restallan cuando concibo alguna idea más rara de la cuenta, a pesar de que a veces me dé por mirar a través de esa ventana.

Existen muchos chicos con este síndrome que no están diagnosticados, cuyos padres los reprenden y no logran comprender que sus adolescentes razonan de un modo diferente al del resto de especimenes de su edad. Yo siento lástima por Lobato porque su apertura al mundo será difícil, porque no conseguirá un desarrollo normal nunca, porque sus compañeros de trabajo se reirán de él, durante las horas del café… y la soledad no le viene bien. ¿Pero acaso existe otra opción para él que no sea estar solo? Los adolescentes están demasiado ocupados en entenderse a sí mismos: no dedican una porción de su tiempo a comprender también a quien más necesita ser comprendido. Todo adolescente se siente la persona más rara del Universo, todo adolescente se siente poseedor del asteroide B-612 y no mira más allá de los cascabeles de su estrella. Todos se sienten. Lobato lo es.